CIENCIA ANÓMALA*
por José
M. Bello Diéguez,
Director del Museo Arqueológico de La Coruña
- Texto completo en
http://www.sananton.org/arqueopatol01.html
-
Ciencia patológica
No es fácil establecer
los criterios de marcación de la ciencia patológica
en relación con la ciencia pura y con la
pseudociencia. Las primeras claves nos las proporciona
el premio Nobel de Química Irving Langmuir, quien
acuñó el término en una conferencia
que pronunció en el Laboratorio de Energía
Atómica de la General Electric en 1953. En dicha
conferencia, nunca publicada pero transcrita posteriormente
por su discípulo Robert N. Hall en Physics Today
(1989), presentaba varios ejemplos de ciencia patológica,
indicando que se trata de casos en los que "no está
involucrada la falta de honradez, pero en los que se
llega a resultados falsos por la falta de comprensión
acerca de lo que los seres humanos pueden llegar a hacerse
a sí mismos al dejarse llevar por efectos subjetivos,
por interpretaciones sesgadas a favor de los resultados
deseados, o por interacciones en el límite de
la percepción", estableciendo sus características
en una célebre tabla, la conocida como
tabla de Langmuir, según la cual, en los casos
de ciencia patológica, sucede que:
- El máximo efecto que se observa es producido
por un agente causante de intensidad apenas detectable,
y la magnitud del efecto es sustancialmente independiente
de la intensidad de la causa.
- El efecto es de una magnitud que permanece próxima
al límite de detectabilidad, de modo que son
necesarias muchas medidas debido a la bajísima
significación estadística de los resultados.
- Tiene pretensiones de gran precisión.
- Presenta teorías fantásticas, contrarias
a la experiencia.
- Las críticas son afrontadas mediante excusas
ad hoc, discurridas de repente.
- La proporción de los defensores de la nueva
teoría frente a los críticos asciende
a una cantidad próxima al 50 por 100 y luego
disminuye gradualmente hasta el olvido.
Otra interesante aportación es la que realizó
Laurence Lafleur, profesor asociado de filosofía
en la Florida State University. Durante una polémica
científica sobre las afirmaciones de Immanuel
Velikovski -el psiquiatra que en los años 50
conmocionó al público americano al afirmar
que Venus, en origen un cometa expulsado por Júpiter
hace 3.500 años, por la proximidad de su órbita
a la Tierra primero y por su interrelación con
la de Marte después, había provocado cataclismos
y fenómenos como la paralización del Sol
de Josué, las plagas de Egipto, la división
del Mar Rojo, el maná, etcétera, todo
ello deducido a partir del estudio literal de la Biblia
y otras mitologías-, Lafleur presentó
un artículo en Scientific Monthly (1951) en el
que proponía siete preguntas que sirven como
criterios de diagnóstico para diferenciar a un
científico verdaderamente revolucionario de un
visionario practicante de ciencia patológica:
1) ¿Es el proponente de la hipótesis especialista
en la teoría que propone reemplazar?
2) ¿Está la nueva hipótesis de
acuerdo con las teorías admitidas en el campo
de la hipótesis, o, si no es así, presenta
razones adecuadas para realizar cambios, razones de
un peso al menos igual al de las pruebas que sostienen
las teorías existentes?
3) ¿Está la nueva hipótesis de
acuerdo con las teorías admitidas en otros campos?
Si no es así, ¿es consciente el proponente
de que está recusando un cuerpo de conocimiento
establecido, y dispone de suficientes pruebas como para
que el cambio que pretende sea razonable?
4) En el caso de que la nueva hipótesis entre
en contradicción con una teoría establecida,
¿incluye o implica la hipótesis una alternativa
adecuada?
5) ¿Encaja bien la nueva hipótesis con
las teorías existentes en todos los campos, o
con las alternativas propuestas por ella, formando una
visión del mundo de igual suficiencia que las
actualmente aceptadas?
6) Si la nueva hipótesis modifica teorías
capaces de predicción o de precisión matemática,
¿es la nueva teoría igualmente capaz de
predicción o precisión matemática?
7) ¿Muestra el proponente predisposición
a decantarse por las opiniones minoritarias, a citar
opiniones individuales opuestas a la visión general,
y a sobreenfatizar la admitida falibilidad de la ciencia?
Ni que decir tiene que Velikovski pinchó en todos
los criterios, proporcionando un perfecto perfil de
visionario que pretendía ser un científico
revolucionario. En este intento de caracterización
de la ciencia patológica, resulta de gran interés
un artículo del ya
citado Nicholas J. Turro (1999) titulado Hacia una teoría
general de la ciencia patológica. Sin entretenernos
demasiado en él, señalemos que, al buscar
criterios que permitan diferenciar a un científico
merecedor de un premio Nobel de otro que lo sea de un
IgNobel, y tras revisar la ya conocida tabla de Langmuir,
Turro señala la necesidad imperiosa del requisito
de la reproducibilidad de cualquier experimento (siempre
dentro de unos razonables límites estadísticos),
haciendo notar que es frecuente que los científicos
patológicos respondan al patrón de ermitaños
con poca o nula relación con colegas o árbitros,
lo que redunda en numerosos errores de observación.
Por eso, "la bandera roja de la patología debería
ondear rápidamente cada vez que un investigador
ofrezca resistencia al desafío de la reproducibilidad".
Otra característica viene dada por la tendencia
a considerar una sola hipótesis explicativa,
despreciando la posibilidad de someter a prueba hipótesis
alternativas. Da también un repaso a las "consideraciones
extracientíficas, tales como la atención
de los medios, el status profesional, las expectativas
de ganar dinero, las predilecciones ideológicas,
la hubris Nobilicus, y las presiones de
partes interesadas ajenas a la comunidad científica",
señalando que todas ellas son factores de riesgo
que pueden llevar al autoengaño y de ahí
a la ciencia patológica. "La necesidad de financiación
tienta incluso al investigador básico más
escrupuloso a exagerar los beneficios prácticos
cuando describe su nuevo trabajo
a los potenciales mecenas. El entorno académico
actual -que puede parecerse más a una pecera
mediática que a una torre de marfil- ofrece también
al científico amplios canales para hablar al
público general, con un considerable riesgo de
malinterpretar el contenido, el propósito y el
potencial de un descubrimiento
científico, bien en su esfuerzo por simplificar
la jerga profesional, bien con el altamente contagioso
entusiasmo por una idea no comprobada". Teniendo todo
esto en cuenta, propone a su vez una serie de reglas
o pasos prácticos "para evitar que el ¡eureka!
de hoy se transforme en el IgNobel de mañana":
- Generar y probar siempre varias hipótesis plausibles
para explicar un resultado.
- Usar diseños experimentales imaginativos a
fin de incrementar la objetividad y reducir las posibilidades
de que las observaciones iniciales estén viciadas.
- Dejarse guiar por el mejor paradigma posible, hasta
que los resultados obliguen a la revisión del
paradigma.
- Ser conservador en los conceptos de significación
estadística y margen de error, especialmente
cuando se analicen fenómenos en el umbral entre
señal y ruido.
- Reproducir, reproducir, reproducir.
- Discutir abiertamente con árbitros los resultados
sorprendentes, a través de canales formales e
informales, dentro y fuera de la propia especialidad,
y hacer un uso constructivo de las críticas que
puedan surgir.
- Cuando se discuta la investigación con no científicos
-especialmente con aquéllos que llevan cámaras,
blocks de notas o libros de cheques- evitar la tentación
de sobreinterpretar los resultados, sobresimplificar
las explicaciones o prometer la luna en aplicaciones
prácticas.
- Si posteriores estudios refutan la hipótesis,
aceptarlo con gracia y aprender de la experiencia.
No se debe sentir vergüenza
de un callejón sin salida; son inseparables del
progreso de la ciencia. Un cierto número de investigaciones
patológicas abrió el paso a una teoría
no patológica, como la mecánica cuántica,
que finalmente resistió las críticas,
explicó resultados que la teoría de Newton
no podía explicar, y revolucionó la física.
El mismo proceso de corrección colectiva que
refutó unas verificó la otra; así
es como se construye el conocimiento científico
y ésa es la razón por la que casi siempre
alcanza resultados válidos.
- “Hacer lo impensable: intentar por todos los medios
encontrar fallos en el experimento o refutar la interpretación.
Si haces esto seriamente, objetivamente y apasionadamente,
incluso si encuentras que estás equivocado, serás
veraz para con tu ciencia, y serás admirado por
la comunidad por tu coraje intelectual y tu dedicación
al ethos científico“.
Referencias bibliográficas:
HALL, R.N. 1989. Pathological
science. Physics Today, Vol. 42, Nº. 10.
LAFLEUR, L.J. 1951. Cranks and Scientists. Scientific
Monthly, vol. 73, issue 5. 284-290.
TURRO, N.J. 1999. Toward a general theory of pathological
science [en línea]. 21StC. Issue 3.4. Columbia
University. <<http://www.columbia.edu/cu/21stC/issue-3.4/turro.html>>
[Consulta: 6 de mayo de 2001].
*Este texto está
incluido libro Avances en Evolución y Paleoantropología
(Molina, Birx y Carreras, editores) Cuadernos Interdisciplinares
n.8 (en prensa), Seminario Interdisciplinar de la
Universidad de Zaragoza (SIUZ) y se reproduce
con permiso del editor.
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