Edición 2010 - Número 7 (241) - 12 de agosto de 2010
(Artículo publicado originalmente en el diario The Guardian. Traducción de www.rebelion.org)
Soy ateo. Supongo que al típico lector de esta sección de “The Guardian” eso no le parecerá cosa de gran importancia, pero para mí sí lo es, porque yo no sólo soy ateo – soy apóstata del Islam. Parece que hay personas que no dudarían en matarme por hacer esa declaración. Pero yo no cuento con que me maten, o que siquiera me amenacen; a pesar de lo que el BNP (partido nacionalista británico) o ciertos elementos de la prensa querrían hacerle creer al lector, la inmensa mayoría de los musulmanes no son airados fundamentalistas que responden con violencia ante la menor ofensa.
No es fácil “salir del armario” de esta manera. Sí, ese es el término que se suele emplear para la gente que declara su homosexualidad, pero hay paralelismos que justifican que lo utilice en este contexto, sobre todo si vienes del entorno del que procedo yo.
Me crié en un barrio de viviendas de protección oficial en Elephant and Castle, una zona de Londres notoria por la delincuencia y la pobreza. Mi familia formaba parte de una gran marea de familias bangladeshíes que emigraron al Reino Unido a principios de los 70. Era una época horrible para ser un joven bangladeshí en Gran Bretaña, una época en la que en los pubs había carteles en los que ponía “Ni negros, ni irlandeses, ni perros”, y reinaba un racismo violento. Nos acostumbramos a que nos gritaran “iros a vuestra tierra, sucios pakis” y vivíamos con miedo de que nos escupieran y nos dieran palizas en la calle. En estas circunstancias, no es de extrañar que la comunidad bangladeshí se cerrara sobre sí misma.
No solamente nos unían las experiencias que compartíamos como inmigrantes, sino también la religión. El Islam era la religión que definía muchas de mis experiencias culturales al hacerme adulto, y sigue siendo la religión de todas esas tías y tíos que se sentirán muy defraudados si llegan a leer estas líneas.
Para muchas de las personas con las que me crié, ser de Bangladesh estaba íntimamente ligado al hecho de ser musulmán. Lo mismo vale para muchos de los alumnos bangladeshíes a los que les doy clase, como queda patente en una conversación que se repite al menos una vez al año con mis nuevos alumnos:
Alumno bangladeshí (claramente emocionado y un poco orgulloso de encontrarse con su primer profesor bangladeshí): ¿Usted es de Bangladesh, señor?
Yo: “Sí”.
Alumno: “Entonces debe ser musulmán.”
Yo: “No, soy ateo”.
Alumno (un poco confuso y claramente decepcionado): “Pero si usted es de Bangladesh, tiene que ser musulmán.”
A mis alumnos les digo la verdad, pero no he sido igual de directo con los demás musulmanes en mi vida. Con este artículo estoy intentando remediarlo. Sin embargo, esto no es una renuncia dramática al Islam, no es un ataque al Islam del tipo que a algunos les excita. Simplemente soy una persona cuya educación y cuya experiencia en la vida le han llevado a la conclusión de que Dios probablemente no existe, y de que puedo llevar un vida perfectamente feliz y moral sin practicar ninguna forma de religión. Del mismo modo que la gente que es gay no tienen opción al respecto, yo creo que tampoco tengo otra opción que ser ateo – sospecho que de alguna manera estoy predispuesto a ser no creyente y estoy agradecido de tener la fortuna de vivir en un país donde puedo expresar abiertamente mi falta de fe.
En cuanto se hayan publicado estas líneas, ya no habrá vuelta atrás para mí, ya no podré fingir ni evitar el tema con amigos o parientes – y algunos se sentirán dolidos y vivirán como un insulto lo que escribo aquí, algunos estarán decepcionados y preocupados de verdad de que me esté jugando el futuro de mi alma eterna, y unos pocos estarán escandalizados y asqueados de tener algo que ver con un infiel, un kafir. Pero mis amigos más antiguos y más queridos, los chicos con los que fui a primaria, con los que sigo saliendo los viernes por la noche, a los que considero mis hermanos, ellos ya saben que soy ateo, igual que lo sabrían si yo fuera gay.
No es para ellos para quienes escribo este artículo, ni tampoco para mis tías y tíos – en cierto sentido, preferiría que no lo leyeran. Me gustaría decir que he escrito esto como una llamada a la acción, para animar a otros como yo a salir del armario como ateos. Pero eso sería una ambición demasiado grande. No, la verdad es que he escrito esto por la misma razón por la que muchos de nosotros participamos en las redes sociales en estos días: para confirmarme a mí mismo, y para que los demás sepan que no estamos solos.