LA TILMA MILAGROSA Y EL PENSAMIENTO CRÍTICO
José Luis Calvo
INTRODUCCIÓN
El magnífico
artículo de Luis Alfonso Gámez sobre
la falta de pruebas históricas de la existencia
del indio Juan Diego, aspecto que por sí sólo
debiera haber hecho pensar a la Iglesia lo inconveniente
de la beatificación de éste, tal vez
no baste para convencer a alguno de ustedes que pueda
haber leído obras sobre el tema en que se sostiene
la imposibilidad de que la efigie de la Guadalupana
sea obra humana. Puesto que la imagen existe, aseguran,
tendremos en ello una prueba no documental de la veracidad
del Nican Mopohua y, por ende, un testimonio irrefutable
de un acontecimiento sobrenatural.
¿Qué hay
de cierto en ello? Para determinarlo, vamos a proceder
al análisis de las afirmaciones de ese tipo
contenidas en la obra más asequible para el
lector español, El misterio de la Virgen
de Guadalupe de Juan José Benítez.
Las citas que haremos de ella corresponden a la edición
publicada en la colección Biblioteca J. J.
Benítez, Editorial Planeta DeAgostini, Barcelona,
2.001.
Quiero advertir previamente
que no voy a entrar a cuestionar la existencia o no
de fenómenos sobrenaturales. No es cometido
de la historia el determinar tal cosa, sino únicamente
el investigar si el supuesto hecho milagroso presenta
pruebas suficientes de su existencia real. La lectura
en clave sobrenatural que se quiera o no hacer, es
independiente del acontecimiento histórico
o de su invención.
De igual manera, la ciencia
tiene la obligación de someter a análisis
la pretensión de que un objeto material es
inexplicable por cuanto no puede ser obra humana.
Nuevamente, la creencia personal no está comprometida
por el resultado de ese examen crítico. Por
tanto, que nadie vea las siguientes palabras como
un ataque a su fe que respeto aunque, como ateo, evidentemente
no comparto.
¿UNA
PINTURA IMPOSIBLE?
El primer misterio que
se le presenta al Sr. Benítez es el informe
realizado por el químico austríaco Kuhn,
premio Nobel en 1.936. El conocido ufólogo
navarro dice: Ya en 1.936, un químico
-todo un premio Nobel- había realizado lo que,
sin duda, era el primer y último análisis
directo de la supuesta pintura de la tilma.
(Pág. 48) Sin embargo, en las páginas
siguientes explicará en qué consistió
el análisis directo que
vulneró las más elementales normas del
procedimiento científico. Por de pronto, no
existió un protocolo que controlara la recogida
de muestras para su análisis. Sencillamente,
el abad de la basílica regaló al obispo
de Saltillo, Felipe Cortés, unos hilos supuestamente
procedentes del tejido original. Éste, pasado
algún tiempo, le entregó dos hebras
al metalúrgico Sodi Pallarés que, por
mediación del profesor de alemán Hahn,
se las envió al doctor Kuhn. Ni uno sólo
de estos pasos tuvo ningún tipo de control,
lo que, por sí mismo, desvirtúa cualquier
resultado obtenido.
La conclusión del
químico austríaco fue que en los dos
hilos entregados no había restos de colorantes
vegetales, animales ni minerales, es decir, que no
habían sido pintados por ninguna técnica
existente en el S XVI. Sorprendente pero menos si
tenemos en cuenta que idéntica pretensión
existió sobre la Sábana Santa de Turín
hasta que se encargó su análisis al
doctor McCrone, recientemente fallecido. La experiencia
en este caso demostró que los restos de determinados
pigmentos sólo aparecían con el uso
de técnicas muy avanzadas. Otra irregularidad
en el caso del análisis químico es que
se citan las conclusiones pero no la metodología
del experimento. Los
pro-aparicionistas a los que sigue el Sr. Benítez
no explican si se emplearon reactivos químicos
(y si así fue, cuáles), microscopía
(y si es así, con qué aumentos trabajaron...)
o espectografía, lo que, a priori, parece la
opción más probable puesto que fue por
este motivo por el que se le concedió el Nobel.
No obstante, desde esa fecha, la espectrografía
ha avanzado lo suficiente como para que sea muy arriesgado
el seguir repitiendo unos resultados de unos análisis
con una recogida de muestras claramente defectuosa
y sin confirmación ulterior por la negativa
de la Iglesia Católica a permitir una investigación
en profundidad sobre la supuesta tilma. Además,
como veremos en su momento, las investigaciones realizadas
de forma parcial no sólo no apoyan los resultados
del austríaco sino que los desmienten por completo.
Así, tras una investigación
mediante fotografía infrarroja realizada por
Smith y Callagan éstos aseguraron que la Guadalupana
había sido repintada y retocada en ocasiones.
Por tanto, tienen que existir pigmentos en la tilma
salvo que pensemos que las restauraciones fueran también
milagrosas. El intento del Sr. Benítez, siguiendo
a los autores antedichos, de conciliar estos hechos,
mediante una imagen inicial inexplicable sobre la
que se hicieron retoques humanos no resulta creíble.
Aceptemos, como mero ejercicio teórico, la
realidad del prodigio. ¿Qué pintor se
hubiera atrevido a poner su pincel a rectificar una
imagen celestial? Porque no se trata solamente de
un arreglo de zonas deterioradas sino que, por ejemplo,
las manos se acortaron, posiblemente para que parecieran
las manos de una mestiza o indígena cuyos dedos
son más cortos que los de las representaciones
europeas góticas. También se añadieron
(según Smith y Callagan), el ángel,
la Luna, los bordes dorados del manto, los rayos solares,
los adornos de la túnica, los brazaletes...
Claro que no sólo se añadió,
también se suprimió una corona dorada.
(Pág 84-105)
Así las cosas ¿qué
queda de la supuesta efigie milagrosa original? Por
encima de cualquier duda, las fotografías infrarrojas
prueban que el azul del manto y el rosa de la túnica
son originales y que nunca fueron retocados ni sobrepintados.
Es más: han permanecido indemnes al tiempo
a pesar de los cuatro siglos y medio transcurridos
(Pág. 104)
Vayamos por partes. ¿Los
añadidos son tales o forman parte de la imagen
original? Aquí el Sr. Benítez incurre
en auto-contradicción con la siguiente descripción
que nuestro autor considera como parte del Nican Mopohua
y, además, casi contemporánea del supuesto
hecho milagroso:
<<Su velo, por
fuera, es celeste; sienta bien en su cabeza; para
nada cubre su rostro; y cae hasta sus pies, ciñéndose
un poco por en medio: tiene toda su franja dorada,
que es algo ancha, y estrellas de oro por dondequiera,
las cuales son cuarenta y seis.
Su cabeza se inclina hacia la derecha; y encima
sobre su velo, está una corona de oro,
de figuras ahusadas hacia arriba y anchas hacia
abajo.
A sus pies está la luna, y cuyos cuernos
ven hacia arriba. Se yergue exactamente en medio
de ellos y de igual manera aparece en medio del
sol, cuyos rayos la siguen y rodean por todas
partes. Son cien los resplandores de oro, unos
muy largos, otros pequeñitos y con figuras
de llamas: doce circundan su rostro y cabeza;
y son por todos cincuenta los que salen de cada
lado. Al par de ellos, al final, una nube blanca
rodea los bordes de su vestidura. Esta preciosa
imagen, con todo lo demás, va corriendo
sobre un ángel, que medianamente acaba
en la cintura, en cuanto descubre; y nada de él
aparece hacia sus pies, como que está metido
en la nube.
Acabándose los extremos del ropaje y del
velo de la Señora del cielo, que caen muy
bien en sus pies, por ambos lados los coge con
sus manos el ángel, cuya ropa es de color
bermejo, a la que se adhiere un cuello dorado,
y cuyas alas desplegadas son de plumas ricas,
largas y verdes, y de otras diferentes.>>(Pág.
34) |
Si como pretende en la
página 34 ésa fuera la descripción
contemporánea de la imagen ¿cómo
es que en las páginas 84-105 los elementos
originales se convierten es añadidos posteriores?
Cualquiera de las explicaciones para esta incoherencia
sería perjudicial para el milagro,
si la descripción del Nican Mopohua fuera errónea,
perdería su carácter de testimonio fideligno,
algo tanto más grave cuando la historicidad
de la Aparición se basa en este texto de forma
casi exclusiva. Si, por otra parte, el estudio de
Smith y Callagan estuviera mal realizado ya no habría
razón para suponer que no estamos ante una
pintura.
El Sr. Benítez
intenta salvar ese problema afirmando que: En
resumen, si el documento más antiguo de que
disponemos hoy, y en el que se hace ya una exhaustiva
descripción de la imagen de la Señora
de Guadalupe, se remonta a los años 1545 o
1550, ello quiere decir, lógicamente, que los
retoque y añadidos tuvieron que ser ejecutados
sobre el original entre estas fechas y 1531, fecha
de las apariciones. (Pág. 112) No
obstante, se olvida de que el texto del Nican Mopohua
asegura: ...se dibujó en ella y apareció
de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen
Santa María, Madre de Dios, de la manera que
está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac,
que se nombra Guadalupe. (Pág. 31)
De forma que nuevamente volvemos a encontrarnos con
la misma disyuntiva, el texto es erróneo o
la equivocación está en el estudio de
los norteamericanos.
La verdad, sin embargo,
es que no existe tal necesidad de elección.
El Sr. Benítez yerra al considerar que esa
descripción es parte del Nican Mopohua, error
que le viene dado por su consideración de que
el Huei Tlamahuicoltica (publicado en 1.649)
de Lasso de la Vega es lo mismo que el Nican Mopohua.
No es su única equivocación sobre este
aspecto. Resulta muy curiosa su afirmación
de que: Tuvieron que pasar algunos años,
sin embargo, para que el relato de Valeriano -escrito
originalmente en náhuatl- fuera traducido al
castellano. El acierto fue obra del bachiller Luis
Lasso de la Vega, que lo envió a la imprenta
en 1649. (Pág. 18) En realidad la
obra de Lasso de la Vega, como habrán podido
deducir fácilmente por el título, está
escrita en náhuatl. La traducción al
castellano fue obra de otro Luis, Luis Becerra Tanco
en 1.666. Aunque el Huei Tlamahuicoltica contenga,
por vez primera en una obra impresa, el Nican Mopohua
también presenta añadidos de la mano
de Lasso de la Vega. La descripción que cita
el Sr. Benítez es uno de ellos. Por tanto,
lo único que prueba esa descripción
es que en torno a 1.649 la imagen ya tenía
ese aspecto.
¿Es posible delimitar
un poco más la cuestión de si se produjeron
repintes y cuándo? Empecemos por el Nican
Mopohua. En él se afirma que la imagen
se formó tal y como se conservaba en ese momento.
¿Cuándo fue ese momento? Aunque por
cuestiones filológicas se considere que es
bastante anterior a la obra de Lasso de la Vega y
que fue escrito en el S XVI, la fecha exacta de su
composición es un misterio. Aunque los partidarios
de su historicidad (por cierto, obviando que es una
obra literaria) crean que se redactó en torno
a 1.540 eso es imposible por cuanto el supuesto milagro
(o aparición) no tuvo lugar hasta 1.555. Así
se atestigua en los Anales de Juan Bautista, en el
sermón del Padre Bustamante (que considera
en 1.556 que la devoción era novedosa) y en
la carta del virrey Martín Enríquez.
Todos ellos coinciden en que fue en esas fechas cuando
comenzó la devoción a la Guadalupana,
contradiciendo la afirmación del Nican Mopohua
de que tuvo lugar en 1.531 y explicando la paradoja
que supone que el testigo del prodigio de la tilma,
el obispo Zumárraga, negara en 1.547 que en
su propia época se produjeran milagros. El
por qué el anónimo escritor de este
texto
|
Figura 1
|
(aunque se atribuye a
Antonio Valeriano no hay pruebas de su autoría)
cambió las fechas e introdujo como personaje
a Zumárraga (fallecido en 1.548) debe ser entendido
bien como una confusión, bien como una ficción
literaria. La crítica textual moderna ha encontrado
claros paralelismos entre el Nican Mopohua
y las narraciones de la aparición de su homónima
en Extremadura. Tampoco lo que podríamos llamar
milagro de las flores es algo desconocido
en la hagiografía contemporánea. Un
ejemplo de ello, podemos encontrarlo en la vida del
franciscano Diego de Alcalá. Tanto es así
que algunos investigadores contemporáneos consideran
que el Nican Mopohua, aunque fuera escrito
por alguien perteneciente a la cultura náhuatl,
es una adaptación de un texto en castellano.
No obstante, la inutilidad
del Nican Mopohua como fuente dado el número
de errores históricos que contiene, no supone
que estemos condenados a no poder someter a crítica
las afirmaciones de Smith y Callagan tanto las relativas
a retoques parciales como las relacionadas con la
misteriosa preservación del rostro, el manto
y la túnica. Lo primero es innegable.
|
Figura 2
|
Basta con observar copias
antiguas de la imagen (fig. 1) y compararlas con el
original actual (fig. 2) para ver que, efectivamente,
la Virgen aparecía coronada y que hoy dicha
joya ha desaparecido. Incluso se sabe la fecha y el
por qué de esta modificación. En enero
de 1.887 se comenzó a hablar de la coronación
de la Guadalupana. Parte del clero de la Basílica
se opuso a esta pretensión porque si la imagen
divina ya lo estaba ¿qué
necesidad había de que fuera coronada por los
hombres? En junio de este mismo año cuando
se procedía a efectuar unas fotografías
de la imagen se descubrió que la corona había
desaparecido. Según confesó en su lecho
de muerte el pintor Rafael Aguirre, el autor de la
eliminación fue su maestro, José Salomé
Pina por encargo del clero que deseaba se celebrara
la coronación de la Virgen. Una vez suprimido
el obstáculo, el 12 de octubre de 1.895 se
procedió a la ceremonia con el visto bueno
del papa León XIII. Otros aspectos, como el
supuesto añadido de rayos, media luna, ángel...
por el contrario no pueden determinarse con tanta
claridad como pretenden los norteamericanos que consideran
que esas alteraciones se produjeron para paliar los
daños sufridos por el lienzo en la inundación
de 1.629. No obstante la figura 1 está datada
en 1.606 y ya presenta dichos elementos. Si realmente
son añadidos tienen que datar de una época
más temprana. Hay que señalar, además,
que Smith y Callagan parecen estar incurriendo en
un error, el considerar que las zonas que presentan
un deterioro innegable son los añadidos mientras
que la que permanece aparentemente incólume
es la original. El problema es que ninguna parte de
la tilma está libre de pérdidas. Para
comprobarlo, basta con comparar la fig. 2 con la fig.
3, una copia realizada por el pintor Correa a finales
del s XVII y que llevó su intención
de ser fiel al original hasta el punto de que, según
su discípulo Cabrera, realizó una reproducción
exacta del dibujo empleando un papel aceitado. Como
podemos ver, los colores se han ido aclarando en el
original mucho más que en la reproducción
pese a su menor antigüedad. Por último,
recientemente han salido a la luz pública hechos
que demuestran que, si bien los norteamericanos tenían
razón en alguna de sus afirmaciones, se equivocaron
gravemente en otras. Pronto volveremos sobre el tema.
|
Figura 3
|
La ausencia de pigmentos
según Kuhn y la imagen intacta e inexplicable
(al menos en parte) de Smith y Callagan no son los
únicos motivos por los que el Sr. Benítez
duda del carácter humano de esta efigie. También
cita: Era casi imposible que una manta de
<<hilo>> de maguey -que suele tener una
duración máxima de unos veinte años-
se hubiera conservado intacta, y con aquella viveza
en los colores, después de 450 años...
Allí, en efecto, había algo muy raro.
(Pág. 53)
SE
ROMPE EL SILENCIO
Durante siglos, el cuestionar
la autenticidad de la Aparición y del milagroso
ayate ha sido la mejor forma de encontrarse con problemas.
Desde el padre Bustamante, que tuvo que enfrentarse
a una investigación en 1.566 por haber asegurado
públicamente que la pintura había sido
realizada por el indio Marcos y por dudar de los milagros
atribuidos a ella, hasta el padre Sevando Teresa de
Mier que después de haber calificado a la historia
de la Aparición como leyenda estuvo
a punto de ser linchado en pleno S XIX. Así
no es extraño que Joaquín García
Icazbalceta, el más grande de los historiadores
mexicanos decimonónicos, se hiciera de rogar
cuando el arzobispo de México le pidió,
a finales del XIX, que escribiera sobre este tema.
Sólo cuando el arzobispo se lo pidió
como amigo y se lo ordenó como autoridad religiosa
accedió a ello. El resultado fue el más
célebre de los alegatos anti-aparicionistas
y cuyo contenido, realmente explosivo, D. Joaquín
pidió que no se hiciera público aunque
finalmente si se dio a la imprenta.
Podríamos pensar
que eso era cosa de otros tiempos, pero incluso hoy
es una postura incómoda como podría
testificar el abad de la basílica de Guadalupe,
padre Schulenburg, que después de hacer pública
su opinión de que la historia de Juan Diego
era una leyenda se vio presionado para que presentara
su renuncia. Desde medios pro-aparicionistas exaltados
incluso se le llegó a tildar de racista y a
decir barbaridades tales como que por su origen alemán
despreciaba a los que no eran blancos. El escándalo
fue mayúsculo tanto más cuanto que se
estaba preparando el ascenso a los altares del indígena.
La polémica, sin
embargo, ha tenido un aspecto positivo. Se ha prestado
mayor atención a todo lo relacionado con la
efigie y, como fruto de ello, se han hecho públicas
informaciones que hasta el momento habían permanecido
ocultas. Citaremos tres de ellas publicadas en el
semanario mexicano El Proceso por Rodrigo Vera, un
periodista experto en el tema del guadalupanismo:
En 1.947 y 1.973 la pintura
de la Virgen fue restaurada por D. José Antonio
Flores Gómez.
En la entrevista (Un restaurador de la guadalupana
expone detalles técnicos que desmitifican la
imagen. Por Rodrigo Vera. El Proceso nº
1.343) afirma: Una restauración implica
pintar las partes dañadas, no toda la imagen,
porque eso es ya una repintada, que es otra cosa.
De manera que le metí mano a una parte de la
túnica. Pero no a las estrellas estampadas
en ella porque ya estaban repintadas. Para
la restauración usó pinturas De
agua. Era obligado. Tenía que ser de las disueltas
en agua y no en aceite porque son de las que se usaron
originalmente. De ahí que se hayan desprendido
tan fácilmente. Descubrí
que la tela no es de ixtle, como se dice, pues el
ixtle tiene una trama muy tosca, muy rústica,
con un cordel muy grueso. En cambio, la imagen Guadalupana
está pintada sobre una trama muy fina, como
la que se saca del algodón. Antes
de mí, otros restauradores ya le habían
dado retoques a la imagen. Eso lo noté desde
la primera vez que intervine. Y estoy seguro de que
otros intervinieron después de mí.
En 1.982 D. José
Sol Rosales realizó un estudio técnico
de la pintura a petición del abad Schulenburg
que estaba preocupado por el evidente deterioro que
sufría la imagen. El contenido del informe
que elaboró (El análisis que ocultó
el Vaticano. Por Rodrigo Vera. El Proceso nº
1.333) es: La imagen está pintada sobre
una tela de lino y cáñamo
Tradicionalmente se ha dicho que esta obra
está ejecutada sobre el lienzo desnudo; esto
es totalmente falso, pues es evidente al examen ocular
la presencia de una preparación de color blanco,
de un grosor que podría considerarse medio
y aplicada irregularmente. La pintura
es la ejecutada usando diversas variantes de la técnica
modernamente conocida como temple; una de ellas, la
usada en manto y ropaje, fue empleada en el S XVI
con el nombre de aguazo, deriva de las técnicas
en la pintura de las llamadas sargas y presupone el
realizar la pintura sobre el lienzo humedecido ligeramente
para facilitar la fijación del color.
El negro seguramente es un negro de humo
usado tradicionalmente en todas las épocas...
El blanco es, con toda seguridad, sulfato de calcio...
Los pigmentos azul y verde son, con mucha probabilidad,
óxidos básicos de cobre... Las tierras
son óxidos de hierro... Como pigmentos rojos,
además del óxido de hierro rojo, se
usaba el bermellón, compuesto de azufre y mercurio,
y el carmín de la cochinilla mexicana.
Con un examen ocular, auxiliado de luz rasante
y con luces ultravioletas, se detectan diversas áreas
de repintes en zonas importantes... También
se detectan repintes en el fondo, manto y a lo largo
de la unión de los lienzos.
De todo ello, se informó
al Vaticano y más concretamente al cardenal
Sodano. (Manos humanas pintaron la guadalupana.
Por Rodrigo Vera. El Proceso nº 1.332) En una
de sus cartas, el abad Schulenbur aseguró:
... y nos dimos perfecta cuenta de que reunía
todas las características de una pintura hecha
por mano humana, con el deterioro propio de la antigüedad
de la imagen misma. Dicho examen crítico lo
enviamos a esa sede apostólica como un signo
de honestidad y de amor a la verdad. El
consultor histórico del Vaticano ni siquiera
mandó analizar la imagen de la guadalupana
para comprobar que, efectivamente, fue hecha por un
pintor del S XVI y no producto de un milagro.
En 1.999, el cardenal
Rivera Carrera, arzobispo de México y destacado
pro-aparicionista, le pidió al microbiólogo
Leoncio Garza-Valdés (conocido por su errónea
impugnación de la datación por C14 de
Santo Sudario de Turín falseada, según
él, por la existencia de microorganismos en
las muestras) que realizara una investigación
sobre el lienzo. Según D. Leoncio (La
guadalupana: tres imágenes en una. Por
Rodrigo Vera. El Proceso nº 1.334) empleando
técnicas de fotografías con luz ultravioleta
e infrarroja con material mucho más moderno
que el de Smith y Callahan, descubrió que hay
tres imágenes superpuestas, una primera completamente
diferente a la actual con un niño Jesús
desnudo en brazos e idéntica a un relieve en
madera situado en el monasterio de Guadalupe en Extremadura.
Está fechada (la pintura) en 1.556 y firmada
con las iniciales M.A. ¿Marcos Aquino? La segunda
es muy similar a la actual, pero con el rostro con
rasgos más indígenas. La tercera es
la que conocemos.
No obstante, hay que hacer notar que sus dos acompañantes
en la investigación, el Dr. Guilberto Aguirre
y el fotógrafo Lester Rosebrook se desmarcaron
de esas conclusiones en el artículo Test
of faith John MacCormack. San Antonio Express-News
de 2 de junio del 2002. El Dr. Aguirre aseguró:
Dr. Garza-Valdes and I have the same images,
but our conclusions are entirely different. I can´t
find anyone who agrees with Dr. Garza-Valdes.
Secondly, he claims to not only see two other
paintings, but a nude baby Jesus in the arms of the
Virgin, as well as the initials M.A. and the date
1556. I have studied these photos, but I do not see
these things.
Como pueden ver, independientemente
de que nuevas investigaciones confirmen o no los aspectos
más espectaculares de la investigación
de Garza-Valdés (y, considerando que desde
un principio reconoció que su interés
por investigar la guadalupana residía en que
la editorial Doubleday le había propuesto escribir
un libro sobre este tema, me atrevo a sugerir que
no se confirmarán nunca) aún así
han quedado bastante claros algunos aspectos que contradicen
las afirmaciones contenidas en el libro del Sr. Benítez.
La imagen es una pintura, realizada en un soporte
de lino y cáñamo, con el uso de las
técnicas y los pigmentos conocidos en el S
XVI. Su estado de conservación no es bueno
pese a haberse realizado distintas restauraciones
y repintes que afectaron también a la zona
que supuestamente estaba libre de ellos. Los añadidos
no son identificados como tales por los restauradores.
Con todo ello, las pretensiones
de sucesos inexplicables desaparecen y
podríamos devolver la Virgen de Guadalupe al
lugar que le corresponde por derecho propio, el de
una magnífica obra de arte, símbolo
de una nación admirable por muchos conceptos
y emblema de la fe católica de muchos mexicanos
(y de otras nacionalidades) si no fuera porque aún
queda un tema por explicar, las figuras humanas en
los ojos de la Virgen.
LOS
OJOS DE LA GUADALUPANA
Aunque en buena lógica
ya no sea necesario por cuanto al haber devuelto a
la pintura de la Guadalupana al rango de obra humana
las afirmaciones sobre este tema quedan privadas de
base, sin embargo, dada la importancia que le concede
el Sr. Benítez, he creído conveniente
dedicar algo de espacio adicional a refutar la afirmación
de que en los ojos de la Vigen de Guadalupe se pueden
contemplar (previos procesos de ampliación)
una serie de figuras humanas, algo ciertamente inexplicable.
Según reconoce
el escritor navarro, su fuente en este caso es una
obra mexicana: El título me enganchó
desde un primer momento: Descubrimiento de un busto
humano en los ojos de la Virgen de Guadalupe. Dictámenes
médicos y otros estudios científicos.
Los autores -Carlos Salinas y Manuel de la Mora- presentaban
en aquel brevísimo reportaje unas fotografías
y unos documentos sencillamente increíbles,
la figura, en efecto, de un hombre con barba en la
córnea del ojo derecho de la imagen que se
venera actualmente en la basílica de Nuestra
Señora de Guadalupe, en México (Distrito
Federal). (Pág. 12)
|
Figura 4
|
Todo ello resulta impresionante
¿o tal vez no? Por de pronto, según
nos informa el propio Sr. Benítez, la primera
persona de la que se tienen noticias que advirtiera
algo en los ojos de la Guadalupana fue Alfonso Marcué
en 1.929. Pudo observarlo al examinar unas fotografías
que acababa de realizar. El Sr. Salinas también
lo advirtió en una fotografía en blanco
y negro (realizada por Jesús Cataño
en 1.946) en el año 1.951 aunque después
pudo confirmarlo al natural. El problema es que según
el Sr. Benítez, entre las fotografías
tomada por Manuel Ramos en 1.923 y las de Marcué
de 1.929 se produjo una restauración secreta
del rostro de la Virgen. La intervención afectó:
A los ojos. Les añadieron tales sombras
en las zonas inferiores, que los ojos parecen desorbitados.
El ojo derecho fue el más perjudicado. Parece
incluso como si hubiera sido golpeado. (Pág.
125) Tales descubrimientos se realizaron, por tanto,
después de una restauración y en una
zona en la que se detectaba una intervención
poco afortunada.
No obstante, alguien podrá
argüir que es posible que la zona concreta del
ojo en la que se localizó la figura no hubiera
sido modificada. En efecto, puede ser. Abandonaré
momentáneamente la obra del ufólogo
español para ir a su fuente, la obra antedicha
de los Sres. Salinas y de la Mora (Editorial Tradición
S.A. Segunda edición. México D.F. Febrero
de 1.980). En uno de los diversos dictámenes
técnicos que contiene el Dr. Torroella afirma:
A nosotros los oftalmólogos no nos
corresponden dictaminar si la imagen de nuestra Señora
de Guadalupe es o no una obra sobrenatural y ni siquiera
si las figuras que vemos en sus ojos son realmente
unas figuras ó simples acúmulos de pintura,
esa es materia para otros especialistas.
(Pág. 10)
|
Figura 5
|
Esa frase me hizo pensar
en que las afirmaciones concernientes a las figuras
en los ojos de la Guadalupana eran falsables. Bastaría
para ello el demostrar que eran producto de una acumulación
de pintura. Dado que en la obra antedicha (y que es
extensamente reproducida por el Sr. Benítez
en la suya en las páginas 168-204) se explica
con detenimiento la manera en que el Sr. Salinas descubrió
la figura, no era difícil reproducir el experimento
pero con dos diferencias, la fotografía inicial
sería una de las tomadas por D. Manuel Ramos
en 1.923 (antes de la restauración del rostro)
y buscaría figuras humanas en otras partes
de la pintura que no fueran los ojos.
|
Figura 6
|
Los resultados los tienen
ante ustedes. La figura 4 es la fotografía
inicial, la 5 una selección de un fragmento
en el que he mantenido parte del rostro para que puedan
apreciar en qué zona aparecen las personas
(silueteadas en blanco para que se perciban más
fácilmente) y la 6 una ampliación de
ellas. Con un poco de imaginación, podrán
advertir un grupo de tres personas, a la izquierda
un hombre con barba, en el centro una mujer gritando
y a la derecha otro hombre (éste más
borroso). Todo esto tiene un nombre, paraideloia,
la tendencia a ver formas conocidas en algo amorfo.
Cuando jugábamos a decir a qué se parecen
las nubes, estábamos haciendo lo mismo que
estos investigadores guadalupanos y, los resultados
eran tan poco científicos como éstos.
Sin embargo, nada de esto
es así para el Sr. Benítez que concluye
su libro con una comparación entre el Santo
Sudario de Turín y la imagen de la Virgen de
Guadalupe: ... parece como si el <<alto
estado mayor>> de los cielos hubiera escondido
en este viejo ayate del siglo XVI otro as... Un triunfo
destinado -como en el caso del lienzo que se conserva
en Turín- a los hombres del siglo XX.
(Pág. 306) Con todos mis respetos a los creyentes
en el alto estado mayor de los cielos
si éstos son los ases que lleva, ¡¡órdago
a chica!!