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el escéptico
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Artículo
EL TELESCOPIO HUBBLE,
20 AÑOS DE HISTORIA
Carlos Chordá
El porqué de situar un telescopio en órbita, habiendo te-
lescopios bien asentados sobre la superfi cie, tiene una ex-
plicación muy sencilla: por un lado, porque más allá de la
atmósfera se evita la turbulencia que altera la calidad de
las imágenes; por otro, porque se evita la enorme absor-
ción atmosférica de algunas longitudes de onda, como el
infrarrojo, por lo que el espacio es el único lugar en que se
puede captar esas franjas del espectro electromagnético;
fi nalmente, porque a esa distancia de las ciudades la con-
taminación lumínica es inapreciable.
Las cifras que rodean al Hubble son espectaculares. Con
un diámetro máximo de más de cuatro metros y más de
trece de longitud, tiene las dimensiones de un autobús.
Su masa tampoco es desdeñable, nada menos que doce
toneladas. Un componente muy importante del telesco-
pio es su espejo primario, de 2,4 metros de diámetro y
828 kilogramos. Desde que comenzó su misión ha dado
una vuelta a nuestro planeta cada 97 minutos, con lo que
lleva recorrido 3 000 millones de kilómetros. De lo que
se deduce que va muy deprisa: su velocidad es de unos
28 000 km/hora (la distancia Tafalla-Madrid cubierta en
46 segundos). A pesar de ello no le tiembla el pulso: su
lente es capaz de enfocar algo más fi no que un cabello
a un kilómetro y medio. Cada día nos aporta más de 17
gigas de información, gran parte de ella en forma de foto-
grafías; más de medio millón lleva tomadas hasta el mo-
mento. Con esta información, investigadores de todo el
mundo han publicado unos 5 000 artículos científi cos y se
han terminado centenares de tesis doctorales.
Por supuesto, si de cifras hablamos no podemos olvidar
las relativas al coste del proyecto. Cuando el Hubble fue
puesto en órbita su coste fue de unos mil millones de dóla-
res. Sin embargo, pronto se reveló que el telescopio tenía
un defecto en la «vista», y hubo de ser reparado en una de-
licada misión que, afortunadamente, resultó un éxito. Esta
y otras misiones «rutinarias» de mantenimiento elevan el
coste hasta los 6 000 millones de dólares.
¿Vale la pena semejante dispendio con la de necesidades
que tenemos aquí abajo? No vale una respuesta rápida. No,
al menos sin saber qué nos ha aportado el Hubble. Gracias
a él sabemos que el universo nació hace 13 700 millones
de años. Que la materia que forma astros y galaxias es
tan solo la centésima parte del total. Que su expansión, la
que descubrió aquél a quien honra con su nombre, es cada
vez más rápida. Que esta expansión está causada por una
extraña energía, la energía oscura. Que las galaxias son
mucho más variadas que lo que se creía. Que existen agu-
jeros negros supermasivos, objetos con miles de millones
de veces la masa de nuestro Sol... Gracias a él disponemos
de imágenes de enorme calidad técnica (y artística) de fe-
nómenos como el impacto del cometa Shoemaker-Levy
contra Júpiter, en 1994, de «nidos cósmicos» donde están
naciendo estrellas, de planetas extrasolares, de nubes de
gas de decenas de años luz, de choques entre galaxias, de
muertes de estrellas... Imágenes que han contribuido como
ninguna otra cosa a la popularización de la astronomía.
Lo que el Hubble ha aportado a la ciencia, y por tanto a la
cultura, constituye un tesoro de valor incalculable. Veinte
años después de su puesta en marcha (se espera que funcione
unos diez años más) conocemos mucho mejor la materia
y la energía, sabemos muchas más cosas sobre el cosmos.
¿Ha valido la pena el gasto? La respuesta, evidentemente,
no es sencilla. Pero, ya saben, todo es relativo. O lo que es
lo mismo, las comparaciones son odiosas. 6 000 millones
de dólares en los 20 años del telescopio espacial Hubble,
les decía. Presupuesto de defensa en Estados Unidos para
este año, 548 900 millones de dólares. Y no tengo nada
más que añadir.
Lo que el Hubble ha aportado a la ciencia, y
por tanto a la cultura, constituye un tesoro
de valor incalculable”.
E
ra el 24 de abril de 1990 cuando, a bordo del tras-
bordador espacial Discovery, el telescopio espacial
Hubble fue lanzado al espacio para ser situado en
su órbita, a casi 600 kilómetros sobre el nivel del mar, en
un proyecto conjunto de la NASA y la ESA, las agencias
espaciales estadounidense y europea, respectivamente. Su
nombre lo es en honor de Edwing Hubble, el astrónomo
estadounidense que demostró que las galaxias se alejan
unas de otras, tanto más rápido cuanto más alejadas están
entre sí, fenómeno conocido como la expansión del uni-
verso. El vigésimo cumpleaños del Hubble bien merece
que le dediquemos unos minutos.