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esde hace muchos años, astrólogos, parapsicólo-

gos, quirománticos y otros partidarios de las pseu-

dociencias vienen desarrollando una ofensiva en 

los medios de comunicación de todo el mundo

1

 sin que, 

en general, se haya dado el saludable contrapeso crítico. 

Una notable excepción la constituyó un manifiesto contra 

la astrología que se publicó en la revista The Humanist en 

septiembre de 1975 y que firmaron 186 científicos, 19 pre-

mios Nobel entre ellos. En España, 258 científicos firmaron 

en 1990 un documento semejante. Sin embargo, no cabe es-

perar que estas iniciativas, por estar su efecto limitado a un 

corto intervalo de tiempo, vayan a cambiar el panorama de 

una forma sustancial. En efecto, el debate entre astrónomos 

y astrólogos (y otros partidarios de pseudociencias) es, en 

realidad, una repetición de la vieja polémica entre ciencia 

y religión, aunque la ciencia goce ahora del poder político 

y económico y, en esa polémica, la religión esté reempla-

zada por el credo astrológico. Pues el rasgo definidor de 

muchos partidarios de la astrología y de las pseudociencias 

en general es, precisamente, su deseo de creer; ello les hace 

inmunes al fracaso experimental de sus predicciones y, por 

tanto, a la esencia del método científico.

No obstante, la fe en las pseudociencias tiene unas im-

portantes repercusiones sociales, y quienes la fomentan 

contraen una grave responsabilidad. Como dijo el novelista 

H. G. Wells, la historia humana se parece cada vez más a 

una carrera entre la educación y la catástrofe. Los medios 

de comunicación tienen que animar a la educación en esa 

carrera o, al menos, no deben ponerle obstáculos. Sin em-

bargo, aunque las pseudociencias son frecuentemente ob-

jeto de su atención, pues son noticia, muchos medios de 

comunicación ignoran la ciencia ante la pasividad de la co-

munidad científica en general y pese a los esfuerzos de los 

periodistas científicos. Nadie puede discutir hoy seriamente 

que la ciencia es parte integrante de la cultura, como ya 

argumentó rotundamente el físico y novelista C. P. Snow 

en su célebre conferencia Rede

2

. Una ignorancia completa 

de las leyes de Newton, del papel jugado por Darwin en 

la biología o de las implicaciones del descubrimiento del 

código genético por Crick y Watson debería ser tan grave 

-culturalmente hablando- como desconocer la existencia 

de Shakespeare, Cervantes, Rembrandt o Mozart. Por esa 

razón la ciencia debería tener una mayor presencia en los 

medios de comunicación, y por ello es también conveniente 

que el análisis crítico de las pseudociencias siga en pie. Y 

todo ello no con ánimo de privar a los partidarios de esas 

pseudociencias de su legítimo derecho a airear sus convic-

ciones, sino con objeto de restablecer un mínimo equili-

brio, cuya pérdida deja hoy indefenso al ciudadano no in-

formado ante la conquista de los medios de comunicación 

por horóscopos, anuncios de curas milagrosas o promesas 

de fortuna, y la aparición de consultorios especializados de 

magos y brujas, pese a que solo se dediquen -tranquiliza 

saberlo- a atender buenas causas.  

Algunas consideraciones sobre la astrología y la pa-

rapsicología

No es éste, ciertamente, el lugar para hacer una crítica 

detallada de la astrología

3

, la pseudociencia hoy más exten-

dida

4

. Como es sabido, su origen se remonta a las antiguas 

civilizaciones de Mesopotamia, aunque el primer astrólogo 

moderno es Claudio Ptolomeo. A mediados del siglo II Pto-

lomeo escribió, además del famoso compendio astronómi-

co del Almagesto, el primer tratado astrológico, el Tetrabi-

blos

5

, que nos ha llegado a través de una transcripción del 

siglo XIII. Conviene observar, sin embargo, que Ptolomeo 

Los medios 

de comunicación

 

frente a las pseudociencias

José Adolfo de Azcárraga

A Ana y a Carmen

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Una instantánea del programa Milenio 3 que Iker Jiménez hizo desde Vitoria. 

(foto: Aitor López de Audikana, www.flickr.com/photos/_lope/, CC)

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ya distinguía entre las capacidades predictivas de la astro-

nomía y de la astrología; refiriéndose a la segunda describía 

“su método, menos autosuficiente... de modo que aquellos 

que buscaran la verdad no comparasen sus apreciaciones 

con las certezas del primero [el método astronómico]”. 

Pasajes semejantes pueden encontrarse, dicho sea de paso, 

en Copérnico, Kepler, Brahe, Galileo y otros padres de la 

ciencia moderna, pese a que con tanta frecuencia como dis-

cutible fundamento sean citados por los astrólogos como 

adherentes a su causa.

La astrología fue, en su origen, algo natural e inevitable. 

Tras comprobar que el Sol determina las estaciones y éstas 

las cosechas, era natural inferir el influjo de los astros sobre 

el hombre. Pero de reconocer algún efecto -nuestro ritmo 

vital es consecuencia del período de rotación de la Tierra, 

por ejemplo- a sostener que nuestro destino está influido 

por los astros media un gigantesco salto en el vacío. Tales 

generalizaciones son, hoy, insostenibles: hace siglos que la 

astronomía se separó de la astrología, como la química lo 

hizo de la alquimia

6

. ¿Cómo entender, entonces, el actual 

reflorecimiento de la astrología, la creencia en fenómenos 

supuestamente paranormales, la quiromancia, el Tarot, el I 

Ching e incluso en la brujería? A mi juicio, la razón es sen-

cilla: como ya observó Tocqueville, la mayoría de las per-

sonas prefiere creer en una falsedad simple, que no obligue 

a razonar, a estudiar una verdad complicada. La creencia en 

la astrología, los fenómenos paranormales y otros semejan-

tes es, pura y sencillamente, un acto de fe cuyas raíces son 

históricas,  culturales  y  sociales,  pero  no  científicas.  Ello 

explica, en primer lugar, la escasa evolución que a través 

de la historia ha tenido la astrología (y, en general, todas 

las pseudociencias), en marcado contraste con el gigantes-

co avance de la ciencia

7

. Un astrólogo actual, por ejemplo, 

podría mantener perfectamente una conversación con Pto-

lomeo

8

, pero este sufriría un shock cultural de proporciones 

siderales si se le explicaran las posibilidades del telescopio 

espacial Hubble o los importantes descubrimientos del sa-

télite COBE y probablemente no sobreviviría al síndrome 

de Stendhal (científico más que artístico en este caso), al 

que se vería sometido. Y es que, como todas las creencias 

dogmáticas, la astrología ha evolucionado poco; de hecho, 

una parte de su evolución ha sido forzada por la necesidad 

de incorporar los planetas que se hallan más allá de los siete 

planetas de Ptolomeo. Ello ha dado pie a un buen núme-

ro de eruditas discusiones sobre la influencia de aquellos 

e invalidado -cabe suponer- todas las cartas astrales reali-

zadas antes del descubrimiento de Urano (1781), Neptuno 

(1846) y Plutón (1930). Es obvio, por lo demás, que un 

mínimo espíritu crítico pone a la astrología en una situación 

insostenible: en todos los casos en que los astrólogos se han 

prestado a colaborar para realizar una comprobación expe-

rimental de sus predicciones el resultado ha sido negativo. 

En una experiencia reciente (1985) realizada “con algunos 

de los mejores astrólogos de Estados Unidos..., la astrolo-

gía no pudo mostrar su efectividad más allá de los aciertos 

que estadísticamente habían de producirse... La experiencia 

claramente refuta la hipótesis astrológica”

10

.

No puedo resistirme a transcribir aquí, para solaz del 

lector, un horóscopo extraído de un libro de astrología que 

presumo serio

11

. Como es sabido, no solo se hacen cartas 

natales de personas, sino que se pueden hacer de objetos 

inanimados. Ello plantea dificultades adicionales: ¿Cuál es 

el momento natal de un automóvil?, ¿el momento en que 

empieza a rodar?, ¿cuando lo adquiere su primer propieta-

rio? Pero estos problemas no parecen arredrar al astrólogo. 

He aquí por qué el Titanic estaba condenado al naufragio: 

“La historia astrológica del Titanic es una concatenación 

de mala suerte. En el momento en el que fue botado, Marte 

estaba en oposición con el ascendente (lo que indica “daño 

corporal”), Mercurio en conjunción con Saturno y ambos 

opuestos a Júpiter. Cuando comenzó el viaje el 10 de abril 

de 1912 a mediodía, el ascendente (que representa el barco) 

estaba opuesto a Urano (catástrofe) y a la Luna (los pasa-

jeros). Neptuno, el dios del mar, se situaba en la casa doce 

(desgracias) formando cuadratura con el Sol (un aspecto de 

peligro). En la carta astral del capitán Smith, Neptuno se si-

tuaba en la casa de la muerte y Urano (catástrofe) en la no-

vena casa (viajes largos). El día del naufragio, Urano estaba 

en oposición exacta con la Luna radical del horóscopo del 

capitán […]. Cualquier astrólogo consideraría esta combi-

nación como extremadamente peligrosa”. Resulta difícil 

encontrar una serie semejante de disparates en tan poco 

espacio. Me pregunto cómo serían las cartas natales de las 

1.500 personas que perecieron en el hundimiento. ¿Serían 

todas iguales a la del capitán Smith? De todos modos, la 

del capitán sería la más importante: cuestión de jerarquía. 

Lo sorprendente es que estas afirmaciones puedan hacerse 

500 años después de que Leonardo afirmase refiriéndose a 

la quiromancia, pero con igual validez para la astrología: 

“No me ocuparé de la quiromancia, pues en ella no hay ver-

dad... Verás a un gran ejército exterminado en una hora por 

la espada, y ninguno de los muertos tendrá en la mano las 

Una ignorancia completa sobre Newton, Darwin en la biología o Crick 

y Watson debería ser tan grave -culturalmente hablando- como desco-

nocer la existencia de Shakespeare, Cervantes, Rembrandt o Mozart.

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mismas líneas que el otro”. Como dice Julio Caro Baroja

12

“Un espectro milenario reaparece con nuevos ropajes... se 

venden librillos de astrología que ya hacían sonreír a algu-

nos hombres reflexivos de hace 2.500 años... Cuando llega 

el caso, hombres y mujeres se dejan dominar por un deseo 

de saber el porvenir, de conocer su destino, y los argumen-

tos que han expuesto muchas veces cabezas fuertes... no 

valen nada. No; Leonardo, Voltaire, Kant, no han existido... 

la fe puede más que la demostración”.

Desearía hacer también un breve comentario sobre los 

llamados fenómenos paranormales. Como etimológica-

mente indica su denominación, estos fenómenos, que se 

hallan al margen de los normales, se colocan por su misma 

naturaleza fuera del marco de la ciencia. Se puede decir 

que, para que un suceso sea paranormal, todas las expli-

caciones  normales deben fracasar; el carácter misterioso 

es un ingrediente esencial del fenómeno. Como dijo Julian 

Huxley al describir cómo la ciencia iba estudiando e in-

corporando distintos campos de la experiencia humana

13

“el único campo que permanece todavía fuera del sistema 

científico es el de los llamados fenómenos paranormales, 

como la telepatía o la percepción extrasensorial. Presumi-

blemente se requerirá una considerable modificación de su 

estructura teórica para que puedan ser considerados desde 

una  perspectiva  científica”.  Los  fenómenos  paranorma-

les forman un conjunto muy dispar, cuyo único nexo de 

unión es su carácter excepcional y misterioso; pertenecen, 

pues, al mismo dominio cultural y sociológico en el que 

se mueven las creencias astrológicas. Pero, al igual que la 

astrología, no han sido ignorados por los científicos, que sí 

que han tratado de averiguar lo que pudiera haber de cierto 

en ectoplasmas, médiums, poltergeists (espíritus ruidosos), 

cucharas dobladas y otros fenómenos parecidos. He aquí 

lo que el biólogo Jean Rostand

14

 afirmaba, hace ya medio 

siglo, tras participar en más de 150 sesiones de todo tipo: 

“Debo decir que no he encontrado en todo esto más que 

impostura y puerilidad. Me ha sido imposible, a lo largo 

de perseverantes ensayos, recoger el menor hecho, no diré 

ya demostrativo, sino al menos sorprendente o singular, 

que invitase a continuar la búsqueda”. Pero la búsqueda 

ha continuado, aunque sin resultados

15

. En el resumen que 

precede a un artículo aparecido hace seis años en la presti-

giosa revista Nature

16

 (la revista en la que Crick y Watson 

publicaron el artículo sobre el código genético que les va-

lió el Premio Nobel), dedicado al análisis científico de la 

paraciencia, se dice: “La paraciencia ha fracasado, hasta 

ahora, en presentar un solo hallazgo repetible. Hasta que lo 

consiga continuará siendo considerada como una colección 

incoherente de creencias basadas en la fantasía, la ilusión 

y el error”

17

.

Para concluir esta sección, me gustaría resaltar que los 

ejemplos anteriores muestran que la comunidad científica 

no es contraria, a priori, a la consideración de otros cono-

cimientos o doctrinas, por muy esotéricas que puedan ser. 

No hay, pues, especiales prejuicios contra la astrología, la 

parapsicología u otras creencias semejantes. De hecho, de 

ser ciertas sus pretensiones, se abriría un fascinante campo 

de estudio y experimentación. Ni siquiera la ausencia tem-

poral de una teoría que describiese el fenómeno podría ser, 

estrictamente hablando, una dificultad: el magnetismo de la 

piedra-imán (aunque bien observable) fue pura magia du-

rante milenios, pero nadie pudo discutir su existencia. Los 

prejuicios nacen cuando la verificación de las afirmaciones 

de las pseudociencias permite comprobar su falta absoluta 

de fundamento, y se observa que las repetidas refutaciones 

no producen el menor efecto en sus seguidores, confirmán-

dose así el carácter dogmático de sus credos. Pues no basta 

tener fe para que el fenómeno se presente o la predicción se 

realice. Llegados a este punto, no queda más remedio que 

invocar el viejo principio jurídico según el cual el peso de 

la prueba corresponde a quien afirma. Por eso, y mientras 

no se presente un hecho cierto, la astrología, lo paranormal 

y las ciencias ocultas no merecen otro calificativo que el de 

dogmas seudocientíficos basados en el error, la superstición 

y, con demasiada frecuencia, en el fraude.

Aspectos comunes de las seudociencias

La discusión anterior puede servirnos para establecer 

unos criterios generales cuya presencia sirve para distin-

guir las pseudociencias de las ciencias en general. Las ma-

temáticas, la física o la biología son las mismas en China 

que en Europa. Sin embargo, el horóscopo chino es dife-

rente del occidental, aunque sus objetivos puedan ser los 

mismos. Las pseudociencias dependen, pues, del medio 

cultural en el que se han desarrollado, pero sus especiales 

métodos de trabajo, los efectos que estudian y las causas 

a los que son atribuidos les confieren algunas propiedades 

comunes. He aquí las que a mí me parecen más sobresa-

lientes

18

.

1. El origen del efecto observado o predicho se atribu-

ye a uno o varios agentes, generalmente mal identificados, 

cuya intensidad es difícil o imposible de valorar. Al mismo 

La creencia en la astrología, los fenómenos paranormales y otros se-

mejantes es, pura y sencillamente, un acto de fe cuyas raíces son his-

tóricas, culturales y sociales, pero no científicas.

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tiempo, no existen razones que permitan asociar el efecto 

a unas causas determinadas frente a otras igualmente po-

sibles.

(¿Por qué ha de ser Marte más importante en el naci-

miento de una persona que el ginecólogo que atiende a su 

madre? Su influencia gravitatoria, por ejemplo, es bastante 

mayor que la de Marte

19

,y no digamos la debida a su capa-

cidad profesional).

2. El propio efecto es difícil de medir o de cuantificar. 

Su predicción se realiza en términos de tendencias o pro-

babilidades, en general imprecisas. Además, resulta difícil 

justificar por qué las causas que dan lugar a estos efectos 

no pueden manifestarse de forma más concluyente.

(Es un dictum de la astrología “que las estrellas inclinan, 

pero no obligan”. Pero, si son capaces de inclinar, ¿qué es 

lo que les impide obligar? Si un fallecido puede comuni-

carse de una forma críptica con un familiar en una sesión 

de espiritismo, ¿qué es lo que le impide hacerlo de forma 

clara?).

3. La presencia de los efectos se mide en estadísticas 

de dudosa fiabilidad, mal confeccionadas o que omiten los 

casos desfavorables. Cuando no es así, los efectos apare-

cen en experiencias irrepetibles, cuyo resultado no puede 

verificarse ni someterse a control.

4. A pesar de ello, se afirma que existe una elevada pre-

cisión o un gran número de aciertos. Sin embargo, las 

predicciones de los horóscopos merecen el calificativo de 

délficas por su vaguedad o por su completa generalidad

de  hecho,  su  falta  de  especificidad  las  hace  aplicables  a 

cualquier nativo (sujeto)

20

.

5. La justificación del efecto hace uso de hipótesis fan-

tásticas, frecuentemente arropadas en un léxico científico

También es común el uso de instrumentos científicos (or-

denadores o cámaras fotográficas especiales, por ejemplo) 

en la predicción o detección del efecto. Entre los nombres 

científicos  tomados  hoy  repetidamente  en  vano  figura  la 

quinta (sexta...) dimensión -la obsesión por las dimensio-

nes viene de la ya antigua fascinación que la Teoría de la 

Relatividad ejerce entre algunos cultivadores de las pseu-

dociencias- y, muy recientemente, la presunta quinta fuer-

zai.e., la que es diferente de las cuatro habituales: gravi-

tatoria, débil, electromagnética y fuerte.

6. A pesar de su carácter disparatado, las hipótesis a las 

que se refiere el anterior apartado no son en realidad lo 

bastante fantásticas o revolucionarias, como frecuente-

mente sucede en las revoluciones científicas. La Natura-

leza tiene mucha más imaginación y es capaz de asom-

brarnos mucho más profundamente. ¿Quién hubiera pro-

nosticado que el tiempo no tenía carácter absoluto en siglo 

XIX, antes de la aparición de la Teoría de la Relatividad, o 

imaginado la estructura del ADN y su papel en la herencia 

a principios de este siglo? ¿Se hubiera podido entonces 

concebir el actual proyecto Genoma? Las doctrinas pseu-

docientíficas, incluso si se adornan de un argot científico, 

tiene un marcado carácter antropomorfo

21

 que traiciona el 

sustrato social y cultural que las originó. Este sustrato las 

hace prácticamente inmutables, pues las ambiciones y las 

debilidades humanas cambian escasamente con el tiempo; 

en contraposición, los conocimientos científicos actuales 

son extraordinariamente más extensos que los de hace tan 

solo 100 años. Más aún: la evolución científica ha seguido 

frecuentemente, en cada generación, pautas completamen-

te imprevisibles para la anterior.

7. Los partidarios de las pseudociencias son reacios a so-

meterse al control científico. Con frecuencia sostienen que 

sus estudios están más allá de la ciencia oficial, incapaz 

-dicen- de incorporar sus conocimientos.

8. La justificación del fracaso de una predicción o expe-

riencia se basa en argumentos ad hoc que, en ocasiones, se 

atribuyen al marcado escepticismo de alguno de los obser-

vadores (la llamada voluntad fuerte) que impide el éxito 

de la misma.

9. Casi todos los partidarios de las pseudociencias se 

encuentran fuera de la comunidad científica, aunque con 

frecuencia se arropen con títulos inexistentes o expedidos 

por universidades que, nunca mejor dicho, merecen la no-

minación de universidades fantasmas

22

. Ante las críticas 

suelen responden afirmando que conviene distinguir entre 

los practicantes serios y los charlatanes. Sin embargo, no 

existen casos conocidos, al menos notorios, en los que los 

serios denuncien públicamente a los impostores.

10. Finalmente, existe en torno a las pseudociencias una 

actividad económica subterránea importante, poco conoci-

da y peor controlada, ante la que el sufrido consumidor se 

encuentra completamente desamparado, incluso desde el 

punto de vista legal

23

. Todas las pseudociencias presentan 

un número elevado de estas características, que son el re-

sultado de una esencial:

Las pseudociencias renuncian, en la práctica, al método 

científico

24

, es decir, a la comprobación de sus prediccio-

nes por medio de experiencias controladas e independien-

tes. Por otra parte, al no requerir necesariamente que igua-

Como  ya  observó  Tocqueville,  la  mayoría  de  las  personas  prefiere 

creer en una falsedad simple, que no obligue a razonar, a estudiar una 

verdad complicada.

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les circunstancias produzcan iguales efectos, su proceder 

también pone en cuestión el principio de causalidad, base 

toda ciencia.

Como consecuencia, las pseudociencias no poseen -no 

pueden tener, cabría decir- un cuerpo de doctrina lógica-

mente estructurado; por el contrario, sus credos tienen 

raíces históricas y sociológicas, y escaso o ningún funda-

mento empírico. Por ello, el mismo hecho de que las pseu-

dociencias se hayan mantenido hasta hoy es también una 

indicación de que no desaparecerán en el futuro; es más, 

cabe pensar que su auge actual está relacionado con la 

disminución de las creencias religiosas tradicionales, que 

estaría facilitando el avance del ocultismo y de los credos 

pseudocientíficos en general.

Algunos aspectos sociales de las pseudociencias y el 

papel de los medios de comunicación

Las predicciones astrológicas, si se presentan como entre-

tenimiento o incluso como simple creencia, no pueden cau-

sar gran daño, aunque, como dice el viejo aforismo, solo la 

verdad libera al hombre. Sin embargo, si la astrología (o la 

parapsicología, por ejemplo) se presenta como algo cierto 

que constituye, además, un instrumento válido de consulta, 

y los futurólogos se anuncian en los periódicos y mantienen 

programas fijos de radio y televisión, la cuestión cobra un 

aspecto completamente diferente. Aunque un sano espíritu 

de duda puede estar presente en algunas de estas consultas, 

y por tanto hacerlas inofensivas, otras muchas –máxime si 

la consulta implica el pago de unos honorarios- se hacen 

con la mayor seriedad y convicción. El renacer de los con-

sultores astrológicos y mágicos de todo tipo no es, pues, un 

fenómeno intrascendente o inocuo. Que circunstancias tan 

triviales como unas cartas o la fecha y hora de nacimiento, 

solo modificadas, quizá, por las posibles dotes psicológi-

cas del futurólogo consultado, sirvan para aconsejar sobre 

cuestiones de empleo, salud o familiares es asunto muy se-

rio. Por ello, hay que afirmar con claridad que los medios de 

comunicación que fomentan este tipo de creencias en sus 

ediciones o programas, sin que nunca se mencione en ellos 

algo que permita dudar de su efectividad (y me refiero aquí 

al propio sistema de predicción, no al hecho de que la ten-

dencia anunciada pueda o no manifestarse) están actuando 

de forma irresponsable.

Hay también, qué duda cabe, una cierta falta de control 

en el desarrollo de este tipo de actividades, resultado del 

vacío legal

25

 existente, que es difícil de llenar (aunque 

quizá convenga no hacerlo), y que contrasta con la prolija 

reglamentación que regula la actividad de muchas profe-

siones o industrias. Es sorprendente que la sociedad exi-

ja un título universitario a un arquitecto o a un cirujano 

y que al mismo tiempo permita a un futurólogo mantener 

su consultorio sin garantía alguna. Sin embargo, bastaría 

que un cliente perjudicado por seguir los consejos recibi-

dos pudiera entablar una demanda legal (algo muy difícil 

puesto que los futurólogos solo dan consejos de acuerdo 

con las tendencias observadas) para que el número de con-

sultorios disminuyera sensiblemente (cuando menos, por el 

peso económico de los seguros de negligencia profesional 

que se harían necesarios). Resulta paradójico que se pueda 

demandar a un médico, por ejemplo, por una intervención 

quirúrgica desafortunada y que no se pueda llevar ante los 

tribunales a quien, previo cobro de unos honorarios, haya 

aconsejado equivocadamente sobre cuestiones familiares o 

de negocios o vendido brebajes cuya eficacia se reduce, en 

el mejor de los casos, al efecto placebo.

Frecuentemente se leen en la prensa declaraciones de 

futurólogos según las cuales importantes personajes polí-

ticos les consultan periódicamente, y que incluso algunas 

empresas les pasan los datos de nacimiento de quienes soli-

citan empleo para que les asesoren en su contratación. Son 

declaraciones de intención publicitaria que se realizan, por 

supuesto, impunemente, pues al no dar nunca nombres –in-

vocando el secreto profesional- son imposibles de desmen-

tir o verificar. Pero es obvio que si una empresa, por ejem-

plo, utilizara la fecha y hora de nacimiento de un solicitante 

entre los datos que deciden la contratación, estaría violando 

el principio constitucional de igualdad y, por tanto, come-

tiendo un delito. Por lo que se refiere a los consejos que 

los futurólogos supuestamente dan a los políticos, no pue-

do menos de coincidir con Caro Baroja

26

 cuando dice, no 

sin ironía, que “no se deben tomar medidas contra magos, 

adivinos, hechiceros y ‘caldeos’, como las tomaron hace 

2.000 años algunos emperadores romanos. Pero sí se de-

bería excluir de cargos de responsabilidad a los que creen 

en ellos”

27

. Mas, ¿qué se puede hacer si los electores son 

también creyentes?

¿Qué conducta pueden seguir los medios de comuni-

cación frente al avance de las pseudociencias? En primer 

lugar, pueden establecer un contrapeso crítico a estas 

creencias. Sin querer entrar en el terreno de la deontología 

periodística, que no me corresponde, creo que los medios 

de comunicación deberían ser más prudentes a la hora de 

No hay, pues, especiales prejuicios contra la astrología, la parapsi-

cología u otras creencias semejantes. De hecho, de ser ciertas sus 

pretensiones, se abriría un fascinante campo de estudio y experimen-

tación..

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reproducir, sin que vayan acompañadas del debido con-

traste, determinado tipo de noticias. En particular, todas 

aquellas en las que concurrieran algunos de los aspectos a 

los que aludía en la sección anterior deberían ser tratadas, 

al menos, como sospechosas. Si se presentara una perso-

na diciendo que la Tierra es plana, ¿publicarían los medios 

de comunicación esa noticia como una posibilidad verosí-

mil? Entonces, ¿por qué, por ejemplo, se dedicaron muchas 

páginas y horas a los aún recientes fenómenos del palacio 

madrileño de Linares reproduciendo, sin cuestionarlas, las 

disparatadas interpretaciones que recibieron? No desearía 

entrar, entre otras cosas por falta de competencia, en las tur-

bulentas aguas en las que se entremezclan el periodismo de 

información y el de opinión. Pero, en cualquier caso, creo 

que los medios de información podían haber dado una vi-

sión algo más equilibrada de los hechos recogiendo, al me-

nos, otras opiniones. En estos asuntos la actitud puramente 

notarial del periodista, limitándose a reproducir lo que otro 

afirma, no hace más que servir de caja de resonancia a la 

superchería, máxime cuando, una vez descubierta esta, los 

desmentidos ocupan una fracción de espacio o tiempo des-

preciable frente al dedicado a la noticia original.

No se trata, como ya dije en la introducción, de impedir 

la creencia en la astrología, la parapsicología o la magia 

en general, ni de poner cortapisas a la libertad de expre-

sión. Se trata, simplemente, de restablecer el equilibrio en 

los medios de comunicación entre los espacios favorables 

a esas creencias y los críticos o los dedicados a las cuestio-

nes científicas. Pues los medios de comunicación, además 

de defender sus legítimos intereses económicos (y no cabe 

duda de que el ocultismo vende), deben considerarse tam-

bién –aunque sean privados- como un servicio público. Y 

no pueden ignorar que el negocio de las ciencias ocultas 

está basado, desgraciadamente, en la infelicidad y credu-

lidad humanas y que, salvo excepciones, no son las clases 

privilegiadas las consumidoras del producto, sino las que 

se encuentran material y culturalmente menos favorecidas. 

Creo que aquí –además de su misión principal como infor-

madores sobre cuestiones científicas- los periodistas cien-

tíficos pueden desarrollar (y me consta que algunos ya lo 

hacen) una gran labor poniendo un freno al oscurantismo 

y la ignorancia.

Se podría pensar que la publicación de noticias como la 

que mencioné arriba solo provoca sonrisas en la audiencia 

y que por tanto es inocua. Pero quien eso crea está sub-

estimando la enorme fascinación y prestigio que posee la 

letra impresa (y, también, la radio y la televisión), y super-

valorando la formación y el espíritu crítico del ciudadano 

medio. ¿Qué mensaje subliminal se le está ofreciendo a 

este, por ejemplo, cuando la televisión pasa sin solución 

de continuidad (como llegó a hacer TVE los sábados) de 

las predicciones del horóscopo a las noticias del telediario 

principal del día? La respuesta es obvia: que ambas tienen 

el mismo grado de credibilidad. Y aunque, dado el carácter 

de algunos telediarios, ello no sea del todo imposible, ¿qué 

debe concluir nuestro ciudadano ante los muchos artículos 

de prensa y programas radiotelevisivos dedicados al ocul-

tismo, en los que se propagan necedades y supersticiones 

no siempre inocentes? ¿Qué debe pensar ante su abundan-

cia y la escasez de los espacios científicos, cuando le consta 

que se mide al minuto el tiempo que se dedica a las distintas 

opciones políticas y que, cuando no se mantiene el adecua-

do equilibrio, el medio es tachado de partidista?

Los medios de comunicación no son, naturalmente, res-

ponsables de este renacer de las ciencias ocultas, pero sí 

han contribuido a su rápida expansión actual. Aunque siem-

pre hay unas pocas excepciones que confirman la regla, la 

actitud de los medios de comunicación frente a las para-

ciencias se caracteriza por su falta de sentido crítico. Quizá 

contribuya a ello la falta de una formación científica ele-

mental en algunos de los periodistas que tratan estos temas, 

algo que las facultades de periodismo podrían ponderar en 

esta época de reformas de planes de estudios universita-

rios. Pero también los científicos tenemos una buena parte 

de la responsabilidad, por encerrarnos en la comodidad de 

nuestros laboratorios o despachos universitarios y rehuir, 

por inútil, toda discusión que no concierna directamente a 

nuestro trabajo

28

. La sociedad tiene derecho a recibir una 

mayor información de aquellos cuyas investigaciones está 

financiando de una manera más o menos directa, y los cien-

tíficos la obligación de proporcionarla si desean continuar 

recibiendo su apoyo.

¿Qué hacer? Yo me atrevería a pedir a los medios de co-

municación que dedicaran a los temas científicos un mayor 

espacio. Hay que reivindicar la ciencia como parte inte-

grante e inseparable de la cultura. Una mínima base cien-

tífica es, además, imprescindible para que el ciudadano ac-

tual pueda tomar decisiones informadas ante los problemas 

Existe en torno a las pseudociencias una actividad económica subte-

rránea importante, poco conocida y peor controlada, ante la que el su-

frido consumidor se encuentra completamente desamparado, incluso 

desde el punto de vista legal.

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cada vez más complejos del mundo de hoy de los que la 

contaminación, el decrecimiento de los recursos naturales y 

la superpoblación (al margen de la desigual distribución de 

la riqueza) son solo un ejemplo. Para bien o para mal –en 

conjunto, pienso que para bien- la ciencia y la tecnología 

ocupan un espacio en nuestras vidas cada vez mayor, y no 

pueden ser ignoradas. No debemos –no podemos- fomentar 

ideas y puntos de vista que tuvieron su época dorada en 

la Edad Oscura, como si el tiempo hubiera transcurrido en 

vano. Creo que todos los profesionales de los medios de 

comunicación estarán de acuerdo conmigo en este punto.

Pero quizá no se pueda incrementar inmediatamente la 

presencia de los temas científicos en los medios de comuni-

cación, o puede que su aumento encuentre inicialmente di-

ficultades económicas; como ya les dije, las ciencias ocul-

tas son un buen negocio. En este caso, cabría conformarse 

con que, al igual que los paquetes de cigarrillos llevan una 

recomendación sobre el peligro que representan para la sa-

lud, los periódicos que publican horóscopos (es decir, casi 

todos) los precedieran de esta advertencia:

Seguir las indicaciones del horóscopo puede resultar 

perjudicial para su futuro.

No sería, para empezar, mucho pedir.

Apéndice: ocho preguntas a las que, antes de afirmar 

su validez, la astrología debe responder

Si usted, amable lector, ha llegado hasta aquí es que no 

es favorable a las creencias esotéricas. En ese caso, quizá 

le interese el cuestionario

29

 que sigue, que pone de mani-

fiesto la falacia de la reina de las pseudociencias, la astro-

logía. Pero no espere que nadie que haya abrazado la fe 

astrológica la abandone tras ser sometido a las preguntas 

que siguen. Su respuesta será, en el mejor de los casos, una 

pobre parodia de Hamlet: hay más cosas en este mundo, le 

responderán, que las que sueña tu racionalismo científico.

1. Los horóscopos que se publican en la prensa

30

  indican 

el porvenir de las personas según el signo del zodíaco al 

que pertenecen. ¿Cómo es posible, en consecuencia, que 

cada doceava parte de la población terrestre –unos 100 mi-

llones de seres comparten cada signo del zodíaco- tenga 

un futuro común? Y si –como es obvio- eso no es posible, 

¿cómo se puede mantener la validez del horóscopo?

2. El horóscopo chino (resultado de otro sustrato cultural) 

es muy diferente del occidental

31

; se rige por ciclos de 12 

años representados por animales, que afectan no solo a las 

personas nacidas ese año, sino al año mismo. ¿Cómo pue-

den, entonces, ser compatibles las predicciones de ambos 

horóscopos? Y si uno es falso (el occidental, es de suponer, 

por razones puramente demográficas), ¿no serán entonces 

falsos los dos?

3. Los planetas Urano, Neptuno y Plutón se descubrieron 

en 1781, 1846 y 1930, respectivamente. ¿Son falsos todos 

los horóscopos realizados antes de esas fechas? Y, si solo 

eran ligeramente incorrectos, ¿por qué sus deficiencias no 

permitieron a los astrólogos detectar esos planetas?

32

4. ¿Por qué, en el levantamiento de la carta astral de una 

persona, lo importante es el momento del nacimiento (hora 

Greenwich, por supuesto), y no el de la concepción? ¿Es 

esta una regla práctica que evita formular preguntas literal-

mente embarazosas o es que las paredes abdominales de la 

madre originan –a efectos astrológicos- un efecto pantalla 

sobre el futuro del feto?

5. Si, como los astrólogos afirman, sus métodos se pue-

den aplicar a las finanzas y a la política, ¿por qué no hubo 

miles de astrólogos que predijeran el lunes negro de Wall 

Street de 1987, la caída del muro de Berlín o la crisis del 

Golfo de la misma forma que todos los astrónomos del 

mundo saben cuándo va a tener lugar un eclipse o ha de re-

aparecer un cometa? ¿Por qué siempre se señalan los signos 

astrológicos que permitían anticipar esos y otros aconteci-

mientos después de que han sucedido?

6. Si la astrología es una ciencia, ¿por qué los conoci-

mientos astrológicos no han convergido en un cuerpo de 

doctrina tras miles de años de recogida de datos, y se man-

tienen –más o menos- como en los tiempos de Ptolomeo?

33

7.  Si  la  influencia  astrológica  es  consecuencia  de  una 

fuerza o campo aún desconocido, ¿por qué se limita al Sol, 

la Luna y los planetas? ¿Por qué se ignoran las estrellas, las 

galaxias y los quásares? ¿Por qué se supone implícitamente 

que el efecto astrológico no depende de la distancia cuando 

todas las fuerzas conocidas en la naturaleza sí dependen 

de ella?

8. Finalmente, ¿por qué las predicciones astrológicas no 

funcionan?

9. Pues, en última instancia, no es necesario saber cómo 

funciona algo para saber que sí funciona (de otro modo, 

la mayoría de los mortales no podría usar el teléfono o la 

televisión).

No se trata de impedir la creencia en la astrología, la parapsicología o 

la magia en general, ni de poner cortapisas a la libertad de expresión; 

sino de restablecer el equilibrio en los medios de comunicación entre 

los espacios favorables a esas creencias y los críticos o los dedicados 

a las cuestiones científicas.

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Poco valor tendría la medicina, el arte o la ingeniería si 

solo reconocieran su mérito médicos, artistas o ingenieros. 

Sin embargo, solo los astrólogos parecen reconocer el valor 

de la astrología. Y si nada puede ser más importante que 

conocer las tendencias –al menos- que van a gobernar el fu-

turo de personas y países, ¿por qué los Gobiernos no invier-

ten ingentes sumas de dinero en investigación astrológica?

Nota editorial: este artículo se basa en Los medios de co-

municación frente a las pseudociencias (ponencia invitada 

al  V  Congreso  Iberoamericano  de  periodismo  científico, 

Valencia, 21-24 Nov. 1990), y fue publicado originalmente 

en  CLAVES de Razón Práctica nº 26, p. 65-71, Octubre 

1992. Agradecemos a la revista CLAVES el permiso para 

su reproducción en El Escéptico.

José A. de Azcárraga es catedrático de Física 

Teórica de la Universidad de Valencia

Notas:
1- Existe, paralelamente, una extensa oferta bibliográfica. Por 

ejemplo, y por citar solo libros en castellano, el catálogo de una 
acreditada librería valenciana ofrecía en marzo de 1990 más de 
220 títulos sobre “Creencias varias, esoterismo, magia, ciencias 
ocultas y afines” con títulos tan sugestivos como Teoría y prácti-
ca de la reencarnación, 
del doctor Jiménez del Oso. (Debo con-
fesar que no he conseguido ese libro, a pesar de mi interés en la 
práctica de la reencarnación).

2-  C. P. Snow, The two cultures and a second look: an ex-

panded  version  of  the  two  cultures  and  the  Scientific  Revolu-
tion
, Cambridge Univ. Press (1963) [versión española: Las dos 
culturas y un segundo enfoque, 
Alianza Ed. (1977)]. M. Green, 
The two cultures gap revisited, American Journal of Physics, 47, 
1.020 (1979); R.J. Bieniek, Evolution of the two cultures contro-
versy, ibid. 
49, 417 (1981). No ha sido Snow el único en tratar 
este problema; véase, por ejemplo, J. Bronowski, On being an 
intellectual, 
Smith College, Northampton, Mass. (1968); Science 
and human values
, Harper and Row (1965).

3- R. B. Culver y P. A. Ianna, Astrology: true or false? A scientific 

evaluation, Prometheus Books, Buffalo, N.Y. (1984).

4- Una encuesta Gallup de 1986 (mayo/junio) realizada entre 

jóvenes de Estados Unidos mostró que el 52% cree en la as-
trología, un 46% en la percepción extrasensorial, un 19% en la 
clarividencia, un 19% en la brujería, un 15% en fantasmas y un 
13% en el monstruo del lago Ness. La situación en España no 

debe de ser mejor

5- C. Ptolomeo, Tetrabiblos; texto griego, con traducción ingle-

sa (de F. E. Robbins, publicado por Loeb Classical Lib., Londres 
(1940).

6-  Por  lo  que  se  refiere  (al  menos)  a  la  astronomía  y  la  as-

trología, conviene resaltar que, en realidad, nunca formaron un 
cuerpo de doctrina único. Pese a las pretensiones de los astrólo-
gos, sería más apropiado decir que la astronomía y la astrología 
caminaron juntas durante mucho tiempo, pero sin mezclarse.

7- Con la palabra avance me estoy refiriendo, naturalmente, a 

la acumulación de conocimientos que permiten una mejor des-
cripción de la Naturaleza. La finalidad de la ciencia -al menos de 
la ciencia pura- es el descubrimiento de las leyes que rigen los 
fenómenos naturales, no la felicidad humana. Es común repro-
char a la ciencia, y quizá no sin fundamento, que su avance no 
conduce necesariamente a una mayor felicidad del hombre, pero 
ese reproche no es un reproche científico. Pese a todo, la ciencia 
ha contribuido globalmente al bienestar humano de forma nota-
ble, decisiva, como lo prueba el vertiginoso aumento de la po-
blación del planeta (un éxito que, por no ir asociado al grado de 
instrucción necesario, constituye hoy paradójicamente la mayor 
amenaza para la sociedad humana que podría morir de éxito).

8- Un buen número de las expresiones modernas de la astrolo-

gía, tales como “casa lunar o solar”, “era de Acuario”, etcétera, se 
deben a Ptolomeo y tienen, por tanto, casi 2.000 años.

9- S. Carlson, A double-blind test of astrologyNature, 318, 419 

(1985).

10- En el experimento, los astrólogos participantes convinieron 

en definir la Tesis fundamental de la astrología como que “las po-
siciones de los planetas (todos los planetas, el Sol y la Luna, más 
otros objetos definidos por los astrólogos) en el momento del na-
cimiento pueden usarse para determinar los rasgos generales de 
la personalidad del sujeto, sus tendencias temperamentales y de 
comportamiento, y para indicar los acontecimientos más impor-
tantes con los que el sujeto probablemente se encontrará.

11- D. y J. Parker, The new complete astrologer, M. Beazley 

Pub, Ltd. (1984). Edición española bajo el título Nuevo gran libro 
de la astrología
, Editorial Debate, Madrid (1988).

12- J.C. Baroja, La cara, espejo del alma: Historia de la Fisiog-

nómica,  Círculo  de  Lectores  (1987);  “La  fe  astrológica  y  otras 
calamidades”, artículo en el periódico ABC, 21-5-1988, pág. 3.

13- J. Huxley, Essays of a humanist, Pelican Books (1966).
14-J. Rostand, L’Homme, Gallimard (1941). Edición española: 

El hombre, Alianza Ed.

15- Los libros de M. Gardner, Fads and fallacies in Science

Dover, N.Y. (1957), y Science: good, bad and bogus, Prometheus 

Los científicos tenemos una buena parte de la responsabilidad, por 

encerrarnos en la comodidad de nuestros laboratorios o despachos 

universitarios y rehuir, por inútil, toda discusión que no concierna di-

rectamente a nuestro trabajo.

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Books, Buffalo, N.Y. (1981) [versión española: La ciencia: lo bue-
no, lo malo y lo falso, 
Alianza Ed. (1988)], contienen una variada 
información y referencias al respecto.

16- D.F. Marks, Investigating the paranormalNature, 320, 199 

(1986).

17- S. Blackmore, The elusive open mind: ten years of negati-

ve research in parapsychologyThe Skeptical Enquirer, XI, 244 
(1987). A. Franknoi, Scientific responses to Pseudoscience re-
lated to Astronomy, Mercury
,  septiembre-octubre,  144  (1990). 
Agradezco a J.C. Cornell Jr. este artículo, que contiene una co-
lección actualizada de referencias sobre el análisis crítico de las 
pseudociencias.

18- Algunas de estas características sirven también para detec-

tar experiencias científicas mal planeadas, como señaló el Nobel 
de química Irving Langmuir en un renombrado coloquio de 1953. 
[La conferencia ha sido reproducida recientemente en Physics 
Today
, 42, fasc. 10, pág. 36 (1989)].

19- He aquí los efectos gravitatorios sobre un recién nacido. Si 

se supone que el bebé tiene una masa de 3 kilos, la madre de 
50, el médico de 75, el hospital de 2,1 x 10

6

, que entre madre e 

hijo hay una distancia de 15 centímetros, de 30 entre el doctor y 
el bebé, y que la distancia entre el centro de masa del hospital 

y el niño es de unos 6 metros, las influencias gravitatorias sobre 
el bebé de la madre, del doctor, del hospital y del Sol serían, 
respectivamente, 20, 6, 500 y 850.000 veces mayores que las de 
Marte. (R.B. Culver y P.A. Ianna, op. cit.).

20- He aquí algunas partes del horóscopo de la Biblioteca bri-

tánica [T.S. Pattie, Astrology, The British Library Board (1980)], 
tomando como referencia el 1 de julio de 1973 a medianoche: 
“La concentración del Sol, la Luna, Venus y Mercurio en Cáncer 
muestra que la Biblioteca será una fuerza importante en la vida 
de la nación... Es una suerte que Saturno no se haya unido a 
los otros cuerpos celestiales en Cáncer. Esto hubiera sido desas-
troso, e implicado la pérdida de un rico patrimonio. El nativo (la 
Biblioteca) hubiera sido estúpido, malicioso y sacrílego...”. Verda-
deramente, la Biblioteca británica ha sido afortunada. (Ignoro por 
qué criterio se ha seleccionado la fecha; quizá es la de la última 
reforma importante. Sería interesante conocer lo que dirá el ho-
róscopo cuando concluya la controvertida ampliación que actual-
mente se lleva a cabo. En cualquier caso, lo transcrito también 
podría aplicarse a cualquier Biblioteca Nacional).

21- El fenómeno de los ovnis, aunque fuera de las pseudo-

ciencias, presenta con ellas muchos aspectos comunes y, en 
particular, esa falta de imaginación. Los presuntos visitantes 

(foto: Eddie Codell, www.flickr.com/photos/ekai/, CC)

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(foto: Juan Diego Blanco, www.imaginaras.com)

son casi siempre descritos de forma extravagante, pero an-
tropomorfa; la imaginación de los testigos no da para más. El 
lector interesado en un análisis científico de estos fenómenos 
puede consultar C. Sagan y T. Page (eds.), UFOs, A scientific 
debate
, W.W. Norton, 1974.

22- En la mente de todos hay ejemplos de doctores dedicados 

a propagar los credos pseudocientíficos desde la prensa, radio 
y televisión.

23- Según datos que tomo de la prensa [M. Crespo, “El negocio 

de la magia”, Hoja del Lunes, Valencia, 15-10-1990, pág. 22], se 
estima que el negocio de la magia mueve en España más de 
20.000 millones de pesetas anuales, correspondiendo más de la 
mitad de esa cifra a la compra de amuletos mágicos en tiendas 
especializadas cuyo número aumenta sin cesar. Unos dos millo-
nes y medio de personas visitan los consultorios, que atienden a 
unas 8 o 9 personas por día; el gasto medio anual por consultan-
te “es” de 8.000 pesetas. A la cifra anterior -que hay que tomar 
con las debidas reservas- hay que sumar la de la publicidad de 
los programas de radio y televisión dedicados a la predicción del 
futuro, hoy desgraciadamente tan extendidos.

24- Toda teoría científica debe superar ciertas condiciones: a) 

La teoría debe describir adecuadamente los datos experimen-

tales existentes (la precisión con la que esos datos se hayan 
obtenido, y la exactitud de la descripción alcanzada, determinará 
el grado de confianza que merece la teoría y cuáles son sus li-
mitaciones); b) La teoría debe ser capaz de predecir fenómenos 
nuevos, más allá de los que sirvieron para formularla, y que pue-
dan ser observados empíricamente. Si las predicciones se verifi-
can, las nuevas experiencias reafirman la teoría. Si no es así, c) 
debe buscarse una nueva teoría que, en los límites de aplicación 
de la anterior, concuerde con ella y, cuando no sea así, permita 
describir también las experiencias en las que aquella fracasó

25- En Estados Unidos ha habido recientemente dos sentencias 

judiciales importantes sobre la astrología. [Véase G. Dean, Does 
astrology need to be true? The answer is no. The Skeptical Enqui-
rer
 XI, 257 (1987)]. En ellas, el Tribunal Supremo de California y 
un tribunal federal dictaminaron en 1984 y 1985 que la astrología 
y la adivinación están permitidas bajo la Primera Enmienda, que 
prohíbe toda restricción a la libertad de expresión: “Una creencia 
no necesita tener una base científica para que uno pueda expre-
sar públicamente esa creencia”. Aunque estas sentencias parecen 
dar una base legal a la práctica de la astrología, conviene recordar 
que una disposición legal no es necesariamente una validación 
científica: en 1894, el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley 

Fernándo Jiménez del Oso, pionero magufo en TV con los programas Más Allá y La Puerta del Mistero (foto: archivo)

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el esc

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verano 2015

que equivalía ¡a declarar falsa la ley de Ohm! (la responsabilidad, 
todo hay que decirlo, fue del comité técnico que realizó el informe 
para el Congreso). Véase R.D. Jackson, Classical Electrodyna-
mics, 
John Wiley (1962), pág. 813.

26- La fe astrológica y otras calamidadesop. cit.
27- Cuando Dante visitó el infierno guiado por Virgilio, se en-

contró con que los adivinos sufrían tormento eterno caminando 
continuamente en círculo: “Vi con asombro que cada uno estaba 
como del revés, de modo que mostraban el rostro vuelto hacia la 
espalda y tenían que andar hacia atrás, pues les era imposible 
ver hacia delante” (La Divina Comedia,  el  Infierno,  Canto  20). 
No obstante, la actitud de Dante respecto de la astrología refleja 
las ambigüedades propias de la Edad Media (compárese la cita 
anterior con El Convite, Tratado II).

28- Sirva esta contribución al debate entre ciencias y pseudo-

ciencias como eximente de la parte de culpa que me pudiera tocar.

29- Véase también A. Franknoi, Your Astrology defense kit, Sky 

and Telescope, agosto de 1989, pág. 146. Agradezco a J. Navarro 
Faus el que me haya hecho llegar este artículo.

30- Y alguno habrá que los propios astrólogos consideren bueno; 

si no, deberían desacreditar todos esos horóscopos públicamente.

31- Esto se refleja en el valor que se les da a los distintos ani-

males del zodíaco. Por ejemplo, la serpiente es venerada en 
Oriente  por  su  sabiduría,  sagacidad  y  seriedad.  La  serpiente 
hombre es romántica y con sentido del humor; la mujer serpien-
te, bella y dichosa por ello. ¡Quién lo hubiera supuesto aquí, en 
Occidente, donde la tradición cristiana asocia la serpiente al es-
píritu maligno!

32 Si la astrología siguiera el método científico (véase la nota 

24), su modo de proceder hubiera sido como sigue: En primer 
lugar, los astrólogos hubieran contrastado sus predicciones teó-
ricas, calculadas a partir de los planetas conocidos, con la expe-
riencia. En ese caso, hubieran encontrado solo aciertos puramen-
te estadísticos y abandonado la astrología como instrumento útil 
para la predicción del futuro. Pero supongamos que no hubiera 
sido así y que hubieran encontrado una verificación parcial de sus 
predicciones. Su confianza en la teoría (en el levantamiento de la 
carta astral o natal) les hubiera hecho entonces sospechar que 
el fallo parcial se debía a que no se estaban considerando todas 
las posibles influencias y, consecuentemente, hubieran predicho 
que había uno o varios planetas cuyos efectos estaban siendo 
ignorados en el levantamiento de la carta natal. Así, los nuevos 
planetas hubieran sido descubiertos por los astrólogos. He aquí, 
sin embargo, cómo se descubrió Neptuno: la órbita de Urano pre-
sentaba irregularidades que no podían ser descritas adecuada-
mente por la aplicación de las leyes de la mecánica de Newton 
a los planetas conocidos. Esto llevó a los científicos Urbain J.J. 
Leverrier en Francia, y John C. Adams en Cambridge, a predecir 
la existencia y la posición de un nuevo planeta, responsable de 
las irregularidades observadas. Neptuno fue entonces encontra-
do por el astrónomo alemán Galle el 23 de septiembre de 1846.

33-  Hablo de un cuerpo de doctrina estructurado, no de una 

colección de reglas misteriosas. Las contribuciones que la astro-
logía ha ido recibiendo a lo largo de los años (como la reciente 
teoría de los “armónicos de los ciclos cósmicos”, de J. Addey) 
no invalidan la afirmación anterior, pues no han contribuido ni a 
estructurar el credo astrológico ni a mejorar su inexistente capa-
cidad de predicción.