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Una vulnerabilidad. Al igual que en la seguridad informáti
-
ca, donde un único fallo es todo lo que necesita un
cracker
para acceder al sistema y hacerse con el control absoluto de
la máquina atacada para convertirla en un «ordenador zom
-
bi», basta con una vulnerabilidad del individuo para, con
los «códigos» apropiados, modificar sus procesos y rutinas
y derivar los recursos de la víctima en provecho propio.
Esta vulnerabilidad puede tomar muchísimas formas:
quizá el gusto por lo esotérico o la fascinación por el mundo
del misterio; el gusto por todo aquello que suene a científi
-
co (si además es «cuántico», mejor), a físico o, aún mejor,
a metafísico; el odio hacia un sistema médico imperfecto,
bajo cuyo ensañamiento quizá terminara falleciendo un ser
querido; o la repulsión al invisible yugo de las «malvadas
farmacéuticas», que llenan de «químicos», «efectos secun
-
darios» y «iatrogenia» el mundo médico, en lugar de volver
al atractivo de «lo natural» y «lo orgánico»; la repugnancia
irracional que nos causa una leucemia infantil; lo relajante
del sonido monótono e hipnótico de un cuenco tibetano...
Normalmente, varios de los factores anteriores (y mu
-
chos más no explicitados, pero terriblemente comunes en
todos nosotros) vienen imbricados y dan una pista sobre
a qué nos enfrentamos: todo el mundo, en algún momento
de su vida, puede pasar por horas bajas; y no faltarán tra
-
ficantes del sufrimiento ajeno dispuestos a intentar asaltar
ese cerebro desprotegido explotando las debilidades que
encuentren.
Las sectas pseudoterapéuticas atacan, sobre todo, apro
-
vechando las ocasiones en que nuestras defensas se en
-
cuentran, metafórica y literalmente, más bajas, utilizando
la enfermedad, sea propia o de un familiar, para presentar
su supuesto remedio como gancho para atraer al incauto.
Hablar de sectas pseudoterapéuticas, igual que hablar de
pseudoterapias, es hablar de las debilidades del «sistema
operativo» básico de cualquier ser humano: nuestra mala
tolerancia a la falta de control de lo que nos rodea, la con
-
fianza ciega en nuestros allegados, nuestra tendencia a con
-
fiar en la autoridad, en una bata, en una persona sonriente
que aparece en el televisor —en estos tiempos, más bien en
un vídeo de YouTube—, nuestro mal procesamiento de los
fenómenos azarosos, los sesgos cognitivos, nuestro «¿qué
mal puede hacer?», las ganas de que la solución que nos
proponen para nuestros males sea real, o nuestro desconoci
-
miento de la realidad médica, comenzando por no entender
correctamente cómo funciona la evidencia científica o la
mala ciencia y terminando por desconocer el ciclo natural
de una enfermedad, la remisión a la media y otros concep
-
tos básicos para discernir entre un remedio y un placebo, e
incluso el propio desconocimiento del efecto placebo y sus
poderosas implicaciones. Quien escribe es de la opinión de
que, si los ciudadanos conocieran en profundidad qué es y
cómo funciona el efecto placebo, la mayoría de pseudotera
-
pias se irían al traste en ese mismo momento.
Las pseudoterapias, sin entrar todavía en el terreno pu
-
ramente sectario del asunto, son en sí el caldo de cultivo
perfecto para el surgimiento de sectas. Pensemos por un
momento en actividades de «élite», como el deporte, la
música, la instrucción militar; o en organismos religiosos
como las monjas de clausura. En ellas se suele llevar a cabo
en mayor o menor medida un intenso control sobre la en
-
Sectas
pseudoterapéuticas
Explotando nuestro miedo al dolor
Emilio J. Molina
ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, Círculo Escéptico, RedUNE y APETP
D
ossier
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señanza del individuo, su estilo de vida, la gente de la que
está rodeado, el ambiente en el que pasa la mayor parte
del tiempo, etc. Tenemos todos los componentes necesarios
para generar un grupo sectario y solo necesitarían una leve
«mutación» del sistema para desembocar en ellos y con
-
vertirlos, igual que un virus que se inocula a una célula, en
herramientas para propósitos poco o nada relacionados con
los que pudieran parecer desde el exterior. En el caso de las
pseudoterapias, el caldo de cultivo se produce al ofrecer a
su usuario una perspectiva distorsionada sobre cómo fun
-
ciona la realidad física y biológica; y de nuevo, la casuística
es enorme.
Un ejemplo de lo fácil que le resulta a una víctima poten
-
cial la manipulación de la realidad puede —y suele— ser
algo como escuchar el testimonio de una persona desahu
-
ciada por la medicina: siempre añadirán «moderna» si la
contrapartida es la «milenaria»; o la llamarán «clásica», si
lo que se plantea es un «nuevo paradigma»; o directamen
-
te dirán «alopática», aprovechando que el término es muy
genérico y suena a algo entre
alopecia
y
psicópata
, lo que
difícilmente puede traer nada bueno. Puede ser esa persona
que manifiesta haberse curado de su tumor con el bálsa
-
mo de Fierabrás de turno o sin tratamiento médico alguno.
Poco importa si esa persona mentía y jamás tuvo un tumor,
o se engañaba —y la engañaron— y murió el día después
de difundir su afirmación, o si se engañaba y realmente se
curó mediante la medicina, o si se engañaba —y se engaña
-
ron los propios médicos— y sufrió una rara, pero no impo
-
sible, remisión espontánea.
En este punto voy a hacer un inciso: se habla bastante
del sobrediagnóstico y la sobremedicación, y normalmente
no lo hace la gente que debería, ni en el lugar que debería,
Si los ciudadanos conocieran en profundidad qué es y
cómo funciona el efecto placebo, la mayoría de pseudote-
rapias se irían al traste en ese mismo momento.
En un simple grupo de reiki pueden darse derivas sectarias. (foto: flickr.com/photos/csoghoian/78815073/)
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ni de la forma que debería. Este problema tiene una lectura
adicional con las pseudoterapias; sobre todo en el caso del
cáncer, ejemplo que uso a menudo por su cercanía y con
-
tundencia; pero que ocurre en muchos, muchísimos otros
problemas de salud. Imaginad una persona a la que se le
ha diagnosticado erróneamente como problemático un nó
-
dulo que, en realidad, jamás va a llegar a convertirse en un
problema de salud, aunque ni esa persona ni sus médicos
lo puedan saber en el momento de su detección. Imaginad
que dicha persona, una vez recibido el diagnóstico, decide
apartarse del tratamiento médico recomendado para probar,
digamos, a ponerse una piedra de playa en la cabeza. Por
ejemplo, porque alguien se lo recomienda, usando el len
-
guaje de la charlatanería, bajo el reclamo de haber estado
reverberando con las frecuencias del mar y recibiendo ener
-
gía cósmica durante milenios, de forma que con su resonan
-
cia cuántica pueda restablecer el equilibrio de sus biorrit
-
mos. Nuestro paciente imaginario podrá afirmar con total
seguridad que sigue vivo y sin síntoma alguno de su cáncer
solo mediante una piedra natural, «sin quimio ni porquerías
de esas». Y con esa gran convicción, su testimonio llegará
a oídos de alguien a quien acaban de diagnosticar (quizá
esta vez con más tino) un tumor. Imaginad lo que le espera.
Retomando el punto anterior al inciso: las pseudocien
-
cias reforman el pensamiento para hacer creer a sus usua
-
rios que las cosas son de una forma distinta a la real. Uti
-
lizan correlaciones espurias, malinterpretan ensayos clíni
-
cos, fomentan mala ciencia, echan mano de «amimefuncio
-
nismos» (si puede ser de personajes famosos, tanto mejor)
y ocultan el no funcionamiento de sus propuestas mediante
el truco de «la complementariedad»: la mercadotecnia ac
-
tual de la charlatanería la llama «holístico» o «integrativo»,
que en no pocas ocasiones termina volviendo a su original
«lo alternativo».
En este pútrido charco aparecen, en ocasiones, parásitos
que aúnan todo lo anterior y deciden que son los creadores
(o descubridores) y únicos (o mejores) valedores de una
nueva terapia (o milenaria terapia, recuerden) y que han lle
-
gado hasta usted para traerle la verdad que «se quiere aca
-
llar» de su «método de consulta humanista» (es mala idea
llamarlo
terapia
, por aquello del intrusismo, pero aún hay
charlatanes sin la conveniente asesoría legal) que conse
-
guirá «sanarle» —porque «curarle» puede traer problemas,
mientras que puedes morirte «sanado» perfectamente— de
cualquier enfermedad por grave que sea. O, aún mejor, en
-
señarle cómo usted puede ser un
acompañante
—porque
decir
terapeuta
, recuerden, es peligroso— capacitado por
apenas unos cuantos cursos y unos miles de euros de nada,
para que sea usted mismo quien «sane» a quien le parezca.
Y, tal vez, se enfrente usted a la justicia cuando sea usted
quien haya causado la muerte de un incauto que acuda a
su consulta, probablemente ilegal, dado que usted cursó
dichos «estudios» siendo mayor de edad y decidiendo en
libertad; y en cualquier caso, seguramente en el curso in
-
cluso explicitaron no prometer curar nada, aunque luego
sugirieran una y otra vez todo lo contrario.
Ejemplos de movimientos con alto riesgo de deriva sec
-
taria son los grupos de reiki, de yoga, de meditación (en su
Las pseudociencias reforman el pensamiento para hacer
creer a sus usuarios que las cosas son de una forma distinta
a la real.
En un estado físico o psíquico alterado, es más fácil introducir nuevas
doctrinas (foto: Riley Kaminer, flickr.com/photos/rwkphotography/)
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sabor clásico o el nuevo
mindfulness
), de Ho’oponopono,
de sanación con cuencos, o la creciente corriente de la pre
-
ocupación por «el origen emocional de la enfermedad». En
varios de ellos es fácil abusar de la inculcación y repetición
de mantras, la búsqueda de sentido a frases que carecen de
ello, la búsqueda de un estado hipnótico mediante la repe
-
tición de esos mantras, del clásico «om» o de la vibración
relajante de un cuenco tibetano, aunada a unas exigencias
de control de respiración distorsionadas y que dejan al indi
-
viduo en situaciones físicas anómalas, al igual que la medi
-
tación excesiva o mal dirigida puede afectarle mentalmente
con «desconexiones involuntarias» de la realidad. En un
estado físico anómalo, es más fácil introducir la nueva doc
-
trina.
¿Qué punto separa
pseudoterapia
y
secta pseudotera-
péutica
? La línea es terriblemente difusa, y normalmente
consiste en hacer entrar al seguidor de la pseudoterapia en
un círculo de «evangelización», de adquisición del mayor
conocimiento posible de la «terapia» (en forma de libros/
vídeos/talleres/cursos), de cerrazón a las críticas, polariza
-
ciones del estilo de «nosotros tenemos la verdad y ellos es
-
tán durmiendo o contra nosotros»; por supuesto, separación
de quienes aporten dichas críticas (aunque sean amigos o
familiares) para que no «interfieran» con sus «malas ener
-
gías» en los «procesos de estabilización mental»...
Dado que en el número 44 de
El Escéptico
se trataron en
profundidad los casos de la Nueva Medicina Germánica,
la Biodescodificación y la Bioneuroemoción, junto con las
Constelaciones Familiares, la PNL y las regresiones hipnó
-
ticas, solo resaltaré la confianza que la gente deposita en los
profesionales de la salud y en la terminología científica, y
el daño que se está causando a la sociedad en su conjunto
cuando dichos profesionales (o supuestos profesionales),
con una impunidad total y pasmosa, ante las informadas
narices de las autoridades sanitarias, ayuntamientos, cole
-
gios profesionales, defensores del pueblo y otras entidades
que jamás deberían haber permitido estos desmanes, siguen
practicando un terrorismo sanitario a la vista de todo el
mundo —incluso solicitados por las entidades anteriormen
-
te mencionadas y por aclamación popular—, introduciendo
formas de pensar desnortadas, basadas en desvirtuaciones
de premisas correctas, como la psicosomática o las propie
-
dades medicinales de las plantas, para terminar inyectando
a sus seguidores la doctrina de que las enfermedades es
-
tán causadas por conflictos emocionales no resueltos y que
nuestros familiares son «lo más tóxico que hay».
En el caso de otros grupos, como los encabezados por
gente como Josep Pàmies, que sin ser siquiera profesio
-
nal más que de la agricultura y la charlatanería, es toma
-
do como una voz autorizada en el terreno de la salud, sus
arengas van en la dirección de que el sistema médico es un
gran engaño.
En todos los casos, nos recuerdan que la solución a cual
-
quiera de nuestros problemas está al alcance de todos. Tan
solo hay que comprar el libro/semillas/plantas/curso que
ustedes pueden adquirir en el puesto instalado en el
hall
del teatro. Quien se muere hoy en día, teniendo tantas so
-
luciones inocuas e infalibles a su alcance, apostillan, es por
gilipollas.