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¿

Qué es el escepticismo? No es nada esotérico. Nos lo 

encontramos a diario. Cuando compramos un coche 

usado, si tenemos el mínimo de sensatez, emplearemos 

algunas habilidades escépticas residuales (las que nos haya 

dejado nuestra educación). Podrías decir: “Este tipo es de 

apariencia honesta. Aceptaré lo que me ofrezca.” O podrías 

decir: “Bueno, he oído que de vez en cuando hay pequeños 

engaños, quizá involuntarios, relacionados con la venta de 

coches usados por parte del vendedor”, y luego hacer algo. 

Le das unas pataditas a los neumáticos, abres las puertas, 

miras debajo del capó. (Podrías valorar cómo anda el coche 

aunque no supieses lo que se supone que tendría que haber 

debajo del capó, o podrías traerte a un amigo aficionado a 

la mecánica.) Sabes que se requiere algo de escepticismo, 

y comprendes por qué. Es desagradable que tengas que es-

tar en desacuerdo con el vendedor de coches usados, o que 

tengas que hacerle algunas preguntas a las que es reacio a 

contestar. Hay al menos un pequeño grado de confrontación 

personal relacionado con la compra de un coche usado y na-

die afirma que sea especialmente agradable. Pero existe un 

buen motivo para ello, porque si no empleas un mínimo de 

escepticismo, si posees una credulidad absolutamente libre 

de obstáculos, probablemente tendrás que pagar un precio 

tarde o temprano. Entonces desearás haber hecho una peque-

ña inversión de escepticismo con anterioridad. 

Ahora bien, no hace falta emplear cuatro años de carre-

ra para comprender esto.Todo el mundo lo comprende. El 

problema es que los coches usados son una cosa, y los anun-

cios de televisión y los discursos de presidentes y líderes 

políticos son otra. Somos escépticos en algunas cosas, pero, 

desafortunadamente, no en otras. 

Por ejemplo, hay un tipo de anuncio de aspirina que revela 

que el producto de la competencia solo tiene una cierta can-

tidad del ingrediente analgésico que los médicos recomien-

dan (no te dicen cuál es ese

 

misterioso ingrediente), mientras 

que su producto tiene una cantidad muy

 

superior (de 1,2 a 2 

veces más por cada pastilla). Por tanto deberías comprar su 

producto. Pero ¿por qué no simplemente tomar dos pastillas 

de la competencia? Nadie te ha dicho que preguntes. No apli-

ques escepticismo en este asunto. No pienses. Compra. 

Las afirmaciones de los anuncios comerciales constituyen 

pequeños engaños. Nos hacen gastar algo más de dinero, 

o nos inducen a comprar un producto algo inferior. No es 

tan terrible. Pero considera esto: Tengo aquí el programa de 

este  año  de  la  Expo Whole  Life  de  San  Francisco. Veinte 

mil personas asistieron a la del año pasado. He aquí algu-

nas de las presentaciones: “Tratamientos Alternativos para 

Enfermos de SIDA: reconstruirán las defensas naturales y 

prevendrán crisis del sistema inmunitario. Aprende sobre los 

últimos avances que los medios han ignorado por completo.” 

Me parece que esa presentación podría causar graves daños. 

“Cómo las Proteínas Sanguíneas Atrapadas Producen Dolor 

La

 

carga

 

del

 

escepticismo

Carl Sagan

Traducción al español de Gabriel Rodríguez Alberich

El 20 de diciembre de 2011 se cumplieron 15 años del fallecimiento de Carl Sagan. Como homenaje 

publicamos este artículo originariamente aparecido en la revista Skeptical Inquirer vol. 12, otoño de 

1987. 

Carl Sagan fue profesor de la cátedra David Duncan de Astronomía y Ciencias Espaciales en la 

Universidad de Cornell, responsable de misiones de la NASA como la Mariner, Viking, Voyager y Ga-

lileo, instructor de astronautas, genial divulgador científico, cofundador de la Sociedad Planetaria y 

gran activista escéptico contra las pseudociencias. Entre los numerosos premios que ha recibido se 

encuentran el Pullitzer, el Apollo, el Masursky y la medalla al Bienestar Público. El asteroide 2709 fue 

bautizado con su nombre. 

Este artículo está reproducido con el permiso de su viuda Ann Druyan, a quien le agradecemos la 

atención prestada.

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51

y Sufrimiento.” “Cristales: ¿son

 

Talismanes o Piedras?” (Yo 

tengo mi propia opinión). Dice: “Al igual que un cristal en-

foca ondas de sonido y luz para la radio y la televisión” -las 

radios de galena tienen bastante tiempo- “también podría 

amplificar las vibraciones espirituales del hombre desintoni-

zado.” Apuesto a que muy pocos de vosotros estáis desinto-

nizados. O esta otra: “El Retorno de la Diosa, Ritual de Pre-

sentación.” Otra: “Sincronicidad, la Experiencia de Recono-

cimiento.” Esa la da el “Hermano Charles”. O, en la siguien-

te página: “Tú, Saint-Germain, y Cómo Curarse Mediante 

la Llama Violeta.” Sigue y sigue, con montones de anuncios 

acerca de las oportunidades (que van desde lo dudoso a lo 

espurio) disponibles en la Expo Whole Life. 

Si tuvieras que bajar a la Tierra en cualquier momento en 

el que hubiese presencia humana  te encontrarías con un con-

junto de sistemas de creencias populares, más o menos simi-

lares. Cambian, a veces rápidamente, a veces en una escala 

de varios años: pero, a veces, sistemas de creencia de este 

tipo duran muchos miles de años. Al menos unos cuantos 

están siempre presentes. Creo que es razonable preguntarse 

por qué. Somos Homo sapiens. Ésa es nuestra característica 

diferenciadora, eso de sapiens. Se supone que somos listos. 

Entonces ¿por qué nos rodea siempre todo ese tema? Bueno, 

por una parte, muchos de esos sistemas de creencia tratan 

necesidades humanas reales que no se presentan en nuestra 

sociedad. Existen necesidades médicas insatisfechas, nece-

sidades espirituales, y necesidades de comunicación con el 

resto de la comunidad humana. Puede que haya más caren-

cias de este tipo

 

en nuestra sociedad que en muchas otras de 

la historia de la humanidad. Por tanto, es razonable para la 

gente probar y hurgar en varios sistemas de creencia, para 

ver si ayudan en algo. 

Por ejemplo, tomemos una manía de moda: la canaliza-

ción. Tiene como premisa fundamental, al igual que el espi-

ritualismo, que, cuando morimos, no desaparecemos exac-

tamente, sino que una parte de nosotros continúa. Esa parte, 

dicen, puede retomar el cuerpo de un humano u otras criatu-

ras en el futuro, y por tanto, desde un punto de vista personal, 

la  muerte  pierde  mucha  amargura  para  nosotros. Y  lo  que 

es más, tenemos una oportunidad, si los argumentos de la 

canalización son ciertos, de contactar con seres queridos que 

han muerto.  

Si no empleas un mínimo de 

escepticismo, probablemente 

tendrás que pagar un precio 

tarde o temprano.

(Foto: juanosborne.com)

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¿Hemos contactado con los extraterrestres?

Hablando personalmente, yo estaría encantado de que la 

reencarnación fuese cierta. Perdí a mis dos padres en los úl-

timos años, y me encantaría tener una pequeña conversación 

con ellos, para decirles cómo están los niños y asegurarme de 

que todo va bien dondequiera que estén. Eso toca algo muy 

profundo. Pero, al mismo tiempo, y precisamente por esa ra-

zón, sé que hay gente que intenta beneficiarse de las vulne-

rabilidades de los afligidos. Es mejor que que los espiritua-

listas y los canalizadores tengan un argumento convincente. 

O tomemos la idea de que, pensando en formaciones geo-

lógicas, podemos decir dónde hay depósitos de mineral o 

petróleo. Uri Geller afirma eso. Ahora bien, si eres un ejecu-

tivo de una compañía de exploración de mineral o petróleo, 

tus garbanzos dependen de que encuentres los minerales o 

el petróleo: por tanto, gastar cantidades triviales de dinero, 

comparadas con lo que te gastas a menudo en exploración 

geológica, en este caso para encontrar físicamente los depó-

sitos, no suena tan mal. Podrías caer en la tentación. 

O tomemos a los OVNI, el argumento de que nos están 

visitando continuamente seres de otros mundos en naves es-

paciales. Encuentro esto muy emocionante. Al menos es una 

ruptura con lo ordinario. He empleado una buena cantidad 

de tiempo en mi vida científica trabajando en el tema de la 

búsqueda de inteligencia extraterrestre. Pienso en el esfuerzo 

que podría ahorrarme si esos tipos estuvieran visitándonos. 

Pero al reconocer

 

alguna vulnerabilidad emocional relacio-

nada con una pretensión tenemos que hacer los esfuerzos 

más firmes de escrutinio escéptico. En esa situación es cuan-

do pueden aprovecharse de nosotros. 

Ahora reconsideremos la canalización. Hay una mujer en 

el Estado de Washington que afirma que suele entrar en con-

tacto con alguien que tiene 35.000 años de edad: Ramtha 

(quien, por cierto, habla muy bien inglés con lo que me pa-

rece un acento indio). Supongamos que tenemos a Ramtha 

aquí y supongamos que Ramtha es cooperativo. Podríamos 

hacer algunas preguntas: ¿Cómo sabemos que Ramtha vi-

vió hace 35.000 años? ¿Quién está llevando la cuenta de los 

milenios que se interponen? ¿Cómo es que son exactamente 

35.000 años? Eso es un número muy redondo. ¿35.000 más 

qué, o menos qué? ¿Cómo eran las cosas hace 35.000 años? 

¿Cómo era el clima? ¿Dónde vivió Ramtha? (Sé que habla 

inglés con un acento indio, pero ¿dónde se hablaba así hace 

35.000 años?) ¿Qué come Ramtha? (Los arqueólogos saben 

algo sobre lo que comía la gente por aquel entonces.) Ten-

dríamos una buena oportunidad de descubrir si sus afirma-

ciones son ciertas. Si fuera realmente alguien de hace 35.000 

años, podríamos aprender mucho sobre hace 35.000 años. 

Por tanto, de una manera u otra, o Ramtha es realmente al-

guien de hace 35.000 años, en cuyo caso descubriremos algo 

sobre ese periodo (que es anterior a la glaciación de Wiscon-

sin, una época interesante), o es un farsante y se equivoca-

rá. ¿Cuáles son los idiomas indígenas, cómo es la estructura 

social, con quién más vive Ramtha (hijos, nietos), cuál es el 

ciclo de vida, la mortalidad infantil, qué ropas lleva, cuál es 

su esperanza de vida, qué armas, plantas y animales hay? 

Dinos. En cambio, lo que oímos son las homilías más ba-

nales, indistinguibles de las que los supuestos ocupantes de 

los OVNI

 

les dicen a los pobres humanos que afirman haber 

sido abducidos por ellos. 

Ocasionalmente, por cierto, recibo una carta de alguien 

que está en contacto con un extraterrestre que me invita a 

“preguntar lo que sea”. Así que tengo una lista de pregun-

tas. Los extraterrestres están muy avanzados, recordemos. 

Por tanto pregunto cosas como: “Por favor, dénme una de-

mostración simple del Último Teorema de Fermat.” O de la 

Conjetura de Goldbach. Y luego tengo que explicar qué son 

estas cosas, porque los extraterrestres no las llamarán Últi-

mo Teorema de Fermat, así que escribo la pequeña ecuación 

con sus exponentes. Nunca recibo respuesta. Por otra par-

te, si les pregunto algo como “¿deberíamos

 

ser buenos los 

humanos?”, siempre recibo respuesta. Pienso que se puede 

deducir algo de esta habilidad diferenciada para contestar 

preguntas. Si son cosas imprecisas y vagas, están encanta-

dos de responder, pero si es algo específico, que dé ocasión a 

descubrir si saben algo realmente, sólo hay silencio. 

El científico francés Henri Poincarè hizo una observación 

sobre por qué la credulidad está tan extendida: “También 

sabemos lo cruel que es la verdad a menudo, y nos pregun-

tamos si el engaño no es más consolador.” Eso es lo que he 

intentado decir con mis ejemplos. Pero no creo que ésa sea 

la única razón por la que la credulidad está extendida. El 

escepticismo desafía a instituciones establecidas. Si enseña-

mos a todo el mundo, digamos a los estudiantes de instituto, 

el hábito de ser escépticos, quizá no limiten su escepticismo 

a los anuncios de aspirinas y a los canalizadores de 35.000 

años. Puede que empiecen a hacerse inoportunas preguntas 

sobre las instituciones económicas, o sociales, o políticas o 

religiosas. ¿Luego dónde estaremos? 

El escepticismo es peligroso. Ésa es precisamente su fun-

ción, en mi opinión. Es menester para el

 

escepticismo el ser 

peligroso. Y por eso hay una gran renuencia a enseñarlo en 

las escuelas. Por

 

eso no encontramos en los medios un espa-

cio general para el escepticismo.

 

Por otra parte, ¿cómo evi-

taremos un futuro peligroso si no poseemos las herramien-

tas intelectuales elementales para hacer preguntas agudas a 

aquéllos que están nominalmente al cargo, especialmente en 

una democracia? 

Creo que éste es un buen momento para reflexionar sobre 

el tipo de problema nacional que se podría haber evitado si 

la sociedad americana fuese más escéptica. El fiasco de Irán/

Nicaragua es un ejemplo tan obvio que no hostigaré aún más 

a

 

nuestro pobre y hostigado presidente (Reagan) hablando 

sobre ello. Otro asunto similar es

 

la resistencia de la Admi-

nistración a un Tratado de Prohibición de Pruebas Nuclea-

res y su continua pasión por aumentar las armas nucleares 

(uno de los pilotos principales en la carrera nuclear) bajo 

el pretexto de estar más seguros. También lo es la “Guerra 

de las Galaxias”. Los hábitos de pensamiento escéptico que 

fomenta el CSICOP

1

 son relevantes en asuntos nacionales de 

“También sabemos lo cruel que 

es la verdad a menudo, y nos 

preguntamos si el engaño no 

es más consolador”  

(Henry Poincaré)

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53

una gran importancia. Hay tantas tonterías promulgadas por 

los partidos políticos que el hábito de escepticismo imparcial 

debería declararse un objetivo nacional esencial para nuestra 

supervivencia. 

Quiero decir algo más sobre la carga del escepticismo. 

Se pueden coger hábitos de pensamiento con los que uno se 

divierte burlándose

 

de toda la gente que no ve las cosas tan 

bien como tú. Esto es un peligro social potencial, presente en 

una organización como el CSICOP. Tenemos que proteger-

nos cuidadosamente de esto. 

Me parece que lo que se necesita es un equilibrio exqui-

sito entre dos necesidades conflictivas: el mayor escrutinio 

escéptico de todas las hipótesis que se nos presentan, y al 

mismo tiempo una actitud muy abierta a las nuevas ideas. 

Obviamente, estas dos maneras de pensar están en cierta ten-

sión. Pero si sólo puedes ejercitar una de ellas, sea cual sea, 

tienes un grave problema. 

Si sólo eres escéptico, entonces no te llegan nuevas ideas. 

Nunca aprendes nada nuevo. Te conviertes en un viejo cas-

carrabias convencido de que la estupidez gobierna el mundo. 

(Existen, por supuesto, muchos datos que te apoyan.) Pero 

de vez en cuando, quizá uno entre cien casos, una nueva idea 

resulta estar en lo cierto, ser válida y maravillosa. Si tienes 

demasiado arraigado el hábito de ser escéptico en todo, vas a 

pasarla por alto o tomarla a mal, y en ningún caso estarás en 

la vía del entendimiento y del progreso. 

Por otra parte, si eres receptivo hasta el punto de la mera 

credulidad y no tienes una pizca de sentido del escepticismo, 

entonces no puedes distinguir las ideas útiles de las inútiles. 

Si todas las ideas tienen igual validez, estás perdido, porque 

entonces, me parece, ninguna idea tiene validez alguna. 

Algunas ideas son mejores que otras. El mecanismo para 

distinguirlas es una herramienta esencial para tratar con el 

mundo y especialmente para tratar con el futuro. Y es preci-

samente la mezcla de estas dos maneras de pensar el motivo 

central del éxito de la ciencia. 

Los científicos realmente buenos practican ambas. Por su 

cuenta, cuando hablan consigo mismos, amontonan grandes 

cantidades de nuevas ideas y las critican implacablemente. 

La mayoría de ellas nunca llega al mundo exterior. Sólo las 

ideas que pasan por rigurosos filtros salen y son criticadas 

por el resto de la comunidad científica. A veces ocurre que 

las ideas que son aceptadas por todo el mundo resultan ser 

erróneas, o al menos parcialmente erróneas, o al menos son 

reemplazadas  por  ideas  de  mayor  generalidad. Y,  aunque, 

por supuesto, existen algunas pérdidas personales (vínculos 

emocionales con la idea de que tú mismo has jugado un pa-

pel inventivo), no obstante la ética colectiva es que, cada vez 

que una idea así es derribada y reemplazada por algo me-

jor, la misión de la ciencia ha salido beneficiada. En ciencia, 

ocurre a menudo que los científicos dicen: “¿Sabes?, ése es 

un gran argumento; yo estaba equivocado.” Y luego cambian 

su mentalidad y jamás se vuelve a escuchar de sus bocas esa 

vieja opinión. Realmente hacen eso. No ocurre tan a menudo 

como debiera, porque los científicos son humanos y el cam-

bio es a veces doloroso. Pero ocurre a diario. No soy capaz 

de recordar la última vez que pasó algo así en la política 

o en la religión. Es muy raro que un senador, por ejemplo, 

responda: “Ése es un buen argumento. Voy a cambiar mi afi-

liación política.” 

Me gustaría decir unas cuantas cosas sobre las estimulan-

tes sesiones sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre 

(SETI

2

) y sobre el lenguaje animal en nuestra conferencia 

del CSICOP. En la historia de la ciencia existe un instructivo 

desfile de importantes batallas intelectuales que tratan todas 

ellas sobre la centralidad del ser humano. Podríamos llamar-

las batallas sobre la presunción anti-copernicana. 

¿Cuál es nuestra posición en el Universo?

He aquí algunas de las cuestiones: 

Somos el centro del Universo. Todos los planetas y las 

estrellas y el Sol y la Luna giran alrededor nuestro. (Chico, 

debemos ser realmente especiales.) 

Ésa era la creencia impuesta (Aristarco aparte) hasta la 

época de Copérnico. Le gustaba a mucha gente porque les 

daba una posición central personalmente injustificada en el 

Universo. El mero hecho de estar en la Tierra te hacía pri-

vilegiado. Eso te hacía sentir bien. Luego llegó la prueba 

de que la Tierra era sólo un planeta y de que esos puntos 

brillantes en movimiento eran también planetas. Decepcio-

nante. Incluso deprimente. Mejor cuando éramos centrales 

y únicos. 

Pero al menos nuestro Sol está en el centro del Universo. 

No, esas otras estrellas también son soles, y lo que es más, 

nos encontramos en las afueras de la galaxia. No estamos 

nada cerca del centro de la galaxia. Muy deprimente. 

Bueno, al menos la Vía Láctea está en el centro del Uni-

verso. 

Luego un poco más de progreso científico. Descubrimos 

que no existe eso del centro del Universo. Lo que es más, 

hay cien mil millones de galaxias más. Ésta no tiene nada de 

especial. Completamente deprimente. 

Bueno, al menos nosotros, los humanos, somos el piná-

culo de la creación. Estamos

 

aparte. Todas esas criaturas, las 

plantas y los animales, son inferiores. Nosotros somos supe-

riores, no tenemos conexión con ellos. Todo ser viviente ha 

sido creado separadamente. 

Luego viene Darwin. Descubrimos una continuidad evo-

lutiva. Estamos relacionados estrechamente con las otras 

bestias y vegetales. Es más, nuestros parientes biológicos 

más cercanos son los chimpancés. Ésos son nuestros parien-

tes más cercanos (¿esos bichos?) Es una vergüenza. ¿Has 

ido alguna vez al zoo y los has visto? ¿Sabes lo que hacen? 

Imagina lo embarazosa que era esta verdad en la Inglaterra 

victoriana, cuando Darwin tuvo esta idea.

Hay otros ejemplos importantes (sistemas de referencia 

privilegiados en física y la mente inconsciente en psicología) 

que pasaré por alto. 

Mantengo que en la tradición de este largo conjunto de 

debates (cada uno de los cuales ha sido ganado por los co-

pernicanos, por los tipos que dicen que no hay nada especial 

Si sólo eres escéptico, entonces 

no te llegan ideas nuevas. 

Nunca aprendes nada nuevo.

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54

en nosotros), hubo una nota callada profundamente emocio-

nal en los debates de las dos sesiones del CSICOP que he 

mencionado. La búsqueda de inteligencia extraterrestre y el 

análisis de un posible lenguaje animal hieren a uno de los 

sistemas de creencia precopernicanos que quedan: 

Al menos somos las criaturas más inteligentes de todo el 

Universo. 

Si no existen más chicos listos en ninguna parte, aunque 

estemos relacionados con los chimpancés, aunque estemos 

en las afueras de un universo vasto y tremendo, al menos 

todavía nos queda algo especial. Pero, en el momento que 

encontremos inteligencia extraterrestre, se perderá el último 

pedazo de presunción. Creo que parte de la resistencia a la 

idea de la inteligencia extraterrestre es debida a la presun-

ción anticopernicana. Asimismo, sin tomar ninguna postura 

en el debate de si hay otros animales (los primates superio-

res, especialmente los grandes monos) inteligentes o con un 

lenguaje, se trata claramente, desde un punto de vista emo-

cional, de la misma cuestión. Si definimos a los humanos 

como criaturas que tienen lenguaje y nadie más tiene len-

guaje, al menos somos únicos en ese aspecto. Pero si resulta 

que todos esos sucios, repugnantes y graciosos chimpancés 

pueden, con el Ameslan

3

 o de cualquier otra manera, comu-

nicar ideas, entonces ¿qué nos queda de especial a nosotros? 

En los debates científicos existen, a menudo inconsciente-

mente, predisposiciones emocionales que impulsan estas 

cuestiones. Es importante darse cuenta de que los debates 

científicos, al igual que los debates  seudocientíficos,

 

pueden 

llenarse de emociones por todas estas razones.

¿Estamos solos en el universo?

Ahora echemos un vistazo más de cerca a la búsqueda de 

inteligencia extraterrestre por radio. ¿En qué se diferencia de 

la pseudociencia? Dejadme contar un par de casos reales. A 

principios de los sesenta, los soviéticos ofrecieron una rueda 

de prensa en Moscú en la que anunciaron que una fuente 

distante de radio, llamada CTA-102, estaba variando si-

nusoidalmente, como una onda seno, con un periodo de unos 

100 días. ¿Por qué convocaron una rueda de prensa para 

anunciar que una fuente distante de radio estaba variando? 

Porque pensaban que era una civilización extraterrestre de 

inmenso poder. Eso se merece convocar una rueda de prensa. 

Esto es incluso anterior a la existencia de la palabra cuásar. 

Hoy sabemos que CTA-102 es un cuásar. No sabemos muy 

bien lo que es un cuásar: y existe más de una explicación 

para ellos mutuamente excluyente

 

en  la  literatura  científi-

ca. No obstante, pocos consideran seriamente que un cuásar, 

como CTA-102, sea una civilización galáctica extraterrestre, 

porque hay un número de explicaciones alternativas de sus 

propiedades que son más o menos consistentes con las leyes 

físicas que conocemos sin evocar a la vida alienígena. La 

hipótesis extraterrestre es una hipótesis de último recurso. 

Solo si falla todo lo demás se acude a ella. 

Segundo ejemplo: en 1967, científicos británicos encon-

traron una fuente de radio cercana que fluctuaba en un pe-

riodo de tiempo mucho más corto, con un periodo constante 

de hasta diez cifras significativas. ¿Qué era? Su primer pen-

samiento fue que era algo como un mensaje que se nos es-

taba enviando, o un faro de navegación interestelar para las 

naves espaciales que volaban entre las estrellas. Incluso le 

dieron, entre los de la Universidad de Cambridge, el perver-

tido nombre de LGM-1 (Little Green Men, u Hombrecillos 

Verdes). Sin embargo (eran más listos que los soviéticos), no 

convocaron una rueda de prensa, y pronto se hizo claro que 

lo que tenían era lo que ahora se llama un púlsar. De hecho 

fue el primer púlsar, el púlsar de la Nebulosa Cangrejo. Bue-

no, ¿qué es un púlsar? Un púlsar es una estrella comprimida 

hasta el tamaño de una ciudad, soportada como no lo está 

ninguna otra estrella, no por presión gaseosa, no por exclu-

sión electrónica, sino por las fuerzas nucleares. Es, en cierto 

sentido, un núcleo atómico del tamaño de Pasadena. Sosten-

go que esa es una idea al menos tan rara como la del faro de 

navegación interestelar. La respuesta a lo que es un púlsar 

tiene que ser algo muy extraño. No es una civilización extra-

terrestre, es otra cosa: pero otra cosa que abre nuestros ojos 

y mentes e indica posibilidades en la naturaleza que nunca 

habríamos adivinado. 

Luego está la cuestión de los falsos positivos. Frank Drake 

en su original experimento Ozma, Paul Horowitz en el pro-

grama META (Megachannel Extraterrestrial Assay) patroci-

nado por la Sociedad Planetaria, el grupo de la Universidad 

de Ohio y muchos otros grupos han recibido señales que han 

hecho palpitar sus corazones. Pensaron

 

por un momento que 

habían

 

captado una señal genuina. En algunos casos no te-

nemos la menor idea de lo que fue; las señales no se han 

repetido. La noche siguiente apuntas el mismo telescopio al 

mismo punto en el cielo con la misma modulación y la mis-

ma frecuencia, y lo pasa-bandas

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 todo de la misma manera, 

y no oyes nada. No publicas esos datos. Puede ser un mal 

funcionamiento del sistema de detección. Puede ser un avión 

militar AWACS revoloteando y emitiendo en canales de fre-

cuencia supuestamente reservados para la radioastronomía. 

Puede ser un aparato de diatermia en la misma calle. Hay 

muchas posibilidades. No se declara inmediatamente que 

has descubierto inteligencia extraterrestre sólo porque has 

encontrado una señal anómala. 

Y si se repitiese, ¿lo anunciarías? No. Puede ser una bro-

ma. Puede ser algo que le pasa a tu sistema y que no eres 

capaz de descifrar. En cambio, llamarías a los científicos de 

un montón de radiotelescopios y les dirías que en ese punto 

particular del cielo, a esa frecuencia, modulación, y banda 

y todo eso, pareces captar algo curioso. ¿Por favor, podrían 

mirar si captan algo parecido? Y sólo si obtienen la misma 

información varios observadores independientes del mismo 

punto del cielo piensas que tienes algo. Aún

 

entonces sigues 

sin saber que ese algo es inteligencia extraterrestre, pero al 

menos has podido determinar que no es algo de la Tierra. (Y 

también que no es algo en órbita terrestre; está más lejos que 

eso.) Este es el primer plan de acción que se requiere para 

asegurarse de que realmente tienes una señal de una civiliza-

ción extraterrestre. 

Creo que parte de lo que 

impulsa a la ciencia es la sed 

de maravilla. Es una emoción 

muy poderosa.

background image

el esc

é

ptico

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Fíjate que hay una cierta disciplina implicada. El escep-

ticismo impone una carga. No puedes salir y gritar que hay

 

pequeños hombrecillos verdes, porque vas a parecer muy 

tonto, como les pasó a los soviéticos con el CTA-102, que 

resultó ser algo muy distinto. Es necesaria una cautela espe-

cial cuanto las implicaciones son de tanta importancia como 

aquí. No estamos obligados a decidirnos por algo en cuanto 

tenemos unos datos. No pasa nada por no estar seguros. 

Me suelen preguntar: “¿Crees que existe inteligencia ex-

traterrestre?” Y yo respondo con los argumentos habituales. 

Hay un montón de lugares allá afuera, miles de millones. 

Luego digo que me sorprendería mucho que no existiese in-

teligencia extraterrestre, pero que por supuesto no tenemos 

pruebas concluyentes de ello. Y luego me preguntan: “Vale, 

pero ¿qué es lo que crees realmente?” Y respondo: “Ya te 

he dicho lo que creo.” “Sí, pero ¿qué te dicen tus entrañas?” 

Pero yo no intento pensar con mis entrañas. En serio, es me-

jor reservarse la opinión hasta que tengamos pruebas. 

Después de que se publicase mi artículo “El Arte de la 

Detección de Camelos” en Parade (1 de febrero de 1987)

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recibió, como se puede

 

imaginar, un montón de cartas. Pa-

rade es leído por 65 millones de personas. En el artículo di 

una larga lista de cosas que eran presuntos o demostrados 

camelos (treinta o cuarenta). Los defensores de todas esas 

cosas resultaron uniformemente ofendidos, por lo que recibí 

montones de cartas. También ofrecí un conjunto de instruc-

ciones muy elementales acerca de cómo tratar a los camelos 

(los argumentos de una autoridad no valen, todos los pasos 

de una cadena de evidencias tienen que ser válidos, etcé-

tera). Mucha gente contestó diciendo: “Tiene usted toda la 

razón en las generalidades; desafortunadamente, eso no es 

aplicable a mi doctrina particular.” Por ejemplo, uno de ellos 

decía que la idea de que existe inteligencia extraterrestre 

fuera de la Tierra es un ejemplo de excelente camelo. Con-

cluía: “Estoy tan seguro de esto como de cualquier otra cosa 

en mi experiencia. No hay vida consciente en otro lugar del 

Universo. El Hombre vuelve así a su legítima posición en el 

centro del Universo.” 

Otro remitente también estaba de acuerdo con todas mis 

generalidades, pero decía que, como escéptico empedernido, 

yo había cerrado mi mente a la verdad. Más notablemente, 

he ignorado la evidencia de que la Tierra tiene seis mil años 

de antigüedad. Bueno, no la he ignorado; he considerado 

la supuesta evidencia y luego la he rechazado. Existe una 

diferencia, y ésta es una diferencia, podríamos decir, entre 

prejuicio y postjuicio. Prejuicio es hacer un juicio antes de 

considerar los hechos. Postjuicio es hacer un juicio después 

de considerarlos. El prejuicio es terrible, en el sentido de 

que se cometen injusticias y graves errores. El postjuicio no 

es terrible. Por supuesto, no puedes ser perfecto; también 

puedes cometer errores. Pero es permisible hacer un juicio 

después de haber examinado la evidencia. En algunos círcu-

los incluso se fomenta. 

Creo que parte de lo que impulsa a la ciencia es la sed de 

maravilla. Es una emoción muy poderosa. Todos los niños 

la sienten. En una clase de parvulario, todos la sienten; en 

una clase de bachillerato casi nadie la siente, o siquiera la 

reconoce. Algo pasa entre el parvulario y el bachillerato, y 

no es solo la pubertad. No solo los colegios y los medios no 

enseñan mucho escepticismo, tampoco se fomenta mucho 

este emocionante sentido de lo maravilloso. Ambas, ciencia 

y pseudociencia,

 

despiertan ese sentimiento. Una defectuosa

 

divulgación de la ciencia establece un nicho ecológico para 

la pseudociencia. 

Si la ciencia se explicase a la gente de a pie de una mane-

ra accesible y excitante, no habría sitio para la seudociencia. 

Pero existe una especie de Ley de Gresham por la que, en la 

cultura popular, la mala ciencia expulsa a la buena. Y por esto 

pienso que tenemos que culpar, primero, la comunidad cien-

tífica por no hacer un mejor trabajo divulgando la ciencia, y 

segundo, a los medios, que a este respecto son casi por com-

pleto inútiles. Todo periódico americano tiene una columna 

diaria de astrología. ¿Cuántos tienen siquiera una columna se-

manal de astronomía? Y también pienso que es culpa del sis-

tema educativo. No enseñamos a pensar. Esto es un error muy 

serio que podría incluso, en un mundo infestado con 60.000 

armas nucleares, comprometer el futuro de la humanidad. 

Sostengo que hay mucha más maravilla en la ciencia que 

en la pseudociencia. Y además, en la medida que esto tenga 

algún significado, la ciencia tiene como virtud adicional (y no 

es una despreciable) su veracidad. 

Copyright 1987 por Carl Sagan. 

Notas:

1. 

N. de la R: CSICOP: Committee for the Scientific Investigation of 

Claims of the Paranormal. Actualmente CSI: Committee for Skeptical 

Inquiry

2. 

N. de la R.: Search for ExtraTerrestrial Intelligence

3. 

N. de la R.: Lenguaje para sordos usado en EEUU

4. 

N.  de  la  R.:  Tratar  la  señal  con  un  filto  que  elimina  ciertas 

frecuencias, así como ruídos

5. 

N. de la R.: En su libro “El mundo y sus demonios” incide sobre el 

mismo tema.

(Foto: juanosborne.com)