Crítica homeopática
a la medicina científica
Tanto los partidarios
de la homeopatía como de cualquier otra
terapia médica no-científica, critican
frecuentemente a la medicina científica, oficial
o alopática.
El término alopática,
con el que frecuentemente se refieren a la medicina
científica, procede de una mera contraposición
al término homeopática,
y supone una generalización de los planteamientos
simplistas en los que se basa la homeopatía.
Para los homeópatas,
sólo existen dos formas de atacar a una enfermedad;
con lo mismo, por simpatía, mediante
aquello que se orienta en la misma dirección
que el mal, y con el contrario, por antipatía,
mediante aquello que se opone al mal directamente.
Ellos optan por curar con lo mismo (homeo = igual),
y suponen que la medicina oficial opta por curar
con lo contrario (alos = distinto).
Sin embargo, esta distinción
que podía ser válida en las teorías
hipocráticas e incluso en las mantenidas hace
dos siglos, carece totalmente de sentido en el
marco de una medicina desarrollada a la par que la
tecnología e investigación modernas,
y en el marco del método científico.
Para la ciencia, todo
efecto tiene una causa, independientemente de
que en un determinado momento sepamos cuál
es ésta. Todo el método científico
va orientado a conocer la naturaleza en base a las
relaciones causa-efecto, o al menos a modelizarla,
de manera que nos permita utilizar las causas en nuestro
beneficio, y predecir sus consecuencias. Así,
en el caso de la medicina científica, ésta
tiende a conocer todos los procesos que ocurren dentro
del organismo, a fin de conocer las causas de los
males, y describir aquellos tratamientos que puedan
atacar a la propia causa o a sus síntomas según
las posibilidades o la conveniencia. En unos casos
habrá que tratar o prevenir una enfermedad
con lo mismo que la causa, siempre que eso desencadene
una serie de mecanismos que permitan combatir la enfermedad;
otras veces el tratamiento se diseñará
en base a un contrario específico,
y otras ni con lo uno ni con lo otro. La diferencia
entre medicina científica y homeopatía
-o cualquier otra terapia alternativa- no estriba
sólo en el tratamiento, sino también
en la filosofía y el método.
Así, los homeópatas
se jactan de que sólo ellos tratan causalmente
la enfermedad, consiguiendo, por tanto, una verdadera
y profunda curación. Dicho de otra manera,
únicamente la Homeopatía es capaz de
atajar la auténtica raíz causal del
proceso patológico, mientras que la Medicina
Científica se limita a curaciones parciales
y sintomáticas, o lo que es peor, a producir
perniciosas e incurables iatrogenias (que es lo único
que hace la alopatía para Hahnemann).
Pero, como detallaremos más adelante, la
Homeopatía ni diagnostica verdaderamente ni
trata causalmente las enfermedades. Nos hallamos
ante un mero juego de palabras, es decir, un puro
y simple engaño.
Otra de las críticas
que más frecuentemente se hace a la medicina
oficial es su despersonalización.
Se dice que atiende a las enfermedades, pero no a
los enfermos.
Tal como comenta Jorge
Alcalde (Muy Especial -monográfico medicina-,
1996)
A nadie se le
escapa que la medicina moderna es insustituible, entre
otras cosas, en el tratamiento de enfermedades agudas,
en la terapia preventiva, en el cuidado de emergencias
y en el cada vez más avanzado mundo de los
trasplantes. No obstante, entre la comunidad médica
parece hacer mella la idea de que sus servicios flojean
en otras situaciones, especialmente en aquellas enfermedades
que requieren un tratamiento largo, sostenido y apoyado
por el refuerzo psicológico del paciente. El
sistema médico actual, sobrecargado e impersonal,
carece de la infraestructura necesaria para atender
al enfermo de manera individualizada.
Esto es cierto,
pero sigue sin ser un argumento válido en
contra de la medicina científica y a favor
de la homeopatía -o cualquier otra terapia
similar-.
En primer lugar,
hay que tener en cuenta que la situación actual
del sistema sanitario público es consecuencia
directa del proceso de socialización
llevado a cabo en los países desarrollados,
y que garantiza una sanidad pública y gratuita
para todos los ciudadanos. Es un elemento más
de lo que últimamente los políticos
gustan en llamar sociedad del bienestar,
y al que no creo que haya nadie dispuesto a renunciar.
Las únicas soluciones al problema de la masificación
pasan por aumentar la dotación presupuestaria
a la sanidad -cosa que no siempre es posible en la
medida deseada- o por suprimir la gratuidad de la
sanidad pública -decisión políticamente
muy poco aconsejable-.
En segundo lugar,
el hecho de que exista este problema no quiere decir
que no tenga solución. La sanidad pública
es mejorable, y debe mejorarse. La crítica
en este sentido, realizada tanto por terapeutas alternativos
como por usuarios del servicio público de salud
va dirigida a un problema de carácter básicamente
organizativo, a cómo se desarrolla un servicio,
y no al servicio en sí. Es discutible la forma
en que se ejerce la medicina en los centros públicos,
pero no qué medicina se ejerce, y mucho menos
si debe o no existir una medicina pública.
Final y principalmente,
en esta crítica se confunde el ejercicio concreto
de la medicina en los centros de salud dependientes
de la administración, con la metodología
de investigación y tratamiento utilizada por
la medicina científica, y que es desarrollada
en centros de salud públicos y privados, y
en multitud de laboratorios de todo el mundo. Sería
lo mismo que confundir la forma de enseñar
que tiene un maestro de escuela, o el desarrollo del
sistema de centros públicos de enseñanza,
con el derecho a la educación o el temario
y el plan de estudios. Es un error de concepto
muy grave -y muy frecuente-. De hecho, en muchos
centros públicos, la atención médica
y personal al paciente es excelente, a pesar de los
problemas de masificación que pueda sufrir;
y por otro lado existen numerosos hospitales privados
con pocas camas y selecta atención a los pacientes
por parte del personal, con intenso apoyo psicológico-afectivo,
y en los que la medicina que se ejerce no deja de
ser por ello rigurosa, moderna y científica.
El problema de estos centros es que son privados,
y por tanto no son gratuitos, punto éste común
a todas las terapias no oficiales. ¿Dónde
está el beneficio?