EL ESCÉPTICO DIGITAL
Edición 2009 - Número 4 (230) - 4 de abril de 2009
Luis Javier Capote Pérez
(Artículo publicado originalmente en la bitácora La Guarida del Dragón)
Hace unos días –lo recordaba la amiga Teresa justo aquí en Blogalia- se cumplieron tres años de la muerte de Javier Corzo Varillas. Su recuerdo sigue presente ahora como cuando estaba entre nosotros, y su ejemplo como divulgador, científico y persona no se ha borrado. Su voz se alzó, casi en solitario, para decir, en el asunto de los polvos de Meléndez, que el emperador estaba desnudo. Se batió una y otra vez para recordar cuál debía ser el comportamiento de un científico digno de llamarse tal, cuando el invento de don Enrique se hallaba en el pináculo de su popularidad. Asumió la siempre desagradable tarea de nadar contra la corriente de la opinión pública. Tres años después, cuando se encuentra uno con el indicativo dato de que las voces críticas hacia el tinglado del metabolismo celular se multiplican, cuando los otrora numerosos coros de alabanza parecen haberse despoblado y/o callado y la estrategia de beligerancia contenciosa seguida por el entorno del antiguo profesor de Bioquímica se ha saldado con el fracaso y el abandono, no está de más recordar el ejemplo de Javier como valedor del pensamiento crítico. El Profesor Corzo Varillas predicaba con el ejemplo, y pese a que muchas veces se confesara cada vez más escéptico respecto de la utilidad de la divulgación, nunca faltó a la hora de arrimar el hombro, ya fuera en un acto lúdico como la Primera Celebración Ancestral de San Cho Panza o en cosas más serias como el curso Ciencia y pseudociencias. Como escribía hace unos tres años, Javier ya no está, pero su ejemplo perdura, al igual que su recuerdo. No compensa, eso sí, que sigamos echando en falta sus bromas, sus chascarrillos y la contundente y certera sinceridad que formaba parte de su carácter, así como sus enseñanzas. Recuerdo la frase con la que me animó, la mañana del día en que me tocaba defender la memoria de mi tesis doctoral: No te preocupes, que en este país ni el cortado ni el cum laude se le niegan a nadie. Sonrío, como se hace siempre que se evocan recuerdos agradables, pero sigo echando en falta la oportunidad de reír junto a una persona a la que respetaba –respeto- como profesor y a la que estimaba –estimo- como amigo. Allá donde estés, Javier, ésta va por ti.