Un problema de método
Caben ahora algunas preguntas.
Aun suponiendo que las curaciones atribuidas a la
homeopatía se puedan explicar al margen de
la propia esencia teórica de esta disciplina,
si los tratamientos homeopáticos no conllevan
efectos secundarios ni iatrogenias, ¿por qué
suponen un problema? ¿no se puede dejar que
existan sin más?
Ante estas preguntas,
caben dos comentarios. En primer lugar, aunque no
sean demasiadas, sí se han descrito iatrogenias
en tratamientos homeopáticos. Así, por
ejemplo, en el verano de 1992 saltó a la prensa
la noticia de que 21 argentinos fallecieron como
consecuencia del consumo de un producto homeopático,
un jarabe elaborado a partir de Propóleos,
y comercializado por el laboratorio Huilen.
En aquel caso, el Propóleos había sido
disuelto en etilenglicol, en vez de serlo en etanol.
El etilenglicol es letal.
Por otro lado, resultan muy frecuentes los casos de
enfermedades graves ante las que el paciente, preocupado
o molesto por una falta de mejoría, acude al
médico alternativo abandonando el tratamiento
prescrito inicialmente. Cuando más tarde, en
ausencia de mejoría o tras una recaída,
vuelve a su médico de cabecera o al especialista,
el abandono del tratamiento ha resultado crucial,
y se ha perdido un tiempo precioso. Esta pérdida
de tiempo, en algunos casos, puede resultar fatal.
Pero, sobre todo, el problema
de aceptar oficial o socialmente la homeopatía,
conlleva serios problemas metodológicos, científicos
y médicos, que a la larga pagaremos todos.
El problema se puede plantear de la siguiente forma:
Mantener terapias sin base científica, como
la homeopatía, y aceptarlas como válidas,
es un grave error metodológico dentro de la
investigación científica, que puede
suponer un freno y un retraso grave en dicha investigación,
e implicar a la larga grandes sumas en inversiones
y subvenciones. Ya ocurrió con la unidad
200 del INSERM francés, así que no es
algo nuevo ni descabellado.
La aceptación de
la homeopatía supone un error metodológico,
incluso si consigue curaciones, o precisamente más
aún si consigue curaciones. Si, ante determinados
problemas como los mencionados en el apartado anterior,
y a los que la homeopatía puede proporcionar
soluciones satisfactorias, suponemos que este tratamiento
es el correcto, bloqueamos un área muy amplia
e importante de la investigación médica,
como es el estudio de los mecanismos del dolor, de
la conexión psicosomática, de los mecanismos
de influencia de la mente y el estado anímico
en los procesos curativos y en la activación
y bloqueo de determinadas funciones fisiológicas,
neurofisiológicas o endocrinas.
Un
ejemplo
En un estudio científico,
y siendo rigurosos con el método -aunque sólo
en parte- podemos establecer una teoría acerca
de la combustión de los cuerpos. Podemos tomar
un tronco de pino, y observar que arde con facilidad.
A continuación, podemos hacer lo propio con
un lapicero, con un poste telefónico, con un
bate de béisbol, una chapa metálica
y un ladrillo. Una hipótesis perfectamente
aceptable de acuerdo con esta primera experimentación
sería suponer que todos los cuerpos cilíndricos
arden, y los que no son cilíndricos tampoco
son combustibles. Atribuiríamos así
la capacidad de combustión a una cualidad puramente
formal. El argumento es, como he dicho, válido
en principio de acuerdo con la experimentación
inicial, aunque no por eso deja de ser claramente
erróneo.
Sin embargo, el método
científico exige continuar con la experimentación
y obtener una justificación clara y convincente
que explique el fenómeno observado. De no hacerlo
así, nuestra hipótesis puede seguir
siendo válida durante algún tiempo.
Si necesitamos combustible, podemos seguir cortando
árboles y quemando bates de béisbol.
Pero esta misma hipótesis se volverá
absurda y peligrosa si, amenazados de morir congelados
por una ola de frío, tenemos como única
reserva en nuestro almacén tablones de pino
rectangulares y postes metálicos.
Aceptar la homeopatía,
incluso dando por ciertos sus éxitos clínicos,
supone un error metodológico, porque su base
teórica y formal es totalmente inaceptable,
limita el avance experimental y teórico, y
restringe la investigación a un campo puramente
empírico sin garantías de éxito.
El único camino aceptable científicamente
consiste en analizar las supuestas curaciones obtenidas
por homeópatas, todas las curaciones por efecto
placebo y todas las remisiones espontáneas
de enfermedades. A partir de ellas, indagar en los
mecanismos fisiológicos que subyacen a tales
curaciones, analizarlos y comprenderlos. Sólo
con este método estaremos en el camino adecuado
para comprender el íntimo funcionamiento del
organismo, y para estudiar y conseguir nuevas técnicas
terapéuticas rigurosamente científicas,
que no necesariamente impliquen altas inversiones
en investigación y comercialización
de fármacos.
El
argumento Robin-Hood
De acuerdo con la leyenda,
Robin Hood, el rey de los ladrones, robaba a los ricos
para dar a los pobres a quienes los ricos robaban
y agobiaban con sus impuestos. Su figura era reivindicada
por el pueblo, y no sólo aceptada, sino públicamente
aclamada. Sin embargo, y aunque su actuación
se pueda considerar como éticamente justificada,
ningún estadista moderno aceptaría la
estructura sociopolítica en la que surge y
de la que surge el mito robinhoodiano.
Todos estarán de
acuerdo en que el problema inicial radica en la estructura
feudal y tiránica imperante en el entorno.
Rota esa estructura y reconvertida en un sistema más
justo, la figura de Robin pierde su sentido. Su actuación
puede ser una solución provisional a un problema
concreto de injusticia social. Pero, en cualquier
caso, no es LA SOLUCION.
En el caso que nos ocupa,
se acusa frecuentemente a la medicina oficial, especialmente
a la sanidad pública, de ser impersonal y estar
masificada, tal como hemos analizado más arriba.
Ante ese problema, y ante el deseo por parte de los
pacientes de ser, al menos, correctamente atendidos,
surgen todo tipo de terapias alternativas. No hay
que olvidar que, para muchos pacientes, especialmente
los de carácter crónico, una necesidad
fundamental es la de ser escuchados por un terapeuta
que, de alguna forma, establezca una cierta empatía
con ellos. En estos casos, consultas como la de un
homeópata pueden ser, y de hecho son una solución
a su problema concreto. Pero, en cualquier caso, ésta
no es LA SOLUCION.
La
aceptación
Respecto a la aceptación
pública y social de la homeopatía, cabe
analizarla desde dos perspectivas: la de los pacientes,
y la de los profesionales de la medicina.
Por un lado, son varios
los colegios médicos que se inclinan a regular
la homeopatía como especialidad médica.
Entre ellos habrá quien lo haga convencido
de su validez como terapia. Pero no hay que olvidar
que en esta decisión se pone en juego el
enorme capital que mueven las llamadas terapias alternativas,
tanto en consultas como en productos. Además,
una vez regulada como especialidad médica,
cualquier homeópata no licenciado en medicina
podría ser denunciado por intrusismo profesional,
cosa que hoy no ocurre.
Por otro lado, una gran
cantidad de nuevos terapeutas alternativos son licenciados
en medicina que, ante el oscuro panorama profesional
que se les plantea, y teniendo en cuenta las pocas
plazas disponibles en el sistema MIR con relación
al número de titulaciones anuales, deciden
realizar un breve curso sobre el tema en cuestión
y montar su propia consulta, consiguiendo en poco
tiempo pingües beneficios.
En cuanto a la actitud
de los pacientes, el problema es aún más
complejo. Sería preciso hacer estudios tanto
de tipo psicológico como sociológico.
Algunas ideas que nos ayuden a centrar el tema podrían
ir por aquí.
1.- Existe en la
sociedad actual un temor y una angustia creciente
hacia problemas como el dolor o la muerte. Ante
el dolor, la medicina científica no está
siempre libre de traumatismos, y la analgesia
y anestesia no siempre pueden ser absolutas. Las medicinas
alternativas ofrecen siempre remedios inocuos, no
contraindicados en ningún caso, sin efectos
secundarios... Esto no siempre es verdad, pero siempre
se vende así.
En lo que se refiere al
miedo a la muerte, un paciente desahuciado se agarra
a un clavo ardiendo, a cualquier persona o método
que le proporcione una mínimas expectativas.
Mientras la medicina científica evita garantizar
una improbable curación, los terapeutas alternativos
no rechazan normalmente este recurso, jugando con
la esperanza y el dinero del paciente. Esto conduce
a curiosas paradojas. En el caso de que suceda espontáneamente
una improbable -que no imposible- curación,
el paciente sanado atribuirá al curandero -u
homeópata- su actual salud, reforzando la creencia
de que el médico -aquél que le dijo
que probablemente no sanaría- es un incompetente
y un mal profesional.
2.- Aun inmersos
en una civilización altamente tecnificada,
vivimos en una sociedad mágica. Se teme
a la ciencia y a la técnica, quizá
porque no se las comprende, y quizá alarmados
por las conclusiones de novelistas y cineastas de
ciencia ficción. Se acepta con más facilidad
lo inexplicable que lo explicable. Resulta más
fácil creer que comprender. La diferencia básica
entre la medicina científica y las terapias
alternativas radica en su filosofía, más
que en su efectividad. Estas terapias están
íntimamente relacionadas hoy día con
movimientos filosófico-espirituales, de carácter
orientalista y cósmico, dentro
de la llamada Nueva Era.
Por una parte, al menos
desde el punto de vista científico, cuando
la salud y la calidad de vida de una persona están
en juego, no tiene sentido entrar en espiritualismos
baratos. No estamos hablando de poesía.
Por otro lado, aunque
no es el tema de este trabajo, todas estas técnicas,
filosofías y movimientos espirituales promueven
un modelo de sociedad irracional y anticultural.
Influido por este modelo social, el individuo queda
a merced de vanos liderazgos que la historia ha demostrado
ser muy poco aconsejables para la humanidad.