Si la muerte representa el final, puede suponerse que
un agente racional valore mucho su vida y no sea procli-
ve a correr riesgos. Esto es lo que convierte al mundo en
un lugar más seguro, al igual que lo es un avión cuando
su secuestrador quiere vivir. En el extremo opuesto, si un
número significativo de personas se autoconvence o es
convencido por el clero de que la muerte de un mártir
equivale a pulsar el botón de hiperespacio y proyectarse
a través de un atajo a otro Universo, el mundo puede vol-
verse un lugar muy peligroso. Especialmente si además
creen que ese otro Universo es una paradisíaca huída de
las tribulaciones del mundo real. Si rematamos esto con
la creencia sincera en algo tan absurdo como degradan-
te para las mujeres como las promesas sexuales, ¿pode-
mos sorprendernos de que jóvenes ilusos y frustrados es-
tén clamando por ser elegidos para misiones suicidas?
No hay ninguna duda de que el cerebro suicida ob-
sesionado por la otra vida representa un arma de inmen-
so poder y peligro. Es comparable a un misil dirigido, y
su sistema de guiado es en muchos aspectos superior al
más sofisticado cerebro electrónico que pueda comprar-
se con dinero. Además, para un gobierno cínico, una or-
ganización o un clero, resulta inmensamente barato.
Nuestros líderes han descrito la reciente atrocidad con
un cliché ya característico de “cobardía insensata”. “In-
sensatez” puede ser la palabra adecuada para el vanda-
lismo contra una cabina telefónica. No ayuda mucho a
entender aquello que golpeó Nueva York el 11 de sep-
tiembre. Esa gente no era insensata y, ciertamente, tam-
poco cobarde. Por el contrario dispusieron de una men-
te efectiva unida a una valentía insana, y esto es lo que
nos arroja el principal elemento para entender de dónde
pudo surgir tal valor.
El origen es la religión. La religión también es, por su-
puesto, el núcleo duro de las causas de división que su-
fre el Oriente Medio, así como el motivo para este arma
mortífera que hoy nos ocupa. Pero eso es otra historia que
no tengo el propósito de comentar aquí. Mi propósito jus-
tamente es el arma en sí misma. Llenar el mundo de re-
ligión, o de religiones de tipo abrahámico, es como sem-
brar las calles de pistolas cargadas. No nos sorprendamos
si alguien las usa.
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Publicado originalmente en inglés en The Guardian
Traducido al español por Jesús Martínez Villaro (ARP-
SAPC-Traductores)
primavera- verano 2001
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ptico
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Richard Dawkins es profesor en la Universidad de Ox-
ford, dedicado a la divulgación de la ciencia, y autor
de El gen egoísta, El relojero ciego y Destejiendo el
Arco Iris.