El Escéptico Digital - Edición 2013 - Número 266
Marisa Bou
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Los ojos de Hipatia).
El Estado Laico es un paradigma de libertad. No podemos negar el derecho que todos tienen a profesar una determinada fe, como tampoco podemos obligar a nadie a que crea en determinada iglesia, a que obedezca unas normas de comportamiento impuestas, ya que éstas sólo pueden estar basadas en la ética y el raciocinio.
La no intervención de la iglesia católica -ni ninguna otra- en los asuntos civiles, debe actuar como garantía del libre albedrío en cuestiones religiosas o morales, que competen solamente al ámbito de lo personal.
Dicho esto, que está recogido en nuestra Carta Magna, llegamos al punto clave: ¿debe el Estado seguir sosteniendo a esas iglesias con nuestros impuestos? ¿Debe seguir liberándolas del pago de sus propias tasas e impuestos? Este es, sin duda, un modelo de desigualdad intolerable e injusto.
Las grandes cifras que esto supone, unidas al enorme fraude fiscal existente, contribuyen en no poca medida al aumento de la pobreza, agravado por el peligroso recorte de los derechos sociales más básicos, por el aumento del IRPF, del IBI e impuestos varios, amén de la bajada de salarios que se viene produciendo. Una vez más, el pobre es más pobre y el rico es mucho más rico. Y la iglesia, que se supone debería estar con los pobres, tiende siempre a estar más próxima a los ricos: ¿alguien sabe por qué?
Debemos exigir que se supriman esas exenciones de impuestos (por no hablar de cómo han sido adquiridos los derechos de propiedad) y dejar de subvencionar sus organizaciones y centros de enseñanza. El que quiera ritos, que se los pague y el que quiera dar una educación religiosa a sus hijos, que se la dé de su bolsillo. Eso sería lo justo. Que se autofinancien, como todos los demás nos financiamos y pagamos impuestos y seguridad social. Que para tener derechos, se hagan cargo -como todos- de sus obligaciones.
En un momento tan grave como éste, con tantas familias llegando al umbral de la pobreza extrema, sin trabajo, con el gobierno y la patronal apretando las tuercas al trabajador, exigiendo sacrificios que ni la iglesia ni la banca tienen intención de hacer, no es de recibo que haya que seguir dando, a ambas, cantidades exorbitantes para su subsistencia sin menoscabo, que tengamos que seguir soportando que unos nos digan cómo gastar y otros cómo vivir, bajo qué dictados y bajo qué acusaciones y amenazas de castigo eterno o a largo plazo.
No más visitas papales pagadas por los contribuyentes. No más manifestaciones de obispos diciendo a las mujeres que han de procrear a toda costa, aún a riesgo de su vida y de su salud mental, para proporcionarles cada vez mayor número de “fieles” que les aporten el capital.
O sea, cada uno en su casa y dios… en la suya también.
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