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uchos científicos saben que investigar el cerebro 

es más importante que investigar el alma; que vale 

más la pena intentar descubrir una nueva especie 

de insecto, que intentar descubrir a un nuevo demonio; que 

es más urgente estimar los riesgos de un choque de meteorito 

o el calentamiento global, que estimar la fecha de llegada 

del Anticristo. Pero, extrañamente, estos mismos científicos 

quieren dejar las cosas en su santo lugar. Y, si bien a muchos 

probablemente les parecerá una tontería el tipo de cosas que 

se estudian y discuten en las facultades de teología, no desean 

sabotearlas.  Siempre  y  cuando  haya  recursos  financieros 

destinados a los laboratorios, no hay mayor objeción a que 

los teólogos tengan sus facultades.

Deseo retar este conformismo por parte de los científicos. 

Los  científicos  sí  presentan  objeción  a  la  alquimia, 

la parapsicología, la astrología o la homeopatía, pero 

extrañamente callan frente a la teología. Hoy, la teología ya 

no es lo que fue en la Edad Media: la reina de las ciencias. 

Pero, con todo, se sigue considerando una ciencia; o al menos, 

se considera una disciplina que, si bien no es propiamente 

científica,  merece  el  mismo  respeto  académico  que  se  le 

confiere a la filosofía. Y si bien la teología está muy lejos 

de compartir los criterios más elementales de la ciencia o de 

una disciplina académicamente respetable, en muchísimas 

de las grandes universidades de Occidente, desde Harvard y 

Cambridge hasta Salamanca y Oxford, se incluyen facultades 

de teología que conceden títulos universitarios con el aval 

del Estado, en muchos casos supuestamente laico.

La palabra ‘teología’ significa el ‘estudio de Dios’. Pero, 

inmediatamente  aparece  la  primera  dificultad  con  esta 

disciplina: ¿cómo podemos estudiar algo que nadie ha visto, 

oído, olido, tocado o sentido? La mayoría de los teólogos 

considera que no necesitamos percibir o inferir a Dios para 

estudiarlo. Antes bien, según ellos, debemos tener fe en 

algunas cosas que se han dicho sobre él. Y, a partir de la fe en 

esos postulados, podemos organizar nuestro conocimiento 

respecto a Dios. Podemos, incluso, abstraer inferencias sobre 

Dios, no propiamente a partir de la observación de algunos 

Las facultades

de teología

 

deben desaparecer

Gabriel Andrade

Alegoría de la teología. Detalle de la cara sur del pedestal de la estatua de 

Carlos IV de Luxemburgo en Praga. (foto: Wikimedia Commons)

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hechos en el mundo, sino a partir de la aceptación de algunas 

creencias por fe. En eso consiste la teología.

Fue así como el teólogo del siglo XI, Anselmo de 

Canterbury,  definió  a  la  teología  como  ‘fides  quaerens 

intellectum’, la fe en busca de intelecto. La teología, lo 

mismo que la biología, la física o la química, pretende ser una 

actividad racional, y para ello, pretende emplear el intelecto. 

Pero, a diferencia de la biología, la física o la química, la 

teología no pretende partir de observaciones sobre el mundo. 

Nunca he visto un experimento o laboratorio teológico. La 

teología parte de la premisa de que Dios se ha revelado a un 

grupo de personas, y que esa revelación divina ha quedado 

registrada en las escrituras sagradas. Eso es, por así decirlo, 

la ‘materia prima’ de la teología. El resto, es una elaboración 

sistemática de las doctrinas que supuestamente proceden de 

la revelación original.

Urge apreciar la diferencia fundamental entre una ciencia 

genuina, como la biología o la astronomía, de una disciplina 

claramente no científica, como la teología. Ninguna ciencia 

genuina acepta ninguna doctrina sobre las bases de la 

autoridad. ¿Sabemos que ocurre la evolución por selección 

natural sencillamente porque san Darwin así lo dice? 

¡No! Cualquier persona que observe la sobrepoblación, 

la variabilidad y la herencia, así como las evidencias que 

proceden de los fósiles, el ADN y las semejanzas anatómicas, 

podrá verificar por cuenta propia que, en efecto, la evolución 

por selección natural ocurre.

Pero, no ocurre lo mismo con la teología. ¿Cómo sabemos 

que Dios es una esencia en tres personas? No hay nada que 

podamos observar en el mundo, que nos permita suponer que 

Dios, si acaso existe, es una esencia en tres personas. Los 

teólogos han ofrecido complejísimas explicaciones sobre la 

naturaleza exacta del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero, 

al final, ninguna de estas explicaciones reposa sobre hechos 

que cualquier persona puede observar por cuenta propia. 

Todas estas explicaciones derivan de una aceptación por fe 

de la enseñanza sobre la Trinidad.

La teología, a diferencia de la ciencia, es dogmática. Un 

dogma es una creencia que, según quienes la promulgan, no 

Los científicos sí presentan obje-

ción a la alquimia, la parapsico-

logía, la astrología o la homeo-

patía, pero extrañamente callan 

frente a la teología.

El rector y un vicerrector de la UGR en la apertura de curso de la Facultad de Teología.

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Urge apreciar la diferencia fun-

damental entre una ciencia 

genuina, como la biología o la 

astronomía, de una disciplina 

claramente no científica, como 

la teología 

puede ser cuestionada ni sometida a verificación. Se trata, 

más bien, de una creencia que debe aceptarse sobre las 

bases de la fe. Los científicos que aceptan la evolución por 

selección natural no lo hacen por el mero hecho de que El 

origen de las especies así lo dice; en cambio, los teólogos 

que aceptan que Dios es una esencia en tres personas sí 

lo hacen por el mero hecho de que la Biblia así lo dice. El 

científico prescinde de la fe en su conocimiento del mundo: 

todo cuanto pretende conocer, lo hace por la observación 

directa, o por alguna inferencia racional derivada de algunos 

hechos observados directamente. El teólogo parte de la fe 

para intentar conocer a Dios: todo cuanto pretende conocer 

procede de algunas enseñanzas dogmáticas.

Aceptar un dogma, o creer algo sobre las bases de la 

autoridad, es sumamente problemático. ¿Por qué debo 

aceptar la autoridad del Papa, en vez de la del Patriarca de 

Constantinopla? ¿Por qué debo aceptar como revelada la 

Biblia, y no el Corán? Si deseamos que nuestros enunciados 

sean tomados en serio, debemos ofrecer alguna justificación 

para ellos. Y, apelar a la autoridad, o al sentimiento subjetivo 

de  la  fe,  no  sirve  como  justificación.  Nuestras  opiniones 

deben estar respaldadas con algún indicio que permita 

suponer que, en efecto, son verdaderas o plausibles. De lo 

contrario, nuestras opiniones serían charlatanería, meras 

especulaciones que no merecen ser tomadas en serio.

Por supuesto, hay teólogos muy inteligentes que han 

sistematizado muy elocuentemente sus enseñanzas. Pero, el 

hecho de que unas enseñanzas estén muy bien sistematizadas 

y guarden coherencia interna no las hace racionales, mucho 

menos verdaderas. La mitología griega puede ser muy 

sistematizada, pero no por ello sus narrativas son reales. Pues 

bien, la teología es algo así como un conjunto de cuentos 

fantásticos. Estos cuentos pueden ser muy bellos y muy 

interesantes, pero no son reales. Proceden de la imaginación 

de quienes los narran, no de una investigación rigurosa de la 

realidad. Las enseñanzas de la teología son inventos (muy 

ingeniosos, por lo demás), pero no se refieren a algo real. 

Por ello, la teología está mucho más cerca de la literatura 

fantástica o de ciencia ficción, que de la filosofía o la ciencia. 

Es por ello que el teólogo no tiene cabida en la academia. 

Es fácil, no obstante, confundir a la teología con otras 

disciplinas que sí son pertinentes, y merecen un sitial en 

la academia. La historia de la teología, enmarcada en la 

historia de las ideas, es sumamente importante. Pero, urge 

apreciar que la teología no es lo mismo que la historia de 

la teología. La comparación con la astrología es ilustrativa. 

Hay estudios muy serios sobre la astrología, pero éstos se 

hacen desde una perspectiva histórica: ninguno de estos 

estudiosos efectivamente cree que los astros inciden sobre el 

destino. Pues bien, el estudio de la teología sería aceptable 

si fuese estrictamente histórico. Con todo, el problema 

es que las facultades de teología no pretenden limitarse a 

estudiar la historia del discurso sobre Dios. Los miembros 

de las facultades de teología quieren estudiar la historia del 

discurso sobre Dios, para luego ellos mismos pronunciarse 

sobre Dios.

La investigación aceptable de los fenómenos religiosos es 

aquella que parte de lo que podemos llamar un ‘secularismo 

metodológico’. No es académicamente aceptable estudiar 

una sesión de evangélicos pentecostales asumiendo que, 

realmente el Espíritu Santo se está apoderando de quienes 

supuestamente empiezan a hablar otras lenguas. 

Los profesores de mitología griega no creen en los 

dioses del Olimpo. Pues bien, los profesores de los textos 

bíblicos tampoco necesitan creer en los dogmas de la 

religión cristiana. De hecho, el no formar parte de la religión 

cristiana les permite enriquecer su estudio, en la medida en 

que se libran del velo protector frente a la crítica racional. 

Lamentablemente, la opinión común es que los expertos en 

los textos bíblicos deben ser teólogos. Y, con esto, se confunde 

el ‘estudio de Dios’ (teología), con las disciplinas encargadas 

de estudiar los textos y fenómenos religiosos. Urge saber 

distinguir entre el estudio de la representación de Dios (y, 

acá abarca la sociología, la psicología, la antropología, la 

crítica literaria), y el estudio de Dios propiamente. El primer 

tipo de estudio es sumamente pertinente, el segundo debe 

desaparecer de las universidades.

Es lamentable que aun en universidades del calibre 

de Harvard, no exista una distinción departamental entre 

“Estudios de la religión” y “Teología”. De nuevo, es urgente 

elaborar esa distinción. La relación entre el estudiante secular 

de la religión y el teólogo es más o menos la misma que la 

existente entre el biólogo y la rata de laboratorio. En ambos 

casos, los principios metodológicos de la ciencia sirven a los 

primeros para estudiar a los segundos. El teólogo puede ser 

objeto de estudio en una universidad, pero él mismo no debe 

ser parte del personal académico de la universidad.

Las universidades han ido expulsando cada vez más 

las cátedras dedicadas a la enseñanza de supercherías. 

Cuando, en alguna ocasión, una universidad ofrece un 

curso sobre homeopatía, la comunidad de escépticos salta 

inmediatamente a protestar. Pero el silencio es ensordecedor 

cuando se trata de la teología. Hay objeción a la enseñanza 

universitaria de que las dosis diluidas de un mal sirven para 

curar a ese mismo mal; pero, no hay objeción a la enseñanza 

universitaria de que el creador del universo se hizo hombre 

hace veinte siglos, o que la madre de ese mismo creador 

subió al cielo en carne y hueso. Por eso, mi esperanza no es 

sólo que comprendamos que muchas de estas creencias son 

irracionales, sino también que los Estados no deben dirigir 

fondos públicos a enseñarlas en las universidades públicas; 

ni siquiera deben ofrecer su aval institucional en los títulos 

de teología. Por supuesto, no propongo perseguir a nadie 

que enseñe teología. Pero esta enseñanza debe hacerse del 

mismo modo en que se enseña la astrología, la alquimia o 

el feng shui: en centros privados que no cuenten con ningún 

aval universitario.