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psicología como para que el público no perciba dónde está 

el truco ni cuándo ni cómo se realizó, y el público a su vez 

se deje llevar por el mago para experimentar esa magia de lo 

aparentemente inexplicable y disfrutar de ella (como cuan-

do al ver una película de terror nos dejamos llevar por los 

efectos especiales –aunque sabemos que los hay- y las dotes 

interpretativas de los actores para poder experimentar el sus-

pense y el miedo). En el caso del mentalismo se trata de una 

rama de la magia en la que los efectos que se realizan tienen 

en común entre ellos (y es lo que los distingue de los de otras 

ramas de la magia) que se presentan como si fueran efectos 

producidos por supuestos “poderes mentales” del mentalista.

Así entendido, el mentalismo no es una pseudociencia, 

ni un timo, ni un fraude, ni una farsa: es un arte escénico 

que proporciona entretenimiento y fascinación, diversión y 

asombro. Pero las técnicas del mentalismo también pueden 

utilizarse  de  formas  más  deshonestas,  y  ahí  es  cuando  se 

convierte o es usado en lo que no es: como una forma de en-

gaño y estafa. Esto ocurre cuando en un escenario o fuera de 

él, un mentalista con poca ética y mucha cara dura, no solo 

realiza los efectos propios del mentalismo, sino que además 

afirma  con  contundencia  y  total  seriedad  que  esos  efectos 

que él produce no solo no se deben a ningún tipo de truco 

o ardid, sino que son fenómenos completamente auténticos, 

y que no hay más que lo que se ve; es decir, cuando afirma 

que realmente tiene poderes mentales con los que es capaz 

de leer la mente de otras personas, mover objetos a distancia, 

predecir el futuro, etc. Cuando alguien hace esto, se sale del 

legítimo ámbito del espectáculo y el arte, y se pasa al lado de 

la superchería, la charlatanería y el mal gusto. Entonces ya 

no es correcto llamarlo mentalista, sino más bien como ellos 

prefieren llamarse (sobre todo en el ámbito anglosajón): psí-

quicos. Por lo tanto, un psíquico es alguien que afirma te-

ner auténticos poderes mentales aunque, en la realidad, 

todo lo que hace es mediante trucos de mentalismo

Afortunadamente, no todos los mentalistas hacen esto ni 

mucho menos. La gran mayoría son gente honrada, que co-

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e abre el telón. Un hombre aparece en el escenario. 

Viste de negro, camina despacio y con porte seguro; 

su cara está seria y su mirada es penetrante. Escudriña 

a su auditorio con esa mirada penetrante. Enseña un objeto 

pequeño y suave, un peluche, lo lanza al público de espaldas 

a él, y girándose pide que quien lo coja lo lance a su vez a 

otra parte de la sala, y que a quien le caiga lo tire otra vez a 

otro sitio, y que la tercera persona que lo coja que le ayude. 

Esa tercera persona es una mujer. Ese hombre le pide ama-

blemente su colaboración desde donde está. Tan solo tiene 

que pensar en un número, del 1 al 100, el que quiera. Saca 

una libreta y un lápiz. Garabatea algo en ella, guarda el lápiz, 

y tapa lo que ha escrito. Pregunta a la mujer qué número ha 

pensado. El 48 dice ella. El hombre pone cara de asombro y 

de satisfacción a la vez, lentamente gira su libreta y ahí está 

escrito ¡el número 48!

Lo que antecede no es sino una descripción de uno de 

los múltiples efectos que pueden verse en un espectáculo 

tradicional de mentalismo. Otros podrían ser los siguientes: 

romper un vaso de cristal encerrado en una vitrina herméti-

ca, hacer caer un bloque de madera estando a varios metros 

de él, parar las manecillas de un reloj prestado sin tocarlas, 

o incluso conducir un vehículo con los ojos completamente 

vendados, arriesgarse a jugar a la ruleta rusa, o adivinar el 

número ganador de la lotería. Y todo eso utilizando (aparen-

temente) solo la mente, de ahí que se llame mentalismo. 

El mentalismo es una rama de la magia o ilusionismo

Y como toda forma de ilusionismo tiene truco. Porque el 

ilusionismo consiste en eso: en usar trucos (desconocidos 

por el público) para provocar ilusiones; esto es, para que 

al  público  que  lo  observa  y  participa  le  parezca  que  está 

presenciando  y  experimentando  fenómenos  sorprendentes, 

inexplicables… ¡mágicos! Fenómenos o efectos que perde-

rían toda su magia e ilusión si se conociera el truco que los 

hace posibles. De ahí que la magia o ilusionismo consista en 

una suerte de colaboración entre ilusionista y público, por la 

que el mago realiza sus juegos con la suficiente habilidad y 

La polémica del

 

mentalismo

Andrés Carmona Campo

Filósofo, mago y socio de ARP-SAPC

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noce y ama a su arte, y no lo desprestigia de este modo. Es 

más, la mayoría de mentalistas se incomodan con los psí-

quicos. Y es que los psíquicos son a los mentalistas como 

los tahúres a los cartomagos (los cartomagos hacen magia 

con las cartas de la baraja, mientras que los tahúres usan sus 

trucos para hacer trampas en las partidas reales de cartas), o 

como la parapsicología a la psicología, o el curanderismo a 

la medicina. De hecho, no pocos magos denuncian pública-

mente y se enfrentan a los psíquicos. Uno de los casos más 

conocidos y recientes es el del mago y escéptico James Ran-

di, quien en los años 70 del siglo pasado se enfrentó al más 

famoso de los mentalistas deshonestos y sin escrúpulos, a 

Uri Geller, demostrando que los supuestos poderes mentales 

de los que presumía y que le habían hecho (rico y) famoso, 

no eran sino trucos propios de los magos mentalistas. Unos 

años más atrás, el famoso mago y escapista Harry Houdini 

había hecho algo similar con otro psíquico, con el Uri Geller 

español de su época: Joaquín María Argamasilla de la Cerda 

y Elio, que presumía de tener auténtica visión de rayos-X 

(esto es, ver a través de objetos opacos). 

Hay una cuestión que llama la atención en todo esto. Si 

todo el mundo sabe, tanto magos como profanos, que la ma-

gia se basa en trucos muy bien hechos, y admira el arte de 

poder hacerlos con esa belleza artística, ¿por qué, sin embar-

go, hay magos-mentalistas que dejan de lado la ética de este 

arte y se hacen pasar por psíquicos, y gente dispuesta a creer-

les y dejarse engatusar (y a veces desplumar) por ellos? Si 

todo el mundo disfruta cuando ve al mago partir en dos a su 

ayudante partenaire, o cuando hace aparecer una paloma de 

la nada, aún sabiendo que hay truco, y sin que ningún mago 

pretenda ni por asomo hacer creer que no lo hay (ningún 

mago  pretende  hacer  creer  que  la  mujer  estuvo  realmente 

cortada en dos o que la paloma se materializó de verdad de 

la nada absoluta), ¿cómo es que hay mentalistas que dan el 

salto a psíquicos, y personas que se lo creen, es decir, que 

creen que de verdad les han leído su mente o que de verdad 

han presenciado telepatía o telequinesis? 

Eso se debe a que la Psicología científica y sus avances 

todavía no están generalizados en el conocimiento popular. 

Hoy día, prácticamente todo el mundo conoce los rudimen-

tos más básicos y fundamentales de la física, gracias a los 

sistemas formales de enseñanza, y sabe lo suficiente como 

para entender que un objeto o persona no puede materiali-

zarse ni desmaterializarse así como así, ni puede atravesarse 

la materia, ni se puede levitar contrariando las leyes de la 

gravedad. Es por eso que cuando asistimos a un espectáculo 

de ilusionismo sabemos que es eso, ilusión, y que el mago 

que hace aparecer y desaparecer diversos objetos (pañuelos, 

velas, bastones…), o los atraviesa (el clásico juego de los 

aros chinos) o los hace volar (el clásico también de la “bola 

zombie”),  que  en  realidad  está  usando  trucos,  habilidad  y 

psicología para que nos parezca que eso es lo que ocurre, 

y eso es lo que nos fascina al verlo. Sin embargo, esto no 

era así antiguamente. Hace siglos, cuando la física estaba 

estancada o incluso atrasada por los dogmas religiosos y la 

superstición, sí que era posible que el común de las personas 

considerara como real que pudieran ocurrir cosas como las 

mencionadas de apariciones y desapariciones de objetos o 

personas, levitaciones, etc. En la Edad Media, por ejemplo, 

los magos no ilusionaban con sus juegos de magia sino que 

podían engañar realmente y hacer creer que lo que hacían 

era  auténtico  (y  de  paso,  aterrorizar  a  quienes  les  veían  y 

aprovecharse de ellos gracias a sus “poderes mágicos”). De 

hecho,  sabemos  de  magos  que  tuvieron  que  explicar  sus 

trucos a la Inquisición para evitar que les condenasen por 

brujería, hechicería, pactos con el diablo y otros cargos simi-

lares que en esa época podían acarrear la tortura o incluso la 

muerte en la hoguera. Hoy día ambas cosas son imposibles: 

tanto que te puedan quemar en la hoguera por brujería como 

que alguien pueda creer que lo que ve en un espectáculo de 

magia es auténtico (aunque es más fácil que vuelva a ocurrir 

lo primero a lo segundo, si el fundamentalismo religioso y 

el fanatismo siguen extendiéndose como lo están haciendo). 

Sin embargo, todo lo relativo a la psicología y especial-

mente a la mente, la conciencia, los procesos psicológicos, 

cognitivos y volitivos del ser humano, todavía no está sufi-

cientemente difundido ni generalizado entre toda la pobla-

ción: los conocimientos y avances de la Psicología científica 

todavía están bastante enclaustrados entre los profesionales 

de la Psicología y el saber popular sobre todas estas cuestio-

nes es aún bastante vago, ambiguo y está muy cargado de 

mitos, medias verdades y también mentiras puras y duras, a 

lo que también ha contribuido bastante todo lo relativo a la 

psicología de autoayuda, el psicoanálisis, la parapsicología, 

etc. De modo que la persona de la calle no tiene conocimien-

tos ni criterios suficientes ni fiables para distinguir lo que 

sobre la psicología, la mente, el cerebro, etc., es fidedigno 

y  conforme  al  método  científico,  y  lo  que  no  es  más  que 

cháchara barata, leyendas urbanas o pura falsedad. Así, por 

Mentalista en una litografía de 1900 (foto: Wikimedia Commons)

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Carátulas promocionales de las series de televisión The Mentalist (CBS tv) y Psych (Universal Studios).

ejemplo, todavía es muy común que haya quien crea y difun-

da el mito del 10% (que solo usamos el 10% de nuestro ce-

rebro) y que al creer en esto crea también que es posible leer 

la mente, transmitir telepáticamente el pensamiento o doblar 

cucharas de forma telequinética para quien sea capaz de usar 

ese otro 90% que parece estar ahí a ver quién se acuerda de 

él y le hace caso. Y es de este desconocimiento generalizado 

sobre la verdadera Psicología y las auténticas capacidades 

psicológicas del ser humano de lo que se aprovechan y de 

lo que se nutren los psíquicos (así como la parapsicología 

y otras pseudociencias y supercherías). El mentalismo tam-

bién se aprovecha de todo esto, pero de una forma totalmente 

distinta y legítima: lo utiliza para crear una atmósfera ade-

cuada para producir sus ilusiones y que el público disfrute, 

de la misma forma que las novelas o películas de terror o 

ciencia-ficción también recurren a ambientaciones ficticias 

para crear el contexto adecuado o atmósfera necesaria para 

que podamos disfrutar de la novela o película en cuestión. La 

diferencia está en que ni esas películas o novelas, ni los men-

talistas, pretenden que nos creamos esa atmósfera, solo que 

nos sumerjamos momentáneamente en ella para disfrutar de 

lo que nos ofrecen, mientras que los psíquicos, parapsicó-

logos y similares van un paso más allá queriendo hacernos 

creer, y así cruzan la frontera que separa lo legítimo de lo 

fraudulento, dejando su honestidad en el más acá

Toda esta confusión entre el mentalismo y los psíquicos y 

la parapsicología, etc., es lo que ha hecho que algunos men-

talistas incluso prefieran abandonar la palabra mentalista por 

esas denotaciones paranormales que puede tener, y llamarse 

magos de la mente. Sin embargo, y por otra parte, hay men-

talistas que se niegan a abandonar el término precisamente 

para no dejarlo exclusivamente en manos de los psíquicos, y 

porque de hecho los psíquicos prefieren que no se les llame 

mentalistas ni mucho menos magos ¡porque si no se les vería 

el plumero más fácilmente!

Afortunadamente, el mentalismo, como la magia en ge-

neral,  también  evoluciona,  y  cada  vez  es  menos  habitual 

ver espectáculos de mentalismo que hagan referencia a lo 

esotérico o paranormal, y actualmente las presentaciones de 

este tipo de ilusionismo se acercan más a la llamada magia 

mental, hacer magia con el pensamiento de la gente. Aunque 

se siguen usando trucos en tanto que magia que es, la presen-

tación de la que se recubre rehúye de lo sobrenatural y para-

psicológico, y se acerca más a la magia más clásica y además 

más graciosa y entretenida: efectos mágicos e inexplicables 

pero donde ya no se oye nada relativo al 10% del cerebro, 

telepatía, telequinesis, etc. Estamos hablando del mentalis-

mo que más triunfa hoy día y que es el de Derren Brown, 

Banachek o Marc Salem, y en nuestro país, Manolo Talman, 

Luis Pardo o César Vinuesa. Y a que todo este cambio de 

imagen del mentalismo y de denuncia de los psíquicos esté 

llegando a todo el mundo, también han contribuido series de 

televisión que muestran el auténtico mentalismo enfrentado 

a lo paranormal, como pueden ser El Mentalista Psych