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el escéptico
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ELOGIO DE LA IRRELIGIÓN
John Allen Paulos
Título Original: Irreligion. A mahematician explains
why the arguments for God just don't add up.
Editorial Tusquets. Metatemas
168 Páginas
Los ateos, a diferencia de los creyentes en cualquier
religión, son poco dados a hacer apostolado. Nunca
llamará nadie a su puerta explicando la buena nueva de
que Dios no existe. Nadie hará una procesión sacando
efi gies de Dawkins o Russell. El proselitismo inherente a
la mayoría de confesiones no abunda en el ateísmo.
Pero eso no es óbice para que de vez en cuando se
publiquen libros explicando qué signifi ca ser ateo,
denunciando las inconsistencias de las religiones o,
como es el caso de Elogio de la irreligión, mostrando
que los argumentos que defi enden la existencia de Dios
no tienen mucho sentido.
John Allen Paulos es un matemático conocido por sus
libros de divulgación científi ca. Su libro más conocido es
El hombre anumérico, en el que se destaca la necesidad
de entender bien los conceptos matemáticos incluso para
el hombre de la calle. Con Un matemático invierte en
bolsa
demostró por experiencia propia que los métodos
para ganar en la bolsa no funcionan.
En este libro intenta responder a una pregunta ¿Hay alguna
razón lógica para creer en Dios? Más concretamente ¿se
sostiene algún argumento que defi enda la existencia
de Dios? Analizando cuanto argumento de peso ha
encontrado —e incluso algunos algo peregrinos— la
conclusión es obvia. Ninguno se sostiene, como ya saben
casi todos los ateos y muchos creyentes. A Dios se llega
mediante la fe, no mediante la razón.
Pero como hay gente que cree que la existencia de Dios
no sólo es una cuestión de fe, sino que se puede probar,
no está de más que una persona con conocimiento,
sentido común, y un gran talento para la divulgación,
haya puesto manos a la obra. Con un tono ameno y
nada prepotente (algo que lo diferencia de, por ejemplo,
Dawkins) John Allen Paulos explica las debilidades de
argumentos clásicos como el ontológico, demuestra que
no hay nada fi able en las supuestas profecías bíblicas y
destaca la poca probabilidad de intervenciones divinas
en la actualidad.
En Estados Unidos hay congregaciones cristianas que
intentan defender el creacionismo o el diseño inteligente
argumentando que es inconcebible que la complejidad de
la vida haya aparecido de la nada. La respuesta del autor
es la siguiente:
Hasta aquí muy bien. Lo que resulta más que curioso,
sin embargo, es que algunos de los más fervorosos
oponentes a la evolución darwiniana (como muchos
John Allen Paulos (Temple University)
Portada original (Editorial Drakontos)
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fundamentalistas cristianos) también están entre los
más fervorosos defensores del libre mercado. Esta
gente acepta la complejidad natural del mercado sin
reparos, pero insisten en que la complejidad natural de
los fenómenos biológicos requiere un diseñador.
Los ateos tienen el mismo problema que los creyentes,
no pueden demostrar la no existencia de Dios. Pero esto
es aplicable no sólo a Dios, sino a cualquier ente que
podamos imaginar:
A pesar del argumento anterior, no hay manera de
descartar concluyentemente la existencia de Dios. La
razón es consecuencia de la lógica básica, pero no
resulta demasiado alentadora para los teístas. De hecho,
las proposiciones existenciales que afi rman la existencia
de una entidad no matemática con cierta propiedad (o
conjunto de propiedades no contradictorias) nunca
puede descartarse de manera concluyente. No importa
lo absurda que sea la afi rmación de existencia (existe
un perro que habla un inglés perfecto por el trasero),
no podemos escudriñar hasta el último rincón para
afi rmar con absoluta confi anza que no existe ninguna
entidad con la propiedad en cuestión. En cambio, las
afi rmaciones de existencia pueden probarse sin más
que presentar un ejemplo de la entidad hipotética (en
este caso un canino con un discurso fl atulento bien
articulado).
[…]
Entonces, ¿los argumentos y contraargumentos
expuestos en este libro demuestran que no hay Dios?
Por supuesto que no, pero tampoco hay ningún
argumento que demuestre concluyentemente que no
hay ningún perro que hable un inglés perfecto por el
trasero, como tampoco hay ninguna demostración
concluyente de la inexistencia de Papá Noel, de Satán
o del Flying Spaghetti Monster (como propone el portal
de Internet www.ven-ganza.org). A pesar de la enorme
diferencia de signifi cado, gravedad y resonancia entre
todos estos enunciados existenciales, ninguno de ellos,
por su propia naturaleza lógica, es demostrable de
manera concluyente.
Pese a eso el autor considera que las creencias religiosas
merecen un respeto, aunque sea el que decía Mencken:
debemos respetar al que profesa otra religión, pero
sólo en el sentido y en la medida en que respetamos su
teoría de que su mujer es guapa y sus hijos son listos
,
y le molesta que los ateos dirijan ataques personales
y agresivos contra la fe de otros o la tilden de bobada
propia de ignorantes o algo peor
y concluye:
Pero mi experiencia, al menos en Estados Unidos, me
dice que es más probable que sea el creyente el que
dirija ataques agresivos y personales contra los ateos y
agnósticos y los califi quen de autistas prosaicos o algo
peor. Esta actitud parece especialmente arrogante y
déspota, ya que no hay ningún argumento convincente
para la existencia de Dios.
Al fi n y al cabo nuestras creencias no están tan
determinadas por consideraciones racionales, sino por
las creencias de nuestros padres:
Los hijos de baptistas, episcopalianos y católicos
suelen mantenerse en la confesión de sus padres (a
lo sumo cambian de iglesia cristiana). Lo mismo vale
para los judíos reformistas, conservadores y ortodoxos,
los musulmanes sunitas y chiítas y otras confesiones
religiosas: puede haber cierto movimiento entre sectas,
pero poco entre religiones.
Este fenómeno de la herencia religiosa y sus muchas
consecuencias no es necesariamente «perverso» ni
«insultante», como ha sugerido Richard Dawkins, pero
sí indica que, en general, las creencias religiosas no son
producto de una búsqueda racional, sino de tradiciones
culturales y hábitos psicológicos.
Cada día, los movimientos ateos y humanistas contraatacan
los argumentos religiosos con campañas propagandísticas
en médios de comunicación. Además de los famosos «auto-
buses ateos», por navidad aparecieron unos curiosos carte-
les: «¿No existe Dios? ... ¡No pasa nada! Se bueno por bondad.
Humanismo es la idea de que tu puedes ser bueno sin creer
en Dios»
(American Humanist Association)
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Como matemático no puede dejar de notar que los llama-
dos milagros no lo son tanto y, en cualquier caso, es muy
arriesgado suponer que son una intervención divina:
¿Qué signifi ca esta palabra? Si un milagro no es más
que un suceso altamente improbable, entonces ocurren
milagros a diario. Pregúntesele a cualquier agraciado
en la lotería o jugador de bridge. Cada mano de trece
cartas tiene una probabilidad de una entre 600.000
millones. Pero sería más que estúpido mirar las trece
cartas y proclamar que ha ocurrido un milagro o, peor
aún, que la improbabilidad de esa mano en particular
es una evidencia de que no ha podido darse por azar.
[…]
Hasta aquí ningún problema. Pero si se entiende que un
suceso milagroso indica alguna clase de intervención
divina, habría que hacerse algunas preguntas. Por
ejemplo, ¿por qué los medios de comunicación se
refi eren tantas veces al rescate de unos pocos niños
vivos tras un terremoto o tsunami como un milagro,
y en cambio atribuyen la muerte de quizá cientos de
otros niños en el mismo desastre a una causa geofísica?
Parecería que ambos sucesos deberían ser o bien
producto de una intervención divina o bien consecuencia
del deslizamiento de placas tectónicas.
El libro termina con unas refl exiones muy interesantes
acerca del movimiento brillante:
[...] un término acuñado por Paul Geisert y Mynga
Futrell, quienes han fundado un grupo en Internet con
intención de incrementar su infl uencia. En su página
declaran:
«En la actualidad, la visión naturalista del mundo tiene
una expresión insufi ciente en la mayoría de culturas. El
propósito de este movimiento es crear una circunscrip-
ción de Internet que sirva de paraguas para individuos
con reconocimiento y poder social y político. Hay una
gran diversidad de personas con una visión naturalista
del mundo. Bajo este amplio paraguas, como brillantes,
esta gente puede ganar infl uencia social y política en
una sociedad imbuida de sobrenaturalismo».
No me gusta demasiado la propuesta. Encuentro
preferibles las alternativas clásicas y más honestas:
«ateo», «agnóstico» y hasta «infi el». Además, no hace
falta ser titulado en relaciones públicas para esperar
que la etiqueta de «brillante» le parezca a mucha gente
pretenciosa o algo peor.
Coincido con el autor, si querían sustituir 'ateo' por otra
palabra que no tuviera connotaciones negativas, 'brillante'
es una de las peores elecciones. Tampoco creo que sea
necesario el cambio de nombre. Pero sí me parece bien
ampliar un concepto que ya tenemos, y que es 'laico'.
Podría englobar no sólo a las personas que no son
religiosas y tienen esa concepción naturalista del mundo,
sino también a irreligiosos (teístas no practicantes) y a
los muchos creyentes que opinen que la religión es un
terreno personal que no debería infl uir en consideraciones
sociales.
Hasta que llegue el momento en el que ser ateo sea tan
normal como ser creyente, libros como éste, divulgativos,
no dogmáticos, tolerantes, pero certeros en las críticas,
son imprescindibles.
Juan Pablo Fuentes