Edición 2011 - Número 1 (247) - 15 de enero de 2011
Antonio Ruiz de Elvira
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Clima)
NO, no hay cambio climático, dicen. En Australia las inundaciones actuales no tienen similaridad con ninguna anterior, y otra parte de Australia se esta quemando. En España, la cantidad de agua que está cayendo es superior a la media de los últimos 50 años. En Brasil han muerto al menos 270 personas. Pero no hay cambio climático. Y si lo hay, no tiene nada que ver con el uso masivo de combustibles fósiles. Dicen.
La razón es clara, para quien la quiera ver: Hay mucho más vapor de agua sobre el océano y los meandros de los chorros polares son mucho más pronunciados hoy que hace 100 años. Y los meandros llevan aire frío sobre las tierras, aire frío que hace condensar ese enorme cantidad de agua que los vientos superficiales arrastran desde el mar a las zonas costeras.
Pero es imprescindible seguir quemando carbono. Las subvenciones a las renovables han ahorrado a España un 50% más de su valor en euros, al no tener que pagar dinero por carbón a países que no nos compran. Pero el gobierno español ha deshecho el acuerdo de subvenciones, porque los grupos de presión exigen seguir lanzando CO2 a la atmósfera. ¡Bien!
Estábamos hace unos días mi hijo y yo releyendo unos libros de hace 40 años, acerca de los viajes espaciales. Me quedé intrigado sobre cómo se habían podido escribir, y claro, sobre como habían podido los físicos e ingenieros del programa espacial americano escribir lo que ahí se puede leer. El problema es que todos los métodos de propulsión de las naves espaciales, necesarios para salir en un espacio de tiempo razonable del sistema solar, ignoran la segunda ley de la termodinámica, la existencia de límites.
La razón para ello es clara: esos libros se escribieron dentro de una sociedad que rechazaba el concepto de límite. En 1950 se proclamó, de manera tan orgullosa como hoy proclaman las centrales sindicales que el trabajo de 30 años debe servir para pagar la vida durante 90 (infancia, etapa productiva, jubilación), que habíamos llegado al paraíso, que se habían acabado los límites y que el ser humano se había convertido en un dios, y podía lo que quería.
Leí también, hace unos días, que un alto ejecutivo de Toyota estuvo contemplando como se empleaban ingentes cantidades de energía para extraer gasolina de las arenas asfálticas de Alberta, en Canadá: Le llegaron a decir que se pensaba en rodear la región de reactores nucleares para calentar esas arenas.
¿Para qué? ¿Para sacar gasolina?
Parece una inmensa locura. ¡Cualquier cosa con tal de tener gasolina! ¡Gastar energía para conseguir energía!
Es lo mismo que lo del tabaco, estos días: Hay quien -quiere- seguir fumando. La idea de la libertad se ha pervertido entre personas sin educación, incluyendo entre ellas un académico de la RAE que escribía ayer sobre el tema. Existe libertad real cuando aceptamos nuestros límites. Esto lo entendió perfectamente una sra. que hace unos 30 años estaba en la playa, bajo su toldo: Otra sra. rodeada de niños les dijo a éstos “Ocupad el toldo, todo es de todos, somos libres de hacer lo que queremos”. Ante esto la primera sra. dijo a sus propios hijos “Muchachos, coged las meriendas de la familia esta que se ha metido en el toldo: Todo es de todos”.
Hay límites.
¿No sería mucho más eficaz que fuesemos cambiando nuestra forma de funcionar en sociedad, en vez de seguir en una carrera desbocada de gasto creciente? ¿Qué beneficios aporta la gasolina? Resulta que “necesitamos” los coches para ir a comprar, porque las tiendas se han alejado de las casas porque tenemos coches para ir a comprar lejos.
O necesitamos camiones para fabricar sillas en Barcelona, mesas en Sevilla y ensamblar comedores en Madrid. Se supone que es más “barato” que las sillas se fabriquen en Barcelona: la idea de Adam Smith sobre especialización. Ahora bien: puede ser más “barato” para el empresario de sillas. ¿Es más barato para la empresa que monta comedores, o para la sociedad? Y si no es más barato para la sociedad, tampoco lo es para el empresario, aunque parezca que sí lo es. El empresario, a través de impuestos y costes adicionales (seguros de accidente, etc.) paga más al final por tener las fábricas especializadas que por fábricas generalistas. Las ideas de Smith, posiblemente válidas en 1800, son erróneas hoy.
El problema es, como en casi todo, seguir la carrera desbocada en la pista, por no pararse a mirar alrededor. En cualquier situación hay muchas soluciones para los problemas que surgen, pero hay que aceptar que hay muchas de ellas, y no afirmar, como el conde Peransules, que siempre es preciso ‘mantenella y no enmendalla’. Un empresario de gasolina (Exxon) puede luchar como gato panza arriba por mantener el negocio del combustible fósil, pero haría el mismo dinero si cambiase a otro tipo de actividad. No quiere hacer el esfuerzo: aquí entramos en la vagancia mental. ¿Tenemos que sufrir muchos por la vagancia mental de unos pocos?
Estos días hay empresarios de bares que quieren seguir permitiendo fumar en sus locales, porque dicen que si no lo hacen pierden dinero. ¿Y si atrajesen clientes con otras ideas distintas de las de fumar? Bastaría con hacer algo de esfuerzo mental. Pero prima: “Yo tengo un negocio y no quiero cambiarlo”: pereza, desidia.
Yo he cambiado varias veces de actividad, de tema, de forma de trabajo.
El ansia de hacer lo que siempre se ha hecho nos habría mantenido a nivel de chimpancé, jamás hubiésemos usado el fuego, las herramientas, la agricultura, el derecho o la ciencia. O la gasolina.
El discurrir de la vida cambia las condiciones de ésta. La solución está en adaptarse a las nuevas condiciones, no en “defender derechos adquiridos”.
Hay solución para los problemas: se llama aceptación del cambio y nuevas ideas para la vida.
¿Cambiamos?