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fender es un verbo cuando menos curioso; según
la RAE su primera acepción es “Humillar o herir
el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo
en evidencia con palabras o con hechos”. Lo que resulta
evidente es que se trata de un verbo que se conjuga de ma-
nera subjetiva: lo que a ti te puede ofender al de al lado
le puede resultar divertido. O aburrido. O hasta necesario.
Por poner un ejemplo a voleo, hace poco un estudioso del
Corán de Melilla, Malik Ibn Benaisa, se permitía expresar
libremente su opinión; según él, una mujer que saliera a la
calle perfumada era “una fornicadora”. No cabe duda de
que algún creyente habrá que crea que eso que dice este
señor es lo correcto; dudo muchísimo de que sean, como
pretende la extrema derecha y los yihadistas, la mayoría
de creyentes, a los que de hecho imagino más bien tirando
hacia el lado contrario, el de los que en mayor o menor
medida se sienten ofendidos por semejante mamarrachada.
Pero lo que tiene la libertad de expresión es que debe de ser
para todos, ¿verdad?
Te puedes ofender por algo inusual, que te pilla de im-
proviso, algo que no viste antes explicitado demasiado
claramente; deberás acostumbrarte a oírlo, si quieres saber
quién hay a tu alrededor. También depende de lo estrecho
de mente, retrógado, totalitario y poco amigo de las liber-
tades ajenas que seas, las críticas a tu visión del mundo te
parecerán más o menos ofensivas: las conoces, no te sor-
prenden, es simplemente que no te gusta que el otro diga
su opinión. En ambos casos, tú tienes un problema. Tú. Por
eso es subjetivo. No intentes solucionarlo acallando al otro,
por favor.
Desde sus inicios, Charlie Hebdo no es una revista que
promueva el abuso de poder sobre las mujeres, como hace
el señor Malik. De hecho, es más bien lo contrario: desde
la revista se opusieron a todo tipo de tiranías, de imposi-
ciones sobre los demás de creencias, de la intolerancia. Y
no, por hacerlo con la burla más acerada nunca fueron ellos
los intolerantes. Nunca. Si alguien vio algún rastro de ello
o se equivocaba o simplemente veía su propia intolerancia,
al desnudo. Y reto a cualquiera a enseñar algo, una porta-
da o dibujo en la que se contradiga lo que afirmo. Eso sí,
se burlaron y todavía lo hacen con saña del poderoso, del
¿No eres Charlie?
¿Entonces quién eres?
Elogio de la ofensa
David Revilla
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hipócrita, del asesino, del analfabeto que impone su estul-
ticia. Y lo hacen como se ha hecho desde el auténtico hu-
mor: ofendiendo al intolerante. Lo demás, parafraseando a
Orwell, es publicidad.
La semana siguiente al asesinato de los redactores de
Charlie Hebdo fue un auténtico río de obscenidad: dirigen-
tes hipócritas que aplastan a los medios disidentes en sus
países vertiendo lágrimas de cocodrilo, los contertulios de
tres el cuarto pintando desde su ignorancia un panorama de
miedo y tremendismo, el fascismo desatado pidiendo lim-
pieza étnica... ha habido para todos los gustos, realmente. Ya
que me han brindado la oportunidad (vete a saber por qué) de
decir la mía, querría, pues, señalar una de esas obscenidades
que me ha irritado especialmente: esa gente que se escanda-
lizó por lo que Charlie Hebdo decía (y ojalá siga diciendo).
En Charlie Hebdo se encontraban dos enormes valores:
valentía para decir la verdad y señalar al emperador des-
nudo y también talento para hacerlo de manera llamativa,
divertida. Los dibujantes asesinados pero también los su-
pervivientes, tenían ambas cualidades. Tuvieron la valentía
de meterse en ello, y el talento para hacerlo. Hay otros va-
lientes que no saben decirlo, hay otros con el talento para
decirlo pero que no se atreven. Pocos son los que reúnen
ambas características y por eso son especialmente valiosos.
Charlie Hebdo ofendía a muchos. El error es pensar que
por ello hacían mal. Porque hay que entender que al poder
hay que ofenderlo; siempre.
Quien se siente ofendido porque alguien se mofa de sus
ideas es porque, sencillamente, no tiene la perspectiva ade-
cuada a la hora de entender que ahí fuera hay otras perso-
nas, con derecho a vivir su vida y a decir su opinión, aun-
que no te guste; como a nosotros no nos gusta la del señor
Malik. Ríete tú de sus ideas, si te apetece. Ignórale. Rebate
lo que dice. Como prefieras. Es tu problema.
Decirle al intolerante que no tiene razón es, se mire
como se mire, una labor imprescindible. No decirlo es ser
cobarde, y reprochárselo a quien lo hace es rastrero; no eres
Charlie, es cierto: eres un cómplice, eres un tibio ante la
injusticia, eres un Chamberlain del siglo XXI.
Nota final: sí que hay un pero bastante oído estos días
que tiene sustancia suficiente para ser subrayado: ¿por qué
diablos el atentado de París es tan horrendo, mientras, por
decir algo a voleo, en México, Siria o Rusia asesinan pe-
riodistas, humoristas y hasta simples ciudadanos con cierto
eco social por disentir con algún poderoso, apenas nos lla-
ma la atención? Sin duda los muertos de raza blanca pare-
cen pesar demasiado en comparación con los que tienen
tres tonos más oscuros de piel. Pero tengo claro que los
asesinados en la redacción de Charlie incluso lo habrían
señalado, acusadores, con toda la mala leche, talento y va-
lentía de la que siempre hicieron gala. Lo que a buen segu-
ro nunca habrían aprobado son los recortes previsibles en
nuestras libertades que nos van a querer colar en su mismo
nombre: no lo permitamos, si no tenemos la valentía o el
talento para hacerlo nosotros señalemos al menos su mérito
en ofender al intolerante, no lo censuremos.