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56 (2004) el escéptico
A
pesar de lo que parece, la
guerra no es un festejo que
comience con el chupinazo
de la primera bomba y acabe con la
traca final de la última salva de mor-
tero. La guerra empieza mucho
antes, cuando alguien la decide, la
planifica y hace las cuentas de lo que
le va a costar. También acaba mucho
después, porque la gente sigue
muriendo durante meses a causa del
hambre, la pobreza, la enfermedad y
las heridas que causa. Por eso, por-
que no ha terminado todavía, sigue
siendo necesario hablar de la guerra
de Irak, desentrañando por ejemplo
el papel que juega la ciencia, y en
particular los avances tecnológicos,
en la forma en que se hace y se pre-
senta la guerra.
En los días previos al comienzo
de los bombardeos y durante las pri-
meras fases de la guerra, los medios
de comunicación se hicieron eco del
sofisticado arsenal a disposición de
las fuerzas angloamericanas. Misiles
guiados por láser,
aviones teledirigi-
dos, bombas capaces de inutilizar
aparatos electrónicos, conexión a
Internet en el campo de batalla y
gafas de visión nocturna de última
generación parecían garantizar una
guerra rápida, eficaz y sin apenas víc-
timas civiles. Sin embargo, esa
misma tecnología también permitía
a los reporteros retransmitir en
directo la primitiva realidad de la
muerte bajo las bombas, dejando en
evidencia la naturaleza promocional
de aquel despliegue tecnológico. Al
fin y al cabo, todo publicista sabe
que la ciencia, con su aura de preci-
sión y novedad, ayuda a mejorar la
imagen de cualquier producto, ya
sea un cosmético, un electrodomés-
tico o la propia guerra. La versión
oficial que se nos dio de este con-
flicto reunía los dos argumentos más
poderosos de cualquier anuncio: lo
nuevo y lo gratis. Una guerra como
nunca antes se había visto. Una gue-
rra sin apenas muertos.
Aunque no es fácil
cuantificarlo con
exactitud, España
dedica al menos el
39% del dinero
público disponible
para la investigación
científica y el
desarrollo tecnológico
en proyectos militares.
Lo cierto es que desde que nues-
tros antepasados de la Edad de
Bronce comenzaron a fabricar armas
de metal, las innovaciones tecnológi-
cas han jugado un papel esencial en
la historia de la guerra. El carro de
batalla egipcio, las armaduras griegas
o la invención de la pólvora son
algunos hitos de la tecnología que
cambiaron las leyes de la estrategia
militar. En el siglo XX, los avances
científicos dieron pie al desarrollo
de las armas nucleares, cuya enorme
capacidad destructiva ha cambiado
la naturaleza de las guerras. El infor-
me Franck de 1945 reconocía que
“el desarrollo de la potencia nuclear
constituye una importante contribu-
ción al poder tecnológico y militar
de los Estados Unidos, pero al
mismo tiempo plantea graves pro-
blemas económicos y políticos para
el futuro del país”, y terminaba des-
aconsejando el empleo de la bomba
atómica contra Japón. De hecho, el
Proyecto Manhattan en el que cien-
tos de ingenieros y científicos cola-
boraron para desarrollar esta arma
puede considerarse uno de los pri-
meros pasos hacia la aparición de la
“gran ciencia”, caracterizada por la
necesidad de ingentes presupuestos
y equipos humanos para la consecu-
ción de objetivos científicos tan
ambiciosos como viajar a la Luna o
desvelar los secretos del genoma
humano.
Finalmente, este comentario no
puede terminar sin hacer una refe-
rencia a la importancia que nuestro
país concede a la investigación mili-
tar. Aunque no es fácil cuantificarlo
con exactitud, España dedica al
menos el 39% del dinero público
disponible para la investigación cien-
t
í
fica y el desarrollo tecnológico a
proyectos militares. Esta proporción
es comparable a la inversión de
Inglaterra (37%) o Francia (25%) y
muy superior a la de Alemania (9%)
o Japón (4%). La situación es todavía
más grave si tenemos en cuenta que
en estos países la financiación públi-
ca no constituye una parte tan
importante del dinero total de la
ciencia como en España.
Quizá por ello son hoy más nece-
sarias que nunca iniciat
i
vas como la
de la Fundación por la Paz, con una
campaña para denunciar inversiones
que “no tienen utilidad social,
fomentan las guerras y la carrera
armamentística y consumen recur-
sos en detrimento de la investigación
civil”. ■
La ciencia y la guerra
MARCOS PÉREZ
Página web de la Fundación por la Paz
/
Fundació per la Pau (http://www.funda-
cioperlapau.org). (Fundación por la
Paz)