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La
iluminación hahnemanniana
Samuel Hahnemann tuvo, al igual que Buda, una
iluminación, mas no bajo las ramas protectoras de un
frondoso árbol sino al lado de una simple corteza: la
del quino, que conoció hacia 1790 mientras traducía por
encargo de una editorial alemana A Treatise on Mate ria
medica
del gran médico escocés William Cullen (1712-
1790). El interés por la corteza del quino radicaba en
su propiedad cura tiva sobre las «fi ebres intermitentes»,
propiedad debida a su con
tenido en quinina, un
antipalúdico clásico. Sin embargo, la pro
piedad en
cuestión se debía, según Cullen, al poder roborante o
reforzante de la corteza sobre el estómago.
Cullen sostenía una doctrina muy personal al respecto:
como los escalofríos preceden siempre a la fi ebre,
deducía falsamente que aquellos eran la causa de
ésta. Un espasmo de los vasos terminales, causante de
escalofríos, excitaba arterias y corazón y provocaba la
aceleración del pulso, que constituía la fi ebre. Como,
según Cu llen, el sistema nervioso es el origen de todas
las manifestaciones vitales, los remedios sólo ejercen
su acción sobre él. La quina, por ejemplo, se mostraba
efi caz porque provocaba una relajación de los vasos y,
por consiguiente, cortaba la fi ebre actuando sobre los
nervios terminales de la mucosa del estómago.
Pues bien, Hahnemann, en un gesto escéptico que le
honra, el único que se le conoce, dudó de esta teoría.
Para entenderlo bien, recordemos que, siendo joven,
había tomado corteza del quino pa ra combatir unas
fi ebres intermitentes y que, a consecuencia de ello,
sufrió una indigestión, lo cual no se avenía con la teoría
de Cullen. Por tanto, ésta no podía ser correcta. Si la
corteza del qui no ejerce una acción tan enérgica sobre
los nervios terminales de la mucosa del estómago, no es
posible que provoque una indiges tión. Lo más probable
era que la quina ejerciera su acción por otros caminos.
Hahnemann decidió someter a prueba la cuestión expe-
rimentando consigo mismo, lo que puede considerarse
un autén tico experimento crucial de la homeopatía, en
el que, desgracia damente, era juez y parte.
En efecto, Hahnemann no abordó el experimento
de una ma nera plenamente imparcial. Ya durante la
redacción de un folleto sobre enfermedades venéreas
le asaltó la idea de la posibilidad de que la pomada
mercurial curara la sífi lis porque provocaba una se-
gunda enfermedad semejante a aquélla, siendo esta
enfermedad provocada artifi cialmente la que curaba la
verdadera dolencia. Lo semejante cura lo semejante, y,
al parecer, la acción de la quina no se ejercía de modo
distinto: la quina curaba la fi ebre intermitente porque a
su vez provocaba fi ebre intermitente.
Para probar este supuesto, Hahnemann tomó media onza
de corteza del quino. Tal como esperaba, sintió que se
le enfriaban in mediatamente las puntas de los dedos de
pies y manos, experi mentando a la par una sensación de
fatiga general. Entonces su co razón empezó a palpitar,
se le aceleró el pulso y se le calentaron la cabeza y las
mejillas; en una palabra, percibió todos los síntomas
característicos de las fi ebres intermitentes. Fue víctima
de una au tosugestión y había descubierto lo que quería
descubrir. En reali dad, todo había sido una ilusión, una
profecía autocumplida. A grandes dosis, la quina no
provoca otro síntoma que zumbidos en los oídos. A
manera de comentario a la teoría de la fi ebre de Cu-
llen, Hahnemann anotó estas palabras: «Las sustancias
que provo
can una clase determinada de fi ebre
resuelven todos los tipos de fi ebre intermitente». En
esta afi rmación se pueden reconocer de inmediato los
pecados mortales de índole intelectual de Hahne mann:
una tosca subjetivización de la observación de los
hechos y una irrefl exiva generalización de los datos de
una observación in dividual e incierta. Sin embargo, él
exclamó con aire triunfal: «¡Fie bre contra fi ebre...! ¡He
ahí el secreto! Es el amanecer de una nue va era de la
terapéutica» (citado por H. S. Glasscheib, El laberinto
de la medicina
, Destino, Barcelona, 1964).
Especial
Colección «¡Vaya Timo!»
Primer capítulo del libro La Homeopatía ¡vaya timo!
LA SUPUESTA LEY DE LA
ANALOGÍA
Victor-Javier Sanz
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En resumen, y para que el lector no se pierda, estos
autoexperi mentos consistían en ingerir altas dosis de
la corteza del quino, lo que le producía un conjunto de
signos y síntomas similares en al gunos aspectos a los
que en aquella época se llamaba «fi ebre inter mitente»,
término que hoy en día resulta muy genérico e inespe-
cífi co. Por otra parte, debemos tener en cuenta que la
fi ebre es un signo, no una enfermedad, y que existen
varios tipos de fi ebre se gún la forma de la curva que
describen en el registro. Uno de esos tipos clínicos es la
fi ebre intermitente, caracterizada por alternar accesos
febriles con otros de apirexia y, además, por ser común
a varios procesos, entre los que podemos destacar las
supuraciones, septicemias, sepsis urinaria y biliar,
absceso de hígado y, por su puesto, paludismo.
Ante estos hechos experimentales, carentes, como
acabamos de ver, del más mínimo rigor científi co, el
razonamiento de Hahne
mann adquirió la siguiente
forma: por una parte, la corteza del qui no es capaz de
curar la fi ebre, tal como muestran los hechos. Pero,
por otra, es capaz también de «producirla», o así se
lo parecía en los autoexperimentos. En consecuencia,
Hahnemann infi rió cau
salmente que la corteza del
quino es capaz de curar porque puede producir los
mismos síntomas que la enfermedad que cura.
La cuestión no acaba aquí, pues Hahnemann necesitaba
gene ralizar aún más su descubrimiento. Y para ello
siguió experimen tando en sí mismo y en voluntarios los
efectos de los principales medicamentos de la época:
belladona, árnica, áconito, mercurio, arsénico, nuez
vómica, etc. Como era de esperar, los resultados ob-
tenidos con todos ellos fueron semejantes al de la corteza
del qui no. Así se llega al culmen de la iluminación y
Hahnemann esta blece, en pleno estado de gracia, el
postulado o axioma fundamental de su doctrina, que dice
así: toda sustancia capaz de provocar cier tos síntomas
(en el hombre sano) es, por ello, capaz también de cu-
rarlos (en el hombre enfermo)
. Y viceversa, para curar
una enferme dad natural cualquiera, es necesario utilizar
una sustancia medici nal que sea capaz de originar sus
mismos síntomas (una enferme
dad artifi cial) en el
hombre sano.
Esta es la supuesta ley de la analogía o similitud y de
ella deriva el nombre que Hahnemann dio a su doctrina:
homeopatía, del grie go homoîos, semejante, y páthos,
enfermedad. Sin embargo, el pri mero en enunciar tal
principio fue Hipócrates: lo semejante se cu ra con lo
semejante, similia similibus curantur. Hahnemann
no fue, pues, tan original como se piensa. A pesar de
ello, ese aforismo hi pocrático pasó a ser el lema de la
homeopatía. Para complicar más el problema, algunos
autores sostienen la tesis según la cual los des cubridores
de la homeopatía fueron los antiguos chinos:
Este poder de la dosis infi nitesimal era conocido por
los chi nos. En ciertos tratamientos recurrían a una
dilución del pro pio sudor del enfermo o de un animal
doméstico afectado de la misma dolencia que él. Hua
T’o, que practicaba la acupun tura con un solo pinchazo
de aguja, prescribía en dosis infi ni tesimales, tomadas
con mucha frecuencia, «los venenos que provocan en
un hombre de buena salud los trastornos obser vados
en el enfermo». Samuel Hahnemann, quien creía haber
obtenido la revelación de su doctrina de las potencias
celestes, había tenido precursores 17 siglos antes que
él. (G. Beau, Acu puntura. La medicina china, Martínez
Roca, Barcelona, 1975)
Cualquiera que sea la paternidad del principio del
similia, el res to de la medicina, es decir, la vieja y
agresiva alopatía, basada en el principio opuesto (lo
contrario se cura con lo contrario, contraria contrariis
curantur
) y destinada a ser sustituida por la nueva cien-
cia, se encontraba en contraposición a la redescubierta
homeopa tía (véase el apartado «Medicina homeopática
versus alopática» al fi nal de este capítulo). No es de
extrañar que Hahnemann excla
mara jubiloso en la
introducción al Órganon:
Tiempo era ya de que la sabiduría del Divino creador
y con
servador de los hombres pusiese fi n a estas
abominaciones e hi
ciera aparecer una medicina
inversa.
Observe el lector el rigor y la expresividad científi ca del
discur so hahnemanniano. Había nacido la secta (en su
sentido etimoló gico y fundacional) de los homeópatas.
Hoy en día son algo más modestos y afi rman que no
vienen a sustituir sino a complemen tar. Es importante
precisar que tanto Hahnemann como el resto de los
homeópatas han tergiversado el espíritu hipocrático
del si milia. «Hay enfermedades —decía Hipócrates—
que se llevan a un desarrollo favorable por medio de
lo contrario, y otras mediante lo semejante» (Sobre las
enfermedades
, cap. 51). En efecto, Hipó crates nunca
consideró exclusivo ni predominante el principio en
cuestión. Por el contrario, según él, el médico disponía
de dos op
ciones igualmente válidas para combatir
médicamente los estados patológicos: con medicamentos
que provocaban en el enfermo efec tos contrarios a los
síntomas de la enfermedad padecida (lo con trario con
lo contrario) o con medicamentos que producían sín-
tomas semejantes a los de la enfermedad:
Especial colección «¡Vaya Timo!»
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Erraría, sin embargo —dice Pedro Laín Entralgo—,
quien iden tifi case el hipocratismo con la antipatía y la
alopatía. La lectu ra del Corpus Hippocraticum permite
descubrir en varias de sus páginas una concepción
homeopática del tratamiento. Aun que sin el menor
dogmatismo —y, por supuesto, en un senti do que sólo
en parte coincide con el hahnemanniano—, tres de
sus escritos afi rman con claridad el similia similibus
curan tur
. Un pasaje casi aforístico de Epidemias
VI aconseja usar, se gún convenga, lo semejante (
homoîon
), lo desemejante (tò anómoion) y lo contrario
(tò enantíon); como terapeuta prácti
co, su autor
confi esa a la vez la homeopatía, la alopatía y la an-
tipatía [...]. Por tanto, habrá que tratar, según los casos,
por los contrarios o por los semejantes. El médico
hipocrático, ca si siempre antípata y alópata, fue a veces
claramente homeó pata [...]. Homeópata en cuanto al
similia similibus, no en cuanto al principio de las dosis
refractas [del latín refracta do-si: a dosis repetidas y
divididas] y a la doctrina de la «dinami zación». (La
medicina hipocrática
, Revista de Occidente, Ma drid,
1970)
de otros y hacerlo en dosis moderadas y en hombres
sanos. ¿Alguien se imagina a un farmacólogo actual
experimentando la acción de la penicilina en dosis
moderadas y en hombres sanos? Pero sigamos de
momento con el método experi
mental made in
Hahnemann, ya tendremos ocasión para la crítica. En
ese método podemos distinguir los siguientes puntos:
1. Los medicamentos de naturaleza fuerte se
administrarán en dosis poco elevadas, los de
naturaleza menos fuerte en dosis más elevadas
—si se quiere experimentar su acción—, y los
de natura leza débil se utilizarán en sujetos sanos
pero de constitución deli cada, irritable y sensible
(Órganon, 121).
2. Sólo se emplearán medicamentos que se
conozcan bien y ten gamos la convicción de que
son puros (Órganon, 122).
3. Cada medicamento se tomará bajo una forma
simple y exen ta de todo artifi cio: mezclado o
disuelto con agua, con alcohol o con ambos,
según el remedio de que se trate (Órganon,
123).
4. Cada sustancia se empleará y administrará sola
y totalmente pura (Órganon, 124).
5. El hombre sano sobre el que se experimente
tendrá un régi
men muy moderado mientras
dure la experiencia. Es preciso que se abstenga
de especias y evite las legumbres verdes, las
raíces y las sopas de hierbas pues, a pesar de
la preparación culinaria, conser
van siempre
energía medicinal que turbaría la acción del
medica mento (Órganon, 125).
6. El experimentador evitará, mientras dure la
experiencia, los trabajos penosos de cuerpo y
espíritu, así como los excesos y las pa siones
desordenadas con el fi n de describir claramente
las sensa
ciones que experimenta (Órganon,
126).
7. Los medicamentos se experimentarán tanto
en hombres co mo en mujeres (Órganon, 127).
Observe el lector que la experi mentación debe
hacerse siempre en el ser humano; de hecho,
Hah
nemann se oponía a la experimentación
animal.
¿Habrán leído los responsables de la Organización
Médica Co
legial o de las facultades de medicina
esta serie de desatinos cuan do organizan cursos de
homeopatía?
¿Habrán leído los responsables de la
Organización Médica Co
legial o de las
facultades de medicina esta serie de
desatinos cuan
do organizan cursos de
homeopatía?".
Consecuencias
Veamos a continuación algunos aspectos que se
derivan de la acep tación de esa falsa ley o primer
homeochiste.
La experimentación homeopática
La experimentación y observación de los síntomas y
signos origi nados en el organismo por cada medicamento
debe llevarse a ca bo en el hombre sano. En efecto,
según los principios homeopáti cos, si se administrara
a hombres enfermos, no podríamos ver sus efectos
puros, ya que los síntomas producidos por el remedio
se mezclarían con los síntomas de la enfermedad
natural. Además, tampoco podríamos prescribirlos
de forma adecuada, dado que la prescripción correcta
consistirá en comparar los síntomas de la en fermedad
con los síntomas que produce el fármaco en el hombre
sano.
Por esa razón dice Hahnemann que el método más
seguro y na tural para encontrar los síntomas propios
de un remedio consiste en ensayarlo separadamente