EL ESCÉPTICO DIGITAL
Edición 2010 - Número 9 (235) - 14 de febrero de 2010
Sascha Porth
(Artículo publicado originalmente en la bitácora "El Rincón Socrático")
Un hombre ha perdido su trabajo, su situación económica es insostenible y pronto no podrá dar de comer a su familia. Pero ha encontrado una solución. Rociará a su hijo de ocho años con gasolina y le prenderá fuego. El niño está embrujado y su hechicería ha traído el infortunio a su familia. No muy lejos, otro hombre acusa a su hija de trece años de ser una hechicera y la ata a un árbol por el tobillo para dejarla morir de hambre a la intemperie, lejos del pueblo, donde su maléfica influencia no pueda alcanzarlos. Otro niño, de doce años, es rodeado por una muchedumbre furiosa armada con machetes ansiosa de despedazarlo para que su brujería no siga trayendo mala suerte sobre ellos. Estos casos, y otros similares, se han ido sucediendo en algunas de las zonas más empobrecidas de África con preocupante frecuencia. La supersticiosa ignorancia de muchos de sus habitantes está siendo explotada por fanáticos religiosos, pseudomédicos chamánicos y peligrosos políticos sin escrúpulos con el fin de enriquecerse y mantener bajo control a unas asustadas y empobrecidas poblaciones en Uganda, Gambia, Kenia, Somalia, Nigeria y muchas otras naciones donde todavía reinan supersticiones que permiten medrar y hacer fortuna a malvados propagandistas del miedo y la irracionalidad mística.
El egocéntrico tirano que gobierna en Gambia, Al-Haji Yahya Jammeh, ha acostumbrado a su pueblo a sus terribles métodos, entre los que se encuentran, aparte de una obligada adoración a su figura, remedios herbales que pretenden curar el SIDA, la persecución a homosexuales basada en teorías místicas propias de una influencia hitleriana o la persecución, tortura y desaparición de periodistas y políticos contrarios a su criminal ideología. Uno de los últimos actos de este terrible gobernante es, según Amnistía Internacional, el secuestro de aproximadamente mil personas como parte de una campaña anti-brujería y su detención en centros de retención secretos, donde fueron obligados a consumir extraños brebajes que les produjeron alucinaciones y alteraciones de conducta, así como intensos dolores de estómago, llevando a la muerte a algunos de ellos.
En Nigeria y Uganda, según denuncian algunos medios, los secuestros y asesinatos de niños y niñas acusados de brujería han ido en aumento durante los últimos años. Así como sacrificios rituales en los que infelices supersticiosos buscan que les sonría la fortuna con los asesinatos, a veces de sus propios hijos, perpretados por chamanes y doctores expertos en brujería que van amasando pequeñas fortunas en sangrientos espectáculos de muerte y sufrimiento. Estos “doctores” forman parte, al parecer, de redes criminales que utilizan a figuras religiosas e influyentes para sembrar el miedo a la brujería, buscando falsos culpables a los que acusar de atraer desgracias con su embrujada presencia. Las denuncias de varias organizaciones internacionales en defensa de los Derechos Humanos no ha servido para que los respectivos gobiernos detengan estas atrocidades, que callan mientras cientos de rituales en varios países extienden su maléfica influencia superticiosa cada año.
En un valiente esfuerzo por combatir la irracionalidad mística de estos crímenes, el Center For Inquiry (CFI), con el apoyo de varias organizaciones, se ha lanzado en una campaña para combatir las creencias que sustentan el miedo a la brujería y para educar a los pueblos afectados por estas matanzas. Aun bajo amenazas e incluso después de sufrir varios ataques, Leo Igwe, miembro del CFI, ha seguido con sus charlas en comunidades de vecinos y en universidades, especialemte dirigidas a estudiantes de medicina, sobre los peligros de la superstición. También se ha reunido con distintos humanistas africanos y ha organizado cursos con apoyo de diversas ONGs para promover la confianza en la medicina occidental, severamente dañada por las campañas de líderes religiosos en favor de las peligrosas creencias en rituales ancestrales. Mientras, en muchas zonas de África se sigue persiguendo y linchando a los homosexuales, se siguen matando niños albinos para extraer sus órganos porque creen que sirven para elaborar pócimas y remedios mágicos y se sacrifica a seres humanos acusados de estar poseídos por demonios, de practicar la brujería, de traer mala suerte. Por no hablar de las luchas entre clanes religiosos que ven enfrentadas sus respectivas creencias o las constantes luchas raciales que todavía se dan en gran parte del explotado continente, enriqueciendo a tanto vendedor de armas, a tanto señor de la guerra y a tanto político que hacen de la ignorancia y la muerte de su propia gente un próspero negocio.
Esperemos que los esfuerzos humanitarios den sus frutos algún día y podamos hablar de África en otros términos. Pero esto no será posible sin la ayuda de todos esos gobiernos de países prósperos que prefieren mirar hacia otro lado, mientras en el continente que vio nacer a la raza humana hace más de cien mil años sólo prosperan la pobreza, la enfermedad, la ignorancia, el miedo y la muerte.
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