EL ESCÉPTICO DIGITAL
Edición 2010 - Número 9 (235) - 14 de febrero de 2010
Carlos Chordá
Justo me disponía a escribir sobre lo de las bolsas del Carrefú y otros plásticos de usar y tirar cuando encuentro en El País un artículo titulado “El Congreso acuerda que la homeopatía sea realizada solo por licenciados en Medicina y Cirugía”. Así que no puedo evitar dejar lo de las bolsas para mejor ocasión y buscar la necesaria catarsis escribiendo sobre otra metedura de pata de la clase política.
Según leo “la proposición no de ley que aprueban nuestros parlamentarios pretende evitar el intrusismo en el ejercicio de esta medicina tradicional”. Lo del intrusismo se ve de dónde sale: el país está plagado de homeópatas, unos sin titulación y otros (manda huevos, que decía aquel) con su título de medicina. Me atrevo a deducir que son estos últimos los que, cabreados por tener que repartir el jugoso botín, han estado chinchando a los ocupadísimos políticos hasta que finalmente lo han conseguido. Lo que no entiendo de la noticia es ni lo de medicina (la homeopatía no tiene nada de medicina), ni lo de tradicional, si asumimos que tradicional es algo arraigado desde antiguo y transmitido generación tras generación como puede ser el uso de las plantas (la homeopatía salió de la chistera de un tal Hanneman hace dos siglos: “viejuna”, vale; tradicional, no).
La mayoría de los usuarios de la homeopatía ignoran que esos productos por los que pagan unos buenos euros en la farmacia y que tan tranquilamente se administran, a sí mismos o a sus hijos, porque no tienen efectos secundarios son, en esencia, nada. ¿Cómo, si no, iban a carecer de efectos indeseados, en todos los casos? El principio de extrema dilución con que se preparan conduce a que no haya en ellos ni una molécula del principio activo; principio que, por otro lado, casi nunca tiene relación con lo que aqueja al paciente. Eso, suponiendo que exista: el oscillococcinum, que según los homeópatas es fenomenal para prevenir la gripe, es un microbio que no existe, y que allá por la primera guerra mundial un tal Joseph Roy creyó haber descubierto con su microscopio, además de en griposos, en afectados por sífilis, tuberculosis, blenorragia, cáncer, eccema, herpes, reumatismo y unas cuantas enfermedades más. ¿Cómo se puede preparar oscillococcinum homeopático si dicho microbio no existe? Sorpréndase: se puede. Es tan sencillo como cargarse un pato de Barbaria (Anas barbariae), machacar su corazón y su hígado y diluirlos sucesivas veces en lactosa y sacarosa. Si quiere saber por qué, mejor se lo pregunta a un homeópata, que a mí me da la risa.
Que conste que no me invento nada. En el número del 27 de agosto de 2005 la prestigiosa revista médica The Lancet lo dejaba bien claro después de un metaanálisis (un estudio a gran escala) en el que concluían que no hay ninguna diferencia entre los resultados de la homeopatía y los de los placebos. En el editorial, acertadamente titulado “El fin de la homeopatía” se lamentaban, además, con la siguiente frase: “Cuanto más se diluye la evidencia para la homeopatía, mayor parece su popularidad”.
Porque, no nos engañemos, aquí está el quid de la cuestión, en su popularidad. Y así lo reconoce una diputada socialista, cuando dice que “la cada vez mayor demanda social de dichos profesionales justifica su regulación, con el efecto de evitar el intrusismo que tanto mal hace a nuestro sistema sanitario". Lo mismo que otro, éste del PP, que afirma que más de 3.000 médicos de Atención Primaria, 2.000 pediatras y 4.600 facultativos de otras especialidades prescriben medicamentos homeopáticos. Vamos, que tan democráticos son los congresistas que hacen ciencia por votación. Que la homeopatía no funcione no es argumento. Argumentos son el número de los que la prescriben y la demandan, los testimonios personales del “a mí me va de maravilla”, y que en países tan avanzados como Alemania y Francia (donde están los principales laboratorios homeopáticos) los servicios de salud se hagan cargo.
Y si tener una titulación les parece una garantía, no sé yo... No confiaría mi salud a un médico que todavía no ha comprendido la química de 3º de ESO. Ni dejaría que me operara tras anestesiarme homeopáticamente, ni me fiaría de un anticonceptivo homeopático. Y puestos a regular engaños dejándolos en manos de licenciados, unas ideas para el Congreso: la redacción de los horóscopos, para los astrónomos; la radiestesia para geólogos; los meteorólogos a escrutar las témporas; el timo de la estampita, legal si lo perpetran economistas... pues eso.