Edición 2012 - Número 259
Fernando Cuartero
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Hablando de ciencia).
Desde hace un tiempo vemos proliferar jornadas, seminarios, conferencias y todo tipo de actividades pretendidamente académicas organizadas por corrientes pseudocientíficas que tienen como objetivo predilecto la universidad.
La universidad pública es dispensadora de un servicio público, sí, y por ello debe estar al servicio de la sociedad. No obstante, eso no debe ser entendido como sinónimo de que cualquier ciudadano, por el mero hecho de serlo y contribuir con sus impuestos deba tener, sin más, el derecho a hacer uso de los servicios de la universidad sin ningún tipo de reserva. Al contrario, la universidad, para cumplir el papel que le encomienda la sociedad; a saber, la formación de los titulados que ejercerán sus funciones; y la investigación, la innovación, y la exploración de nuevos caminos para el conocimiento, debe ser sumamente escrupulosa en el buen uso de sus instalaciones.
La universidad tiene asignadas las dos misiones indicadas de acuerdo a la legislación que le es aplicable, la Ley Orgánica de Universidades. Y así, representa un papel crucial en la formación de ciudadanos libres, capaces de enfrentarse al mundo mediante una mentalidad crítica que les permita escapar de las cadenas de la irracionalidad, la superstición y la ignorancia; y también lo hace mediante su función investigadora y el compromiso social de la Universidad como un referente en cuanto a la creación de conocimiento y racionalidad para toda la sociedad.
Para el cumplimiento de ambos fines, la universidad moderna no puede hacerlo sin una interacción continua con otros elementos de la sociedad, particularmente las empresas. Por supuesto, la colaboración con las mismas, así como con otros organismos y agentes sociales es enriquecedora, productiva y debe ser considerada como una de las prioridades de la política universitaria. Esta interacción, todo hay que decirlo, no ha sido un referente histórico en la tradición universitaria española, al contrario que en otros países de nuestro entorno; y la creación de conocimiento aplicado ha sido tradicionalmente mal vista en nuestra sociedad. Basta recordar el triste “que inventen ellos”, de Unamuno.
Por tanto, en una visión moderna del quehacer universitario, los acuerdos, convenios, y contratos para investigación y transferencia de los resultados a las empresas son un referente de importancia creciente. Sin embargo, debemos tener plena constancia de que el abuso de este recurso puede llevar, y ha ocurrido en no pocas ocasiones, a que la Universidad busque vías de financiación a cualquier precio, con el posible resultado de que con ello se perviertan su filosofía y fines fundamentales, pues aprovechando este marco de colaboración, muchas universidades ceden sus espacios, o incluso directamente organizan actos pseudocientíficos, y pocas veces se analiza qué implicaciones puede tener algo así
Esta búsqueda acrítica de fuentes de financiación puede llevar a que la universidad se prostituya, convirtiéndose en una especie de mercadillo donde tengan cabida cualquier alternativa irracional al conocimiento científico. Y de esta forma, sólo una mal entendida apertura de mentes podría llegar a justificar que se enseñara alquimia en Facultades de Química, astrología en otras de Física, el diluvio universal en las de Historia, o la homeopatía en las de Medicina. Contra la opinión de algunos, el relativismo de ofrecer de manera alegre las instituciones universitarias a las pseudociencias, en igualdad de condiciones con el conocimiento racional, en absoluto se traducirá en un mayor enriquecimiento cultural, sino, por el contrario, en una degradación, donde se concederá una validez académica a la superstición y a la charlatanería.
Es verdad que establecer una línea divisoria entre ciencia y pseudociencia es realmente difícil. De hecho, la búsqueda del criterio de demarcación ha sido una fructífera línea de investigación en la filosofía de la ciencia durante el siglo XX, y existen numerosas corrientes con opiniones diferenciadas. No pretendo entrar en este árido tema, y para lo que nos ocupa, basta usar una definición breve y concisa que aparece en el Oxford American Dictionary, donde indica que pseudociencia es cualquier conjunto de conocimientos, métodos, creencias o prácticas que, alegando ser científicas, en realidad no se rigen por el método científico.
A partir de aquí, nos encontramos que en las pseudociencias es bastante común el encontrar una sutil apropiación de términos científicos conocidos para designar, de forma tergiversada, supuestos objetos o fenómenos cuya existencia ni siquiera está comprobada, dando apariencia científica a algo que no lo es, presentando las creencias como si fueran evidencias.
Es evidente que no toda la formación que se imparte a los jóvenes, no ya en las universidades sino también en las etapas previas de educación primaria y secundaria se basa en las disciplinas científicas. No queda ninguna duda de que el método científico no se aplica a las reglas de la creación artística, y así, la belleza en la música o en la poesía, por ejemplo, no se aprecia por criterios medibles, ni existe una teoría científica de la belleza. Pero, y esto es lo importante, el arte no es ciencia ni tiene la pretensión de parecerlo. Es pues, el engaño, consciente o no, de pretender hacer pasar por ciencia lo que no lo es lo que caracteriza a la pseudociencia, y nuestra crítica se reduce a los intentos de invadir dicho terreno a pretendidos conocimientos para los que no les es propio.
Por todo ello, es preocupante que la Universidad dé cabida a actividades pseudocientíficas, sobre todo si eso no se enfoca como un debate crítico y un análisis racional, sino bajo un presupuesto de funcionalidad y validación científica de los que no sólo carecen, sino que están en frontal oposición al espíritu crítico universitario. Es evidente que no es lo mismo el estudio del fenómeno de la astrología desde una perspectiva histórica y/o antropológica que su presentación como una disciplina científica, lo primero es una actividad seria y perfectamente asumible en un foro universitario, mientras que lo segundo es un claro abuso.
Una situación mucho más extrema se ha producido en Estados Unidos con la pseudociencia del creacionismo, con muchos adeptos en ese país, y donde se han gestado muchas de las técnicas que posteriormente se han usado en otros lugares para dar un marchamo científico a las pseudociencias, acabando muchas disputas en los tribunales. En España, la situación, que inicialmente no era tan alarmante, se ha ido incrementando, aprovechando la carencia de vigilancia sobre estos ataques a la buena fe, sobre todo porque la inmensa mayoría del personal docente e investigador de las universidades suele estar agobiada en sus tareas; lo que ha sido necesario para lograr poner a la ciencia española en el lugar que le corresponde, recuperando años de atrasos, pero pagando a cambio el precio de considerar que estos problemas no les atañen, y que ya tienen suficiente trabajo. Denunciar pseudociencias lleva trabajo y no cuenta en el currículo.
Una muestra de los conspicuos ataques que se vienen sufriendo queda patente en “la lista de la vergüenza”, el blog iniciado por el abogado Fernando Frías, y actualmente mantenido por el Círculo Escéptico, una iniciativa tremendamente necesaria, donde se recogen, documentadas, algunas de las actuaciones vergonzosas protagonizadas por instituciones académicas o colegiales españolas.
En general, podemos distinguir dos tipos de ataques a las instituciones universitarias, en primer lugar las que podríamos calificar como “agresiones externas”, con un “modus operandi” fácilmente reconocible. Así, existen numerosas iniciativas de personajes cuyo objetivo es utilizar aulas o recintos universitarios aprovechándose de la falta de vigilancia sobre sus usos posteriores. Suele bastar el módico pago de unas tasas por el uso de dichas instalaciones para que este tipo de estafadores obtengan, mediante una mala práctica, un pretendido amparo académico que es completamente falso. Posteriormente harán valer que las instituciones académicas que han cedido de esta manera tan poco previsora sus instalaciones amparaban las mismas, obteniendo la pátina de respetabilidad buscada a expensas del duro trabajo del personal universitario.
Por otro lado, tenemos otro tipo donde existe una “quinta columna” procedente del propio mundo universitario. En este tipo, algunos universitarios acceden, generalmente mediante la obtención de sustanciosos contratos, a poner su nombre al servicio de instituciones pseudocientíficas, avalando de esta manera los quehaceres de las mismas. Es un uso perverso de la capacidad contractual que ya hemos comentado, y un ejemplo paradigmático lo tenemos en la denominada “cátedra de homeopatía” ofertada por la Universidad de Zaragoza, que no es otra cosa que un mero contrato entre un profesor que presta su nombre y vende su prestigio, y los laboratorios Boiron, una empresa que obtiene pingües beneficios vendiendo sacarosa a precio de medicamento.
Llegados a este punto bien podríamos decir: “pero es que la universidad está al servicio de la sociedad. Estos productos son demandados por determinados sectores de la sociedad, y la universidad, como servicio público financiado por todos los ciudadanos, debe ponerse al servicio de los mismos”.
Esta es una idea que no parece, a primera vista, totalmente descabellada, y que por tanto no podemos descartar a la ligera. La universidad, efectivamente es un servicio público y se debe a la sociedad. Por otro lado, tiene unas instalaciones aceptables, y por lo general infrautilizadas en cuanto a su uso universitario se refiere. Así, paraninfos, aulas y salones de actos están sin uso una cantidad considerable de tiempo. Por ello, muchas veces se prestan para actos civiles, desligados de la naturaleza universitaria, mediante un pago de unas tasas no demasiado altas. Así, obras de teatro o musicales, proyección de películas, congresos de partidos políticos, actos de graduación no universitarios (colegios de primaria o institutos de secundaria) tienen lugar en estas instalaciones, que son, en cuanto a su ubicación y tamaño, muy adecuadas para esos fines y poco onerosas. Evidentemente, estos actos deberían buscar alternativas peores, que en ocasiones podrían no existir, si todos los actos de naturaleza no universitaria fuesen excluidos, mientras las instalaciones estarían vacías y sin uso. Los potenciales usuarios deberían desistir de estos actos o buscar alternativas peores, y las universidades perderían unos ingresos y no colaborarían eficazmente con la sociedad de una manera que en nada las perjudica. Es por ello que, en casos como los citados, no parecen existir razones fundadas para que la universidad no preste unas instalaciones que no usa.
Aclarado lo anterior, remarcaré que no es eso lo que ocurre si de lo que se trata es, por ejemplo, de presentar un libro de astrología o de realizar un seminario de espiritismo; pues la naturaleza de anticientíficos de estos actos sociales aconseja, sin duda, que no deban ser tolerados en aulas universitarias. Precisamente por el daño causado y por el menoscabo de la imagen de la universidad si se da cabida a los mismos. Y eso ocurre, no sólo en la universidad, sino en todos los ámbitos de la sociedad, pues no es concebible que una empresa de facilidades a la competencia, y le deje usar sus instalaciones para que se aproveche de las mismas. Y en este caso, las pseudociencias pretenden aprovechar, de una manera parasitaria, la imagen y el prestigio de las instituciones académicas, ya que no habrá empacho en decir que la universidad colabora o que ampara estos actos, pues eso ha ocurrido.
A estos efectos debemos notar que, en el ámbito científico, el prestigio no es una cuestión baladí. El funcionamiento del sistema de ciencia y tecnología, tanto español como del resto de países avanzados, se basa en la revisión por pares. Las contribuciones, y las propuestas de proyectos son evaluadas por otros miembros de la comunidad, y para ello, la credibilidad del proponente y de su institución es un elemento de primer orden. El prestigio se gana publicando artículos de calidad, donde se presenten contribuciones que incrementen el conocimiento, y desarrollando proyectos de investigación con resultados concretos. Dicho prestigio cuesta mucho de obtener, y poco de perder. Y en esta situación no se puede ni se debe consentir que cualquiera ponga en cuestión la labor de la comunidad de científicos, que parte de que no se debe aceptar una afirmación, hasta que se presenten las evidencias a su favor, evidencias que siempre deben ser valoradas por otros científicos, y no por el propio proponente.
Por tanto, y volviendo a los ejemplos hipotéticos anteriormente citados, un seminario de espiritismo o la presentación un libro de astrología que, omitiendo todos los principios del método científico, se presentaran como si lo hicieran y en las dependencias de la universidad, con un uso indebido de sus símbolos, es un daño de primera magnitud para el prestigio de la misma, que en modo alguno se debe tolerar. Frente a ello, únicamente la participación activa de los miembros de la comunidad universitaria, y fundamentalmente los propios investigadores, podrá mantener a raya a los profesionales de la charlatanería y la irracionalidad que intentan hacer su agosto en estos apetitosos caladeros.
URL: http://www.hablandodeciencia.com/articulos/2012/11/02/las-pseudociencia…