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E
l público que sigue los medios de co-
municación suele sonreír al descu-
brir una noticia que hace referencia a
observaciones de ovnis. Una persona con
un mínimo de sentido crítico debe desechar
como fraudulenta la inmensa mayoría de
las historias de ovnis
puros platillos vo-
lantes, para algunos informadores
, no
tanto por la previa desconfianza ante la pa-
labra de un testigo
como algún malinten-
cionado ha intentado hacer creer
, sino por
la forma en que esa información es presen-
tada en la mayoría de los medios de comu-
nicación especializados. Las informaciones
ofrecidas por los especialistas al consumi-
dor de misterios han adolecido siempre de
un sano escepticismo; suelen estar incom-
pletas, y sus tendenciosas conclusiones in-
tentan provocar el asombro del lector,
afianzándolo en la infundada creencia de
que el espacio aéreo, y, en algunos casos, el
terreno que pisamos, está siendo continua-
mente invadido por extraños artefactos de
origen desconocido, que en el universo de
los creyentes en los ovnis siempre desem-
peñan el rol de naves alienígenas.
Una buena porción de la literatura ufo-
lógica pretende convencer de la realidad de
los ovnis como artefactos físicos, pero no li-
mitándose a mostrar una serie de testimo-
nios coincidentes con el fin de documentar
una supuesta anomalía que deba ser es-
crutada por las autoridades académicas,
sino con la intención de hacer pasar tales
hechos por la manifestación de un poder
ajeno a la Tierra ante el que nada pueden
hacer las autoridades militares encargadas
de velar por la seguridad del espacio aéreo,
sólo negar su existencia con la connivencia
de las autoridades civiles. Éste es el propó-
sito de, por ejemplo, 100.000 kilómetros
tras los ovnis, uno de los best-sellers del pe-
riodista Juan José Benítez. En una nota al
principio de este auténtico álbum de histo-
rietas ufológicas, el autor declara sin am-
bages su intención: “Un solo objetivo me
propuse al ordenar estos apuntes: mostrar
a cuantos todavía dudan que los ovnis exis-
ten y que son astronaves extraterrestres”.
No parece haberlo conseguido precisamen-
te.
Ufología es sinónimo, en medida desta-
cable, de rumor, embrollo, encubrimiento
indemostrable, media verdad y sensaciona-
lismo mediático. En otras ocasiones, es
sinónimo de falsos testimonios y del pode-
roso influjo que ejercen los medios de co-
municación masivos en la ciudadanía. El
director de esta revista, Luis Alfonso Gá-
mez, ponía de manifiesto en un artículo
este aspecto, evidenciando el paralelismo
con un lamentable episodio criminal: el se-
cuestro y asesinato de las niñas de Alcà-
sser [Gámez, 1993]. Recordemos el espec-
táculo ofrecido por determinados reality
shows, cuando aparecían personas que de-
cían haber visto a las niñas en diferentes
provincias españolas ¡cuando éstas ya ha-
bían sido asesinadas y aún no se sabía! ¿Se
trató de un simple y morboso deseo de pro-
tagonismo? ¿Cómo es posible que un medio
que supuestamente tiene vocación de servi-
cio social de pie a estas declaraciones?
¿Cuál es el verdadero efecto del medio tele-
visivo? ¿Desencadena, en circunstancias
La paranoia
conspiracionista
¿Son ‘ufología’ y ‘paranoia’ términos cada día más semejantes?
A tenor de las más recientes manifestaciones de esta pseudociencia
en España, es mucho lo que tienen en común
RICARDO CAMPO
el escéptico (Invierno 1998-99) 41
El deseo de creer o hacer que la gente crea les
lleva a ciertos ufólogos a tergiversar la realidad.
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especiales, comportamientos anómalos en
individuos predispuestos?
De una forma u otra, la ufología ha cris-
talizado a lo largo de su desarrollo históri-
co en un ámbito en el que las cosas no fun-
cionan de igual manera que en otros. Los
medios de comunicación especializados en
los misterios aéreos han construido una
realidad alternativa donde la percepción
humana funciona de manera mucho más
precisa y fidedigna. Es lógico: al ser un
constructo totalmente artificial, se han eli-
minado las imperfecciones del mundo real.
En este mundo implícitamente idealizado,
el ojo humano posee una acuidad superior
a la que todos habitualmente poseemos, los
efectos ópticos de la atmósfera desaparecen
y el recuerdo es capaz de reproducir fiel y
literalmente lo vivido días atrás, a pesar de
la sorpresa, el miedo y la angustia de en-
tonces. Se trata de un auténtico limbo, o tal
vez de Magonia hecha a la medida de la
comercialidad.
De forma similar, entre los practicantes
de la ufología, podemos encontrar a hetero-
doxos de tendencias irracionales. Al tratar-
se de una materia tan particular, los que se
encuentran en su círculo menos racional
han adquirido las manías y la aureola del
iluminado que tiene acceso a verdades no
reveladas al lego. Es posible, igualmente,
que, ya de antemano, el candidato a ufólo-
go posea determinadas marcas que le
orientan hacia la heterodoxia irracional.
Estoy seguro de que el lector podría propo-
ner más de un ejemplo de individuo que
mantiene curiosas y extravagantes ideas
sobre los ovnis
y sobre otros muchos as-
pectos de lo paranormal
, que probable-
mente ha dedicado muchos años a su estu-
dio
es un decir
, pero que no ha llegado a
conclusión demostrable alguna, bebiendo
en variadas fuentes sin capacidad de dis-
criminar la información valiosa de la pura
charlatanería, y que ha llegado a un estado
intelectual incomunicable, autoabastecido
y refractario a cualquier perspectiva crítica.
Se trata de iluminados light. Y entre todas
esas deducciones, una que sirve de funda-
mento: los gobiernos ocultan información
reveladora sobre los ovnis-extraterrestres.
Existe todo un
repertorio de cu-
riosas razones pa-
ra dar verosimili-
tud a las compli-
cadas maniobras
argumentativas
del periodismo u-
fológico sobre el
secretismo oficial;
como en este te-
rreno no existe la lógica, sino creencias fir-
memente asentadas, se vuelve normal pen-
sar que tal ocultamiento es real y efectivo.
A menudo, se aducen las más extravagan-
tes afirmaciones antes que reconocer que
no existe ni una sola prueba de que nos
visiten alienígenas y de que, por tanto, no
hay política de cover-up, u ocultamiento. El
doctor Félix Ares de Blas [1997] resumió el
aberrante panorama intelectual de la ufolo-
gía de la siguiente forma: “El no encontrar
ninguna prueba es una buena prueba de
que las pruebas existen”. Así, la creencia se
blinda a sí misma, ya que por definición
esto es irrebatible, no se puede demostrar
la tesis ni la antítesis: siempre habrá al-
guien que ante la demostración de que el
Gobierno no oculta o tergiversa informa-
ción de un episodio particular, piense que
en otros casos esto sí debe ocurrir, o inclu-
so que la labor de encubrimiento es tan
perfecta que hace creer que no existe. Aun-
que pueda parecer una estupidez, razo-
namientos como éste son habituales en el
mundillo de los medios especializados en el
bombardeo de noticias ovni.
Todos son conspiradores
Conspirar es la unión de varias personas
con la finalidad de llevar a cabo algún fin,
en particular contra un superior jerárqui-
co. En el terreno de la mitología de los ov-
nis, la conspiración, uno de sus sellos ca-
racterísticos, consiste en la ocultación, ya
sea por parte de instituciones gubernamen-
tales, comunidades científicas internacio-
nales o grupos de poder, de las informacio-
nes sobre observaciones de platillos volan-
tes y contactos con entidades alienígenas.
Al menos, así lo aseguran los creyentes.
La creencia en encubrimientos oficiales
es antigua, prácticamente se remonta al
inicio de la mitología ovni, allá por los años
50. Por entonces, el mayor retirado Donald
Keyhoe pensaba que las más altas esferas
de la política y las agencias de inteligencia
americanas estaban implicadas en el cover-
up. Los creyentes pensaban que la prueba
definitiva del ocultamiento era la negativa
de la Fuerza Aérea a permitir el acceso libre
a los archivos secretos [Peebles, 1994]. De
nada servía explicar que la causa del secre-
to era que los archivos contenían informa-
ción reservada sobre procedimientos de in-
teligencia: el público seguía creyendo que
se ocultaba la presencia de naves extrate-
rrestres sobre los cielos americanos. Idén-
tica situación a la que encontramos en
España en las últimas décadas con respec-
to a los archivos
secretos del Ejérci-
to del Aire.
Las teorías
conspirativas pue-
den parecer pro-
fundamente irra-
cionales en una
primera aproxima-
ción, pero, por otro
lado, son “mucho
más coherentes que el mundo real, desde el
momento en que no hay lugar para errores,
fallos o ambigüedades” [Hofstadter, 1965].
De igual forma, la paranoia conspiracionis-
ta en ufología es completamente irracional,
pero sus afirmaciones son intrínsecamente
irrebatibles debido a su idealidad; el mun-
do funciona de manera muy sencilla desde
su perspectiva. Podemos distinguir una
42
(Invierno 1998-99)
el escéptico
La creencia en encubrimientos
oficiales es antigua,
prácticamente se remonta
al inicio de la mitología ovni,
allá por los años 50
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verdad oculta
presencia de naves misterio-
sas o extraterrestres en el cielo
, unos
conspiradores y manipuladores
el Ejército
y sus colaboradores civiles
, unos luchado-
res contra la conspiración
los periodistas
ufológicos
y unos posible espías
aquéllos
que dudan de la existencia del secreto y la
manipulación, o son mínimamente ambi-
guos respecto a la versión conspirativa
. Se
trata de una teoría compacta y homogénea,
donde los malos y los buenos están perfec-
tamente identificados, como en toda visión
paranoica y conspirativa que se precie.
Mi opinión, en cambio, es muy sencilla:
si durante 50 años los cultivadores del mis-
terio no han presentado una prueba con-
tundente de sus afirmaciones, es porque no
existen, no porque las esté ocultando algún
grupo o agencia interesada en ello. Ésta es
la tesis más sencilla –y por tanto la que
más posibilidades tiene de ser cierta
, de-
fendida por Ares de Blas en el ensayo cita-
do [1997], donde aporta razones de peso
para dudar de tal encubrimiento: chivata-
zos, dificultad para controlar al gran núme-
ro de personas que deben guardar silencio,
espionaje, revelaciones de un moribundo y
ventajismo político, entre otras muchas. Si
de un secreto de Estado como la fabrica-
ción de la bomba atómica hubo filtraciones,
¿cómo no las habría habido en 50 años de
secreto oficial sobre los ovnis?
Ufología: ¿una paranoia social?
Martin Kottmeyer [1990] opina que toda la
ufología, desde sus orígenes, es un comple-
jo sistema paranoico: ¿cómo se explica que
una creencia perviva durante 50 años sin
aportar una prueba convincente de sus
afirmaciones más extravagantes?, ¿cómo
llamar al comportamiento de ciertos divul-
gadores empecinados en difundir la creen-
cia de que los gobiernos nos ocultan prue-
bas determinantes? Si tan seguros están de
la existencia de esas pruebas, es que, de
alguna forma, han tenido acceso a las mis-
mas. ¿Por qué no han dado a conocer pú-
blicamente alguna de ellas, una demostra-
ción irrebatible ante la que usted, lector, y
yo no tengamos más remedio que asentir?
Pero, lamentablemente, fallaron; cuando
tenían a la vista el secreto de secretos no
fueron capaces de conseguirlo. Nos recuer-
dan al abducido, que visita el platillo volan-
te, pero no se hace con un pequeño artilu-
gio que demuestre que su visita ha tenido
lugar en el mundo real y no en el país de las
maravillas que Alicia visitara en sueños.
¡Lástima! Ahora pretenden convencernos
con la palabra, pregonando con las manos
vacías.
La paranoia ufológica tiene su expresión
más lograda en la respuesta del creyente o
el publicista ante cualquier negación de en-
cubrimiento o secretismo, que es interpre-
tada como una confirmación indirecta de
ambos. La paranoia siempre ve más, mu-
cho más de lo que realmente hay. Si al-
guien comenta que ha visto durante la no-
che una luz extraña a baja altura y pasados
unos días se descubren unas extrañas hue-
llas en la zona aproximada, es probable que
un intrépido periodista establezca una rela-
ción de causa-efecto entre ambos aconteci-
mientos, aunque no exista la menor posibi-
lidad de probar tal conexión. Sin embargo,
¿cuántas veces hemos escuchado o leído
asociaciones de este tipo?
Veamos algunos ejemplos españoles de
la paranoia ufológica. Aunque en éstos ci-
taré a informadores concretos, no implica
que sean paranoicos en su vida privada; es
la actividad en la que se hallan envueltos la
el escéptico (Invierno 1998-99) 43
Fernando G. Baptista
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que tienen ribetes paranoicos, por mor de
su rentabilidad económica y la ausencia de
pruebas objetivas con que sustentar sus
afirmaciones.
Desclasificación: la paranoia
de la manipulación
Si hemos de destacar un momento en que
en España se desató la paranoia conspira-
cionista como nunca antes lo había hecho,
es obligado remitirnos a septiembre de
1992, cuando el Mando Operativo Aéreo
(
hoy Macom, Mando Aéreo de Combate) de-
positó en la Biblioteca de Cuartel General
del Aire (Madrid) copia del primer expedien-
te sobre ovnis desclasificado por el Ejército
del Aire Español. Previamente, en abril de
ese mismo año, la Junta de Jefes de Estado
Mayor (Jujem) había acordado iniciar el
proceso de desclasificación, instigada, des-
de años atrás, por dos investigadores civi-
les, Joan Plana Crivillén y, en particular,
Vicente-Juan Ballester Olmos. Otros, en
los que me detendré más tarde, intentaron
venderse como co-responsables de la citada
iniciativa sin haber tenido influencia real
en su inicio.
Sin duda alguna, la exitosa estrategia de
los investigadores citados puede conside-
rarse como el mayor logro social de la ufolo-
gía española en la historia. Por primera vez,
un investigador civil colaboraba con el Ejér-
cito del Aire en el análisis de la información
histórica de carácter reservado y se consti-
tuía en pieza activa del proceso de desclasi-
ficación. Nada extraño tiene esta colabora-
ción: son muchos y variados los investiga-
dores civiles, teóricos y técnicos, que cola-
boran con nuestras Fuerzas Armadas, den-
tro de una actividad transparente y pro-
ductiva. Pero en nuestro caso se desataron
rayos y truenos, llovieron improperios y la
desclasificación fue tildada de fraude desde
sus inicios. Dos razones parecen haber
jugado un importante papel en esta cam-
paña difamatoria.
En primer lugar, el intento de resucitar
un mito que murió el día en el que fue
depositado el primer expediente a disposi-
ción del público interesado: el secretismo
oficial. Durante décadas, se hizo creer que
el Gobierno español –a semejanza de otros
ejecutivos y en particular del estadouni-
dense
conservaba información relevante
en sus archivos. Evidentemente, siempre se
ha sabido que el Ejército del Aire español
guardaba información relacionada con su-
puestas observaciones extrañas, puesto
que los jueces informadores nombrados
por los jefes de las respectivas regiones
aéreas para investigar la casuística entre-
vistaron a gran cantidad de civiles y, en di-
ferentes ocasiones, fueron publicadas en la
prensa notas informativas, aclarando algún
aspecto particular o solicitando testimonios
y la denuncia a las autoridades de hipotéti-
cas observaciones. La leyenda pretendía
hacer creer que esa información oficial te-
nía carácter reservado porque contenía im-
portantes hallazgos que demostrarían que
nuestro espacio aéreo era violado frecuen-
temente por naves de procedencia descono-
cida. Con el inicio de la desclasificación y
su posterior desarrollo, quedó demostrado
que esta creencia no tenía fundamento
alguno. ¿Pero cómo permitir que uno de los
mitos más cultivados y asentados comen-
zara a resquebrajarse?, ¿cómo reconocer la
feliz idea oficial si en las obras de los críti-
cos aparecen frecuentes alusiones al secre-
tismo oficial? Quedaban en evidencia las
débiles bases en las que se apoya la ufolo-
gía periodística.
La otra razón hay que buscarla en el tra-
dicional enfrentamiento de la ufología espa-
ñola
como reflejo de un conflicto presente
en la ufología mundial
. Es fundamental
señalar que este enfrentamiento no se ha
producido, como es habitual en otras acti-
vidades de investigación, por medio del de-
sarrollo comunicativo, con el interés ideal
de llegar a entenderse y avanzar en el cono-
cimiento; en nuestro caso, la disputa, sólo
por una de las partes, ha descendido al
nivel de una discusión callejera, ha hecho
El ‘documento 0023’, cuya autenticidad han puesto en duda
algunos ufólogos.
44
(Invierno 1998-99)
el escéptico
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uso frecuente del insulto, la descalificación
grosera y el libelo, sin atenerse a las inter-
pretaciones y propuestas concretas del sec-
tor contrario. Puede decirse que la crítica al
proceso de desclasificación está por hacer
por parte de un investigador no implicado
en la farándula platillista y comercial. En
este sentido, esperamos con impaciencia lo
mucho que tiene que decir el principal
autor civil de la desclasificación, Ballester
Olmos, que posibilitará un conocimiento
pormenorizado de un proceso que ha dura-
do cerca de 6 años
el último expediente
desclasificado vio la luz en mayo de 1998 y
con él finalizó el proceso
. Mientras, se
pueden consultar algunos textos de Balles-
ter Olmos [1993, 1995a, 1995b, 1997a,
1997b].
Ese enfrentamiento crónico propició que
revistas como Más Allá de la Ciencia
que
algunos rebautizaron como Más Allá de la
Cordura
fuera pródiga en acusaciones in-
fundadas contra la desclasificación. Vea-
mos con detenimiento diversos ejemplos.
En un artículo de 1994, Javier Sierra
cita dos casos como ejemplo de la manipu-
lación del Ejército del Aire en este tema
[Sierra, 1994]. El que aquí nos interesa es
el del 2 de enero de 1975, ocurrido en la
Base Aérea de Bárdenas Reales (Navarra),
del que, haciéndose eco del conocido nove-
lista J.J. Benítez, afirma que uno de los do-
cumentos contenidos en el expediente he-
cho público, concretamente la página
0023, podría haber sido intercalado ex pro-
feso durante su desclasificación para expli-
car el episodio. En él, erróneamente, el
teniente general Carlos Franco Iribarnega-
ray afirma que lo observado por los solda-
dos aquella noche fue un halo lunar. El
motivo que llevaba a sospechar este amaño
es que el citado documento aparece redac-
tado con un tipo de letra distinto al del res-
to, dando la impresión de que ha sido escri-
to con una máquina eléctrica de última ge-
neración. Este detalle, que podría confir-
mar un añadido puntual, fue sobredimen-
sionado por el instinto sensacionalista de
estos periodistas. Impresiones apresuradas
influidas por la mala intención y, basados
en aquellas, veredictos de culpabilidad han
sido frecuentes en los seis años de libera-
ción de los papeles oficiales sobre ovnis. Así
quedó demostrado cuando el investigador
barcelonés Joan Plana [1997] pudo confir-
mar que el documento en cuestión había
sido redactado en el momento de llevarse a
cabo la investigación oficial. Al parecer, el
ufólogo de campo Bruno Cardeñosa había
encargado un estudio especializado sobre
este texto con el fin de averiguar su anti-
güedad [Guijarro, 1995] a “dos técnicos de
IBM y Olivetti” que afirmaron que el docu-
mento era reciente [sic]. No se aporta docu-
mento probatorio alguno de esta conclu-
sión.
Por su parte, Plana consultó la cuestión
del documento 0023 en diversas firmas de
ofimática. Las respuestas fueron unánimes
y coincidentes: a) las máquinas de escribir
eléctricas aparecieron en el mercado co-
mercial español en los primeros años 70,
por lo que enero de 1975 su uso era ya fre-
cuente; y b) el documento 0023, casi con to-
da seguridad, había sido redactado con
una máquina de este tipo.
Verificados estos puntos, sólo cabía soli-
citar explicaciones. Así se hizo a la Jefatura
de la Tercera Región Aérea con sede en Za-
ragoza, sobre si actualmente había forma
de confirmar la existencia y uso en enero de
1975 en dicha jefatura de máquinas de es-
cribir eléctricas con las que se hubiera po-
dido redactar el controvertido documento
0023. La verificación de su autenticidad,
por medio de una carta remitida a Plana,
llegaba de la mano de Eugenio Veiga Pita,
general jefe del Mando Aéreo de Levante y
de la Tercera Región Aérea, con fecha 26 de
noviembre de 1996. Quedaba demostrado
así el móvil calumnioso de los articulistas
de misterios.
Citemos también las acusaciones de en-
cubrimiento respecto a dos casos en los
que la tripulación de un avión comercial
confundió Venus con una luz extraña. El
primero es el popular caso del comandante
Ordovás, de 25 de febrero de 1969, en el
trayecto Palma de Mallorca-Madrid. Según
ciertos informadores, se habría ocultado la
existencia de un segundo informe oficial del
caso, cuando lo que ocurrió fue que el do-
cumento en cuestión se había traspapela-
do. Gracias a la sugerencia de Ballester Ol-
mos al oficial de Inteligencia encargado de
la desclasificación, el teniente coronel En-
rique Rocamora, el informe fue hallado y
desclasificado [Ballester, 1995c y Borraz,
1998]. El segundo es el protagonizado el 12
de febrero de 1985 por el vuelo Lanzarote-
Gran Canaria, previa llamada por parte de
unos policías municipales a la torre de con-
trol de la capital conejera, Arrecife. Lamen-
tablemente, el informe oficial se perdió en
las oficinas del Mando Aéreo de Canarias y
no ha podido ser hallado a pesar de un re-
querimiento expreso en enero de 1996 del
jefe del MOA, general José Luis Tojeiro, al
Macan (Ballester, 1997c). Por supuesto, ha
circulado una versión paranoica de este ex-
travío, que dejo a la imaginación del lector.
En febrero de 1995, Benítez “y quinien-
tas firmas más” dirigían una carta al
entonces jefe del Estado Mayor del Aire,
teniente general Manuel Quintana Arévalo,
en la que mostraban su preocupación por-
que las manipulaciones del proceso de des-
clasificación “lastimaban seriamente el tes-
timonio y hasta la preparación técnica y
profesional de los testigos (controladores de
interceptación, pilotos civiles, de combate,
el escéptico (Invierno 1998-99) 45
La crítica al proceso de desclasificación
de información militar sobre ovnis
en España está por hacer por parte de
un investigador no implicado en la
farándula platillista y comercial
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etcétera)” [Sierra, 1995]. Pocas veces se
puede decir mayor estupidez en tan poco
espacio. Los pilotos, sean del tipo que sean,
son seres humanos, con biografía y biolo-
gía, con un aparato perceptivo influido por
la sociedad, por sus mitos y leyendas, en la
que se desenvuelven en igual medida que el
del resto de los ciudada-
nos. En las academias
de formación, no les pre-
paran para convertirse
en seres iluminados
capaces de percibir la
esencia de las cosas ni
acceder al mundo impo-
luto de las ideas.
Existen unas disciplinas
llamadas psicología de la
percepción y sociología
del conocimiento que
han establecido perfec-
tamente estos importan-
tísimos aspectos. Nadie,
ni siquiera un profesio-
nal del aire, está libre de
confusiones visuales o
interpretativas, menos
aún en condiciones de
visibilidad disminuidas
y en un espacio a menu-
do sin referencias, pero en el que los mitos
y la carga emotiva del momento siguen
ejerciendo su influencia en la mente de ser
humano. Obviar esta enseñanza elemental
es prueba de ignorancia y, lo que es peor,
de seguir manteniendo la de los aficionados
al misterio. Todo esto, por supuesto, no
está reñido con la profesionalidad –en unos
casos mayor, en otros menor, como en el
resto de los ámbitos profesionales
de
nuestros pilotos civiles y militares. Opinar
en sentido contrario es señal de querer
mantener el mito de la infalibilidad
otro de
los pilares en los que se asienta el mito de
los ovnis y que hay que apuntalar al precio
que sea
y calumniar a investigadores obje-
tivos, al mismo tiempo que se hace el ridí-
culo al presentarse como los defensores de
la credibilidad de los pilotos de combate.
¡Qué presuntuosos!
A veces, no hace falta difamar a nadie
para llamar la atención, basta con informar
mal. Un pequeño ejemplo nos lo proporcio-
na la revista Enigmas en su número corres-
pondiente a de marzo de 1996. Haciendo
referencia a la desclasificación del caso ca-
nario del 5 de marzo de 1979
dos misiles
lanzados desde un submarino en aguas
atlánticas
−,
se dice: “Las autoridades del
Mando Operativo Aéreo (MOA) ofrecen una
explicación del suceso muy curiosa: para
ellos, el causante de la psicosis ovni que se
vivió en aquellas fechas fue un misil lanza-
do desde aguas internacionales”. Me gusta-
ría saber dónde encontró el anónimo arti-
culista de Enigmas la
explicación misil, de for-
ma tajante, en el expe-
diente desclasificado so-
bre este caso. Simple-
mente, se cita como una
de las posibilidades y,
erróneamente, el juez
informador la descarta,
quedando el suceso co-
mo no explicado. Lógica-
mente, el encuestador
oficial no tenía por qué
conocer los efectos de es-
tas pruebas, aunque po-
dría haber tenido en
consideración la opinión
de diversas fuentes que
en la prensa local ya
aventuraron días des-
pués de producirse la
observación que se había
tratado de un misil. Re-
cordemos que el general jefe de la Zona
Aérea de Canarias mantuvo su opinión so-
bre la verdadera naturaleza del caso aún
después de que su subordinado le hiciese
entrega del informe final, como queda cons-
tancia en los oficios internos incluidos en el
expediente. “¿Psicosis ovni en Canarias por
entonces?”, se pregunta el columnista; sí,
desde hacía unos años, la presencia de no-
ticias en la prensa sobre ovnis era muy fre-
cuente
al igual que en la Península; recor-
demos que nos encontramos al final de la
oleada de la segunda mitad de la década de
los años 70
, circunstancia aprovechada
por algún pseudoufólogo oscurantista local
para intoxicar a la opinión pública con su
teoría del ovni; y tuvo éxito
ayudado por la
publicidad de un novelista peninsular
,
porque todavía hoy en día es posible encon-
trar creyentes que siempre recuerdan este
caso como el ovni de Canarias.
Contra Ballester Olmos
El sensacionalismo no debe faltar en toda
revista que se proponga sorprender al cre-
yente con disparates pseudocientíficos.
Manuel Carballal publicó en 1996 un artí-
culo de una página en Enigmas titulado
“Pruebas de manipulación en la desclasifi-
cación ovni” [Carballal, 1996b], aunque lo
cierto es que no se aporta ni una sola prue-
ba de ello. Después de relatar algunos epi-
sodios del proceso de desclasificación, se
muestra copia de una carta dirigida a un
general de la Guardia Civil en la que Ba-
llester Olmos anunciaba su intención de
formalizar su relación con el Ejército del
Aire en lo que respecta al citado proceso
oficial. Lo que quizá no sabía el reportero es
que jamás hubo contrato laboral de por me-
Según uno de los principales mitos
de la ufología, los ejércitos son los
encubridores máximos de información,
y cualquier opinión que no potencie
esta rentable leyenda es tildada
de colaboracionista
La CIA es el eje de la mayoría de las
conspiraciones ufológicas.
46
(Invierno 1998-99)
el escéptico
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dio, como se ha insinuado maliciosamente,
sino una relación informal entre el MOA y
Ballester Olmos, en representación de un
equipo multidisciplinar de ingenieros y físi-
cos. Por ello, era oficialmente cierto que
ningún ufólogo civil “está implicado en la
desclasificación”
según afirmación citada
procedente del MOA
, aunque, en la prác-
tica, el muy estrecho seguimiento del pro-
ceso por parte del investigador valenciano
ha permitido tener la convicción de que
toda la información oficial conocida se ha
desclasificado. Además, Ballester Olmos ha
proporcionado un valiosísimo servicio pú-
blico a la ufología, al lograr que el Ejército
del Aire, en tres ocasiones distintas, bus-
case informes, lo que ha aumentado sus-
tancialmente el volumen existente de infor-
mación sobre ovnis. Pero la conclusión
apresurada ya estaba hecha y el dedo acu-
sador cumplía su papel.
Por otro lado, vemos que en ovnilandia
las relaciones entre civiles y militares no
tienen lugar de igual forma que en domi-
nios más racionales: en éstos, es habitual
la colaboración de expertos civiles y del
ámbito castrense; en cambio, en el mundi-
llo de los ovnis, es una relación contra natu-
ra. ¡Cómo va a ser de otra forma! Según
uno de los principales mitos de la ufología,
los ejércitos son los encubridores máximos
de información, y cualquier opinión que no
potencie esta rentable leyenda es tildada de
colaboracionista.
En la apuntada carta de Benítez
más
las quinientas firmas
al teniente general
Quintana Arévalo [Sierra, 1995], se afirma-
ba: "Congresos, reuniones de investigado-
res y pequeñas iniciativas particulares han
permitido reunir esas firmas, que señalan
directamente al Centro de Estudios Inter-
planetarios (CEI) de Barcelona de haber si-
do utilizado por algunos individuos para
desinformar a los militares (sic) y ayudarles
a minimizar el impacto que podrían haber
tenido algunos expedientes que hasta aho-
ra han visto la luz”. El amante de la cons-
piración detecta, señala y acusa. Así de fá-
cil. De entre las variadas sandeces que con-
tiene el párrafo reproducido, destaca la su-
puesta desinformación de los militares cau-
sada por algunos individuos. Estos indivi-
duos no son otros que los principales artí-
fices de la desclasificación: Ballester Olmos
y Plana. La envidia segrega la conspiración.
A continuación, en pocas palabras, se dic-
tamina que el CEI es una institución anti-
gua y que no está para estos trotes descla-
sificatorios.
En parte, era cierto: el CEI, hasta prin-
cipios de los años 90, pasó una larga tem-
porada con un discreto nivel de actividad. Y
era una lástima, porque, hasta la aparición
de la revista cántabra Cuadernos de Ufolo-
gía, era prácticamente la única organiza-
ción ovni española que no daba vergüenza
ajena y se preocupaba de mantener unos
archivos actualizados, quizás, efectivamen-
te, con un espíritu un tanto romántico, pero
al fin y al cabo con una orientación seria.
Afortunadamente, quizás espoleado por es-
tos envidiosos, el CEI ha vuelto a la activi-
dad de los viejos tiempos.
Acusaciones en
un artículo ‘histórico’
El no va más de la paranoia llegó en 1997,
cuando Bruno Cardeñosa publica un inca-
lificable libelo en Más Allá. El reportero de
este bazar de pseudociencia con formato de
revista, entraba a saco y no se cortaba un
pelo. Acusaba, calumniaba y arrasaba co-
mo un temporal irracional. Apoyado en un
empalagoso estilo periodístico, con el fin de
enganchar al ingenuo lector, el delirio cons-
piranoico de la ufología española llega ba
su límite. La ilustración principal del artí-
culo es ridícula y escandalosa: se puede ver
un número de la prestigiosa revista Cua-
dernos de Ufología, el libro Investigación ov-
ni, de Ballester Olmos, una selección en
formato libro de artículos de la desapareci-
da revista Stendek, del CEI barcelonés, y
Ufos: the public deceived, del reputado es-
céptico americano Philip J. Klass, y delan-
te, un vaso conteniendo algunos cientos de
dólares. Patético. Pero, analicemos en deta-
lle lo que un editor irresponsable permitió
publicar a este reportero.
Para descalificar a Ballester Olmos, uno
de los blancos del delirante ataque, Carde-
ñosa nos desvela que el investigador valen-
ciano no está en posesión de ningún título
universitario, y añade que tal circunstancia
le inhabilita para ser considerado un exper-
to ufólogo capaz de asesorar a las Fuerzas
Aéreas Españolas en el proceso de desclasi-
ficación. Cardeñosa
que, como la mayoría
de los críticos de Ballester, carece de titu-
lación superior
padece titulitis, una enfer-
medad que hace creer que sólo el titulado
es competente para ejercer determinada la-
bor. Hoy, desgraciadamente, no es garantía
de rigor. Por ejemplo, son numerosos los ti-
tulados universitarios que consultan a as-
trólogos y videntes; incluso podemos en-
contrar ejemplos de periodistas de carrera
que comercian con la credulidad humana
sobre los extraterrestres. Así que no me
vale la falta de títulos para dejar de consi-
derar al levantino como el experto español
más cualificado en anomalías relacionadas
con los ovnis.
Me remito a sus obras . ¿Las han leído y
estudiado los lectores habituales de Más
Allá? Lo dudo. En ellas, podemos compro-
bar que, al contrario de lo que afirma el
articulista, Ballester Olmos jamás ha nega-
do “la existencia del fenómeno ovni”. ¿Pue-
de acaso alguien negar la persistencia, en
nuestra sociedad, de esta leyenda y sus
perniciosas derivaciones, contactados mile-
naristas, charlatanes del negocio ufológico-
esotérico, entre otros especímenes? Alguien
que escribe algunos de los mejores libros
sobre ovnis del mundo –como reconocieron
en 1997 los editores de la estupenda obra
colectiva Ufo 1947-1997. Fifty years of
flying saucers, Hillary Evans y Dennis
Stacy
, ¿puede ser acusado de “negar el
el escéptico (Invierno 1998-99) 47
background image
fenómeno ovni”? Una majadería similar fue
la que pudimos leer a Iker Jiménez (1998)
cuando, en el curso de una entrevista al
mismo autor, pregunta si en los expedien-
tes oficiales desclasificados “no hay nada
que a usted le pueda reconciliar con la ufo-
logía”. ¿Se pretende sugerir que existe otra
ufología más allá del escrutinio racional de
los relatos de ovnis? ¿Existe una ufología
canónica respecto de la que Ballester y
otros podrían ser considerados herejes?
Preguntas como la de Jiménez sugieren
otras como las que
yo planteo. ¿O se
trata, una vez más,
de segregar a cier-
tos individuos del
mercado ufológico
(donde, de hecho,
nunca han esta-
do)? Lo que nunca
ha tenido claro Ba-
llester es que, tras
esta leyenda mez-
clada con hipotéti-
cas y muy concre-
tas anomalías de la naturaleza, haya algún
tipo de inteligencia extraterrestre, una sim-
ple creencia que estos periodistas se encar-
gan de propagar implícitamente en sus es-
critos sin tener la más mínima prueba de
ello. Pero hay que eliminar a la competen-
cia y, para ello, no se duda en mentir y difa-
mar desbocadamente, o, simplemente, ma-
quillar la realidad.
Otros ‘conspiradores’
A continuación, los tiros de mosquetón de
Cardeñosa van dirigidos al CEI de Barce-
lona. Una “sospechosa casualidad” es, para
nuestro fabricante de misterios, que el CEI
esté presidido por un periodista experto en
temas militares, Pedro Redón Traball. Tal
vez haya un alien disecado entre los añejos
archivos del centro barcelonés. Como Re-
dón es experto en temas militares y ovnis,
mi sospecha se vuelve obvia... Bueno, reco-
nozco que fue un ataque momentáneo de
imbecilidad que hizo presa en mí.
Y, por último, la sección estrella del artí-
culo: la entrevista con Javier Esteban Aller
en torno a Bases de ovnis en la Tierra, una
novela de ficción, firmada por Esteban bajo
el pseudónimo de Douglas O´Brien, que lle-
vó de cabeza a los más crédulos ufólogos
españoles durante años. En el transcurso
de la conversación, Esteban sigue la co-
rriente y se hace pasar, de nuevo, por un
agente de la CIA, afirmando que “yo, por las
experiencias que he vivido, sé que hay
muchas más cosas importantes dentro de
este tema [de los ovnis]”, y que “si algún día
publicas lo que te he contado, y eres libre,
yo lo negaré todo y afirmaré que lo que
cuentas es mentira. Diré que el libro no era
más que una novela”. Cardeñosa había
montado una historieta conspiracionista
para escapar por la puerta falsa tras sus
pesquisas en pos de Esteban. El relato de-
tallado de toda esta trama lo recoge Este-
ban en un artículo publicado en la desapa-
recida La Alternativa Racional, predecesora
de EL ESCÉPTICO [Esteban, 1996].
Como consecuencia de las acusaciones
de Cardeñosa, Esteban fue invitado a Tele
5 en noviembre de 1996 (programa Día a
Día). En principio, la entrevista se había
planeado como un debate entre Esteban y
un representante de Más Allá, pero, al sa-
ber que el primero iba a estar presente, el
segundo declinó el ofrecimiento. Desde Más
Allá, afirmaron más tarde que no se les ha-
bía invitado, en-
viando un telefax al
programa de televi-
sión para protestar
por el trato recibi-
do. Sin embargo,
Esteban tiene cons-
tancia de que uno
de los colaborado-
res del programa de
televisión les llamó
para invitarles, ad-
virtiéndoles de su
presencia. Según
Esteban, “Hay una prueba irrefutable de
que Más Allá no tuvo el valor de debatir
conmigo, y es la ausencia de comentario al-
guno sobre lo que aconteció en aquel pro-
grama. La dirección de Más Allá, haciendo
gala, una vez más, de su afán por no ocul-
tar nada a sus lectores, no ha publicado
nada, hasta el día de hoy, de lo que pasó
aquel día ante las cámaras de televisión.
¿Les da miedo? ¿Les da vergüenza?”. So-
bran comentarios.
Finalmente, habría que agradecer a Car-
deñosa y a sus sufridos colegas de investi-
gación de campo la publicidad gratuita que
brindan a ARP, Cuadernos de Ufología y el
resto de sus demonios particulares. Como
la señorita y su estropajo, “yo no puedo es-
tar sin él”, en este caso, los escépticos.
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48
(Invierno 1998-99)
el escéptico
Hay que eliminar a la
competencia y, para ello, los
periodistas especializados no
dudan en mentir y difamar
desbocadamente, o,
simplemente, maquillar
la realidad
background image
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Ricardo Campo
es licenciado en Filosofía e in-
vestigador de la mitología ovni. Se encarga de
las relaciones exteriores de la Fundación Ano-
malía (http://www.oninet.es/usuarios/mamo-
ri/index.htm) y, entre otras publicaciones, cola-
bora habitualmente en Cuadernos de Ufología y
en la prensa local canaria.
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