EL ESCÉPTICO DIGITAL
Edición 2009 - Número 5 (232) - 4 de septiembre de 2009
Javier Armentia Fructuoso
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Por la boca muere el pez)
Demasiadas cosas pendientes: quería comentar lo curioso y triste del caso que le ha pasado a Eugenio Manuel, el mago de Ciencia en el Siglo XXI y muchas otras iniciativas con las que provoca que sus alumnos, sus visitantes, sus amigos -y estoy seguro de que su familia y ahora sé que también el claustro del cole donde curra- piensen un poco más. Afortunadamente, en muchos weblogs se ha hablado del tema, el mismo Eugenio lo comenta y ... bueno, la cosa lleva rulando unos días y hasta en el blog de las Salesianas de Rota (el colegio en cuestión donde trabaja Eugenio) han retirado la entrada que provocó el ruido y la furia. La historia, en dos frases: Eugenio coloca una experiencia que ha hecho con los alumnos para ver cómo lo que habitualmente se toma por una percepción extrasensorial (telepatía) puede no ser más que azar, es decir, una percepción que tenemos de que cosas que suceden sin más tienen un "sentido" o una "causalidad" oculta. La experiencia es eso, un experimento que muestra cómo acertar varios resultados de unas cartas es según las condiciones más sencillo que no acertar nada.
A partir de ahí, surge la controversia con otra profesora que resulta ser creyente en la telepatía, pero que no solo afirma que existen esos no naturales poderes de la mente, sino que además se dedica a acusar al pobre Eugenio de manipular a sus alumnos, cuando ella en el mismo texto consagra su vocación adoctrinadora/atocinadora... ya saben aquello de que consejos vendo que para mí no tengo. Lo malo es que si Eugenio milita lo hace como defensor del pensamiento racional, algo que me parece perfectamente militable y defendible en un centro escolar. Lo contrario, el fomento de la superchería y la pseudociencia, es otro cantar y estoy convencido de que más allá de la libertad de cátedra está la obligación de un docente a no difundir mentiras ni ... en fin, esas cosillas (ciertamente, he de confesar que lo que pase en un centro educativo religioso tiene un carácter difícil, porque la mayor mentira, el mayor adoctrinamiento que ya se da en un centro religioso que se dice educativo está claro. Quizá lo de la telepatía es ya solo un "a más a más" que dicen por Catalunya, pero cierro paréntesis porque eso es otra historia). A partir de ahí, con el habitual condimento de falacias lógicas y demás planteamientos torticeros, esta profesora se dedicaba a mentir, afirmando que la telepatía funciona, a imaginar nuevas ciencias que son anticientíficas y, en definitiva, a sorprender a propios y extraños no ya con los inusitados poderes de las mentes humanas, sino con las grandes carencias de las que hacía notable muestra. Adolecer que se dice en castellano clarito.
La cosa no tiene más recorrido, porque esta profesora desde luego no tiene un programa en la tele y su capacidad de propalar estupideces está limitada a los pobres alumnos que tienen que soportar semejante calidad (es irónico) de conocimiento que les vende si tiene ocasión. Pero da que pensar, cómo las carencias pueden tener esa nefasta amplificación. Por ejemplo, el asunto de la percepción extrasensorial (PES o ESP de las siglas en inglés) es una buena muestra de cómo algo que no ha tenido adecuada comprobación experimental nunca, por más que se ha llevado estudiando con métodos que se proclamaban (y a veces lo intentaban sinceramente) científicos. Ni la telepatía ni la clarividencia ni la precognición, pero tampoco la psicocinesis en ninguno de sus modelos o paradigmas que se han ido alternando y sucediendo a lo largo de más de siglo y medio ha conseguido la calidad mínima de la labor científica. (Ahora llegará el iluminado psicólogo granadino y nos aburrirá a todos, ojito...) Por más que nos inunden con bibliografía, por más que nos cuenten la milonga de que la Parapsychological Association fue admitida dentro de la American Association for the Advancement of Science, por más que nos inunden con los dudosos resultados de los ganzfeld, microPK, y tantas otras cuestiones que se repiten más que se publican, por más que hablen de cátedras en universidades de renombre y hasta de algún artículo conspicuo en revista con cierto impacto en los índices de cita, la evidencia es inexistente, e incluso siendo clementes lo que uno encuentra es conspicuo o demasiado sutil para justificar la enorme maquinaria de propaganda que ha creado en este siglo y pico a su alrededor.
Porque, como muchas otras paraciencias y pseudociencias, la parapsicología es, principalmente, publicidad de la misma. Manifiesto y propaganda, proyección de los deseos y ante todo, pensamiento deseoso de que suceda lo que quiero que suceda (el wishful thinking que le llaman). Porque a todo el mundo nos han contado de los poderes de la mente, pero como ponía de manifiesto Carlos J. Álvarez (psicólogo cognitivo) en su "La parapsicología ¡vaya timo!", gran parte de la imagen popular de esos poderes corresponde a poderes convencionales de la mente humana, perfectamente explicables y perfectamente explicados. No hay una fenomenología que requiera nuevos circuitos, ni nuevos órganos, ni nuevos sistemas de percepción que, por otro lado, tampoco parece que tengan cabida en un sistema nervioso central ya demasiado sobrecargado de trabajo.
La creencia en esos poderes de la mente es simplemente eso, una creencia sin base sólida alguna. Nada más que sospechas o deseos de que pudiéramos leer las mentes, anteceder el futuro, ver lo lejano e inaccesible, o actuar sobre la materia con el pensamiento. Y además es algo que sucede necesariamente por la propia evolución humana. Como comentaba Álvarez en el texto citado:
ese afán de establecer relaciones causales entre fenómenos, incluso donde no existen, está muy enraizado en nuestro cerebro precisamente por su utilidad adaptativa. Y tiene que ver con una propiedad aún más general: nuestro cerebro es un buscador constante de patrones significativos, de pautas, de conexiones entre eventos, de relaciones significativas entre sucesos que nos rodean. No soportamos demasiado la ambigüedad, tenemos que darle significado al mundo que nos rodea aunque muchas veces no lo tenga, precisamente porque esto fue y es adaptativo.
No saberlo es una gran carencia, alardear de esa carencia es, cuando menos, patético. Por si quería saber mi opinión, señora Manzano.