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Artículo
DESFOLIANDO
(1)
LA CEBOLLA DEL
TURISMO
(2)
El clisé verbal es dañoso porque encierra en sí el clisé mental y juntos perpetúan la anquilosis, la
inmovilidad.
(Rubén Daría,
El canto errante, 1907)
Francisco Muñoz de Escalona
Científi co Titular del CSIC (jubilado)
¿Q
ué es lo primero que necesitamos para
desfoliar una cebolla? ¡Pues una cebolla!,
es decir, según Linneo, un allium cepa. ¿Y
qué es una cebolla o allium cepa? debemos preguntar.
Para responder a tan aguda pregunta, nada mejor que
acudir a la socorrida Wikipedia, ese arcano de todos
los saberes. En ella leemos que la cebolla es un bulbo
compuesto por células de un tamaño relativamente
grande con formas alargadas u ovaladas unidas entre sí
por una sustancia llamada péctico cuya función es darle
fi rmeza y protección al carnoso bulbo.
Dicho esto no me resisto a citar una frase de Günter Grass
tomada de su reciente autobiografía, Pelando la cebolla.
Dice así Grass:
Bajo la primera piel, todavía secamente crepitante, se
encuentra la siguiente que, apenas separada, libera húmeda
una tercera, bajo la que aguardan y susurran la cuarta y
quinta. (…) La cebolla tiene muchas pieles. Vamos, que
es plural. Apenas pelada, las pieles se renuevan una tras
otra. Cortándola, hace saltar las lágrimas. Solo al pelarla
dice su verdad la cebolla.
Esto es lo que sostiene Grass y esto es precisamente lo
que pretendo hacer con la cebolla del turismo, pelarla
para ver si consigo que diga la verdad, toda su verdad sin
que lo impida el pudor de turisperitos —en su mayoría
miembros de la AIEST, Asociación Internacional
de Expertos Científi cos en Turismo— y asimilados
—gobernantes, sindicalistas, empresarios, publicistas y
los especialistas en marketing dedicados al turismo.
Porque el turismo, tanto el corpus teórico como lo que se
llama industria turística, recuerda a las cebollas en que es
esférico y está formado por numerosas capas, muchas de
ellas invisibles, bien porque aun no han sido evidenciadas
por los turisperitos o bien porque los turisperitos prefi eren
Carro para turistas en los Alpes Suizos, primer destino turístico
moderno. Fotografía de 1904. (Jullien Frères)
(1) El DRAE no contempla el verbo desfoliar pero al autor le resulta
más expresivo que defoliar.
(2) La presente versión corrige y completa la publicada en http://www.
eumed.net/rev/turydes/06/fme.htm/
mantenerlas púdicamente ocultas. Quienes se enfrentan
por primera vez con el turismo lo ven por fuera y por
fuera lo analizan, enjuician y valoran. ¿Y qué es lo que
ven? Pues evidentemente lo que dice la gente, es decir, los
hablantes, los cuales creen que con tamaño neologismo,
que tiene algo más de un siglo y medio de vida, y que
ha conseguido expandirse como la pólvora por casi
todos los idiomas del mundo desarrollado, nos estamos
refi riendo a un fenómeno social de nuestro tiempo. Y por
los cielos que algo de razón llevan los hablantes ya que
los hablantes siempre llevan razón en cuestión de habla.
La verdad es que turismo es una voz harto eufónica y
que encima tiene la gran virtud de que prestarse muy
bien a formar incontables derivados en todas las lenguas
porque en todas las lenguas se dice más o menos de la
misma forma. Los académicos de la RAE terminaron por
aceptar esta voz triunfante en 1925, puliendo así y dando
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el esplendor que deben dar al vocablo para ennoblecerlo y
al sentido que le suelen dar los hablantes cuando afi rman
que «turismo es la afi ción a viajar por gusto de recorrer
un país».
Sabemos gracias a los historiadores que esta afi ción ha
venido creciendo sin parar durante los últimos tiempos
hasta llegar a generalizarse de tal modo que desde hace
poco más de medio siglo ha logrado alcanzar dimensiones
más masivas que ayer, sí, pero también menos masivas
que mañana. La voz turismo, pues, no solo alude a esa
afi ción a viajar por placer sino que, por estar formado por
el sustantivo tur y el sufi jo -ismo, indica que, en efecto,
es un fenómeno social, un fenómeno tan destacado que,
al decir del escritor Andrè Siegfried, de la Academie
Française
, ya constituía a mediados del siglo pasado
nada menos que uno de los aspectos más característicos
de nuestra época, a la cual el sabio académico francés
citado no tuvo empacho en califi car como l’âge du
tourisme.
sabiamente promocionados desde muy pronto con el fi n
de rentabilizar las voluminosas inversiones ferroviarias
que se hicieron desde la segunda mitad del siglo XIX,
lo que supuso un meritorio acto de previsión del futuro,
o quizás, tal vez, el aplastante cumplimiento de una
autoprofecía en toda regla.
A mediados del siglo XX, se asiste ya a la plena
generalización de los viajes de todo tipo entre ellos,
como digo, los de placer o vacaciones, a los que
pudieron ir accediendo todas las clases sociales, incluso
las mismísimas clases trabajadoras, gracias a que los
sindicatos consiguieron a partir de mediados del siglo
XX que se incluyera en el contrato de trabajo asalariado
el derecho de los trabajadores por cuenta ajena a tener un
periodo anual de vacaciones pagadas. La generalización
de los viajes de placer contribuyó a la aparición de
nuevos medios de transporte, primero los automóviles a
principios del siglo XX y a mediados del mismo siglo la
aviación civil o comercial.
Pero la cebolla turística, además de las primeras, secas y
apergaminadas hojas, tan visibles al vulgo, tiene debajo
otras hojas menos apergaminadas que las primeras, algo
leñosas todavía porque son más pécticas o acuosas que
las anteriores. Fueron estas hojas las que encontraron los
hombres de negocios desde fi nales del siglo XIX y que
se empeñaron en desfoliar. Se percataron los avispados
empresarios de que los turistas tenían necesidades
cuya cobertura mercantil podía ofrecer una atractiva y
fabulosas oportunidad de obtener pingües benefi cios.
Para ello supieron que tenían que invertir en negocios
Los viajes de placer fueron sabiamente
promocionados desde muy pronto con el fi n
de rentabilizar las voluminosas inversiones
ferroviarias que se hicieron desde la segunda
mitad del siglo XIX”.
La primera hoja de la cebolla turística nos presenta, pues,
al turismo, como todo un fenómeno social, un fenómenos
que consiste en la realización masiva de viajes de placer,
o de ocio, como gustan decir quienes tienen un concepto
superfi cial y acomodaticio del verdadero concepto de ocio.
Ocio es, en puridad, la ocupación a la que se dedicaron
siempre las clases dominantes, y por ello opulentas,
y por consiguiente ociosas. Un signifi cado que se ha
ido perdiendo hasta dejar al vocablo en su signifi cado
más superfi cial, el que lo reduce a simple tiempo libre.
Se sostiene de forma generalizada que los orígenes
del turismo moderno se encuentran en la Inglaterra
de la primera revolución industrial, la que propició
la invención y posterior aplicación de la máquina de
vapor. Con su posterior aplicación al transporte terrestre,
que dio lugar al ferrocarril —primero en Inglaterra y
después en América y Europa—, se puso en marcha un
proceso de progresivo abaratamiento de los costes de los
desplazamientos y, con ello, un espectacular y explicable
aumento de la demanda de viajes de todo tipo, entre ellos
los de placer, los cuales más tarde quedaron encerrados
entre los que se hacen durante las vacaciones laborales.
Lo que se dice menos es que los viajes de placer fueron
Los grandes transatlánticos se costeaban con los emigrantes
que se hacinaban en tercera clase (Hasta 500 personas que
pagaban de 6 a 8£) mientras que los pasajeros de primera
clase (30£ el billete excepto suites especiales) disfrutaban
de toda clase de lujos. Fotografía del Olimpic y, al fondo, el
Lusitania en 1910. (Librería del Congreso de los EEUU)
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como posadas y mesones y, por supuesto, en medios de
transporte y, obviamente, gestionarlos con habilidad. Fue
la minoritaria y aventurera clase empresarial de cada vez
más lugares la que se dio cuenta de que había que seguir
desfoliando la cebolla turística para encontrar las hojas
llenas de sustancias prometedoras de boyantes ganancias
en forma de rendimientos, benefi cios y, en defi nitiva, de
apetitosas promesas de enriquecimiento.
Desde entonces el turismo no fue solo el conjunto masivo
de viajeros por placer sino también el conjunto de negocios
rentables que se orienta a los turistas. Así fue como se le
añadió un nuevo signifi cado a la voz turismo. A partir de
entonces turismo es no solo la afi ción de viajar por placer
sino también y sobre todo la organización de los medios
conducentes a facilitar la afi ción de hacer viajes por gusto
de recorrer países extraños. Es decir, de viajar por mera y
simple afi ción, por ocio, por distracción, en defi nitiva, por
placer durante el tiempo de las vacaciones que cada vez
estaban más generalizadas. La nueva visión del turismo
combinada con la anterior o vulgar permitió formular un
oxímoron que pronto fue muy festejado y repetido por
los amantes de las paradojas: el ocio es negocio, pero
enmascarando adrede lo que era más que harto evidente,
es decir, que el turismo es el ocio de unos al mismo tiempo
que es el negocio de otros, el negocio que hacen los que
trabajan para los que se dedican al ocio, entendido ahora
este ambivalente concepto como lo que hacen quienes
tienen tiempo libre de obligaciones laborales, es decir,
vacaciones. Claro que para cuando estas nuevas hojas de
la cebolla turística fueron desfoliadas, los viajes durante
el tiempo libre ya habían empezado a masifi carse. Antes
de que eso sucediera ningún avispado empresario se
habría atrevido a invertir en negocios para facilitar los
viajes que se hacen durante el tiempo libre. Saben muy
bien los negociantes de hoy, de ayer y de siempre que sin
una demanda de volumen signifi cativo no hay negocio
rentable posible. Y sin expectativas de ganancias no hay
inversiones que valgan.
Hacer turismo se convirtió, pues, en un sintagma con dos
signifi cados muy diferentes: viajar por ocio y explotar
negocios para los que viajan por ocio. Los que explotaban
estos negocios se vieron a sí mismo como oferentes de
servicios a los viajeros por ocio y estos fueron vistos por
ellos como los demandantes durante el tiempo de ocio de
sus prometedores negocios. Los mimbres del tratamiento
del turismo por medio del análisis económico quedaron
así puestos antes de que apareciera formalmente el
sintagma economía del turismo y antes, por supuesto,
de que esta materia se cultivara como una nueva
especialidad académica en los años treinta del siglo XX,
algo que sorprendentemente tuvo lugar sobre todo en la
Italia de Mussolini y en la Alemania de Hitler, países
en los que los gobernantes se percataron muy pronto
del indudable potencial del turismo como generador de
riqueza y también, ¿por qué no? como un instrumento de
propaganda de sus sistemas políticos.
El asunto de la masifi cación del turismo trajo mucha
cola. Tanta que hay tratadistas que sitúan el nacimiento
del turismo a mediados del siglo XX porque piensan que
fue a partir de entonces cuando se inició su masifi cación.
Ignoran que ya en el siglo XIX había fl ujos masivos de
turistas. Se oponen quienes así creen a quienes sostienen
que el turismo es tan viejo como la humanidad. Los
primeros se basan en que hasta que no fue masivo no
hubo turismo mientras que los segundos resaltan que
los hombres hacían turismo en la medida en que desde
Este anuncio de 1933 invita a los ingleses a hacer turismo
en Alemania ofreciéndoles, entre otras actividades, campos
de Golf. La Gebrauchsgraphik diseñó numerosos posters que
repartió por diversos paises para atraer a turistas. Víctima de
la Gran Depresión, Alemania necesitaba dinero en metálico e
ideó las primeras grandes campañas turísticas para obtenerlo.
(Ludwig Holwein)
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su aparición los hombres podían desplazarse por el
territorio. Tanto unos como otros se quedan en las meras
apariencias externas y por eso yerran de diferente forma.
Quienes sitúan en la masifi cación de los negocios para
los turistas el nacimiento del turismo no se dan cuenta
de que lo que llamamos masifi cación es una magnitud
tan imprecisa como cambiante y que cada época posee
su propia percepción de lo masivo. Y quienes se fi jan
en que la especie humana se ha movido siempre por el
territorio no se percatan de que hacer turismo es no solo
salir de un lugar y recorrer otros sino, también y sobre
todo, volver al lugar de partida, cosa que obviamente no
hacían los pueblos primitivos porque fueron nómadas
durante milenios.
Fue con la desfoliación realizada por los negociantes de
estas hojas de la cebolla turística cuando los académicos
se empezaron a interesar por el turismo. Aclaro que
llamo académicos a los que se dedican profesionalmente
a conocerlo en los centros de investigación y en las
universidades. Junto a los académicos también hay
que citar a los gobernantes, locales primero y estatales
después, los cuales se interesaron pronto por el turismo,
sobre todo por sus cada vez más evidentes efectos, siempre
benefi ciosos. O, tal vez, fue a la inversa, que fueron los
gobernantes quienes constataron que eran muchos los
lugares que lograron el despegue económico gracias al
fl ujo que recibían de turismo-ocio (la demanda), una
magnitud que crecía conforme aumentaba el turismo-
negocio (la oferta) y con ello aparecían los efectos de
progreso y de enriquecimiento. Los ejemplos de lugares
que deben su crecimiento y despegue a la llegada
masiva de turistas fueron cada vez más numerosos. Los
primeros en conseguirlo fueron los núcleos nevados de
los Alpes porque gozaban de hermosos paisajes blancos
y de pistas esquiables y por ello, animados por una
demanda espontánea a partir de mediados del siglo XIX,
los inversores locales, apoyados por sus gobernantes,
decidieron abrir hoteles y restaurantes para atender las
necesidades de los turistas así como dotarse de guías
y monitores encargados de enseñar a los hospedados
a practicar los deportes de nieve y a hacer excursiones
para contemplar las maravillosas vistas y los hermosos
paisajes. La novela Tartarín en los Alpes, de Alphonse
Daudet, publicada en 1885, describe con maestría y
enorme sentido del humor las actividades de los turistas
alojados en el hotel Rigi-Kulm, sito en uno de aquellos
núcleos alpinos entonces de moda. También los núcleos
del litoral con playas cercanas crecían a ojos vista de
forma espectacular gracias a la llegada en aumento de
vacacionistas y de rentistas si habían sido capaces de
ofrecer servicios de hospitalidad a los pasajeros. Un
ejemplo lo encontramos en la ciudad de Brigton, en el
sureste de Inglaterra, famosa por tener una de las playas
más concurridas de Europa desde hace más de un siglo.
Y no digamos nada de las ciudades del Mediterráneo,
dotadas muchas de ellas de monumentos históricos de
relieve, como Nápoles o Venecia, o de ruinas del pasado
como Pompeya, Atenas o Roma.
Los resultados derivados de la desfoliación de las nuevas
hojas de la cebolla turística se combinaron con los de
las primeras para dar lugar, desde el último cuarto del
siglo XIX, a una nueva disciplina de estudio, la que
pasó a conocerse como doctrina general del turismo, que
logró contar con su manual canónico en 1942. La nueva
especialidad se ocupó de estudiar y cuantifi car sus dos
componentes básicos: la práctica del turismo como ocio
(vuelvo a repetir, la demanda) y la práctica del turismo
como negocio (es decir, la oferta), una terminología
claramente tomada de la economía a pesar de que los
autores de dicha obra, los suizos de la Universidad
de Berna Walter Hunziker y Kart Krapf, reconocían
abiertamente que la nueva disciplina se encontraba
más cerca de la sociología que de la economía. Incluso
insistieron en que la disciplina incipiente había que
considerarla más bien como una verdadera sociología
de la cultura, tal vez porque se ocupaba de estudiar y
cuantifi car el interés que muchas familias mostraban
por visitar los lugares mejor dotados de monumentos
artísticos de la época grecorromana y del Renacimiento.
Entrado el siglo XX, el proceso de desfoliación de la
cebolla turística continuó, pero esta vez la desfoliación
dejó de ser una operación más o menos espontánea en
manos de los hablantes, de los negociantes y de los
gobernantes, para pasar decididamente a manos de
los investigadores profesionales, los académicos que
podemos llamar turisperitos debido a que pertenecen a
todas las ramas posibles del saber, desde la Geografía
Postal del hotel alpino Rigi-Kulm de 1872. (Georg Ragaz)
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a la Biología, desde la Filosofía al Marketing, desde la
Economía al Urbanismo. Fueron los turisperitos quienes
se dedicaron a dar los primeros pasos encaminados a
sistematizar los conocimientos adquiridos hasta ese
momento y a poner las bases para seguir desfoliando la
cebolla turística, quiero decir, para seguir avanzando en
la conceptualización científi ca del turismo como ocio y
como negocio, es decir, como fenómeno social (fl ujos
masivos de personas) y como fenómeno económico
(conjunto de negocios orientados la satisfacción de las
necesidades de las masas de turistas).
Sus aportaciones se centraron obsesivamente en la
defi nición de turista, una operación que dio mucho
contenido y durante muchos años a sus esfuerzos por
conocer adecuadamente la nueva materia de estudio y
que llenó casi todas las décadas del nuevo siglo. Téngase
en cuenta que para entonces se empeñaron en distinguir
tan exactamente como fuera posible a los enaltecidos
turistas de los vulgares viajeros ya que la demanda de la
que dependía el éxito de lo que llamaron la industria del
turismo no era otra que la que hacían los turistas, no los
viajeros. Es decir, que con la búsqueda de una defi nición
exacta y universalmente admitida de turista se pretendía
poner las bases para poder conocer y cuantifi car la
demanda de turismo. El turista se convirtió así en una
especie de Rey Midas ya que todo lo que tocaba o le
interesaba se convertía en objeto de estudio para los
turisperitos y, por ende, en turismo. Como digo, para los
investigadores un turista no era un viajero cualquiera
sino un viajero que debía tener ciertas peculiaridades
las cuales había que saber identifi car correctamente
si se quería avanzar en el nuevo corpus teórico que se
venía perfi lando, la que algunos dieron en llamar, repito,
economía del turismo.
Los primeros investigadores del turismo surgieron
obviamente en los países que más turistas recibían.
Estos países eran a principios del siglo XX los ya citados
países alpinos, concretamente Suiza, Austria, Alemania e
Italia. También Francia, pero menos. Como digo, se tenía
la convicción de que conseguir una exacta defi nición
de turista era algo de vital importancia para avanzar
en el conocimiento de lo que se afi rmaba que era una
realidad compleja, un fenómeno social y económico de
cuya correcta explotación dependía la rentabilidad de los
nuevos negocios y, por ende, el enriquecimiento rápido
y seguro de los lugares, ciudades o países que supieran
gestionarlo en su benefi cio. Adelantemos que estos
países pioneros en recibir turistas son hoy los mismos
de los que más turistas salen a otros países una vez que
estos países, en general poco desarrollados, imitaron a
los primeros y se fueron dotando de los equipamientos
y negocios necesarios para recibir turistas procedentes
de ellos.
Algunos como España consiguieron fi gurar entre
los que más turistas reciben del mundo gracias a las
inversiones públicas y privadas realizadas desde 1960
hasta el extremo de que se ha convertido en un mito, en
un lugar común o en ambas cosas decir que la llamada
industria del turismo es la primera industria de España.
Y para demostrarlo de modo fehaciente comparan las
aportaciones al PIB de esta llamada industria con las
aportaciones al PIB de la industria de la construcción o
de la industria del automóvil. Más adelante volveremos
sobre esta afi rmación.
La búsqueda de una defi nición exacta del turista llevó
a seguir desfoliando la cebolla turística pasando de una
hoja a otra, cada una de las cuales daba la impresión a
los investigadores de que habían conseguido, por fi n,
alcanzar la tan ansiada meta. El conocido diccionario de
Littré decía a fi nes del siglo XIX que un turista es aquel
que viaja por países extranjeros por curiosidad, porque no
tiene nada que hacer, y que realiza una especie de gira por
los países habitualmente visitados por sus compatriotas.
Se dice sobre todo, agrega el diccionario para aclarar las
ideas, de los viajeros ingleses por Francia, Suiza e Italia,
citando de paso, como se ve, el origen más frecuente de
los turistas del siglo XIX y los países de destino más
habituales de los mismos.
Ya en la primera década del siglo XX, el suizo Edmond
Guyer Freuler afi rmaba que el turismo en sentido moderno
es un fenómenos de nuestro tiempo que se explica por la
necesidad creciente de descanso y de cambio de aires,
por la aparición y desarrollo del gusto por la belleza del
Tarjeta turística de la localidad alemana de Hamelin fechada
en 1930. El pueblo solo era famoso por el cuento del fl autista,
por lo que se anunciaban con la fi gura de una rata (Casas-
Rodríguez)
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paisaje, por la satisfacción y el bienestar que se obtiene
de la naturaleza virgen, pero muy especialmente por
las crecientes relaciones entre pueblos diferentes, por
el aumento de empresas a que da lugar el desarrollo
del comercio, la industria y las profesiones y por el
perfeccionamiento de los medios de transporte.
Pero los sucesivos investigadores del turismo no se
dieron por satisfechos con estas propuestas y siguieron
desfoliando la cebolla, interesados como estaban en
encontrar una o varias características defi nitivas en los
turistas capaces de diferenciarlos de los viajeros. Casi
todos ellos se centraron de un modo obsesivo en las
motivaciones porque estaban convencidos de que es en
ellas donde podían encontrar el elemento defi nitorio y
diferencial del tan buscado y querido turista frente al
vulgar viajero. La motivación del turista es el ocio, venían
a decir una y otra vez, mientras que la de los viajeros
es el negocio; es decir, que mientras para ellos el turista
viaja por placer y se desinteresa de la búsqueda del lucro,
el viajero viaja en busca del lucro y se desentiende del
placer. Dicho de otra forma: para los investigadores, y por
extensión para los gobernantes y los negociantes, turista
es el que viaja porque sí, porque le da la gana, frente
al viajero, que es el que viaja por trabajo, por negocio
o por obligación. Es cierto que ambos realizan gastos y
que esos gastos son la leña que alimenta el fuego de la
industria turística, pero esta similitud fue radicalmente
obviada como veremos a continuación.
Fue en los años cincuenta cuando tuvo lugar una sonada
polémica, la que protagonizaron el ya citado y Kurt
Krapf, entonces en la cima de su gloria como turisperito
prestigiosísimo, cofundador de la citada AIEST con Walter
Hunziker, y el más modesto Paul Ossipow. Mientras que
para Ossipow no había diferencia alguna entre un turista
y un viajero ya que tanto uno como otro utilizan los
mismos servicios: viajan en trenes, se alojan en hoteles,
se desplazan en taxis, visitan exposiciones, acuden a
comercios, asisten a espectáculos y envían postales a su
familia. Kurt Krapf rebatió con tremenda contundencia
sus planteamientos y reforzó hasta la exasperación que
los turistas se diferencian de los viajeros porque sus
motivaciones son diferentes como ya hemos visto y,
además, en que mientras el turista deja benefi cios en el
lugar que visita gracias a sus gastos, el viajero los saca
del país visitado porque lo que busca es negociar y con
ello lucrarse. La comunidad de investigadores le dio la
razón a Krapf y Ossipow decidió callar para siempre. Se
perdió así la oportunidad de seguir desfoliando la cebolla
turística y esto demoró el progreso de la nueva disciplina
durante bastantes décadas, como luego se verá. Krapf,
en su autoritaria soberbia, y en su anticientífi co apego
al dogma establecido, no se percató de que el criterio de
las ganancias del viajero y las pérdidas de los turistas es
erróneo por superfi cial ya que no solo hay viajeros que
visitan un lugar para vender sino que también los hay
que viajan para comprar, y que tanto unos como otros
pueden dejar ganancias en el lugar visitado e incluso
sufrir o provocar pérdidas.
Para los ortodoxos a ultranza de las motivaciones como
nota defi nitoria de los turistas y de los viajeros lo que
distingue a un viajero de un turista es la intención:
mientras unos viajan para negociar otros lo hacen
para ociar. Y añaden aún más: mientras unos son
productores los otros son consumidores. Olvidan que
si por turismo entienden puro y mero vacacionismo y
limitan la condición de turista a la de mero vacacionista
el problema no existe, es decir, que en tal caso llevan
alguna razón los que se ponen del lado de Krapf. Pero
Anuncio de un Balneario en la España de 1930. No fue hasta
los años 50 que el turismo internacional formó parte esencial
de la política del gobierno. (Archivo)
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no deberían olvidar que tales dedicaciones no dejan de
ser circunstanciales, temporales o pasajeras, es decir,
relativas al periodo de tiempo durante el cual los turistas
se encuentran ausentes de su entorno habitual ya que tan
productores son los turistas en los lugares donde residen
habitualmente como consumidores son los viajeros en los
lugares en los que están de paso. La polémica habría sido
evitada hace muchos años si se hubiera puesto en solfa
la visión vulgar y se hubieran percatado los primeros
investigadores de que lo que estaban diciendo y no se
daban cuenta es que un turista es el que viaja durante
sus vacaciones y que, por tanto, como en ese momento
su condición de productor está suspendida, es decir,
vacante, solo se puede comportar como un consumidor.
extranjero y vacacionista sigue acríticamente presente
tanto en los manuales como en las leyes que regulan el
turismo
El hecho es que tantas vueltas se le dio al problema
psicológico de las motivaciones como elemento
diferenciador del turista y del viajero que ya a mediados
del siglo pasado el economista austriaco Paul Bernecker
llegó a decir que había tantas defi niciones de turismo y
turista como tratadistas se habían dedicado a estudiarlo.
Bernecker acertó. Hubo, y como digo, en el fondo aun
hay, infi nidad de defi niciones de turista y de turismo, pero
ninguna ha conseguido todavía la ansiada la meta de ser
universalmente aceptada ni, lo que es peor, operativa y
precisa a efectos estadísticos.
Las especialidades académicas de los investigadores
dedicados a desfoliar la cebolla turística fueron
diversifi cándose con el paso del tiempo. Además de los
economistas se interesaron por la cebolla turística los
sociólogos y también los psicólogos, lo cual no deja de
tener su explicación y su lógica aparente. En la medida
en que el turismo se considera que es un fenómeno social,
nada de particular tiene que los sociólogos se interesen
por él. Y lo mismo puede decirse de los psicólogos: si
lo que diferencia a los turistas de los viajeros no es otra
cosa que el hecho de que sus desplazamientos obedezcan
a motivaciones diferentes de las de los viajeros, los
psicólogos están en su perfecto derecho de interesarse
por la cebolla turística y desfoliarla como consideren
oportuno hacerlo. Los economistas ya hemos visto que
se sintieron interesados relativamente pronto en desfoliar
la cebolla turística. La consideración del turismo como
conjunto de negocios les da, así lo creen ellos, todo
el derecho a hacerlo. Lo mismo podemos decir de los
gobernantes. Como ya hemos dicho, ellos se interesan por
el turismo porque vieron y siguen viendo en él una fuente
que se tiene por segura y rápida de desarrollo económico.
Sin embargo hay que reseñar que aun no se ha logrado
superar la convicción de que el turismo es un fenómeno
de tanta complejidad que no hay disciplina científi ca que
por sí misma permita acceder a su pleno conocimiento.
Y junto a quienes sostienen que el análisis económico no
es el mejor método posible para el estudio del turismo
están los que están convencidos de que lo entorpece
y, por ello, hay que rechazarlo con toda vehemencia.
Lo que, sin embargo, curiosamente no impide que los
manuales de turismo que se usan como texto en todas
las universidades del mundo usen la terminología de
la economía y apliquen un simulacro verdaderamente
vergonzante del análisis económico que tanto rechazan.
Tal es la importancia del turismo a nivel mundial que hasta
la ONU tiene su propia Organización Mundial del Turismo.
Logotipo de la OMT (ONU)
Hubiera bastado defi
nir al turista
simplemente como «aquel que viaja durante
sus vacaciones laborales»”.
Habría bastado con que dijeran que para ellos turista es
el que viaja durante sus vacaciones laborales. Punto. Un
turista, pues, sería el productor que está de vacaciones
y aprovecha para viajar por gusto. La concepción del
turista como vacacionista es asumida hoy por la inmensa
mayoría de los investigadores y fue aplicada por la
Comisión de Estadística de la Sociedad de Naciones, más
tarde la ONU, y por diversos organismos internacionales
como la Unión Internacional de Organismos Ofi ciales de
Turismo, la UIOOT, creada en 1946, transformada más
tarde en la Organización Mundial de Turismo, hoy la
OMT, en 1974 como organismo de la ONU, y es la que
late en casi todos los manuales y monografías dedicados
al turismo, tal vez porque la mayoría de los turistas sean,
en efecto, vacacionistas. Pero lo cierto es que al cabo
esta solución terminó por ser si no totalmente rechazada,
como se podrá comprobar más adelante, sí relativizada.
En el fondo, la condición inexcusable de ser vacacionista
terminó quedando tan relegada como la de tener que ser
extranjero para exhibir la condición de ser turista. Pero
insisto, solo en el fondo, porque la doble condición de
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Fue tanto el interés suscitado por la dedicación a
desfoliar la cebolla turística que también los geógrafos
quisieron aportar su granito de arena al conocimiento de
esta actividad. Y no les faltaban razones para hacerlo.
Los turistas se pasean por el territorio y los llamados
equipamientos y empresas turísticas ocupan espacio.
Recuérdese que, además de las motivaciones placenteras,
los turistas tenían que ser extranjeros en el país que
apostaba por explotar el turismo. En esta característica
se insistió casi con la misma obsesión que en la de las
motivaciones. Y, claro, en tratándose de la necesidad de
que el viajero por ocio tuviera que atravesar fronteras, los
geógrafos enseguida hicieron valer sus conocimientos
facultativos para entrar en la comunidad de investigadores
del turismo y desfoliar también ellos la cebolla turística.
Téngase en cuenta que durante mucho tiempo solo se
consideraba turista a quien añadiera a las motivaciones
de placer de su viaje la condición de ser extranjero.
Tanto fue así que turista y extranjero llegaron a ser
considerados como voces sinónimas para los hablantes.
La desfoliación de la cebolla continuó y pudo así llegar
el momento en que se decidiera eliminar la condición
de extranjería para que un viajero por placer pudiera ser
tenido como turista pues que su aplicación comportaba
la imposibilidad de que un nacional fuera considerado
turista en su propio país. Esta necesaria característica
del turista habría podido ser evitada a tiempo, lo mismo
que las motivaciones ociosas, si se hubiera sustituido
a tiempo por la de forastero en el lugar de referencia,
un lugar que lo mismo puede ser una localidad que una
región, una nación o incluso un continente.
La nueva hoja quitada a la cebolla mostró que lo que
defi ne a un turista no es que sea extranjero sino solo y
exclusivamente estar en un lugar pasajeramente por no
ser residente habitual en el mismo. Hasta no hace mucho
no se admitía aún la existencia de lo que algunos llaman
hoy turismo interior, el que no implica cruce de fronteras
exteriores. Hoy sí. Pero, una vez más, el empecinamiento
en la condición de extranjería no se habría producido si
se hubiera hablado de forasteros en un lugar concreto,
no de extranjeros, ya que este califi cativo hace referencia
a un estado soberano. La historia de la desfoliación
de la cebolla turística está plagada de absurdos
empecinamientos de este tipo provocados por unos
compulsivos, evidentes e inadecuados planteamientos del
problema. Mejor dicho: provocados por un inadecuado
planteamiento del problema. Como se sabe, problema
bien planteado problema resuelto. Pero el turismo se ha
planteado siempre resaltando las apariencias externas,
es decir, su condición de fenómeno, y por esta razón su
concepción se ha basado en describir el comportamiento
más visible de los turistas sin profundizar decididamente
en su naturaleza. Porque una condición hay de la que
aun no se han percatado los investigadores: la de que un
turista, como cualquier viajero, es siempre un visitante
que viene de fuera del lugar, sea este una nación, una
región, una comarca o una localidad. Así de fácil, así de
claro, así de elemental. Hay pues que, obviamente, seguir
desfoliando la cebolla turística.
De momento, la última hoja desfoliada de la cebolla
turística es la que han quitado los expertos en marketing,
sobre todo los norteamericanos. En la actividad
desfoliadora de la cebolla turística es evidente que se
ha abusado de la estrategia a la que conduce el corpus
teórico disponible. Como ocurre en todos los negocios,
el del turismo empezó dando a las empresas tan altos
benefi cios extraordinarios que al cabo de unos años
aumentó tanto la apertura de nuevos negocios como
descendió el nivel de benefi cios con lo que, a la postre,
se fue reduciendo la rentabilidad de las inversiones hasta
el punto de que muchos casos los negocios cayeron en
Todavía turista es sinónimo de extranjero. En la imagen,
turista japonés en Granada. (Archivo).
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el escéptico
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pérdidas. Hubo pues que pedir ayuda a los especialistas
en técnicas de ventas porque el mercado se estaba
saturando peligrosamente. Ellos han sido los encargados
de acabar con el academicismo tan rampante como, de
repente inoperante, de los desfoliadores europeos. Los
expertos en marketing han conseguido acabar con la
rigidez de las motivacionales como nota diferencial de
los turistas para dar entrada en el turismo a todas ellas,
lo que ha permitido hablar del turismo de negocios, algo
que durante muchos años ha sido negado por los más
dogmáticos. Y junto al turismo de negocios se ha llegado
a admitir la existencia del turismo religioso, el turismo
de salud, el turismo de aventura, el turismo de riesgo.
Incluso se habla sin estremecimientos ni retortijones
de tripa del turismo residencial, una expresión que no
habría encajado en las rigideces conceptuales propias
de los tratadistas del siglo pasado. En defi nitiva, que
después de tanta tinta gastada en distinguir a un turista de
un viajero se ha llegado a la conclusión de que entre un
turista y un viajero no hay diferencia alguna. Y de que,
de haberla, la única que hay es la que expresa la voz tur,
cuyo signifi cado etimológico no es otro que el de viaje
circular, redondo o de ida y vuelta, debiendo quedar la
voz viaje para designar el desplazamiento que se hace sin
especifi car si es con o sin vuelta al punto de partida. Tur es
una voz más precisa y completa que viaje sencillamente
porque da más información. La etimología de las palabras
no es que sirva para mucho pero, en este caso, haberla
tenido presente habría evitado muchos falsos rodeos,
innecesarias complicaciones y errores de envergadura
tanto teóricos como prácticos. Sí, complicaciones y
errores, porque aun seguimos siendo prisioneros de los
malos planteamientos del pasado. Ellos son los culpables
de que se sostenga sin sonrojo que la realidad del
turismo es tan compleja que ninguna disciplina científi ca
es capaz de llevarnos a su conocimiento completo.
Mentira. Sí: mentira. No es cierto que el turismo tenga
que ser estudiado de un modo multidisciplinar si lo que
le pedimos y lo que verdaderamente nos interesa de él
es que sea una fuente de riqueza. La solución está en
llevar a cabo un correcto planteamiento de la cuestión y
tratar de verlo como una rama productiva objetivamente
identifi cada y diferenciada de todas las demás, algo para
lo que solo está facultado el análisis microeconómico.
Lo demás se dará por añadidura. Sin que ello signifi que,
obviamente, negar que todas las demás disciplinas
teóricas (sociología, geografía, macroeconomía) tengan
el derecho y el deber de estudiar el turismo como
fenómeno social y económico aplicando sus métodos
específi cos, pero sin ir más allá ni, sobre todo, mal aplicar
la metodología propia del análisis microeconómico
utilizando conceptos como mercado turístico, oferta y
demanda de turismo y productos turísticos porque visto
como fenómeno social el turismo no se puede estudiar
mediante estos instrumentos.
Los que estudian el turismo desde el marketing han tenido
la virtud de poner en solfa el dogmatismo academicista
imperante hasta los años sesenta o setenta del siglo
pasado y acabar así con la obsesión de las motivaciones
al incluirlas todas. Desde entonces se viene imponiendo
la voz menos exigente y clara de visitante en vez de la
estropeada de turista debido al abuso que se ha hecho
de ella. No es que las motivaciones de los visitantes no
tengan interés, que lo tienen y mucho, ya que sirven para
seleccionar la orientación de los negocios dedicados
a satisfacer las necesidades de los turistas según sus
motivac¡iones. No es lo mismo especializar un lugar en
turismo de salud que en turismo religioso, de negocios,
de cultura, de estudios, de congresos, de espectáculos,
de vida nocturna o de aventuras. Cada tipo de visitantes
requiere tipos de negocios ad hoc y no es cosa de confundir
unas necesidades con otras so pena de fracasar.
Bueno y acertado ha sido la desfoliación de esta hoja
a cargo de los especialistas en marketing. Pero sus
aportaciones no han quedado limitadas a lo dicho con ser
ello muy resaltable. Los especialistas en marketing están
cumpliendo una labor enormemente meritoria desde
el punto de vista de sus reconocidos conocimientos
en la aplicación de técnicas de venta. Pero, en su afán
clarifi cador y pragmático, pusieron sobre la mesa el
Sin las rigideces motivacionales se ha podido detectar,
estudiar y dar soporte a otros tipo de turistas. En la imagen,
turistas en viaje de negocios. (Archivo).
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el escéptico
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concepto de productos turísticos y, junto a él, el de
destino turístico, es decir, que el lugar que opta a ser
visitado masivamente es también para ellos un producto
turístico, según Alberto Sessa un macroproducto
turístico, una de tantas variedades de productos turísticos
que los turisperitos contemplan hoy sin agotarlas. Sessa
sin embargo pone junto a los macroproductos, los
destinos, los microproductos, los hoteles, y deja fuera
todos los demás que la comunidad de turisperitos son
todos los bienes y servicios existentes. Los clásicos
preferían hablar de bienes y servicios sin califi carlos
como turísticos. Para los especialistas en marketing que
se ocupan del turismo, productos turísticos son todos
aquellos que sirven para satisfacer las necesidades de
los turistas, es decir, hoteles, restaurantes, discotecas,
medios de transporte, aeropuertos, museos, espectáculos,
deportes, lagos, playas, parques temáticos, paisajes,
competiciones, olimpiadas, exposiciones, muestras
industriales, etc. habida cuenta de que son sus clientes y
si ellos se tienen a sí mismo por pertenecer a la llamada
industria turística creen que no deja de tener sentido
considerar que sus productos son productos turísticos.
Pero si es así, y aunque no se incluyan en la industria
turística, también habría que considerar que también son
productos turísticos los hospitales, la policía, el sistema
de abastecimiento de víveres, y el de agua potable, y el
de alcantarillado, en defi nitiva, el urbanismo en toda su
amplitud y hasta la ordenación del territorio, y tantos
otros, ya que todos ellos y muchos más son susceptibles
de satisfacer las necesidades de los visitantes de un
lugar. Por todo ello hay que reconocer que el concepto
de producto turístico defi nido en virtud de su utilidad
para los consumidores visitantes es impreciso y por ello
es por lo que han de ser agrupados en los siguientes
grupos oportunistas: productos muy turísticos, bastante
turísticos, normalmente turísticos, poco turísticos y nada
turísticos, en función de la mayor o menor frecuencia con
que son demandados por los turistas, una característica
que puede variar y de hecho varía de un lugar a otro
con la consiguiente imposibilidad de contar con datos
estadísticos territorialmente agregados, una operación
que sin embargo se lleva a cabo sin pestañear por parte de
los organismos internacionales que publican estadísticas
sobre el turismo. Obviamente, tal clasifi cación nunca
podrá ser universal ya que solo puede tener sentido en
el marco de cada lugar. En cualquier caso obligaría a
hacer la misma clasifi cación con los mismos lugares
especializados en recibir fl ujos masivos de visitantes, los
conocidos como destinos turísticos, una denominación
que se toma de los estudios de transporte en la medida en
que, a menudo, se confunde el turismo con esta actividad
por el mero hecho de que la industria del transporte sea
auxiliar del turismo.
Llegados hasta aquí podremos percatarnos de que a pesar
de que la desfoliación de la cebolla turística empezó
como una actividad realizada por los hablantes, es decir,
por el vulgo, los desfoliadores posteriores, tanto los
negociantes como los gobernantes y los investigadores
no dedicaron al problema el tiempo necesario para llevar
a cabo una crítica sistemática de la visión que ofrecen
las hojas previamente desfoliadas de la cebolla turística.
Es evidente que los negociantes y los gobernantes
obtuvieron con las primeras visiones éxitos indiscutibles
ya que sus negocios resultaron rentables durante años
para ellos y para muchos lugares visitados. No se les
podía pedir más. Pero sí se les podía pedir, y hasta exigir,
a los investigadores, sobre todo a los que se tuvieron
y se tienen por científi cos. Si lo hubieran hecho así se
habrían percatado de que aún no habían conseguido
llegar al corazón de la cebolla turística, al meollo del
turismo. Les habría bastado saber que lo que llaman
productos turísticos es una noción imprecisa y por ello
no apta para poder estudiar el turismo con el herramental
analítico de la microeconomía, algo que suelen hacer
sin sonrojo e incluso sin sentido de la decencia que es
inherente a la tarea de los científi cos. ¿Cómo es posible
que se hable de oferta turística o de producto turístico
cuando no se sabe qué es un producto turístico? Si un
producto turístico es todo aquel que sirve o puede servir
a un turista entonces es idéntico al producto no turístico
porque también le sirve a los residentes permanentes. Lo
cual quiere decir que no es posible hablar de empresas
turísticas más que si antes hemos convenido en llamar así
a un grupo previamente seleccionado en base a criterios
de conveniencia, y a pesar de que cualquier empresa es
o puede ser «turística» según a qué lugar nos estemos
Las Cataratas del Niágara. El turismo ha convertido esta belleza
natural en un empalagoso destino turístico. (Archivo).
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el escéptico
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refi riendo. Las estadísticas de turismo que se publican en
España incluyen en ellas a todas las empresas localizadas
en lugares considerados como turísticos. Esas mismas
empresas no se incluyen en las estadísticas de turismo si
se localizan en lugares considerados como no turísticos.
Un verdadero disparate, sí.
En defi nitiva, por no haber realizado la necesaria crítica
de la noción vulgar, los estudiosos del turismo de todas
las especialidades, los inversores, los empresarios y
negociantes y los gobernantes locales, nacionales e
internacionales aun no han sido capaces de darse cuenta
de que la cebolla turística tiene todavía muchas más hojas
y que hay que seguir desfoliándola a fi n de profundizar
en su interior para exteriorizar así el hondo secreto
de su corazón, allí donde está el débil tallito que ya
empieza a brotar deseoso de salir a la luz y desarrollarse
plenamente.
Es a esto a lo que conduce la crítica de las ingentes y
desenfocadas aportaciones hechas por los desfoliadores
de la cebolla del turismo que se atienen dogmáticamente
al corpus teórico disponible y siguen creyendo que
hacen una tarea científi ca. ¿Es que los que se dedican
al estudio del turismo aun no se han percatado de que
hablan de empresas turísticas y de productos turísticos
sin saber lo que son? ¿Es que se puede hablar de mercado
turístico sin saber lo que es el producto turístico? ¿Hay
en cualquier clasifi cación nacional o internacional de
actividades económicas alguna actividad que se llame
turística? Ni siquiera fi gura una actividad así llamada en la
Clasifi cación Internacional Uniforma de las Actividades
Turísticas (CIUAT) aprobada en la Conferencia de Ottawa
de la ONU – OMT en 1992. La visión del turismo como
fenómeno social ha conducido a llamar turismo a un
conjunto de negocios públicos y privados que conforman
una oferta heterogénea de bienes y servicios demandados
tanto por los visitantes como por los residentes. Por eso
la economía solo puede estudiar el turismo así concebido
como una macromagnitud, es decir, como un componente
del Producto Interior Bruto si los desglosamos en función
de si los demandantes residen dentro o fuera del país de
referencia. Por eso la microeconomía no puede estudiar
el turismo así concebido so pena de que se aplique a todas
las actividades productivas que confi guran el sistema
productivo de un país, lo cual es una demostración por
reducción al absurdo de su inviabilidad.
¿Pero qué es lo que hay que hacer para llegar hasta ese
corazón oculto de la cebolla turística? Pues es obvio
que hay que seguir desfoliándola, una operación que
resultará sumamente sencilla siempre y cuando seamos
capaces de olvidarnos de las observaciones que hicimos
de las primeras hojas, las amarilláceas y quebradizas
de la visión fenoménica y hasta de las blancuzcas,
algo verdosas y bastante correosas de la sucesivas y
complementarias que nos ofrecen una conceptualización
del turismo como fenómeno, la cual solo puede aspirar
a ser un complemento de la visión del turismo como
una actividad productiva diferenciada de las demás
actividades productivas.
Dicho con el lenguaje que puso de moda Thomas S.
Kuhn en los años sesenta del siglo pasado: podremos
llegar al corazón de la cebolla turística si somos capaces
de cambiar de paradigma, es decir, si nos olvidamos de
la visión conceptual que lleva a la sociología (conjunto
de turistas) y a su complemento superfi cial, la que
propone responder con negocios capaces de satisfacer la
demanda masiva de los turistas, para sustituirla por la
visión conceptual propia del análisis micro económico,
el único que es capaz de hacernos ver que el turista
o visitante no es otra cosa que un consumidor que ha
abandonado pasajeramente su lugar de residencia para
volver al punto de partida después de haber realizado una
serie de actividades económicas en uno o varios lugares.
Si lo hacemos así nos percataremos de que todo aquel
que emprende un viaje de ida y vuelta elabora antes un
programa de desplazamiento o si se quiere de visita o
estancia pasajera a/en uno o varios lugares. Es a esta
actividad productiva, la confección de ese programa, a
la que debemos considerar como la actividad productiva
de turismo. O somos capaces de ver el turismo como esta
actividad productiva bien delimitada y objetivamente
identifi cada o tendremos que desistir de estudiarlo con el
instrumental analítico propio de la micro economía para
estudiarlo en pie de igualdad con las demás actividades
productivas del sistema económico.
Así considerado, el turista es un agente económico
que durante su estancia pasajera en un lugar, en el que
no reside habitualmente, se dedica a realizar/ejecutar
(consumir) un programa de actividades o de visita que
ha elaborado él (autoconsumo o autoproducción) o lo ha
adquirido a una empresa especializada (alteroproducción
para el mercado). Las actividades consumidas/realizadas
son aquellas que le permiten los diversos equipamientos
culturales, deportivos, museísticos, etc. del lugar
visitable, entendiendo por tal aquel que se encuentra
sufi cientemente dotado de equipamientos y negocios
dedicados a vender servicios de accesibilidad, transporte
y hospitalidad. Obsérvese que hemos distinguido dos
grandes grupos de servicios en el lugar visitable: los
primeros son los que cumplen la función de incentivar
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el escéptico
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visitas. Forman parte por ello como factores de
producción de la que podemos llamar con toda propiedad
función de producción de turismo, es decir, de programas
de estancia pasajera, mientras que los segundos son los
que cumplen la función de conseguir que la llegada y
la estancia sean posibles y confortables, formando
parte igualmente como factores de la citada función
de producción. El turismo se nos presenta así como la
producción de un servicio (el programa de actividades
a realizar/consumir) por medio de otros servicios (los
servicios incentivadores y los servicios facilitadores, los
dos grupos de factores de producción de turismo) con
la colaboración de una tecnología que bien podríamos
llamar ingeniería turística. Es decir, que ahora podemos
afi rmar sin ninguna duda, ahora sí, que la producción
de turismo es una actividad que se enmarca dentro del
llamado sector terciario, evitando con ello la insistente
incorrección que se viene cometiendo desde hace años al
clasifi car en dicho sector el conglomerado de empresas
absurdamente llamadas turísticas sin base científi ca
alguna y que pertenecen a los tres sectores clásicos de
la economía. Con ese conglomerado de empresas lo más
que se puede hacer es considerarlas como empresas para
el turismo, es decir, para la producción de turismo, por lo
que constituyen, con toda propiedad, lo podemos llamar
empresas de los sectores auxiliares del turismo pero
nunca, nunca, empresas turísticas si es que queremos
hablar con propiedad y con la necesaria precisión que
exige la tarea científi ca .
Identifi cado el turismo como una actividad productiva
queda ahora por identifi car a la empresa turística. Antes
había que partir de la existencia de un consenso no
formulado para «saber» cuáles son las empresas turísticas.
Ahora basta con decir que una empresa turística es aquella
que produce programas de visita o de estancia pasajera.
Si con esta identifi cación volvemos al pasado nos
sorprenderá saber que la primera empresa turística surgió
en Inglaterra en la década de los cuarenta del siglo XIX.
Me refi ero a la empresa que fundó Thomas Cook, dedicada
a la elaboración de programas de visita. Con motivo de la
exposición Universal de Londres de 1851, la empresa de
Cook experimentó un fuerte crecimiento y se expandió
por Europa y Estados Unidos. Resulta sorprendente que
este tipo de empresas, las únicas que deberían ser tenidas
como turísticas, pasaran inadvertidas a los primeros
desfoliadores de la cebolla turística, los cuales, como ya
hemos visto, se centraron obsesivamente en las empresas
de alojamiento, los hoteles y similares. Las empresas
como la que fundó Cook se denominaron agencias de
viajes y también turoperadoras, es decir, operadoras
de viajes turísticos, denominación que equivale a la
de productoras de turismo, aunque curiosamente no se
consideran ni siquiera empresas turísticas sino empresas
intermediarias entre los turistas (demanda) y los hoteles
y las empresas de transporte (oferta). Una muestra más
de los desenfoques en los que caen los que insisten en
ver el turismo como un fenómeno social olvidando que
puede verse también como una actividad productiva
diferenciada de todas las demás.
A fi nes del siglo XX, el economista francés Ives Tinard se
dio cuenta de algo que merece ser destacado. Tinard es un
tratadista profesor de turismo en la Universidad de Lille
pero es también un buen observador del funcionamiento
de las mal llamadas empresas turísticas. Tinard las veía a
todas como formando una cadena, a la que llamó «cadena
turística». Y, haciendo gala de su perspicacia, llegó
a decir que cuando uno de los eslabones de la cadena
turística alcanza la madurez en el negocio se convierte
en una turoperadora. ¡Bingo para el prof. Tinard!. Así
Sir Thomas Cook. Considerado el primer agente de viajes
organizados. Empezó en 1851 dando soporte a congresos
profesionales y exposiciones universales. (Archivo).
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es. Tinard acertó de pleno y de plano. Y basta con echar
un vistazo a lo que hacen muchos hoteles y muchas
empresas aéreas: prestan servicios de alojamiento o de
transporte pero también ofrecen a sus clientes no lo
que desde la irrupción del marketing se viene llamando
«paquete turístico», es decir, un binomio formado por
dos productos «turísticos», el servicio de hospitalidad
y el servicio de transporte, dos servicios a los que se
insiste en considerar turísticos por antonomasia, sin
serlo. Pues bien, desde hace poco las citadas empresas
están empezando a producir y vender no estos paquetes
sino programas de visita, es decir, verdaderos productos
turísticos. Demuestran así que entre las hoy mal llamadas
empresas turísticas hay algunas que están consiguiendo
madurar y convertirse en fabricantes de turismo.
Es ahora cuando podemos desarrollar esta visión del
turismo como una única actividad productiva. El programa
de visita puede contener actividades heterónimas, es decir,
impuestas al que las va a realizar por un agente externo,
pero también puede contener actividades autónomas,
esto es, no impuestas por ningún agente externo sino
por el mismo sujeto que ha adquirido el programa.
Si a ello añadimos que el programa de actividades o
de visita pasajera puede ser elaborado por el mismo
que las va a realizar o por una empresa mercantil nos
percataremos de que estamos en presencia, en el primer
caso, de una actividad autoproductiva, y, en el segundo,
de una actividad alteroproductiva. Así pues, tendremos
cuatro grandes grupos o modalidades de producción de
turismo, combinando la forma de producción con el tipo
de actividades incluidos en el programa:
1) Autoproducción de programas de actividades
heterónomas,
2) Autoproducción de programas de actividades
autónomas,
3) Alteroproducción de actividades heterónomas y
4) Alteroproducción de programas de actividades
autónomas.
En el caso de la autoproducción la demanda de los
servicios que entran en el programa (los que hemos
llamado factores de producción) son tratados por la
economía como parte de la demanda fi nal. en el caso
de la alteroproducción pasa la demanda de los servicios
consumidos (factores de producción) a ser considerada
como parte de la demanda intermedia. Ni más ni menos
que lo que acontece cuando se procede al análisis
económico de las demás actividades productivas que
se realizan como negocios, es decir, con afán de lucro.
estas últimas son de interés para la micro economía del
turismo.
Los investigadores del turismo así concebido pueden si
así lo estiman conveniente interesarse por las empresas
incluidas en el grupo 4. Respetarán así la convención
secular que reduce el turismo a los desplazamientos para
realizar actividades autónomas, es decir, actividades de
placer exclusivamente. Así llegaríamos a la conclusión
de que el turismo es un sector productivo del que forman
parte las empresas especializadas en la producción
y comercialización de programas de actividades
autónomas.
Pero nada impide extender el concepto de turismo
como negocio a las actividades heterónomas aunque, de
momento, convendrá no hacerlo para no desorientar al
lector. Esta visión micro económica del turismo hoy es
la que garantiza rentabilizar las inversiones de un modo
óptimo ya que permite producir programas de actividades
aprovechando que los inputs son objeto de una abundante
oferta y a precios muy variables habida cuenta de que los
servicios de hospitalidad y transporte, que son los que
sufren las consecuencias de una gran saturación de oferta,
tienen que vender sus productos a precios muy ajustados.
Un inversor atento a la situación de los mercados se
inclinaría a partir de ahora por dedicarse a la producción
de programas de actividades en vez de dedicarse a la
producción de sus inputs incentivadores o facilitadores,
pero también a invertir en empresas integradas dedicadas
a producir turismo con inputs propios. Como la actividad
empresarial corre por cuenta de quienes se inclinan por
tener benefi cios pero también se arriesgan a caer en
pérdidas muchas empresas que hoy aun no son turísticas
están evolucionando hacia la producción de turismo.
Es la misma dinámica empresarial, como ya barruntó
el prof, Ives Tinard, la que llevará a producir turismo y
no meramente para el turismo. Un empresario dinámico
Tablao fl amenco en Madrid, lugar de peregrinación turística
artifi cial. (Archivo).
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el escéptico
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es el que observa la conducta de los consumidores para
proceder de tal modo que tratará de invitar al consumidor
a consumir dejándole a él en exclusiva la tarea de
producir. Estúdiese el proceso seguido por cualquier
rama productiva madura y se verá con claridad lo que
queremos decir.
Por fi n hemos llegado al corazón de la cebolla turística, el
lugar donde nace tallo que se desarrolla en su interior y que
gracias al cambio de paradigma hemos puesto las bases
para hacer que crezca y fructifi que hasta dar sus semillas,
es decir, hasta garantizar el desarrollo de la economía del
turismo y llevarla hasta alcanzar niveles de excelencia
como los que existen en la economía de las demás ramas
productivas. También para conseguir la rentabilidad
óptima del negocio turístico así identifi cado.
del turismo son hoy por hoy engañosas porque unas veces
excluyen actividades que son objetivamente turísticas y
otras incluyen las que no lo son. Todo ello lleva a caer en
la doble o triple contabilidad, justo el peligro que siempre
debe evitar cualquier registro estadístico que aspire a ser
creíble. También se acabará de una vez por todas con la
insoportable superchería de afi rmar una y mil veces que
la industria del turismo es la primera industria no de
España sino del mundo, como sostiene la OMT haciendo
gala del uso propagandístico que viene haciendo desde
1946 de lo que es una aproximación pseudo-científi ca al
conocimiento del turismo. Y por parte de los turisperitos
se acabaría para siempre que hablen y no paren de la
consustancial complejidad del turismo. Pues no hay
complejidad, las nefastas consecuencias de un mal
planteamiento sostenido y blindado con la ayuda de la
AIEST y de la OMT.
Las verdaderas pulseras mágicas. Te las pones en el hotel y
no tienes que pagar nada. (Maikelnaiblog).
Playa paradisiaca llena de turistas. (Archivo).
Sin los conceptos pseudocientífi cos sobre
el turismo, las estadísticas dejarían de ser
engañosas”.
De concebir así el turismo, como una actividad productiva
objetivamente identifi cada al margen de quien sea el
consumidor, que es lo que se hace con las demás ramas
productivas, se evitarían las exageraciones al uso sobre la
importancia desmedida que se le atribuye al turismo. Se
dejarían de incluir bajo el concepto de turismo actividades
productivas que tienen su propio perfi l, las que hemos
clasifi cado como servicios incentivadores y servicios
facilitadores y que agrupadas podemos considerar como
sectores auxiliares de la producción de turismo. Las
estadísticas que se publican sobre el volumen de negocio