Edición 2010 - Número 7 (241) - 12 de agosto de 2010
Antonio Ruiz de Elvira
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Clima)
Temperaturas desconocidas en Moscú desde que hay registros. El año mas caliente en el mundo desde 1880. Incendios sin límite. Inundaciones trágicas por el monzón en la cuenca del Indo. Inundaciones en Centroeuropa. Un verano de deshielo intenso en el Ártico, un inmenso bloque de hielo que se desprende de Groenlandia. Mierda negra en el Golfo de México, en el Mar de la China.
Algunos geógrafos, algunos ingenieros agrónomos, muy cargados de sus razones, ellos, nos dicen que siempre ha sido así.
Es claro que a lo largo de la historia ha habido hambrunas, sequías, inundaciones, pestes negras, gripes, guerras, asesinatos.
Pero antes de ahora no ha habido derrames de petróleo en el mar, ni blanqueo de corales, ni extinción de las pesquerías de sardinas en la corriente de Agulhas o en las costas de California, ni necesidad de moratorias en la escabechina de ballenas y cachalotes, de arenques y anchoas. Los suelos se han salinizado a lo largo de épocas geológicas, pero nunca antes en el planeta en el espacio de 100 años como en el Valle Imperial de California. Los acuíferos del norte de la China, que han tardado 30000 años en llenarse, están al límite de su agotamiento.
Es curioso pensar que todas estas cosas pasan cuando el ser humano busca con ahínco reforzado recursos y más recursos para disiparlos sin reposición. Cuando extrae del subsuelo hasta el último gramo de cobre (Riotinto, Rodalquilar), hasta el último litro de petróleo (Mar del Norte), cuando emite desaforadamente más y más CO2 a la atmósfera, cuando estruja el subsuelo en busca de agua y más agua, para regar sin parar sus cultivos.
El ser humano no quiere mejor vida: quiere más cosas para destrozar en su vida. Ha declarado, en contra de la ley básica del universo, que quiere todo y lo quiere sin esfuerzo. Quiere que la riqueza, mucha o poca, y concretada en más de todo, le caiga del cielo mientras sestea en la arena de la playa. Exige a sus administradores cada vez más cosas con cada vez menos esfuerzo. Hoy escribe Antonio Gala en El Mundo en Orbyt que el pueblo español está por encima de los que lo administran. Yo pienso que no, que esos administradores no son más que el fiel reflejo del pueblo que vota sin poder elegir, una vez cada cuatro años.
Algunos de los lectores ya lo han leído, pero no viene mal recordarlo: a unos expertos didactas, preocupados por el bajísimo rendimiento de muchos alumnos americanos de las escuelas públicas, se les ocurrió ver si mejoraban en sus notas ofreciéndoles estímulos: 1000 dólares por un 10, 800 por un 9, etc., etc. Los alumnos no mejoraron en su rendimiento. Querían el dinero pero no sabían como hacer bien los exámenes. Ante las preguntas de los expertos en didáctica sobre qué harían ellos para aprobar los exámenes, las respuestas eran: copiar, chuletas, radios en los oídos, etc. A ninguno se le ocurrió la respuesta lógica: trabajar toda la tarde para aprenderse la asignatura.
Mis alumnos me piden tiempo para asistir a clases de danza, campeonatos de balonmano, escuelas de teatro. Cualquier cosa menos chapar la tarde entera para sacar buenas notas. Pero ocurre lo mismo en toda la sociedad: se pide subida de sueldo, se pide empleo pero no se ofrece trabajar 10 horas con rendimiento excepcional.
La energía solar es la respuesta a muchos problemas actuales. El disfrute de la calidad frente a la cantidad, al resto de ellos. Pero la energía solar precisa esfuerzo, no burbujea en las arenas del desierto para cogerla sin trabajo. Y la calidad, el 10 en el examen, exige dedicar mucho esfuerzo para ello. Decía Ortega que las masas (que son un fenómeno emergente, distinto de las personas que las forman) exigen que se respete su mediocridad, su falta de calidad, su -bodrio televisivo-. Las masas exigen bienestar sin esfuerzo.
El resultado: lo de arriba. Reléanlo si quieren. El mejor ejemplo de todo ello es este pueblo guarro de Isla Cristina, donde tengo que pasar unos días por razones familiares: suciedad, mediocridad, exigencia de respeto a esa suciedad y a esa mediocridad, ruido y desprecio a los demás, venta de droga y esquilme de las pesquerías oceánicas. Que no se diga que la limpieza de un pueblo cuesta dinero y que estamos en crisis. La limpieza no cuesta dinero: basta con no ensuciar, con defecar en los retretes, en vez de en plena calle. El ruido no cuesta dinero: basta con no poner los altavoces a todo volumen.
La calidad exige esfuerzo, pero el resultado merece mil veces la pena ese esfuerzo: es la diferencia entre tirar el dinero e invertirlo. Lo primero nos deja pobres, lo segundo nos hace cada vez más ricos.
Podemos, aun, arreglar muchos de nuestros problemas. Pero esto exige cambiar de estructura, de estructura mental, antes que de estructura económica. El ser humano es fruto del cambio, minúsculo, de un solo gen: el gen que nos permite recomponer trozos de memorias para crear sirenas y centauros. El cambio de estructura mental es también minúsculo: necesitamos, solo, aceptar el esfuerzo frente a la vida fácil.
¿Lo hacemos?
URL: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/clima/2010/08/10/siempre-lo-mismo.h…