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el escéptico
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D
urante dos milenios los filósofos escépticos nos
han alertado contra las supercherías religiosas y
los fraudes intelectuales. Pero ninguno de ellos,
ni siquiera Sexto Empírico en la Antigüedad, ni Fran-
cisco Sánchez en el Renacimiento, ni David Hume en la
Ilustración, ni Bertrand Russell en el siglo pasado, nos
han advertido contra los espejismos y crímenes políticos,
pese a que ellos son mucho más peligrosos que cualquier
superstición.
En lo que sigue procuraré reparar esta omisión. Argüiré
que, aunque en materia política todos somos tuertos, más
vale que el ojo vidente sea escéptico. Y, para que no se
crea que predico el escepticismo político radical y des-
tructivo, o sea, el anarquismo, empezaré por distinguirlo
del escepticismo moderado o puramente metodológico
que recomendara Descartes y que se practica en ciencia
y en técnica, a saber, el que recomienda dudar antes y
después de creer.
Escépticos radicales y moderados
Se cree comúnmente que los escépticos no tienen creen-
cias. Esta creencia acerca de los escépticos es falsa, ya
que sin creencias de algún tipo —por ejemplo, que con-
viene mirar a ambos lados antes de cruzar la calle— no
sobreviviríamos. Las creencias, pues, son fuentes de ac-
ción. Quien nada cree nada hace y,
por lo tanto, vive aun peor y menos
que el dogmático.
Contrariamente a lo que sucede con
los gusanos, en los humanos el estí-
mulo no causa directamente una res-
puesta, sino que es refractado por un
sistema de creencias. Esto explica
por qué un mismo estímulo, tal como una frase, provoca
una reacción en Fulano y otra diferente en Zutano. Por
ejemplo, la expresión ‘justicia social’ alarma al conser-
vador pero atrae al progresista.
creencia, sino que es
víctima de creencias
ajenas. En cambio, el
escéptico moderado,
el que sopesa ideas
antes de adoptarlas o
rechazarlas, está en
condición de actuar
racional y eficazmen-
te. En otras palabras,
mientras el escéptico
radical es nihilista, el
escéptico moderado
es constructivo. Y
lo que construye, a
diferencia del edificio dogmático, no se desploma
al primer temblor, porque ya ha pasado pruebas es-
cépticas.
Entre los sistemas de creencias figuran las ideolo-
gías, o sea, los cuerpos de ideas acerca de la na-
turaleza del mundo, del más allá, de los valores y
de las normas morales y políticas. Las creencias
ideológicas suelen ser las más fuertes. Tanto, que
muchos científicos eminentes, que rechazaron todas
las pseudociencias consabidas,
se aferraron a dogmas religio-
sos o políticos.
Por
ejemplo,
Theodosius
Dobzhansky, uno de los pa-
dres de la síntesis de la biología
evolutiva con la genética, fue
un ferviente cristiano. El gran
biólogo J. B. S. Haldane y el no
menos insigne físico John D. Bernal fueron estali-
nistas tan ortodoxos que defendieron los disparates
de Trofim Lysenko, el enemigo de la genética cuyas
Artículo
ESCEPTICISMO POLÍTICO
Según una opinión muy difundida entre los italianos, la gente se divide en dos clases: los
furbi, o pícaros, y
los
fessi o tontos. Y, como lo sugieren los éxitos pasados de Silvio Berlusconi, uno de cada dos italianos han
admirado más a los
furbi que a los fessi. Escuche lo que sigue para no caer en la ignominiosa categoría de
los
fessi.
Mario Bunge
Mientras el escéptico radical es nihi-
lista, el escéptico moderado es cons-
tructivo. Y lo que construye, a dife-
rencia del edificio dogmático, no se
desploma al primer temblor, porque
ya ha pasado pruebas escépticas.
Desde luego, no todas las creencias son equivalentes:
unas son más verdaderas o mejores que otras. El dogmá-
tico es esclavo de creencias que no ha examinado críti-
camente, de modo que se arriesga a obrar mal. El escép-
tico radical, el que nada cree, no está al abrigo de toda
hipótesis pseudocientíficas hicieron retroceder a la
agricultura soviética. O sea, que una sólida forma-
ción científica no vacuna contra la pseudociencia.
Para vacunarse hay que combinar la actitud cien-
tífica con el análisis metodológico. Esto vale tanto
para el conocimiento como para la política.
Mario Bunge (J. Navarro)
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el escéptico
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Casi todos nos enfrentamos a los acontecimientos
políticos con algún preconcepto ideológico: progresista o
reaccionario, neoliberal o socialista, secular o religioso,
etc. Esto es inevitable pero azaroso, porque las ideologías
son respuestas prefabricadas a estímulos esperables
y la realidad social es, en gran medida, impredecible
porque la vamos haciendo poco a poco y en forma más
improvisada que científica. Por este motivo hay que poner
especial cuidado en la formación y
propagación de una ideología.
Sin embargo, el enfoque ideológico
no es un obstáculo a la comprensión
de la política si se está dispuesto
a reexaminar de tanto en tanto
los principios de la ideología en
cuestión, para verificar si se ajustan
a la nueva realidad, a la moral y
a nuestras aspiraciones legítimas. Seamos escépticos
pero moderados, no radicales. O sea, adoptemos el
escepticismo metodológico y rechacemos el escepticismo
radical, porque se niega a sí mismo y es puramente
destructivo.
El buen demócrata es un escéptico moderado porque está
alerta a las posibles violaciones de las reglas democrá-
ticas: al fraude, la corrupción, el cercenamiento de las
libertades básicas, la agresión militar, etc. En cambio, el
escéptico radical, el que nada cree, se pone al margen de
la política, y con ello se hace víctima de ella. Al dogmáti-
co le va igual que al escéptico radical: también él se pone
a merced de los demás en lugar de actuar conscientemen-
te por el bien común y contra quienes cometen acciones
antisociales. En resumen, el buen demócrata no obedece
ni desobedece ciegamente: todo lo examina y sopesa.
En lo que sigue intentaré alertar contra minas terrestres
de siete clases que acechan a
quien se aventure a caminar por el
terreno político: confusión, error,
exageración, profecía, engaño,
pagaré, maquiavelismo y crimen.
No lo haré para alejaros de la política sino, muy por
el contrario, para instaros a que participéis en ella con
ojo escéptico antes que cegados por dogmas o ilusiones
infundadas.
deliberada, en cambio, es un delito, ya que es un engaño.
Esto ocurre, por ejemplo, cuando se identifica la libertad
con la libre empresa o el libre comercio, el derecho a
la defensa con la agresión armada, la socialización
de los medios de producción con la estatización, y la
propaganda con la información.
Una de las confusiones más difundidas y provechosas
en política es la identificación o confusión de los dos
tipos de terrorismo: el de arriba
o de Estado, y el de abajo o de
grupo clandestino, tal como el
que practican las organizaciones
paramilitares, con apoyo estatal o
sin él.
Esta confusión es políticamente
provechosa porque permite tildar
de terroristas a los guerrilleros que toman las armas para
hostilizar a un gobierno opresor o un ejército invasor.
Más aun, a veces el Estado recurre a los mismos medios
que usan los terroristas de abajo: castigo colectivo,
intimidación, ejecución sumaria, tortura, o exacción. Este
recurso es ilegal porque deja de lado al tribunal ordinario,
único facultado para juzgar los crímenes al por menor.
Un gobierno que utilice esos recursos extralegales carece
de legitimidad legal y moral. Un Estado auténticamente
democrático no puede darse el lujo de usar los mismos
métodos de quienes combaten la democracia. Hacerlo es
pura hipocresía.
Errores
El error es tan común en política como en ciencia, pero
la corrección del error es menos frecuente en política que
en ciencia, porque al político común le interesa más el
poder que la verdad. Además, el político puede cometer
errores morales, o sea, delitos
de distintas envergaduras, desde
el engaño al electorado hasta la
agresión, mientras que lo peor
que puede hacer un científico es
cometer fraude, lo que es grave dentro de la comunidad
científica pero no toca a la ciudadanía.
Una sólida formación científica no
vacuna contra la pseudociencia.
Para vacunarse hay que combinar
la actitud científica con el análisis
metodológico. Esto vale tanto para el
conocimiento como para la política.
Confusiones
Confundir es identificar lo distinto. La confusión puede ser
involuntaria o deliberada. La confusión involuntaria es el
precio que pagamos por la ignorancia, el apresuramiento,
la improvisación o la superficialidad. La confusión
Los errores políticos más comunes son los tácticos y los
estratégicos. Los errores tácticos, o técnicos, son mucho
más fáciles de corregir que los estratégicos, ya que éstos
involucran principios y metas. Un error estratégico
común es el oportunismo, tal como aliarse con el
enemigo de nuestro enemigo con el solo fin de derrotarlo
al adversario. Este es un error grave porque involucra
traicionar principios básicos.
En resumen, el buen demócrata no
obedece ni desobedece ciegamente:
todo lo examina y sopesa.
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Otro error del mismo tipo es tomar en serio la llamada
ley de Hotelling, conforme a la cual siempre conviene
desplazarse hacia el centro del
espectro político, para capturar
votos del adversario. Esta
estrategia electoral puede dar
resultados inmediatos, pero a la
larga es suicida, porque a medida
que se esfuman las diferencias
entre los partidos se debilita la
motivación del votante para elegir
entre ellos: prefiere quedarse en
casa, aduciendo que, puesto que
todos son iguales, no tiene caso
elegir entre ellos.
no encarcele a los opositores en masa. Por ejemplo, en
su tiempo se acusó de dictadura a los gobiernos de los
General Primo de Rivera y Perón,
cuando de hecho fueron dictablandas.
Las exageraciones de este tipo
atemorizan a unos y llevan a otros
a tomar medidas innecesariamente
radicales.
Tampoco hay que cometer el error
opuesto, de subestimar. Un ejem-
plo de este error es el que comete el
eminente sociólogo político Michael
Mann en su monumental Fascists
(2004), al afirmar que el franquismo
no fue fascista. Llega a esta conclusión porque el fran-
quismo no se ajusta a su definición idiosincrásica de fas-
cismo. Según Mann, el fascismo es la búsqueda de un
estatismo nacionalista [nation-statism] trascendente y
purificador mediante el paramilitarismo. Puesto que la
organización paramilitar facciosa, la Falange, era peque-
ña, el franquismo no se ajusta a esa definición. Lo mismo
se aplicaría al régimen del Mariscal Horthy en Hungría.
A mi juicio, esto sólo muestra que la definición de Mann
es defectuosa, ya que el régimen franquista colmó los
deseos de los superricos, así como los de Hitler y Mus-
solini, escuchó las plegarias del Papa y ejecutó a más
opositores que cualquier otro régimen fascista. ¿Para
qué montar una fuerte banda paramilitar de señoritos vo-
luntarios si se dispone de casi todas las fuerzas armadas
del país, de los aviones y buques de guerra alemanes, y
de los llamados voluntarios italianos? El error de Mann
consistió en aferrarse a una definición en lugar de em-
pezar por una provisional, ponerla a prueba y terminar
proponiendo una definición más adecuada que la inicial.
O sea, en este caso no se ajustó al método científico.
Pese a los fracasos sucesivos de
las profecías desde los tiempos bí-
blicos, millones creyeron en la pro-
fecía cristiana del fin del mundo,
en la marxista de la bancarrota del
capitalismo y en la neoliberal de la
prosperidad que causaría el libre co-
mercio, pero que no le llegó al Tercer
Mundo.
Portada del libro Fascists de Michael Man (Archivo).
Exageraciones
En política suelen cometerse errores de evaluación,
en particular exageraciones y subestimaciones. Por
ejemplo, los demócratas tenemos la tendencia de tachar
de fascistas a los autoritarios incluso a los conservadores.
En particular, acusamos de dictadura a cualquier gobierno
que conculque algunas libertades democráticas, aunque
Profecías
La profecía es especialidad del líder religioso, del ideó-
logo que cree conocer las leyes de la historia, del ma-
croeconomista ortodoxo, del político inescrupuloso y del
vendedor de grasa de culebra. Es posible hacer profecías
políticas correctas referentes a sociedades tradicionales,
homogéneas y carentes de cuantiosos recursos naturales.
Las sociedades de este tipo pueden persistir durante bas-
tante tiempo en el mismo estado, porque no tienen divi-
siones que generen conflictos internos graves ni tientan
a potencias extranjeras. Pero las cosas cambian radical-
mente en cuanto aparecen la modernidad, la sociodiver-
sidad pronunciada o una gran riqueza natural. Cuando
esto ocurre, suceden cambios imprevisibles.
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La modernidad y la gran diversidad social van acompa-
ñadas de cambios sociales impredecibles. La primera fa-
vorece el cambio, por dar rienda suelta a la creatividad,
la que consiste, precisamente, en inventar cosas, proce-
sos e ideas nunca pensados antes. Y la gran diversidad
social, sobre todo si consiste en desigualdades pronun-
ciadas de acceso al poder económico, político o cultural,
genera conflictos de resultado incierto. Baste recordar las
grandes revoluciones sociales y los trágicos conflictos
bélicos de los últimos dos siglos. Nadie predijo la Re-
volución Rusa, el ascenso del nazismo al poder, la gran
alianza contra el Eje fascista, o la implosión del Imperio
Soviético. En nuestros días, al ordenar la tercera invasión
de Líbano, Ehud Olmert, primer ministro israelí, profe-
tizó un nuevo Medio Oriente al terminar la operación.
Treinta y tres días después, al ordenar la retirada de las
tropas invasoras, que no habían hecho sino matar y des-
truir, confesó que su ánimo se había tornado sombrío,
humilde y pesimista.
Pese a los fracasos sucesivos de las profecías desde los
tiempos bíblicos, millones creyeron en la profecía cris-
tiana del fin del mundo, en la marxista de la bancarrota
del capitalismo y en la neoliberal de la prosperidad que
causaría el libre comercio, pero que no le llegó al Tercer
Mundo. Otros creyeron en la profecía del primer presi-
dente Bush, quien en 1990 afirmó
que el precio del petróleo bajaría
al ganar la Guerra del Golfo. De
hecho, desde entonces ese precio
subió de 20 a 70 dólares por barril,
debido en parte a la política exterior
de su hijo.
La única región del mundo acerca
de la cual me atrevo a hacer una
predicción, por cierto sombría, es
el llamado Medio Oriente, que en
realidad es próximo. Esta ha sido una región conflictiva
desde el colapso del Imperio Otomano porque flota sobre
el mar de petróleo más vasto del planeta, porque el petró-
leo es muy codiciado por todos los países y porque hay
una sola potencia capaz de controlarlo o incluso poseerlo
por la fuerza sin que le importe violar una y otra vez el
derecho internacional. Por este motivo me atrevo a pro-
fetizar que el Oriente Medio seguirá siendo conflictivo,
aunque se firmen docenas de tratados, mientras le quede
un barril de petróleo.
quedare duda, imagínese lo que ocurriría si Israel hubie-
ra sido instalado en Patagonia o Amazonía en lugar de
Palestina. ¿Qué interés habrían tenido los americanos en
transformar a Israel en la fortaleza más potente de la re-
gión, la única dotada de armas de destrucción masiva, y
la única capaz de defender el acceso de las firmas norte-
americanas a ese tesoro fabuloso?
En resumen, es posible acertar con predicciones en pe-
queña escala y a corto plazo, así como con predicciones
referentes a recursos naturales. En cambio, no es posible
acertar con profecías sociales grandiosas. Esto se debe a
que no conocemos las leyes de la historia, y ni siquiera
sabemos si las hay.
Engaños
El día siguiente al atentado terrorista del 11 de setiembre
de 2001, el titular de la primera plana de The New York
Times ponía: Los EEUU bajo ataque. Esto daba la
impresión de que se trataba de un nuevo Pearl Harbor:
que la nación norteamericana estaba en guerra porque
había sido atacada por otra potencia, la que ahora se
llamaba terrorismo. Era la guerra contra el Terror,
enemigo sin territorio ni gobierno, pero no menos
temible por ello, y que exigía la movilización del pueblo:
leyes de emergencia, recursos extraordinarios y, sobre
todo, unión en torno al Líder del
Mundo Libre, el presidente George
W. Bush, electo un año antes en una
elección bajo sospechas de haber
sido fraudulenta.
Esa presunta noticia fue falsa por-
que, por definición, guerra es con-
flicto armado entre dos naciones con
sus respectivas fuerzas armadas, y
en este caso había una sola nación,
y el enemigo no era una fuerza ar-
mada sino una minúscula banda de criminales fanáticos
no identificados. Es como si el gobierno español hubiera
afirmado que estaba en guerra con ETA, hubiera bombar-
deado y ocupado el sur de Francia por albergar a etarras,
y hubiera construido una prisión política para vascos sos-
pechosos en una ex-colonia africana, para interrogarlos y
sustraerlos a la justicia española.
Aunque es posible acertar con pre-
dicciones en pequeña escala y a
corto plazo, así como con prediccio-
nes referentes a recursos naturales;
no es posible acertar con profecías
sociales grandiosas, ya que no co-
nocemos las leyes de la historia, y
ni siquiera sabemos si las hay.
Como dice George Soros en su último libro, The Era of
Fallibility
, la guerra al terror no es sino una metáfora
políticamente conveniente. Tanto, que engañó al pueblo
norteamericano, recortó las libertades civiles, dividió,
entonteció y desarmó a la oposición, prometió un torren-
te inagotable de petróleo barato, e hizo regalos colosales
al puñado de empresas amigas de la Casa Blanca. Años
Los americanos están dispuestos a sacrificar por este
motivo hasta el último soldado israelí, y los reclutadores
islamistas hasta el último mártir-asesino, para defender
el óleo sagrado. Poderoso caballero es Don Petróleo. Si
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después el mismo gran periódico admitió la falsedad de
su información de que Irak poseía armas de destrucción
masiva y había participado en el ataque 9/11. Pero ya era
demasiado tarde: ya habían sido agredidas y ocupadas
dos naciones, ya habían muerto decenas de miles de civi-
les inocentes, ya habían sido irreversiblemente arruina-
das las vidas de centenares de miles de personas, y ya ha-
bían sido reducidas a escombros
centenares de hospitales, escue-
las, centrales eléctricas, plantas
purificadoras de agua, fábricas,
puentes, y casas privadas. O sea,
ya se habían cometido innume-
rables crímenes de guerra. Sin
embargo, estas operaciones en nombre de la libertad y
la democracia le ganaron a George W. Bush y su partido
una nueva victoria electoral. Una vez más, la alquimia
política había transmutado a comediantes y delincuentes
en grandes estadistas.
El engaño político es particularmente exitoso y repug-
nante cuando va disfrazado de
cruzada moral, cuando los líderes
les dicen a sus conciudadanos:
Nosotros somos buenos, y ellos
son malos, de modo que nuestra
guerra con ellos es una cruzada
del Bien contra del Mal. El es-
céptico sabe que cada uno de
nosotros es medio ángel y medio
demonio, Doctor Jekyll de día y
Mister Hide de noche, bueno en
el hogar y malo en el trabajo o al
revés. Por lo tanto, el escéptico
les exige a los políticos mani-
queos que le digan claramente en
qué aspectos nosotros somos buenos y en cuáles ellos
son malos. Puede ocurrir que no haya gran diferencia
moral entre ambos bandos, y que su conflicto no sea mo-
ral sino material: que no se trate del Bien sino de bienes,
tales como tierra, agua, petróleo y mercados.
padre del capitalista más poderoso del mundo, disiente.
En efecto, Bill Gates declaró hace poco, en la famosa au-
dición de Bill Moyers, que, si bien el capitalismo había
sido una bendición para el primer mundo, había resulta-
do una maldición para el tercero. El escéptico ingenuo
queda en la duda: ¿cuál de los dos hijos será el idiota,
Bill o Alvarito?
Finalmente, no hay engaño exito-
so sin autoengaño de otros: Don
Juan cuenta con el autoengaño
del cornudo. Los niños que se en-
rolaron en la Cruzada de los Ni-
ños creyeron que se ganarían el
paraíso al ir a rescatar el Santo Sepulcro de manos de los
infieles; millones de ciudadanos soviéticos creyeron que
estaban construyendo el socialismo real, cuando de he-
cho se estaban sacrificando por el socialismo de Estado;
los mandatarios chinos siguen llamándose a sí mismos
comunistas al mismo tiempo que favorecen el ensan-
chamiento del abismo entre ricos y pobres; y millones
de norteamericanos creyeron a
su presidente cuando les asegu-
ró que la dictadura iraquí poseía
armas de destrucción masiva que
amenazaban su derecho sagrado
al petróleo ajeno.
El escéptico procurará mante-
ner en buen estado a su detec-
tor de mentiras, para no dejarse
extraviar por cantos de sirenas
de afuera ni de adentro. Pero,
contrariamente a Odiseo, no se
amarrará al mástil de su barco
dejando que éste navegue a la
deriva, sino que empuñará el timón para seguir buscando
la verdad.
El escéptico les exige a los políticos ma-
niqueos que le digan claramente en qué
aspectos nosotros somos buenos y en
cuáles ellos son malos.
El escéptico examinará no sólo las me-
tas de un movimiento político sino tam-
bién los medios que propone para alcan-
zarlos. De lo contrario se hará cómplice
de alguna de las grandes hipocresías de
nuestro tiempo: la guerra para acabar
con las guerras, la dictadura para reali-
zar la emancipación, el centralismo de-
mocrático, y la invasión para difundir la
democracia.
Otra cruzada en que están empeñados los buenos pro-
fesionales es la libre empresa y el libre comercio, pese
a que ninguno de ellos han hecho progresar a los países
subdesarrollados. Los Vargas Llosa, el novelista justa-
mente famoso y su hijo Álvaro, militan en esta cruzada.
Vargas Llosa hijo ha acusado a los izquierdistas latinoa-
mericanos de ser idiotas por persistir en el error socialis-
ta y no comprender los beneficios del llamado neolibera-
lismo, que no es sino la tentativa de volver al capitalismo
desenfrenado del siglo XIX. Otro hijo famoso, el del
Pagarés
Todo político tiene que firmar pagarés, o sea, hacer
promesas. Si es honesto, los firmará creyendo que
podrá levantarlos, aun sabiendo que pueden ocurrir
acontecimientos inesperados, tales como sequías
prolongadas y agresiones extranjeras, que le impidan
cumplir su palabra.
Lenin prometió que la combinación de poder soviético
con electrificación gestaría el socialismo, pero éste nun-
ca llegó. Hitler prometió un reino milenario, el que no
duró sino doce años. Durante la segunda guerra mundial
Roosevelt y Churchill prometieron un mundo sin mie-
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el escéptico
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do, en vísperas del peor susto que sufrió la humanidad
desde el año 1000: la amenaza de guerra nuclear. Perón
prometió la justicia social, la que jamás llegó. Y ahora
Bush promete regalarles libertad y democracia a todos
los pueblos, aunque no las quieran. No hay cómo firmar
pagarés políticos para obnubilar el espíritu crítico
Ocasionalmente el político ambicioso, aunque básica-
mente honesto, firmará pagarés literalmente a diestra y
siniestra, para obtener el apoyo de grupos políticos de
idearios muy diferentes del suyo propio. Si triunfare, se
encontrará con la imposibilidad de cumplir con los dies-
tros sin ofender a los siniestros y recíprocamente. Esto le
ocurrió a Arturo Frondizi, el primer presidente constitu-
cional argentino después de la caída de Perón. No sólo no
pudo levantar todos los pagarés que había firmado, sino
que se topó con los tres enemigos tradicionales de la de-
mocracia latinoamericana: las fuerzas armadas, la Iglesia
católica y el servicio norteamericano de espionaje.
El ciudadano con ojo escéptico intentará averiguar qué
pagarés ha firmado su candidato, así como estimará la
posibilidad que tiene de levantarlos. Si le parece que ha
prometido demasiado a demasiada gente, se lo hará sa-
ber, para que el candidato se desligue a tiempo de al-
gunos compromisos. Siempre es preferible conservar el
capital político bien habido a malgastar el malhabido.
Maquiavelismo
Niccolò Machiavelli fue uno de los más grandes
politólogos de todos los tiempos, pero también fue un
técnico siniestro de la manipulación política. Lo que hoy
llamamos maquiavelismo puede resumirse en el consejo
utilitarista “el fin justifica los medios”. En otras palabras,
la receta es armarse de insensibilidad moral.
Es moralmente insensible el que pasa por alto la pobreza,
la violencia, la corrupción y la ignorancia, pero en cambio
exige sacrificios para mayor gloria de Dios, de la patria o
de un ideario. Un movimiento político es moral si y sólo
si se propone sinceramente mejorar el estilo de vida de las
gentes, o sea, si es democrático y progresista, porque en
tal caso es prosocial. En cambio, un movimiento político
es inmoral si es antisocial, o sea, si favorece los intereses
de una minoría a costillas de la mayoría. Acabo de plagiar
a Alexis de Tocqueville, a casi dos siglos de distancia.
Sin embargo, ¡ojo escéptico!, porque un político puede
abogar de buena fe por fines morales al mismo tiempo
que emplea medios inmorales para conseguirlos. Primer
ejemplo: el igualitario que practica el elitismo al sostener
la necesidad de una dictadura para imponer la igualdad.
Segundo ejemplo: el demócrata que pretende imponer la
democracia a tiros o a dólares. Tercer ejemplo: el liberal
que ejerce la censura para impedir la discusión y difusión
de ideas reaccionarias o socialistas.
En conclusión, el escéptico examinará no sólo las metas
de un movimiento político sino también los medios que
propone para alcanzarlos. De lo contrario se hará cómpli-
ce de alguna de las grandes hipocresías de nuestro tiem-
po: la guerra para acabar con las guerras, la dictadura para
realizar la emancipación, el centralismo democrático, y la
invasión para difundir la democracia. Para hacer una tor-
tilla hay que romper huevos, pero frescos, no podridos, ni
menos aun cuando están siendo empollados.
Crímenes
En política, igual que en la vida cotidiana, se cometen
errores morales, o sea, acciones antisociales, que son las
que benefician al actor en perjuicio de otros. Los errores
morales pueden ser voluntarios o involuntarios, de comi-
sión o de omisión. Cuando el daño consiste en la muerte
de inocentes, o en la destrucción de cosas muy necesa-
rias para otros, tales como hospitales, fuentes de energía y
puentes, y el error es un crimen.
De todos los errores morales deliberados, el peor es la
agresión, de cualquier tipo y a cualquier escala. Y de to-
das las agresiones la peor es la armada, particularmente la
Nicolás Maquiavelo (1469- 1527). Originario de Florencia, es
considerado como el fundador de la filosofía política moderna
y uno de sus principales exponentes (Santi di Tito).
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el escéptico
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agresión armada en gran escala, o sea, la guerra, ya que
es asesinato al por mayor. Sin embargo, sigue habiendo
guerras y se sigue usando el símil bélico para nombrar
campañas de distintos tipos: guerra a la droga, al crimen,
al SIDA, al analfabetismo, etc. En cuanto se habla de gue-
rra, literal o metafórica, se puede recurrir al patriotismo,
ya auténtico, ya fabricado ad hoc para privar a la gente de
su facultad crítica, de su juicio moral, o de su libertad.
Por todo esto es escandaloso que sean tan pocos los fi-
lósofos morales que hayan condenado la guerra; que los
cursos universitarios de ética le dediquen mucha menos
atención que al caso proverbial del padre que roba un pan
para alimentar a sus hijos hambrientos; y que los funda-
mentalistas cristianos no se manifiesten contra la guerra,
el crimen máximo, ni voten contra quienes la inician, en
lugar de desfilar contra el aborto y el matrimonio homo-
sexual.
Es característico de los guerreros de sillón, desde los po-
líticos que organizaron la primera masacre mundial hasta
nuestros días, el que todo lo vean en términos de victorias
y derrotas, nada en términos morales. Por ejemplo, en el
documental The fog of war, dedicado a la vida pública de
Robert S. McNamara, éste confiesa haber cometido varios
errores al organizar la guerra contra Vietnam en su cali-
dad de secretario de defensa de los presidentes Kennedy
y Johnson, pero rechaza categóricamente la acusación de
haber cometido crímenes de guerra, pese a haber ordena-
do el bombardeo indiscriminado de poblaciones civiles,
la fumigación con agente naranja, el desmantelamiento de
aldeas, y muchos otros actos prohibidos explícitamente
por la Convención de Ginebra y la Carta de las Naciones
Unidas. Las personas normales, en cambio, sabemos que
la agresión bélica es criminal y por lo tanto inmoral.
Con el pretexto de que la mejor defensa es la agresión, a
menudo el agresor alega que dispara primero para defen-
der mejor. Se habla así de guerra preventiva, se invade
países enteros para aprehender a un puñado de terroristas
y, con el pretexto de la seguridad, se cercenan las liber-
tades civiles. A los ojos del escéptico, la guerra, ya au-
téntica, ya metafórica, es un delito que sólo conviene a
unas pocas compañías y a los políticos que medran con la
credulidad del ciudadano.
Moralejas escépticas
Terminaré enunciando un puñado colmado de moralejas
escépticas.
1. Confundir deliberadamente es estafar. No se deje
estafar.
2. Errar es humano, pero persistir en el error es estú-
pido o criminal. Corrija sus errores antes de que lo
tomen por tonto o por canalla.
3. En política, exagerar para cualquiera de los dos la-
dos es peligroso. No arriesgue el pellejo subestiman-
do, ni haga el ridículo exagerando.
4. Las predicciones políticas son azarosas porque no
conocemos leyes históricas. Desconfíe de quien le
ofrezca venderle el futuro, sobre todo en cuotas de
sangre.
5. En política las palabras sirven, ya para informar,
ya para engañar. No sea ingenuo: tome con pinzas
y examine todo lo que le digan, y recuerde que el
mentiroso mayorista suele ser premiado y recordado,
ya injustamente como gran hombre, ya justamente
como gran rufián.
6. Antes de aceptar un pagaré político averigüe si el fir-
mante es solvente y si su pasado inspira confianza.
7. Desenmascare el maquiavelismo: contribuya a mo-
ralizar la política. A buenos fines, buenos medios.
8. Recuerde que la agresión armada, por justificada que
parezca, es un crimen. Y que este crimen se da en dos
variedades: de abajo y de arriba (o terrorismo de Es-
tado). El terrorista de abajo puede caer bajo el Códi-
go Penal, mientras que al de arriba le cabe el Código
de Nüremberg. En resumen, cuando oiga la palabra
‘guerra’, desconfíe: acuda al diccionario y averigüe
quién es el auténtico enemigo y cómo combatirlo sin
cometer crímenes de guerra.
Metamoraleja:
Desconfíe de todas las moralejas, pero no se deje pa-
ralizar por la desconfianza. La duda sacude y la crítica
quiebra, pero para que haya algo que sacudir o quebrar
es preciso empezar por construirlo
1
. Para que sirva, el
escepticismo no debe ser una doctrina sino una fase de
la investigación.
Conferencia dictada por el Dr. Bunge en las jornadas “El progreso científico y sus amenazas” , organizadas por la
Agrupación Astronómica de Castelldefels y el Centro de Actividades Ambientales Cal Ganxo (con la colaboración de
ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico y con el apoyo del Ayuntamiento de Castelldefels, de la Escola
Politècnica Superior de Castelldefels —Universitat Politècnica de Catalunya
— y de la Fundación Española para la Ciencia
y la Tecnología —FECYT—) en Castelldefels, el 10 y 11 de noviembre de 2006. Publicado con todos los permisos.
1.En inglés queda más bonito: Doubt shakes and criticism breaks: Neither makes, and making is what counts.