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el escéptico
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Como matemático no puede dejar de notar que los llama-
dos milagros no lo son tanto y, en cualquier caso, es muy
arriesgado suponer que son una intervención divina:
¿Qué signifi ca esta palabra? Si un milagro no es más
que un suceso altamente improbable, entonces ocurren
milagros a diario. Pregúntesele a cualquier agraciado
en la lotería o jugador de bridge. Cada mano de trece
cartas tiene una probabilidad de una entre 600.000
millones. Pero sería más que estúpido mirar las trece
cartas y proclamar que ha ocurrido un milagro o, peor
aún, que la improbabilidad de esa mano en particular
es una evidencia de que no ha podido darse por azar.
[…]
Hasta aquí ningún problema. Pero si se entiende que un
suceso milagroso indica alguna clase de intervención
divina, habría que hacerse algunas preguntas. Por
ejemplo, ¿por qué los medios de comunicación se
refi eren tantas veces al rescate de unos pocos niños
vivos tras un terremoto o tsunami como un milagro,
y en cambio atribuyen la muerte de quizá cientos de
otros niños en el mismo desastre a una causa geofísica?
Parecería que ambos sucesos deberían ser o bien
producto de una intervención divina o bien consecuencia
del deslizamiento de placas tectónicas.
El libro termina con unas refl exiones muy interesantes
acerca del movimiento brillante:
[...] un término acuñado por Paul Geisert y Mynga
Futrell, quienes han fundado un grupo en Internet con
intención de incrementar su infl uencia. En su página
declaran:
«En la actualidad, la visión naturalista del mundo tiene
una expresión insufi ciente en la mayoría de culturas. El
propósito de este movimiento es crear una circunscrip-
ción de Internet que sirva de paraguas para individuos
con reconocimiento y poder social y político. Hay una
gran diversidad de personas con una visión naturalista
del mundo. Bajo este amplio paraguas, como brillantes,
esta gente puede ganar infl uencia social y política en
una sociedad imbuida de sobrenaturalismo».
No me gusta demasiado la propuesta. Encuentro
preferibles las alternativas clásicas y más honestas:
«ateo», «agnóstico» y hasta «infi el». Además, no hace
falta ser titulado en relaciones públicas para esperar
que la etiqueta de «brillante» le parezca a mucha gente
pretenciosa o algo peor.
Coincido con el autor, si querían sustituir 'ateo' por otra
palabra que no tuviera connotaciones negativas, 'brillante'
es una de las peores elecciones. Tampoco creo que sea
necesario el cambio de nombre. Pero sí me parece bien
ampliar un concepto que ya tenemos, y que es 'laico'.
Podría englobar no sólo a las personas que no son
religiosas y tienen esa concepción naturalista del mundo,
sino también a irreligiosos (teístas no practicantes) y a
los muchos creyentes que opinen que la religión es un
terreno personal que no debería infl uir en consideraciones
sociales.
Hasta que llegue el momento en el que ser ateo sea tan
normal como ser creyente, libros como éste, divulgativos,
no dogmáticos, tolerantes, pero certeros en las críticas,
son imprescindibles.
Juan Pablo Fuentes