Edición 2010 - Número 3 (237) - 3 de abril de 2010
Miguel Ángel Criado
(Artículo publicado originalmente en el diario Público)
Karl Marx se equivocaba cuando consideró a la religión como el opio del pueblo. En realidad, como está demostrando la neurociencia un siglo y medio después de que el filósofo alemán escribiera aquella sentencia, el destinatario de su poder analgésico es el cerebro.
Apoyados en la biología evolutiva, las últimas técnicas en neuroimagen y el análisis de residuos cerebrales, dos científicos estadounidenses explican en el libro God's Brain (El cerebro de Dios, ed. Prometheus Books), publicado en EEUU a comienzos de marzo, cómo la experiencia religiosa libera una serie de neurotransmisores y hormonas que mitigan el estrés que sufre el cerebro ante los pequeños problemas de la vida diaria y las grandes preguntas que, desde siempre, se hace el ser humano.
"Sostenemos que el cerebro creó la religión y la idea de Dios", explica el antropólogo Lionel Tiger , profesor de la Universidad Rutger y coautor del libro. "Sospechamos que nuestros ancestros imaginaban cosas que les atemorizaban, así que, para reducir ese miedo, produjeron una idea de Dios y formalizaron las religiones", añade.
Desde mucho antes de la Ilustración, pensadores de todos los tiempos han cuestionado la sobrenaturalidad de la religión. Filósofos, librepensadores y científicos, en especial desde que se hicieron públicas las teorías de Darwin y los trabajos de Mendel sobre genética, han visto en la religión una creación humana destinada a hacer la vida en la Tierra algo más confortable. Pero no dejan de ser opiniones o teorías mejor o peor fundamentadas.
80% de creyentes
Algunos científicos, como el conocido biólogo Richard Dawkins, han acusado a los creyentes de autoengañarse o de tener sus capacidades mentales disminuidas. Con el 80% de la población mundial que se declara creyente de una de las 4.000 religiones que existen, según el libro, una explicación así deja poco margen al futuro de la especie humana. En realidad, según estos autores, el cerebro ha fabricado la religión en su propio beneficio. Y la llegada de la neurociencia y los experimentos con el cerebro han permitido conocer mejor cómo lo hace.
El neurólogo Michael McGuire, coautor del libro y profesor en la universidad californiana de UCLA, descubrió hace casi 30 años cómo estudiar el cerebro de los chimpancés por medio de los residuos de su actividad neuronal sin dañarles. Sus trabajos le permiten sostener que también tienen un sentido de lo que está bien y lo que está mal, es decir, la moral. "No es descabellado que los chimpancés tengan una idea de Dios, pero no tenemos evidencias", opina McGuire. Y no lo es porque ambas especies comparten una misma base biológica, posible origen de su moral.
Pero el impulso definitivo al estudio del cerebro lo han dado las distintas tecnologías de neuroimagen (resonancia magnética, tomografías, o magnetoencefalografía). En el repaso de los más recientes trabajos en este campo que hace el libro, se observa cómo la fe en Dios reduce los síntomas de la depresión y favorece el autocontrol mientras que la meditación mejora algunas capacidades mentales. Otro estudio también reveló que los creyentes viven más que los ateos o los agnósticos.
La causa hay que buscarla dentro del ser humano. A pesar de ser la especie más poderosa, es presa fácil del miedo y la incertidumbre. Esto genera estrés neuronal, deteriorando las dendritas y reduciendo la neuroplasticidad. Induce más de 100 cambios en el cerebro.
Según los autores, sólo la religión ofrece un bálsamo trinitario formado por la "socialización positiva, los rituales y una creencia, generalmente en la otra vida". La experiencia religiosa libera neurotransmisores como la serotonina, la dopamina o la oxitocina, que dan paz al cerebro. Aunque los ateos y los agnósticos pueden combatir el estrés con actividades que recreen esta socialización, "siempre les quedará algo de dolor, a menos que crean en la otra vida", aseguran. Desde un punto de vista evolutivo, parece un suicidio no ser religioso.
La obsesión de las autoridades religiosas con el sexo
Antes de existir las religiones formales, los antiguos humanos compartían una serie de códigos sobre el sexo: la prohibición de practicarlo en público, sanción del adulterio, responsabilidad para con los hijos o establecimiento de una edad mínima para mantener relaciones sexuales, entre otras.
Pero, como dicen los autores en el libro, no es hasta la institucionalización de la religión, con su estructura, sus escritos sagrados y sus rituales, que los representantes de Dios no se inmiscuyeron en todo lo que tiene que ver con el sexo.
La razón es poderosa. "La preocupación de las autoridades religiosas con el sexo tendría que ver con el simple hecho de que la conducta sexual es, de entre todas las conductas humanas, la más difícil de controlar, aparte del comer, respirar o excretar", escriben los científicos en ‘God's Brain'.
También ofrecen una explicación al tradicional machismo religioso. El hecho de que la práctica totalidad de las religiones muestre un gran desvelo por la virginidad y el pudor femeninos, que no exigen por igual al hombre, sugiere, según los autores, que el afán de control no tiene tanto que ver con la moralidad y el embargo del placer, sino con el control de la reproducción para fines sociales y religiosos.
URL: http://www.publico.es/ciencias/304195/cerebro/creo/religion/dios