Edición 2010 - Número 2 (236) - 6 de marzo 2010
Arturo Bosque
(Artículo publicado originalmente en "Andalán" y cedido por cortesía del autor)
Se ha producido una nueva revolución comparable a la invención de la escritura. La mayor parte de la información que ha acumulado el hombre a lo largo de los siglos está a disposición de cualquiera usando una herramienta sencilla: Internet.
La información… y la desinformación. Una y otra no llevan etiquetas que las distingan. Dado el éxito de la Ciencia en los últimos siglos, ambas se expresan con lenguaje científico. Por ejemplo, la Astronomía y la Astrología hablan del Zodiaco. Los no especialistas en una materia, que somos todos, podemos asumir como verdadero lo erróneo. Nos encontramos con ingenieros que se curan con homeopatía o filósofos que creen que el hombre no ha llegado a la Luna. Y mucho peor: farmacéuticos que defienden la memoria del agua o arqueólogos que dogmatizan que las líneas de Nazca han sido hechas por extraterrestres. Si, además, estos pseudoperitos editan libros o firman artículos y los publican en periódicos o Internet, poniendo su profesión, despistan aún más a los que buscan información veraz.
Estamos asistiendo a un doble fenómeno: por una parte el conocimiento humano crece en forma exponencial y por otra la desinformación aumenta todavía a mayor velocidad de forma que asfixia al primero. Un ejemplo: se ha impuesto la idea que las radiaciones electromagnéticas son malas, malísimas y producen cáncer. La mayoría, sin embargo, desconoce que el calor y la luz son radiaciones electromagnéticas y que el electromagnetismo es la base del funcionamiento de los átomos, las células y la vida misma. Sin radiación electromagnética, no hay hombre. Hay que distinguir de qué longitudes de onda hablamos para saber si son dañinas para los seres vivos o no pero la idea de su peligrosidad se ha impuesto.
¿Solución? Pensamiento crítico.
¿Cómo se puede distinguir si lo que leemos tiene algún fundamento o es puro “caldo de cabeza”? No es nada fácil. El lenguaje es idéntico y no siempre las afirmaciones son estrambóticas. Casi todo el mundo conoce a fondo un tema: es electricista, agricultor, ingeniero, abogado, especialista en arte o músico. Si alguien está haciendo afirmaciones que contradicen lo que uno verdaderamente conoce, debe ser descartado como fuente veraz en todo lo demás. Iremos descartando y confirmando fuentes. Poco a poco sabremos dónde acudir para conocer tal o cual tema; o de dónde huir para no ser desinformado.
Desde el principio descartaremos a los que no usan la Lógica, por ejemplo a los que unas veces afirman una cosa y otras, la contraria sin ningún rubor. También, a los que hacen afirmaciones que no se pueden someter a experimento para ver si son falsas. “Yo tengo poderes especiales pero desaparecen cuando un escéptico está presente”. No puede ser fuente de veracidad si alguien hace afirmaciones de este tipo. No hay forma de comprobarlas.
Fuentes veraces.
Existen en muchos países, entre ellos España, asociaciones de personas que se preocupan por el incremento de la irracionalidad. Ven con inquietud que una ola de desinformación cubre el verdadero conocimiento científico y se dan cuenta de la dificultad que tiene el ciudadano medio de poder distinguir el grano de la paja puesto que las pseudociencias, como hemos dicho, usan el mismo lenguaje que las ciencias. Así que han decidido hacerse oír, con muy poco éxito dicho sea de paso, pero ahí están señalando con el dedo qué son pseudociencias y qué son pseudomedicinas. Se organizan como pueden a nivel europeo y a nivel mundial. Existe una lista de asociaciones, cuya relación coordina el autor de este artículo, en esta página: http://www.escepticos.es/?q=
Arturo Bosque
31 de enero de 2010