Edición 2012 - Número 259
Algunos misterios se resisten a morir. Da igual que no existan pruebas o que las que se pretende hacer pasar como tales sean refutadas. Una buena historia con tintes paranormales siempre tiene algo evocador de ese encanto que plantea lo desconocido y quien se atreva a cuestionar eso de que "algo hay" suele quedar como un aguafiestas. Un buen ejemplo se encuentra en la fantasía del espíritu de Catalina que -dicen- se pasea por la casa lagunera de Lercaro. Se vende como un atractivo del turismo paranormal (enésima justificación de los cuentacuentos del misterio para poder seguir sosteniendo lo que no se sostiene) cuando lo cierto es que en un espacio público no hay lugar para ese tipo de artificios. Tal es la ventaja de las pseudociencias: perviven pese a su total ausencia de pruebas que avalen sus afirmaciones, porque algo hay, porque puede haber algo, y ese algo suele ser una mezcla entre credulidad y negocio.