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embargo, podemos y debemos emplear un método que
nos permita dilucidar si esas relaciones entre sucesos
son reales o ficticias, ese método es la ciencia.
Parece sencillo, pero existen problemas. Uno es el
mal conocimiento del cálculo de probabilidades. ¿Cuán-
tas personas saben que la posibilidad de obtener cara en
el lanzamiento de una moneda después de una serie de
cuatro caras consecutivas continúa siendo de un 50%?
Podemos creer que un suceso es imposible (y, por tanto,
ponernos a buscarle causas ocultas) cuando no lo es. La
otra gran dificultad es la falta de conocimientos previos,
algo cada vez más grave según avanza y se especializa la
ciencia. Muchos tenemos ideas generales sobre astrono-
mía, evolución, física... pero los practicantes de la cien-
cia vudú están empezando a justificarse con teorías de fí-
sica cuántica, supercuerdas... temas que escapan de los
conocimientos del común de la gente.
Por ello el autor pregona la necesidad de una mayor
presencia de los científicos en estos debates y predica
con el ejemplo. Desmonta con rigor admirable los falsos
fundamentos científicos de la homeopatía, la energía ne-
gativa y la meditación transcendental, la magnetotera-
pia... los denuncia como lo que son, ciencia vudú. Sin
embargo, Park no se detiene en ese punto. Dirige su crí-
tica también hacia otros campos que pueden parecer a
priori más respetables como la posibilidad de la fusión
fría, el calentamiento global, la construcción de la esta-
ción orbital permanente: “La estación espacial constitu-
ye el mayor obstáculo para proseguir la exploración del
espacio” o la llamada Guerra de las Galaxias. Su con-
clusión es demoledora. Son proyectos que resultan im-
posibles, o no están científicamente probados o no ob-
tendrán unos resultados científicos que compensen las
inversiones multimillonarias que se van a realizar en
ellos. Su justificación puede ser económica o política
pero tienen poco que ver con la ciencia.
Cada uno de estos temas es tratado con claridad y sin
que el autor suponga ningún conocimiento científico al
lector. Si alguno de ellos los precisa, Park los brinda con
sencillez. Las dos primeras leyes de la Termodinámica al
hablar de las máquinas de movimiento perpetuo, los pro-
cesos de fusión atómica al criticar las afirmaciones de
Pons y Fleichmann o el número de Avogadro al tratar la
homeopatía son auténticos ejemplos de divulgación cien-
tífica que cualquier persona puede comprender y que su-
ponen una invitación al lector para que profundice en
ellos ya con una base mínima aunque sólida.
Unamos a ello un lenguaje diáfano sin jerga innece-
saria y un gran sentido del humor que se refleja en la in-
clusión de chistes siempre oportunos. Por ejemplo, sobre
la fusión fría, la cual debiera haber producido grandes
cantidades de radiación: “Y, sin embargo, ahí estaban los
dos flamantes químicos, en una fotografía que aparecía
en las portadas de los periódicos de todo el mundo, ves-
tidos con chaqueta y corbata, sosteniendo orgullosamente
su pila ante las cámaras. Como comentó el físico nuclear
Frank Close, ésta habría sido la fuente de radiación más
caliente al oeste de Chernóbil.” Su comentario al expe-
rimento de irradiación de energía positiva mediante la
meditación transcendental que debiera haber reducido el
índice de criminalidad en Washington es un ejemplo de
humor negro: “Durante aquellos dos meses el índice de
asesinatos alcanzó unas cifras que nunca antes se habían
producido y que hasta hoy tampoco se han vuelto a re-
petir después.” Sin embargo, para el promotor de la ac-
tividad: “<<el crimen brutal>> había disminuido. Sólo
cabía imaginar que los asesinos habían actuado de una
manera más humana, matando quizás a sus víctimas de
un tiro limpio entre ceja y ceja, en lugar de hacerlo a ga-
rrotazos.”
Todo ello conforma un libro que se lee como una no-
vela apasionante, de un tirón. Su final nos dice que exis-
te lo sorprendente, lo misterioso pero que no reside en
conjuros abracadabrantes sino en: “El asombro ante el
hecho de que aquellos frágiles granos de materia que se
reproducían por sí solos, atrapados en un diminuto pla-
neta durante algunas docenas de órbitas alrededor de una
estrella insignificante entre un incontable número de
otras estrellas, y en una entre miles de millones de ga-
laxias, hubieran sido capaces de comprender todo aque-
llo. Quizá sea precisamente esto lo más extraño de todo
el universo; extraño e incomparablemente maravilloso.”
José Aurelio Bay
EL EXPEDIENTE MANISES
JUAN ANTONIO FERNÁNDEZ PERIS
Prólogo de VICENTE-JUAN BALLESTER OLMOS
Col. “Biblioteca Camille Flammarion”, nº 1
Fundación Anomalía
Santander, 2000
AQUEL OVNI DE 1979
Quien no vivió la fiebre
ovni
de finales de los años
setenta difícilmente pue-
de hacerse idea de cómo
los extraterrestres estaban
presentes en la España
de la transición. Fue la
edad dorada de la ufolo-
gía en nuestro país, en lo
que a impacto social se
refiere. Unos años en los
que imperó el sensacio-
nalismo de Antonio José
Alés en la radio, de Fernando Jimé-
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FUNDACIÓN ANOMALIA
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EL SILLÓN ESCÉPTICO
nez del Oso en la televisión, de Juan José Benítez en la
prensa y de Andreas Faber-Kaiser en lo que respecta a
las revistas mensuales. El público parecía estar prácti-
camente convencido de que éramos visitados por aliení-
genas y los primeros congresos nacionales de ufología –to-
dos los encuentros se presentaban el primero nacional–
se sucedían con éxito. Mientras, Stendek, la revista más
seria
del momento –lo que no quiere decir que fuera se-
ria, sino que era la menos disparatada–, vivía una lenta
agonía que desembocaría en su desaparición en 1981.
Pero 1979 fue un buen año para los ovnis. Se editó en
España una veintena de libros y dos casos metieron a los
alienígenas en unos hogares que empezaban a ver la rea-
lidad en color: el que inmortalizaron las espectaculares
fotografías captadas en Canarias el 5 de marzo, y el caso
del avión de pasajeros que se tuvo que desviar de su
rumbo y realizar un aterrizaje de emergencia en Manises
ante la presencia de un ovni el 11 de noviembre. Este úl-
timo es el que desmenuza El expediente Manises, de Juan
Antonio Fernández Peris.
El tipo de libro dedicado a la pormenorizada exposi-
ción de un suceso ovni es algo habitual en la ufología es-
tadounidense; pero no así en la española. Hasta El ex-
pediente Manises
, las tres obras de estas características
más conocidas salidas de la pluma de autores españoles
Un caso perfecto [1973], de Antonio Ribera y Rafael Fa-
rriols; Incidente en Manises [1980], de Juan José Benítez,
y Roswell: secreto de Estado [1995], de Javier Sierra– eran
otros tantos ejemplos de productos comerciales carentes
del mínimo rigor. El de Fernández Peris, que enmienda
la plana al de Benítez, es todo lo contrario: un trabajo con
defectos, pero serio. No estamos, sin embargo, ante una
obra dirigida al público en general, por lo que, por des-
gracia, persistirá la creencia popular de que una nave ex-
traterrestre estuvo en el origen de los hechos del 11 de
noviembre de 1979. Que sea una obra de escasa tirada y
no se encuentre en librerías –para hacerse con ella, hay
que dirigirse al Apartado de Correos 5.041 de Santan-
der–, responde, previsiblemente, a una decisión lógica de
la editora, la Fundación Anomalía: ni el estilo de Fer-
nández Peris ni la concepción de la obra hacen que ésta
pueda ser los suficientemente atractiva para el gran pú-
blico.
El expediente Manises se adentra, dos décadas des-
pués de los hechos, en las circunstancias que rodearon el
aterrizaje de emergencia en el aeropuerto valenciano de
un avión de la TAE que volaba entre Mallorca y Canarias
ante la amenaza de colisión con un ovni, la operación de
interceptación del presunto objeto por parte de un caza
español y la observación desde tierra de misteriosas lu-
ces. El autor desenmaraña con habilidad, a lo largo de
más de 200 páginas, el extraordinario cúmulo de coin-
cidencias que derivó en uno de los sucesos más impac-
tantes de la historia de la ufología española y llega a la
conclusión de que las luces que se vieron desde la ca-
bina del avión de pasajeros tenían su origen en la refi-
nería de Escombreras. A partir de los datos que facilita
Fernández Peris, parece indudable que lo que provocó el
incidente fue una fuente luminosa fija y muy humana, y
que el comandante Lerdo de Tejada erró al interpretarla
como un tráfico en rumbo colisión. Queda claro, asimis-
mo, que las estrellas y la autosugestión jugaron un papel
clave tanto entre los presentes en el aeropuerto de Ma-
nises como en el piloto del caza, que este aparato sufrió
contramedidas por parte de un navío militar norteameri-
cano y que nadie detectó nada en el radar, exceptuando
ecos falsos. Todo eso se deduce exclusivamente de las
declaraciones de los testigos.
No hubo ninguna nave extraterrestre involucrada en
el caso Manises. Ésa es la realidad demostrada en este
trabajo y resucitar en su contra, como han hecho última-
mente algunos ufólogos, una fotografía tomada, presun-
tamente aquella noche, por el contactado Pep Climent en
Mallorca es desviar la atención interesadamente. Prime-
ro, porque la conexión de la citada imagen con el caso
Manises
es circunstancial; y, segundo, porque el análisis
efectuado sobre la misma en su día fue concluyente: se
trata de un reflejo. Contraponer a esta evidencia y otras
pruebas sobre la falsedad de la foto un dictamen favora-
ble a su autenticidad de un grupo de expertos sin nombre
suscita sospechas sobre los intereses de los expertos, su
profesionalidad y los móviles reales de quien, como Be-
nítez, se ha hecho eco de los análisis.
La obra cumple con creces a la hora de borrar ese
halo de misterio con que el periodismo especializado ha
rodeado desde 1979 el caso Manises, pero tiene tres fallos
significativos: carece de un índice analítico, la contex-
tualización de los hechos en su momento histórico resulta
deficiente y pasa de puntillas sobre las tergiversaciones
y manipulaciones en las que han incurrido –y siguen ha-
ciéndolo– los representantes más populares de la ufolo-
gía ibérica.
La ausencia de un índice analítico es habitual en las
obras sobre ovnis que se editan en nuestro país. En la
mayoría, no importa que no exista, como tampoco hubiera
importado que el libro hubiera muerto en el cajón del au-
tor. Pero cuando se trata de una obra interesante, como
es el caso, resulta lamentable en tanto que esta carencia
la inutiliza como material de consulta. La Fundación
Anomalía debería de revisar sus criterios de edición, ya
que repite con El expediente Manises el mismo error que
ya cometió en Entre ufólogos, creyentes y contactados
[1993], una historia de la ufología española con profusión
de datos, pero también sin índice analítico. En una épo-
ca en la que los procesadores de textos ahorran casi todo
el monótono trabajo que antes requería la elaboración de
un índice de este tipo, su ausencia en un ensayo me pa-
rece injustificable.
Por otra parte, Fernández Peris expone al lector cuál
era la situación política del Mediterráneo –¿se acuerdan
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de la famosa crisis de los rehenes estadounidenses en Te-
herán?–, en noviembre de 1979; pero yerra en lo que se
refiere al contexto ovni apuntado en el primer párrafo de
estas líneas. Personalmente, viví en aquellos años el na-
cimiento de mi interés adolescente por el presunto mis-
terio de los objetos volantes no identificados y creo que
era imprescindible, en un libro como éste, pararse,
echar una mirada atrás y recordar al lector de 2001 cómo
hace veinte años los ovnis aparecían en los telediarios y
en la prensa seria, que había debates televisivos que no
tenían nada que ver con los actuales desfiles de mons-
truos, el dinero que movía la edición de libros sobre pla-
tillos volantes... Por eso, mi duda es si quien no vivió
aquellos años podrá hacerse una idea real de la trascen-
dencia que se dio en 1979 al caso del avión de la TAE,
y de cómo todo parecía estar preparado en la sociedad
española para que un suceso así recibiera la máxima
atención posible –hubo hasta una interpelación parla-
mentaria de Enrique Múgica, el hoy Defensor del Pue-
blo– y cayera en manos de los explotadores de misterios.
Precisamente, el tercer fallo de la obra de Fernández
Peris es que muestra una condescendencia inexplicable
hacia quienes llevan años engañando a la opinión pú-
blica española respecto al caso Manises. El autor, en el
intento de presentar su trabajo de una manera rigurosa,
elude la denuncia abierta de la actitud de los charlatanes
y deja que se vayan de rositas, cuando tiene datos más
que suficientes para demostrar que la mayor parte de lo
que se ha dicho en libros y revistas especializadas son
mentiras interesadas.
Pero estos tres errores, aunque a mi juicio importan-
tes, no deben ocultar el bosque: una investigación rigu-
rosa de obligada lectura para todo aquél interesado en
este episodio de la ufología española. Y sólo en este caso,
porque el autor no va más allá,
no reflexiona sobre el fe-
nómeno ovni en sí.
“Como punto y final decir
que ellos [se refiere a los
extraterrestres] no estu-
vieron implicados en el
caso Manises, pero ¿quién
sabe si en otros inciden-
tes...?”, escribe Fernández
Peris casi al final de la
obra, en lo que parece un
intento de justificación de
esa línea del medio que
dice no casarse con la ufo-
logía popular ni con el es-
cepticismo científico; pero
lo cierto es que sigue bus-
cando su santo grial.
Luis Alfonso Gámez
¿TENÍAN OMBLIGO
ADÁN Y EVA?
LA FALSEDAD DE LA
PSEUDOCIENCIA AL DESCUBIERTO
MARTIN GARDNER
Editorial Debate.
1ª edición, 2001
La portada de la edición castellana de esta nueva obra de
Martin Gardner se ilustra con la imagen de Adán y Eva,
tomada de un cuadro de Durero. Sobre sus figuras apa-
rece la inevitable ramita que cae, de una forma casi má-
gica, sobre el lugar adecuado para ocultarnos sus geni-
tales, como en muchos otros cuadros de esa y otras
épocas, en los que son retratados los mismos personajes.
Si la Iglesia hubiera sido más inteligente y no se hubie-
ra dejado arrastrar por su habitual mojigatería sexual, ha-
bría colocado esa ramita sobre los ombligos. Todo el
mundo puede intuir sin mucho problema que bajo la ra-
mita de Adán se esconde un pene, y bajo la de Eva una
vagina. Cualquier otra opción sería demasiado perversa
y retorcida, incluso para la iglesia cristiana. ¿Porqué
ocultarlos entonces?
Sin embargo, si esas ramitas estuvieran sobre el lugar
que ocupa habitualmente el ombligo, cabría preguntarse
como reza el libro: ¿Tenían ombligo Adán y Eva? ¿Dios
los creó con el vientre perfecto para que solo sus des-
cendientes, nacidos ya de un humano, portaran esa re-
donda cicatriz del parto? ¿O ya los creó con ombligo, si-
mulando un pasado biológico que no existía para esos
nuevos seres? Y puestos a ello ¿Tenían anillos de creci-
miento los árboles del Paraiso?
Afortunadamente para los pinto-
res y artistas de la época los ár-
boles no lucen obscenamente en
su exterior los anillos de creci-
miento, como por el contrario
hacen Adán y Eva con sus om-
bligos. Podían dejar esa pregun-
ta al criterio de teólogos ociosos
y filósofos de lo liviano.
Las anteriores reflexiones
pueden resultar más o menos
entretenidas, o pasar por un
ejercicio de lógica, pero dudo
que exista un solo científico se-
rio, ni siquiera un solo cristia-
no actual, no fundamentalista,
que no piense que esta pre-
gunta es absurda, una tonte-
ría. Y de hecho lo es. Pero
para la iglesia del XIX y prin-
cipios de XX no lo fue. Y
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