el esc
é
ptico
20
otoño 2014
G
onzalo Puente Ojea es un extraordinario ejemplo
de pensador comprometido. Para sus coetáneos,
especialmente, pero no solo para ellos (pues su obra
debe enriquecer y estimular a generaciones venideras), sus
lúcidos análisis de las relaciones de poder y, sobre todo,
de las amenazas que se han cernido, ciernen y cernirán
sobre la libertad de conciencia, constituyen un cuerpo de
reflexiones que alimentan la más profunda de las rebeldías
contra tales acechanzas: la de las propias conciencias. Su
pensamiento tiene, por tanto, una clara proyección política.
Cuando se le pregunta a Puente Ojea sobre algún
político, especialmente si es de izquierdas, infaliblemente
empieza por ponderar su formación intelectual —más
allá de títulos académicos—. Esto, que al poco avisado
puede parecerle una forma de elitismo, es, en cambio,
todo un método de diagnóstico resultado del análisis y la
observación atenta a lo largo de muchos años. Un político
con pocos fundamentos se mueve bien con consignas,
pero la pobreza de estas no alcanza para afrontar pruebas
difíciles o complicadas, o situaciones novedosas. Ante
estas, el político huérfano de lecturas y reflexiones carece
de criterios y es fácilmente manipulado por intereses que
sí tienen bien claros los suyos —por pobres o deleznables
que nos parezcan—. Solo así podemos explicarnos
muchas políticas “socialistas” aplicadas en España por los
presidentes González y Rodríguez Zapatero.
Una actitud rebelde sin mayores reflexiones y
análisis, digamos sin causa bien definida, se considera
generalmente característica de la adolescencia. Sin
embargo, si al avanzar la edad se continúa sin progresar en
el pensamiento crítico, muy a menudo se cae —arrastrados
por la propia insuficiencia fisiológica y, a veces, la
suficiencia económica— en el conformismo. En cambio, si
se alimenta y sostiene el afán de comprensión y la mirada
escudriñadora, se alcanza una visión progresivamente más
profunda, más radical, con lo que, si no se han extinguido
los nobles anhelos, lejos de caer en la desidia, se avanza
hacia una insubordinación cada vez más sabia y consciente:
más peligrosa para los intereses que se sienten atacados.
Este es el caso de Puente Ojea. Lo que digo se aprecia
en el hecho de que fue después de su jubilación cuando
pudo dedicarse de lleno al estudio y al pensamiento que
germinaron en una escritura riquísima, en unos análisis de
una profundidad pocas veces alcanzada en el panorama
español… y, fruto de esto, en un enfrentamiento con las
fuerzas alienantes cada vez más inteligente y enérgico. El
peligro de un intelectual así se advierte en la respuesta que
habitualmente ha merecido desde los ámbitos culturales
controlados por los poderes: el silencio, e incluso el
silenciamiento.
La radicalidad esencial del pensamiento de Puente Ojea
consiste no solo en una detección finísima de algunos de
los aspectos fundamentales en la lucha humana por la
emancipación, y en la caracterización de algunos de los
más importantes enemigos del anhelo liberador, sino en
que sabe explicar la naturaleza de la interesada negación
de la libertad de las conciencias a través de la exploración
del desarrollo histórico de esta negación partiendo, en lo
posible, de sus raíces, esto es, de sus causas remotas. Eso
explica la abundancia de escritos de Puente Ojea sobre
los orígenes: en concreto, y dado que la alienación de las
conciencias por medio de las religiones ha sido y es un
mecanismo casi universal en el proceso de sometimiento
de unos individuos a otros, ha explorado los orígenes de la
religiosidad. Los orígenes y la evolución del cristianismo
(ejemplo, en su conjunto, de religión de poder y al
servicio del poder), en particular, han sido rastreados y
analizados por nuestro autor con una erudición, agudeza
y transparencia no igualadas. De estos estudios de carácter
histórico (y antropológico) merece destacarse que cada
El doble compromiso de
Gonzalo Puente Ojea
Juan Antonio Aguilera Mochón
D
ossier
el esc
é
ptico
21
otoño 2014
línea transmite al lector una pista para entender la situación
actual, y por tanto, para actuar con conocimiento de causa.
En definitiva, Puente Ojea no se pierde tras una erudición
inoperante, pues su compromiso es siempre doble:
-Con la verdad.
-Con la emancipación.
Y es insobornable en este doble compromiso, en el
que los dos aspectos se realimentan positivamente. El
primero de ellos (con la verdad) es el que, en principio,
interesa a los modernos escépticos, a quienes tienen en la
defensa y promoción del pensamiento crítico la principal
guía de sus acciones. Pues bien, el pensamiento crítico
de Puente Ojea suele ser modélico porque, para empezar,
sabe rescatar toda la información relevante mediante un
olfato que no es sino inteligencia analítica y estudio y
trabajo perseverante. En este sentido, es impresionante
el esfuerzo del autor para conocer el estado actual de
las ciencias, de las ciencias físicas duras, en particular.
Y, a continuación, su inteligencia para interpretar esta
información con una sagacidad y probidad extraordinarias.
Los escépticos, expertos en la detección de argucias y
argumentaciones falaces, sabemos apreciar especialmente
este rigor interpretativo. Más aún: quienes, siguiendo en
este caso a Popper, apreciamos en las hipótesis el valor del
“alcance explicativo”, aplaudimos la potencia explicativa
de los análisis de Puente Ojea. No quiero ni debo entrar
aquí en detalles (en todo caso, ya hice un análisis más
pormenorizado en el monográfico que le dedicó la revista
Anthropos en 2012), pues tenemos la suerte de contar,
en este mismo número, con un magnífico texto del mejor
conocedor de la obra puenteojeana, Miguel Ángel López
Muñoz, que la resumen mucho mejor de lo que yo podría.
Por todo lo dicho, el premio Mario Bohoslavsky que ARP-
SAPC le otorgó en 2012 y se le entrega en 2014, y que se
concede a aquellas personas “que se han distinguido por
impulsar el desarrollo de la ciencia, el pensamiento crítico,
la divulgación y la educación científica”, no puede estar
más justificado.
En cuanto al segundo compromiso señalado (con la
emancipación), es de justicia reconocer que, para la defensa
de la libertad de conciencia que supone el laicismo, la obra
de Puente Ojea incluye textos esenciales. Ha contribuido
extraordinariamente (en mi opinión, más que ningún otro
autor español) a dotar de los fundamentos que decía al
principio al movimiento laicista. Este se lo reconoció en
su momento mediante su nombramiento como presidente
de honor de Europa Laica. Aunque en la relación de Puente
Ojea con esta asociación hubo algún episodio equívoco,
que no es el momento de relatar, creo que casi todos los
laicistas reconocen ese valor de Puente Ojea, que sigue,
rondando ya los 90 años, colaborando con generosidad
y entusiasmo con las asociaciones laicistas siempre que
se lo piden y su salud se lo permite. Tampoco hay que
olvidar que la extensión de las reivindicaciones laicistas
se plasma en su comprometida defensa del republicanismo
heredero de la II República. Para nuestro autor, laicismo,
democracia y republicanismo son indisociables.
Esta generosa disposición colaboradora de Puente Ojea
es otra característica que lo hace aún más admirable y
querido. No obstante, en las controversias en el terreno
corto (como de hecho en su escritura), puede ser muy
duro contra quien o lo que considere que atenta contra el
desarrollo del laicismo o, más ampliamente, de la justicia;
no oculto que, en ciertas ocasiones (contadas), a algunos
nos ha parecido riguroso en exceso, o incluso hemos creído
que se equivocaba, y así se lo hemos hecho saber. A este
respecto, hay que destacar que nada le disgustaría más que
ser tratado como una autoridad intocable, reverenciada
acríticamente, pues nada le repele tanto como la adhesión
intelectual ciega e incondicional, próxima al dogmatismo.
También quiero resaltar que, cuando no lo irritan
posiciones que considera “deplorables”, y sobre todo
cuando aprecia honradez, es capaz de condescender —
lejos de la pedantería y la suficiencia— con las debilidades
filosóficas o intelectuales en general, pero sin dejar de
señalarlas con tacto para promover su solución; muestra
entonces su carácter habitual de persona encantadora.
Encanto al que se suma, por cierto, su simpatiquísima,
valiente y afectuosa pareja, Pilar Lasa: es una delicia
escucharla, por ejemplo, contando sabrosas anécdotas de
cuando Gonzalo ejercía de embajador en el Vaticano. En
estas distancias cortas se disfruta, además, del fino humor
y la alegría vital de Puente Ojea, que sorprenden porque
raramente los deja traslucir en sus escritos. Y se dice uno
“este gran personaje, cuántas brillantes reflexiones nos ha
regalado en sus obras, pero ¡cuántas cosas interesantes y
enriquecedoras de su experiencia vital podría contarnos!”.
Para terminar, quiero expresar mi esperanza egoísta
de que Puente Ojea, aunque diga que ya ha “colgado la
pluma”, por una vez no cumpla un compromiso... pero, por
otra parte, si alguien merece una jubilación, es él. Y lo que
no podrá jubilar es su sabiduría y espíritu crítico. En todo
caso, gracias de corazón y de cabeza, admirable maestro,
entrañable amigo.
El peligro de un intelectual
como Puente Ojea se advierte
en la respuesta que habitual-
mente ha merecido desde los
ámbitos culturales controla-
dos por los poderes: el silen-
cio, e incluso el silenciamiento.