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na de las corrientes pseudocientíficas más
cautivadoras es la que afirma la evidencia de
visitas extraterrestres en un pasado remoto;
visitas que pudieron haber dejado su huella en la
evolución biológica y cultural del ser humano, en
forma de mitos o monumentos elaborados mediante
tecnologías avanzadas posteriormente desparecidas.
Esta idea dio lugar a toda una exitosa corriente de li-
teratura pseudocientífica que tuvo una gran acogida
por parte del público, sobre todo en los años 70,
siendo sus más conocidos difusores Erich von Däni-
ken, Robert Charroux y Peter Kolosimo, entre otros
muchos.
La mayoría de estos autores se limitaba a recolec-
tar hallazgos arqueológicos descontextualizados,
aparentemente sorprendentes, que presuntamente
testimoniaban la presencia extraterreste en el
mundo prehistórico y antiguo. Otra táctica consistía
en recurrir a interpretaciones torpemente literales
de mitos para encontrar testimonios de aterrizajes de
astronaves o de encuentros con alienígenas. La ma-
yoría de estos argumentos era bastante burda y no re-
sistía el asalto de una crítica medianamente razona-
ble. Sin embargo hubo, dentro de esta escuela acien-
tífica, una obra que destacó por la aparente solidez
de su argumentación y por la evidencia antropoló-
gica en la que se basaba. Se trata de El misterio de Si-
rio (1978), de Robert K.G. Temple. Este libro ha
sido reeditado recientemente, y las ideas que en él se
recogen han vuelto a recibir cierto eco en la prensa
pseudocientífica, sobre todo en las revistas Más Allá
y Año Cero.
A diferencia de las obras de Däniken y compañía,
El misterio de Sirio no es un batiburrillo de despistes
arqueológicos ni un pupurrí de mitologías varias. Se
centra en las tradiciones de los dogon, un pueblo de
unos 200.000 individuos que habita en África occi-
dental, en los altos de Bandiagara, en la actual repú-
blica de Mali. Resumiremos en unas pocas líneas las
principales ideas que expone Temple: durante mile-
nios, los dogon han conservado una rica mitología
que incluye un complejo sistema cosmológico y en la
que se detallan conocimientos astronómicos difícil-
mente asequibles para un pueblo sin tecnología
científica alguna. Los dogon saben, a través de sus
tradiciones, que el Sistema Solar es heliocéntrico,
conocen los satélites de Júpiter, saben que existen
otros sistemas estelares además del nuestro y, lo más
sorprendente, conocen a la perfección la naturaleza
doble de Sirio, con dos estrellas, Sirio A y Sirio B,
esta última en órbita alrededor de la primera e invi-
sible desde la Tierra sin ayuda del instrumental téc-
nico adecuado. También saben que esta órbita dura
poco más de cincuenta años, y esta efeméride ad-
quiere una importancia inusitada en sus costumbres,
pues se celebra con una festividad excepcional: la
fiesta Sigui.
U
N MITOLOGÍA COMPLEJA
¿Cómo podían los dogon saber todas estas cosas? Ro-
bert Temple obtenía la respuesta de la propia mito-
logía dogon: éstos habían recibido sus conocimien-
tos de unos seres anfibios, llamados nommos, que ha-
bían descendido del cielo en un arca hace 5.000
años, procedentes de Sirio. Por supuesto, para Tem-
ple, estos nommos eran los representantes de una ci-
vilización siriaca.
Todo lo expuesto por el autor se basaba en la obra
de un prestigioso etnólogo francés y profesor de la
Sorbona, Marcel Griaule (1898-1956), quien pasó
años de estudio entre los dogon. Tras su muerte, su
labor fue continuada por sus discípulos y colabora-
Dogon, un misterio inexistente
JULIO ARRIETA
Marcel Griaule fue un antropólogo demasiado entusiasta y poco riguroso.
Y Robert Temple es, simplemente, un farsante
Las famosas máscaras dogon representan diversos animales y
personajes, no necesariamente mitológicos.
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dores, especialmente por Germaine Dieterlen. Entre
sus obras, destacan Masques dogon (1938), Dieu d’eau
(1948) y Le renard pâle (1965). Griaule era una au-
toridad académica y sus trabajos tenían una base
aparentemente sólida de la que Robert Temple se li-
mitaba a deducir lo evidente... en apariencia.
Las críticas escépticas a El misterio de Sirio no tar-
daron en aparecer y se basaban en que los dogon no
eran un pueblo aislado, en que probablemente ha-
bían adoptado en sus mitos conocimientos astronó-
micos aprendidos de los misioneros franceses o in-
cluso de algún explorador casual. En este sentido se
expresó Carl Sagan en su “Enanas blancas y hom-
brecillos verdes”, ensayo incluido en su libro El cere-
bro de Broca. Sin embargo, la crítica que pondría en
evidencia la falsedad del misterio de Sirio vendría
del mundo de la antropología y no se centraría en el
trabajo de Temple, sino en el de su principal fuente:
los estudios de Marcel Griaule.
No pocos antropólogos se sorprendieron por la
rareza de la mitología dogon. Tal como era descrita
por Griaule en sus obras, se trataba de una mitología
de una complejidad inusitada y, sobre todo, total-
mente ajena a la de los demás pueblos vecinos de los
dogon. De hecho, no existía en toda Africa nada
comparable a lo narrado en Dieu d’eau o Le renard
pâle. La crítica más elaborada al trabajo de Griaule
fue un artículo del antropólogo holandés E.A. van
Beek publicado en Current Anthropology en 1990. Al
igual que Griaule, Van Beek realizó su trabajo de
campo entre los dogon durante varios años con re-
sultados sorprendentes: no encontró evidencia al-
guna de la mitología recogida por su colega y la reli-
gión dogon era mucho más sencilla que todo lo na-
rrado por el antropólogo francés.
Efectivamente, había llamado poderosamente la
atención de los antropólogos el cambio evidente en-
tre lo expuesto en Las máscaras dogon y las posterio-
res Dieu d’eau y Le renard pâle. El primer libro expli-
caba las tradiciones dogon tal y como pueden ser ob-
servadas por cualquier estudioso que conviva con
este pueblo. Sin embargo, en Dieu d’eau, había un
cambio que se acentuaría aún más en las siguientes
obras: se exponía una tradición esotérica que era re-
velada exclusivamente a Griaule y sólo a Griaule o a
sus más cercanos colaboradores. Es en este conoci-
miento revelado donde se recogen los conceptos as-
tronómicos que menciona Temple; conceptos que,
como veremos, son bastante más sencillos y menos
correctos científicamente de lo que Temple quiere
hacer creer.
La principal intención de Griaule a la hora de
abordar las tradiciones dogon era reivindicar el valor
de las culturas africanas y sus mitos, cuya riqueza
quería equiparar a la de las mitologías de las culturas
clásicas. Movido por este ideal, insistió en profundi-
zar en las creencias dogon, llegando a sus niveles
esotéricos y ocultos. Algunos hogon –ancianos do-
gon– se prestaron a ayudarle y se convirtieron en sus
confidentes, creando toda una mitología inventada
cuyo único fin era satisfacer el ansia de conoci-
miento del investigador francés.
El principal confidente de Griaule fue Ogotem-
meli, un viejo cazador y chamán ciego que había
sido iniciado por su abuelo a los quince años. Las
conversaciones secretas entre Ogotemmeli y
Griaule, que tuvieron lugar en 1946, se publicaron
en Dieu d’eau (1948), un libro fascinante en el que
se expone una mitología de una complejidad tal que
sería imposible resumir aquí. En todo caso, mencio-
naremos los puntos que más han contribuido a crear
el misterio de Sirio.
O
GOTEMMELI Y LOS
‘
NOMMOS
’
Ogotemmeli le contó a Griaule cómo se creó el
mundo: lo creó Amma, el dios creador. Este dios
creó la Tierra, su mujer. La Tierra era un gran cuerpo
humano femenino cuyo centro era un gran termitero
que equivalía al clítoris. De la unión entre ambos,
surgieron los famosos nommos –los extraterrestres
anfibios de Temple–. Los nommos eran dos seres ge-
melos –mitad humanos, mitad serpientes– que na-
cieron de la Tierra y en la Tierra, de donde ascen-
dieron al cielo. Estos nommos volvieron a la Tierra
montados en un trozo del cielo. Una vez aquí, se
multiplicaron y surgieron ocho nommos, que fueron
los padres de los primeros hombres, formando las
ocho familias dogon. Luego, volverían a subir al
cielo del que sería expulsado definitivamente uno de
los ocho, que descendió montado en una estructura
que Ogotemmeli describe como un gran cesto de ce-
real invertido. Esto, de forma muy resumida, porque
la narración de Ogotemmeli es muy densa, repleta
de detalles simbólicos y a menudo contradictoria.
¿Describe Ogotemmeli algún conocimiento astro-
nómico moderno? Pues, la verdad es que no. En su re-
lato, Ogotemmeli afirma que la Tierra, tal como la
creó Amma, es plana, aunque está inclinada de Norte
a Sur: “La Tierra está tumbada, pero el Norte está en
lo alto”. ¿Describe correctamente el Sistema Solar?
Tampoco. Ogotemmeli afirma que el Sol gira alrede-
dor de la Tierra, pero, eso sí, su tamaño real es mayor
que el aparente. Veamos cómo el viejo cazador ciego
le describió el Sol a Marcel Griaule: “El Sol es una va-
sija cocida al blanco permanentemente. (...) Algunos
lo estiman tan grande como el campamento, lo que
sería unos treinta codos. En realidad, es mucho más
grande, supera en superficie el cantón de Sanga. (...)
Puede incluso que sea mucho más grande aún”. En
otro capítulo de Dieu d’eau, Ogotemmeli hace el si-
guiente comentario acerca del Sol: “El Sol es una tie-
rra cocida rodeada por una espiral de cobre incandes-
cente que le confiere su movimiento diurno, que da
luz y vida al universo. El Sol es como cobre fundido”.
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¿Y la Luna? Griaule insistió en los aspectos astro-
nómicos de los mitos que le estaban contando, pero
la astronomía no debía ser una de las principales pre-
ocupaciones de Ogotemmeli, porque despachó a
nuestro satélite con un breve comentario: “La Luna
es de la misma naturaleza que el Sol, sólo que está a
medio cocer”. Luego añadió, algo molesto por la in-
sistencia del francés, que, a diferencia de los negros,
que son seres solares, los blancos son seres lunares,
de ahí su aspecto de larvas. La naturaleza de las es-
trellas se explica de la siguiente forma: “En la noche
de los tiempos, las mujeres descolgaban las estrellas
para dárselas a sus hijos. Éstos las colgaban de un
huso y hacían girar estas peonzas de fuego para ver
cómo funcionaba el mundo”. Más adelante, dice:
“Las estrellas procedían de bolitas de tierra lanzadas
al espacio por el dios Amma, único dios”. Y con esto
concluían las explicaciones cosmológicas y cosmo-
gónicas de Ogotemmeli.
En Dieu d’eau, aparecen mencionados otros cuer-
pos celestes, todos visibles a simple vista, como Ve-
nus o las Pléyades, pero Ogotemmeli y Griaule se li-
mitan a comentar su significado simbólico. Sirio
aparecerá en la siguiente obra de Griaule y de mano
de sus otros confidentes, Ambara y Yébéné. Curiosa-
mente, lo que sí aparece en Dieu d’eau es la famosa
fiesta Sigui, que, según Temple, conmemora cada ór-
bita que Sirio B completa alrededor de Sirio A. Pero,
aunque Ogotemmeli explica a Griaule todos los por-
menores de esta fiesta relacionada con la pérdida de
la inmortalidad, omite cualquier relación de la
misma con Sirio. Eso sí, explica que se celebra cada
sesenta años, y no cada cincuenta, como afirma
Temple. En todo caso, la principal aportación de
Dieu d’eau al misterio que nos ocupa es la aparición
de los nommos, su extraña naturaleza anfibia y su
descenso del cielo.
Le renard pâle es un texto muy diferente a Dieu
d’eau. Se publicó en 1965, cuando Griaule ya había
muerto, y en su elaboración tuvo mayor influencia
su colaboradora Germaine Dieterlen. Así como Dieu
d’eau es un relato de una serie de conversaciones, Le
renard pâle es un gran compendio de signos, símbolos
y dibujos comentados por los informantes de
Griaule, con algunos relatos populares como com-
plemento. Es en esta obra donde Sirio hace su apari-
ción estelar, y nunca mejor dicho.
El mito de la creación que surge en Le renard pâle
es algo diferente al narrado por Ogotemmeli: aquí
Amma crea el universo mediante una serie de actos
minuciosamente descritos que hacen surgir las estre-
llas, los planetas, sus lunas, la Tierra, la vida y el pue-
blo dogon. La Creación tiene lugar a partir de un
huevo primordial, del que surge el universo después
de ocho vibraciones sucesivas. Los nommos aparecen
en estos primeros momentos de vida del universo y,
de hecho, son los responsables de la existencia del
espacio y del tiempo. Uno de estos nommos, llamado
Ogo, crea la vida en la Tierra a partir de su placenta
y, después de una compleja serie de incidencias, es
transformado por Amma en el primer zorro –renard
pâle– como castigo por haber cometido incesto. El
punto fuerte de todo este mito de la creación es el
sacrificio y posterior resurrección de uno de estos
nommos, el gemelo de Ogo. El fin de este acto es re-
dimir los pecados de Ogo y purificar la tierra. Este
sacrificio tuvo como reflejo cósmico la aparición del
sistema de Sirio, con Sirio B –Pô Tolo en Le renard
pâle– girando en torno a Sirio A. Después de este sa-
crificio, los primeros ocho ancestros generados por
los nommos descienden a la tierra, ya purificada, en
un arca repleta de animales y plantas.
Esta complejidad sorprendió a muchos antropó-
logos, que no habían encontrado nada similar en los
pueblos vecinos a los dogon. Pero las sospechas co-
menzaron a aflorar cuando algunos especialistas des-
cubrieron que, fuera del estrecho círculo de infor-
mantes de Griaule, el resto de los dogon parecía ig-
norar esta mitología.
E
L DESENMASCARAMIENTO
Para comprobar la veracidad de los estudios de
Griaule y Dieterlen, Van Beek se trasladó a una aldea
situada a una cierta distancia de Sanga, el área de tra-
bajo del equipo de Griaule y un lugar explotado tu-
rísticamente hoy en día. Van Beek hizo notar que
Sanga era un núcleo atípico dentro de la cultura do-
gon: es muy grande –6.500 habitantes– y recibió in-
fluencia islámica y cristiana hace mucho tiempo. Van
Beek decidió trabajar en una aldea de 1.800 habitan-
tes situada a unos 9 kilómetros de Sanga y con menor
influencia externa. Había reparado que Griaule se
había convertido en un referente cultural en Sanga y
que sus informantes habían adquirido un cierto esta-
tus de prestigio en la sociedad dogon. Sin embargo,
en la otra aldea, las cosas eran bien distintas. Van
Beek se encontró con una religión dogon compleja y
Las muejres dogon libres del misterio: no participan en los ritos
de máscaras.
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elusiva, pero que tenía poco que ver con lo narrado
por Griaule. Las diferencias que más nos interesan
son las siguientes:
• Van Beek pudo constatar que los dogon no tie-
nen un mito propio de la Creación. Creen en un dios
primero, Amma, pero no poseen un relato específico
que narre los orígenes. Van Beek no encontró rastro
alguno de los relatos de Ogotemmeli o de lo recogido
en Le renard pâle.
• Los nommos no son una figura central en los mi-
tos dogon. Son una especie de espíritus menores que
habitan en el agua y a los que se teme –son los res-
ponsables de que la gente se ahogue accidentale-
mente, por ejemplo–. No tienen nombre propio ni
están individualizados. La figura de Ogo es descono-
cida y no existe ningún mito de descenso de los cie-
los.
• En la religión dogon, no hay secretos iniciáti-
cos. Todos sus elementos son de dominio público y
los rituales colectivos sacrificiales o relacionados con
la muerte –las famosas fiestas de máscaras– no re-
quieren elementos secretos de ningún tipo.
• Los rituales de máscaras y las festividades Sigui
no tienen relación alguna con las estrellas.
• La astronomía tiene una importancia mínima
en la religión dogon. Los conocimientos astronómi-
cos recogidos por Van Beek son casuales y su origen
se refiere a la relación de los informantes con euro-
peos. Por lo demás, los dogon desconocen que Sirio
es una estrella doble e ignoran las complejidades del
Sistema Solar. Por supuesto, los dogon conocen Si-
rio, a la que llaman Dana Tolo –la estrella del caza-
dor–, pero no han oído hablar de Po Tolo y Sigu
Tolo, nombres que reciben Sirio B y la hipotética Si-
rio C en Le renard pâle.
Al entrevistar a Amadingué, intérprete y luego in-
formante de Griaule cuando preparaba Le renard pâle,
éste señaló a Van Beek que Ambara no se refirió en
ningún momento a Sirio como un sistema complejo y
que fue el propio Griaule quien introdujo este con-
cepto en la conversación. Al parecer, cuando Ambara
y Yébéné hablaban de Sirio y sus estrellas compañeras
se referían a estrellas visibles en el firmamento: habla-
ban concretamente de otras dos estrellas de la conste-
lación del perro –Canis Major–, seguramente Adhara
y Murzim. En ningún momento especificaron que és-
tas girasen en torno a Sirio, sino que afirmaron que
surgieron de él. Indicaron una relación generacional
entre las estrellas, no una relación orbital. Fue
Griaule el que estableció la relación entre lo que le
narraban y el conocimiento moderno de Sirio B.
Van Beek afirma en su demoledor estudio que
toda la cosmogonía dogon propuesta en las obras de
Griaule es una construcción intelectual urdida por el
entusiasmo del antropólogo francés, por una parte, y
por el afán de colaboración de sus informantes, por
otra. Los informantes se inventaron lo que Griaule
quería oír: improvisaron mitos, inventaron símbolos
y crearon relatos inexistentes para contentar a su exi-
gente entrevistador. A cambio, obtenían prestigio,
dinero –cobraban por la información– y cierto nivel
social entre los suyos. Griaule contribuyó a esta di-
námica con su carácter autoritario, sus maneras colo-
niales y su negativa a recibir un no por respuesta. De
hecho, la obsesión por la astronomía que muestran
los supuestos mitos dogon no es más que un reflejo de
los gustos del propio Griaule: cursó algunos estudios
de astronomía y parece ser que también era aficio-
nado a la astrología. Esta tendencia se observa en el
último capítulo de Dieu d’eau, en el que Griaule in-
tenta, de forma bastante forzada, establecer un para-
lelismo entre los símbolos explicados por Ogotem-
meli y los signos del Zodiaco.
Por otra parte, Van Beek pudo comprobar que, de-
jando a un lado a Ogotemmeli, el resto de los infor-
mantes de los que se valió Griaule tenían contacto
con la cultura europea, así como con tradiciones cris-
tianas y musulmanas e incluso alguno había asistido
a una misión protestante –es el caso de Ambara–. De
hecho, Le renard pâle está plagado de relatos bíblicos
malamente engarzados con la religión dogon, aunque
parece que Griaule no reparó en este detalle. Ade-
más, varias características del pueblo dogon contri-
buyeron a crear un gran castillo mitológico en el aire.
Entre los dogones, existe una especie de norma de
cortesía por la cual se debe contentar al visitante en
todo lo que necesite: Griaule quería saber; sus infor-
mantes le dijeron todo lo que quería oír.
U
NA CONSTRUCCIÓN COLECTIVA
Según Van Beek, los dogon tienen una facilidad pas-
mosa para adaptar elementos culturales ajenos en
plazos de tiempo sumamente cortos y transformarlos
en tradiciones antiquísimas. Así, entre sus máscaras
utilizan actualmente una que hace referencia a los
antropólogos: representa a un hombre blanco sen-
tado en una silla flanqueado por dos dogon –infor-
mante e intérprete– sentados en el suelo. También
han adoptado algunas festividades de sus vecinos mu-
Cada dogon debe esculpir sus propias máscaras siguiendo
modelos prefijados.
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sulmanes, pero adaptando su sentido a sus propias
creencias.
Van Beek indica que la falsa mitología dogon que
dio lugar al misterio de Sirio B no se puede definir
como un fraude individual, sino como una construc-
ción colectiva surgida de una interacción peculiar en-
tre informantes e investigador. Griaule presionaba a
sus informantes porque necesitaba demostrar que el
pueblo dogon tenía una mitología de una complejidad
análoga a la griega. Y sus informantes le contaban una
amalgama de historias improvisadas y la Biblia obte-
niendo a cambio dinero y prestigio. A medida que los
informantes de Griaule murieron, su mitología desapa-
reció con ellos y hoy apenas hay rastro de ella. Lo poco
que queda sobrevive para satisfacer a los turistas que
visitan Sanga atraídos por el misterio de Sirio. Los an-
tropólogos no han podido encontrar a nadie que co-
nozca los avatares de Ogo o la historia del arca que
bajó del cielo repleta de nommos.
La antropología ha demostrado que el sistema mi-
tológico en el que Robert Temple se basa, y que mani-
pula para defender su misterio, es falso. Un claro ejem-
plo de ciencia patológica derivada en pseudociencia.
Si Robert Temple es un “investigador desapasionado”,
como afirma Javier Sierra, o un estudioso que se atiene
a la evidencia, tendrá que asumir que el misterio de Si-
rio sencillamente no existe. Pero algo me dice que no
será así. En una reciente entrevista, y a quince años de
los primeros artículos críticos de Van Beek, Temple
afirma que los nommos están vivitos y coleando, dis-
puestos a volver en su arca y atrincherados en Phoebe,
la luna de Saturno, a la sazón un satélite artificial.
Así pues, se puede concluir que Griaule fue un an-
tropólogo demasiado entusiasta y poco riguroso. Y Ro-
bert Temple es, simplemente, un farsante. No existe
misterio de Sirio alguno
JULIO ARRIETA
es Arqueólogo.
Asimov y el misterio de Sirio:
Bullard, Thomas E.(1996), “Ancient Astronauts”, en Stein, Gor-
don (ed.), The Encyclopedia of the Paranormal, Prometheus Bo-
oks, Nueva York.
Davidson, Basil (1984), Les Royaumes Africains, Time Life Books,
Amsterdam.
Griaule, Marcel (1987), Dios de Agua, ed. Alta Fulla, Barcelona.
[Citas de Ogotemmeli: páginas 21, 22 y 119]
Griaule, Marcel (1965), “Le renard Pâle”, vol. 1, fasc. 1. Travaux et
Memoires de L’Institut d’Ethnologie.
Renaudeau, Michel / Blacher, J. Claude (s/f) Au coeur du Mali, edi-
tions Delroisse, Bamako.
Sagan, Carl (1999), “Enanas blancas y hombrecillos verdes”, en El
cerebro de Broca, ed.Crítica, Barcelona.
Van Beek, Walter E. A.(1991), “Dogon Reestudied: A Field Eva-
luation of the Work of Marcel Griaule”. Current Anthropology,
vol. 32, n. 2.
Isaac Asimov, conocido escritor de ciencia ficción y
divulgador científico, vivió lo que él denominó una
situación embarazosa relacionada con El misterio de
Sirio cuando Robert Temple se puso en contacto con
él para que prologara su libro. Así lo cuenta Asimov:
“Trata de una tribu del oeste de África cuyas tra-
diciones parecen incluir conocimientos de los satéli-
tes de Júpiter, los anillos de Saturno, y la enana
blanca compañera de Sirio, conocimientos que pare-
cen atribuir a viajeros de un planeta en órbita alrede-
dor de Sirio.
Mientras el libro era todavía un manuscrito, el au-
tor se puso en contacto conmigo, me describió la te-
sis del libro y me pidió que lo leyera para poder ha-
cerle un comentario favorable. Accedí a regañadien-
tes a que me enviara el manuscrito. Después de todo,
no tengo por qué negarme a mirar lo que alguien
tiene que decir.
El manuscrito llegó y traté de leerlo. Detesto ser
antipático e insultante, pues en su contacto conmigo
el autor me había parecido un hombre grato y sin-
cero, pero lo cierto es que el libro me pareció ilegible,
y lo que atiné a digerir me pareció inconvincente.
Por lo tanto, me negué a hacer ningún comentario.
El autor me llamó tiempo después y en cierto
modo me presionó para que reconsiderara el asunto.
Me cuesta ser rudo, pero me las arreglé para seguir re-
husando.
Luego me preguntó si había detectado algún error.
Claro que no. Había leído apenas una parte del li-
bro, una parte en que él hablaba de esa tribu del oeste
de África sobre la cual yo no sabía nada. Pudo haber
dicho cualquier barbaridad sin que yo localizara nin-
gún error definido. Así que, para librarme de él y ser
amable, respondí que no había detectado errores.
Tuve mi merecido. Eso fue lo que dije, y no espe-
cifiqué que no quería que me citaran, de modo que,
cuando el libro se publicó y aparecieron anuncios en
los diarios, allí figuraba yo, diciéndole al mundo que
no había errores en el libro.
Me avergüenza mi estupidez, pero les aseguro que
nunca caeré de nuevo en la misma trampa.”
REFERENCIAS
Asimov, Isaac [1978]: “La compañera oscura”. En Asimov,
Isaac: Luces en el cielo [Quasar, quasar, burning bright].
Trad. de Arturo Casals. Edhasa. Barcelona 1981. 288
páginas.
REFERENCIAS