background image

el esc

é

ptico

68

otoño-invierno 2012

L

a abadía del Sacromonte de Granada fue fundada en 

1609, sobre una de las mayores falsificaciones reli-

giosas de la historia, aprovechando el fervor popular 

del descubrimiento de los libros plúmbeos y de las supuestas 

reliquias de algunos santos descritos en ellos. El mismísimo 

papa Inocencio XI  dictaminó, ya en 1682, que los libros 

plúmbeos eran un fraude, pero la jerarquía católica granadi-

na durante cuatro siglos ha tratado de ocultar la falsificación 

y se ha resistido a admitir que las reliquias de los santos sean 

falsas, incluso falsificando otros libros plúmbeos siglo y me-

dio después. A uno de los santos, San Cecilio, a partir de 

entonces se le nombró patrón de Granada y sus falsos restos 

todavía se veneran en el altar de la iglesia de la abadía del 

Sacromonte. Algo similar a lo que ha ocurrido con el santo 

sudario de Turín, que los científicos han demostrado que es 

falso, pero se continúa venerando. ¿Hasta cuándo se van a 

mantener este tipo de imposturas y fraudes religiosos?

El CONTEXTO HISTÓRICO DE LA FALSIFICACIÓN

Tras la conquista del emirato de Granada por los Reyes 

Católicos  en  enero  de  1492,  los  musulmanes  granadinos 

firmaron una capitulación que les garantizaba la libertad de 

culto, su cultura y sus propiedades. Sin embargo, ese mismo 

año se decretó la expulsión de los judíos y la Inquisición que 

era  fomentada  por  la  Corona  gozaba  de  mucho  poder.  En 

este contexto, pronto la jerarquía católica granadina comen-

zó a presionar a los musulmanes para que abandonaran su fe 

y su lengua, para convertirse al catolicismo, y a los conver-

sos  se les llamaba cristianos nuevos o moriscos. En 1499 el 

cardenal  Cisneros  llegó  a  Granada  aumentando  la  presión 

sobre la comunidad musulmana y quemó públicamente las 

bibliotecas islámicas. Entre ellas destacaba la de la Madraza 

(antigua universidad granadina), lo cual provocó una prime-

ra revuelta en el barrio del Albaicín que fue aplastada y en 

1501 se promulgó una pragmática que obligaba a todos los 

musulmanes del Reino de Castilla a elegir entre convertirse 

al catolicismo o el exilio. 

En la comarca de las Alpujarras de Granada los moriscos 

era mayoritarios y durante bastantes años continuaron vivien-

do casi como antes de la caída del emirato. Para evitar esto, 

en 1567 se promulgó una pragmática prohibiendo su cultura 

y actividades, lo cual provocó que en 1568 los moriscos se 

sublevaran. Nombraron rey a Fernando de Valor, cuyo nom-

bre musulmán era Muley Muhammad Aben Humeya, que 

era un hombre rico y carismático descendiente de la dinastía 

Omeya cordobesa. Esto desencadenó una guerra de dos años 

y medio de duración. Al inicio de la sublevación los moriscos 

mataron violentamente a clérigos, sacristanes y algunos cien-

tos de cristianos viejos, que fueron considerados mártires. 

Juan de Austria al frente de los ejércitos imperiales venció 

a los moriscos en una sangrienta guerra de religión, que cul-

minó con la deportación de miles de moriscos. Unos fueron 

vendidos como esclavos y otros enviados deportados fuera 

del antiguo reino de Granada en 1570. Muchos de ellos vol-

vieron ilegalmente a Granada hacia 1580, lo cual dio lugar a 

que en 1584 se decretara una nueva expulsión. Los moriscos 

que sobrevivieron a la guerra y pudieron quedarse, porque se 

habían convertido al catolicismo y eran buenos artesanos o 

agricultores, estaban sometidos y amenazados.  Si se sospe-

chaba que practicaban la religión islámica, podían ser delata-

dos a la inquisición, torturados y quemados por herejía. Así, 

en este represivo contexto histórico se falsificaron los libros 

plúmbeos.

Los investigadores tienen muy fundadas sospechas de que 

uno de los falsificadores fue Alonso del Castillo, que era un 

morisco traductor de documentos árabes para el rey Felipe 

II. También se sospecha de Miguel de Luna, que publicó un 

libro titulado: “Historia verdadera del rey don Rodrigo” con 

evidencias que coincidían con ciertos contenidos de los libros 

plúmbeos. Además, falsificó la santa cruz de Caravaca. Ahora 

bien, una falsificación tan voluminosa debió ser planeada y 

ejecutada por un grupo de cultos eruditos, al parecer los mo-

riscos Núñez Muley o Granada Venegas, que se consideraban 

despreciados por sus contemporáneos cristianos viejos.

El fraude de los libros plúmbeos 

y de las reliquias del patrón de Granada

Eustoquio Molina

Departamento de Ciencias de la Tierra, Universidad de Zaragoza.

background image

el esc

é

ptico

69

otoño-invierno 2012

El HALLAZGO DE LOS LIBROS Y RELIQUIAS

En 1588, al demoler la  vieja torre Turpiana de la mezqui-

ta mayor sobre la que se construyó la catedral de Granada, 

apareció entre los escombros una caja de plomo. Ésta conte-

nía un pergamino escrito en árabe, castellano, latín y algunas 

letras intercaladas en caracteres griegos; así como una tabli-

ta con una imagen y un trozo de velo atribuido a la Virgen 

María. Además,  contenía un hueso de dedo de San Esteban 

(primer mártir), que según el pergamino junto con San Ceci-

lio eran santos cristianos pero de origen árabe. En el perga-

mino se contaba que el sacerdote Patricio, siendo discípulo 

del obispo Cecilio, éste le ordenó ocultar el contenido de la 

caja en un sitio seguro. También se relataba cómo Cecilio al 

regreso de Tierra Santa pasó por Atenas, donde le dieron la 

reliquia de San Esteban y el paño con el que la Virgen María 

se secó los ojos de lágrimas con sangre por la crucifixión de 

su hijo (actualmente venerado y custodiado en un relicario 

en El Escorial). Además, se profetizaba la victoria del cris-

tianismo sobre el islam.

Entre 1594 y 1599 un supuesto buscador de tesoros en-

contró unas láminas de plomo, escritas en latín y en árabe, en 

unas cuevas del cerro Valparaíso, que pasó a llamarse Sacro-

monte. Las primeras láminas encontradas contaban el mar-

tirio de San Tesifón en tiempos de Nerón. En las excavacio-

nes que ordenó el arzobispo se encontraron restos (huesos) 

y unas cenizas en un horno. Además, aparecieron muchas 

más placas que describían el martirio de San Cecilio, San 

Tesifón y San Hiscio, que habrían sido quemados por los ro-

manos. En total se encontraron 233 láminas de plomo que se 

agrupan en 22 libros plúmbeos. Las láminas de plomo tienen 

unas inscripciones en un árabe arcaico para que pareciera 

una lengua árabe del siglo I. Estos libros relatan otras mu-

chas historias que el arzobispo Pedro de Castro siempre con-

sideró auténticas, basándose en las traducciones interesadas 

y en lo que él deseaba. Como los libros aparecieron mezcla-

dos con restos (huesos y cenizas) descritos como de mártires 

cristianos, el arzobispo organizó una Junta de Calificación 

que en 1600 declaró que eran reliquias auténticas del siglo I. 

Los textos de esas láminas relataban los orígenes cris-

tianos de Granada, remontándose al origen del cristianismo 

cuando el apóstol Santiago vino a España, al parecer acom-

pañado de tres discípulos de origen árabe: Cecilio, Hiscio 

y Tesifon. En los libros se cuenta que se alojaron en dichas 

cuevas durante 40 días y que ellos mismos escribieron algu-

nas láminas que escondieron allí. Además, en otro libro de 

plomo titulado: “La verdad del Evangelio”, se contaba que 

la Virgen María se lo había entregado a Santiago para que 

lo trajera a tierras hispánicas, narrando que según María los 

árabes son una nación virtuosa, cuya lengua ha sido elegida 

por Dios para propagar la ley de Moisés y el Evangelio. Por 

otro lado, se hacía alusión a la inmaculada concepción de 

María con la frase  “a María no la tocó el primer pecado”. 

Este libro convenció a los reyes Felipe II y Felipe III,  que 

como el arzobispo Castro se convirtieron en defensores a ul-

tranza del dogma de la virginidad de María, siendo este uno 

de los contenidos que más influencia tuvo fuera de Granada. 

Los falsificadores hicieron unos textos sincréticos entre cris-

tianismo e islam, de tal forma que los moriscos fueran bien 

vistos, pero no pudieron evitar que en 1609 la Corona espa-

ñola decretara otra expulsión de los moriscos.

La traducción de los libros plúmbeos, a pesar de lo increí-

Láminas de plomo del Sacromonte con inscripciones en árabe y estrella de David (fotografía: http://backdoorbroadcasting.net).

Las láminas de plomo tienen unas 

inscripciones en un árabe arcaico 

para que pareciera una lengua árabe 

del siglo I.

background image

el esc

é

ptico

70

otoño-invierno 2012

ble de mucho de lo que se narraba, creó bastante polémica, 

ya que eran ambiguos y se prestaban a la predisposición a 

favor o en contra del que los traducía. Sin embargo, el jesuita 

de origen morisco Ignacio de las Casas y el humanista Pere 

de València, entre otros, argumentaron que eran falsificacio-

nes y avisaron tanto a la Corte como a la Inquisición, ya que 

las bases teológicas eran el Corán y otros textos islámicos. 

El padre Ignacio de las Casas comenzó siendo traductor y 

defensor de alguno de los libros, pero pronto pasó a ser crí-

tico con el contenido de los libros y finalmente acabó como 

denunciante ante lo más alto del poder político y eclesiás-

tico. El arzobispo Castro lo persiguió en vida y después lo 

estigmatizó falseando su biografía. En 1618 la Inquisición 

confiscó los documentos de Pere de València y la de otros 

miembros de su círculo y le prohibió criticar los libros plúm-

beos. Recientes estudios como la tesis doctoral de Miguel 

José Hagerty (1983) concluyen que el contenido de los libros 

plúmbeos es popular y presentado en forma de catecismo 

sin una profundización teológica, lo cual confirma su origen 

islámico-morisco.

LA CREACIÓN DE LA ABADÍA DEL SACROMONTE

El arzobispo de Granada Pedro de Castro optó por con-

siderarlos auténticos y dedicó todo su poder a defenderlos y 

conservarlos. Utilizó los libros para apoyar sus actividades 

contrarreformistas radicalizando su posición católica. Resul-

tó así una paradoja, dado que el arzobispo hacía lo contrario 

de lo que los libros sugerían, paradoja de la cual parece que 

era consciente. Asimismo, fomentó el culto a las supuestas 

reliquias de mártires de los inicios del cristianismo, que la 

religiosidad de aquella época consideraba de un gran valor. 

Aprovechó el fervor popular para fundar la abadía, rehacer 

las cuevas y hacer un camino penitencial hasta el Sacromonte.

En 1600 comenzó la construcción de la colegiata, consti-

tuida por la iglesia y edificios adyacentes. Se estableció una 

fundación para la abadía, cuyo patrón era el rey de España, 

con un abad y 20 canónigos. Como en los libros aparecía la 

estrella de seis puntas formada por dos triángulos, llamada 

estrella de David o sello de Salomón, se adoptó como es-

cudo de la abadía. Hasta finales del siglo XIX se continuó 

construyendo, dando lugar a un gran complejo constituido 

por la colegiata, la abadía y el seminario. Aquí se fundó uno 

de los primeros colegios privados de Europa, que funcionó 

como la primera universidad privada de España, en la que 

se estudiaba derecho, filosofía y teología. El Real Insigne y 

Pontificio Colegio del Sacromonte pasó a ser solo colegio de 

secundaria desde principios del siglo XX hasta 1976 en que 

se cerró definitivamente.

Las cuevas se consideraron santas y también se les llama 

catacumbas. En la galería que hace de pasillo hay un hor-

no donde supuestamente los mártires fueron quemados y se 

cerro con unas rejas. En las partes más anchas de las cue-

vas se hicieron varias capillas con una cúpula, que sobresale 

del terrero y se rodearon por un muro con almenas, que fue 

construido en 1598. En las capillas hay estatuas, crucifijos, 

altares y otros adornos. En una de las capillas se supone que 

el apóstol Santiago celebró la primera misa en España y se 

dice que aquí se le apareció la virgen por primera vez y no en 

Zaragoza. En otra capilla hay una gran piedra que supuesta-

mente otorga la gracia de casarse dentro de ese mismo año a 

la mujer que la bese.

A lo largo del camino de subida al Sacromonte se erigie-

ron cientos de cruces, de las cuales aún quedan cuatro de 

gran tamaño. Las cruces se comenzaron a erigir durante el 

mandato del arzobispo Castro, en el año 1633 los francisca-

nos organizaron un vía crucis que terminaba en una pequeña 

capilla dedicada al Santo Sepulcro, situada en la parte baja 

del Sacromonte. Así, se convirtió en un camino de peniten-

cia y peregrinación, los creyentes oraban hasta el éxtasis, lo 

cual dio lugar a supuestos milagros y subjetivas curaciones 

de los más crédulos.

Las reliquias de los supuestos santos mártires se guardan 

en el retablo del altar mayor de la iglesia de la abadía, en ur-

nas justo debajo de sus estatuas, a la izquierda San Hiscio y 

a la derecha San Cecilio, y más abajo hay otros relicarios con 

más cenizas de los mártires. El día 1 de febrero se celebra el 

día de San Cecilio, que desde que aparecieron los libros fue 

nombrado patrono de Granada, sustituyendo a San Gregorio 

de Ilíberis, también llamado San Gregorio Bético, que era 

el patrón desde la reconquista de Granada. La veneración y 

exposición de estas reliquias en vitrinas generó cuantiosos 

donativos. Los días próximos a la festividad de San Cecilio 

se exponen al público las reliquias y el domingo más cercano 

se organiza una romería a la abadía, que se convirtió así en 

un lugar de culto y peregrinación. En la capilla de la abadía 

también se venera el Cristo del Consuelo, siendo la sede de 

la cofradía que organiza la conocida procesión del Cristo de 

los Gitanos.

Las  falsificaciones  del  Sacromonte 

han continuado defendiéndose hasta

la actualidad por  casi todos los aba-

des y canónigos, a pesar de la con-

dena del Papa.

Algunos  de  los  libros  plúmbeos  y  documentación  asociada  que  están

expuestos en el museo del Sacromonte (Foto: archivo).

background image

el esc

é

ptico

71

otoño-invierno 2012

DECLARADOS FALSOS POR EL PAPA

El arzobispo Castro fue el más decidido defensor de los li-

bros plúmbeos, pero el Vaticano sospechaba que eran falsos, 

intentaba que no fueran traducidos ni estudiados en España 

y los reclamaba. Desde la corte española también los recla-

maban, pero el arzobispo logró mantenerlos durante bastan-

te tiempo en Granada. El arzobispo Castro fue trasladado a 

Sevilla durante los últimos años de su vida, para evitar que 

continuara fomentando el asunto, ya que los libros desperta-

ban sospechas entre la jerarquía católica, y murió en 1623. 

Antes de morir le concedió una licencia para estudiar los li-

bros a Adán de Centurión, Marqués de Estepa, que logró la 

traducción al latín y al castellano por un equipo de moriscos, 

para probar la autenticidad de los libros y pasó a la historia 

como uno de los grandes partidarios.

La monarquía se interesó mucho por los libros plúmbeos, 

consiguiendo que fueran llevados a la Nunciatura de Madrid 

por orden de Felipe III. Así en 1631 se sacaron de la iglesia 

de la abadía, a pesar de que los canónigos se negaron a entre-

gar la cuarta llave, que a ellos les correspondía y el depósito 

tuvo que ser forzado. Varios años después, el papa Urbano 

VIII amenazó de excomunión a Felipe IV y así logró que 

fueran enviados al Vaticano en 1642. Allí fueron examinados 

por especialistas, se terminaron de traducir al latín en 1665 y 

fueron finalmente declarados falsos por el papa Inocencio XI 

en 1682, tanto los libros plúmbeos como el pergamino de la 

torre Turpiana. Entonces fueron guardados y olvidados en el 

archivo secreto del Vaticano, pero en el ámbito de la abadía 

del Sacromonte se continuaron publicando artículos y libros, 

tratando de justificar el engaño y defendiendo la autenticidad 

de las reliquias de los supuestos mártires. 

OTRO FRAUDE DE LIBROS PLUMBEOS

Otro fraude con libros plúmbeos se produjo siglo y medio 

después de que aparecieran los del Sacromonte y ambos han 

sido muy bien investigados por el catedrático de la Univer-

sidad de Granada, Manuel Barrios Aguilera , que en 2011 ha 

publicado un excelente libro de síntesis titulado La invención 

de los libros plúmbeos. Fraude, historia y mito. A mediados 

del siglo XVII, el clérigo Juan de Flores, había consegui-

do permiso para excavar en la Alcazaba Vieja del Albaicín, 

donde habían aparecido restos romanos. En 1754 empezaron 

a encontrar una serie de falsificaciones, tales como piedras 

con inscripciones latinas y otros muchos objetos. Entre es-

tos destacaban unas láminas de plomo semejantes a las del 

Sacromonte, donde se hacía alusión a San Cecilio y a sus 

discípulos, a la Santísima Trinidad, a la Inmaculada Concep-

ción, etcétera. Pero lo más curioso es que hacían referencia 

directa a los libros plúmbeos del Sacromonte, apoyando y 

justificando las invenciones de 1588 a 1599.

Los hallazgos fraudulentos continuaron hasta 1763, 

coincidiendo con la muerte del canónigo presidente del Sa-

cromonte, Luis Francisco de Viana, que había entregado a 

Flores: “memorias antiguas, diseños, caracteres e interpreta-

ciones de las láminas árabes del Sacromonte proscritas por 

el señor Inocencio XI”, animándole a ejecutar las falsifica-

ciones. Flores tenía un equipo de artesanos que escribían en 

diversos materiales las leyendas que él inventaba, así fabri-

caron láminas de plomo con escrituras de caracteres como 

los del Sacromonte, que envejecían artificialmente y enterra-

ban para hallarlas durante las excavaciones.

El fraude fue denunciado por uno de los escribientes, Lo-

renzo Marín, que había participado en las falsificaciones y 

que al parecer tenía muchos remordimientos de conciencia. 

Entonces se detuvo a Juan de Flores y otros sospechosos, 

y se organizó un largo juicio del que se dictó sentencia en 

1777. Los falsificadores fueron condenados a varios años de 

reclusión en instituciones eclesiásticas y después las penas 

se redujeron a la mitad. Se ordenó la destrucción y quema 

pública de los objetos hallados y se selló el sitio de las ex-

cavaciones. Uno de los condenados fue Cristóbal de Medina 

Conde, que era de ascendencia Expósito y con indicios de 

ser hijo del canónigo Viana. Otro de los condenados fue un 

antiguo colegial del Sacromonte, Juan Velázquez de Eche-

verría, acérrimo defensor de todos los libros plúmbeos, que 

era amigo y colaborador de Medina Conde. Otros probables 

cómplices, que no fueron condenados, eran los canónigos 

del Sacromonte, Joseph Miguel Moreno y Juan de Aragón, 

que al no poder defender las falsificaciones de la Alcazaba 

recién condenadas, se distinguieron por defender y no que-

rer  admitir  las  falsificaciones  moriscas  condenadas  por  el 

Durante una reorganización del ar-

chivo secreto del Vaticano aparecie-

ron los libros plúmbeos, y se decidió 

devolverlos al arzobispado de Grana-

da en el año 2000.

Relicarios bajo las estatuas en el retablo de la abadía del Sacromonte, a la 

derecha el patrón de Granada San Cecilio (fotografía: J. J. Frías).

background image

el esc

é

ptico

72

otoño-invierno 2012

papa  Inocencio  XI.  En  definitiva,  los  autores  intelectuales 

del fraude fueron un grupo de canónigos del Sacromonte, 

liderados por Viana y el ejecutor fue el clérigo Flores.

COLEGIO DEL SACROMONTE Y MUSEO ACTUAL

Las falsificaciones del Sacromonte han continuado defen-

diéndose hasta la actualidad, con más o menos intensidad, de 

una forma u otra, por  casi todos los abades y canónigos, a 

pesar de la condena del Papa. Algunas anécdotas personales 

ilustran sobre el tipo de religiosidad que aún permanecía a 

mediados del siglo XX, después de casi cuatro siglos des-

de que se fundó la abadía. Desde comienzos del siglo XX 

los canónigos de la abadía tenían un colegio de enseñanza 

secundaria,  llamado  Real  Insigne  y  Pontificio  Colegio  del 

Sacromonte, donde estudié todo el bachillerato y el curso 

preuniversitario. En octubre de 1960, a la edad de 10 años, 

ingresé interno en el colegio para iniciar el bachillerato. El 

primer curso nos daba clase de Lengua y Literatura un canó-

nigo, Antonio Amposta, que era partidario de “la letra con 

sangre entra”, nos  ponía de pie en un corro, se situaba en 

medio y por cada tiempo de verbo que no sabíamos nos daba 

6 tortazos. Otro canónigo, Manuel Parra, tenía un “sobrino” 

que fue compañero y amigo mío durante el resto del bachi-

llerato, sabíamos que era su hijo porque vivía con él en la 

abadía, se apellidaba Expósito y las “andanzas” del canónigo 

eran comentadas en el barrio. 

En 1962 los canónigos alquilaron el colegio a un grupo de 

profesores seglares, ellos continuaron viviendo en la abadía 

y solo daban clase de religión. El más joven de los canóni-

gos, Antonio Díaz de Federico, nos suspendió la asignatura 

de religión en junio a 22 de un curso de 30 alumnos. Era uno 

de los más duros, pero sin duda el más inteligente, ya que 

a los pocos años abandonó el sacerdocio y estudió ciencias 

geológicas. Acabamos siendo compañeros cuando hacíamos 

la tesis doctoral en la Universidad de Granada, se casó con 

una profesora de Petrología, llegó a profesor titular y se ha 

jubilado hace pocos años. El colegio del Sacromonte en mu-

chos aspectos parecía un seminario, cuando ingresé ya no se 

utilizaba el uniforme tipo sotana, pero había misas, rosarios, 

ángelus, vía crucis, sabatinas, ejercicios espirituales, confe-

rencias de misioneros, etcétera. Estas actividades eran obli-

gatorias, aunque la presión se relajó bastante cuando el cole-

gio lo comenzaron a dirigir el grupo de profesores seglares.

Los canónigos aún interpretaban la Biblia literalmente 

y me costaba imaginar cómo podían caber tantos animales 

en el arca de Noé; así como una serie de dogmas como el 

de la Inmaculada Concepción, que estaba muy presente en 

cuadros, estatuas e incluso en un monumento junto a las cue-

vas. Nunca se nos habló de todo este asunto de los libros 

plúmbeos, pero si sobre las reliquias de San Cecilio y de su 

martirio en las catacumbas que visitábamos el día del patrón 

de Granada y cuando hacíamos ejercicios espirituales.

El abad en aquellos años era Zótico Royo Campos, que 

no impartía clases y estaba casi siempre recluido en su habi-

tación. Desde el patio exterior los alumnos gritábamos: Don 

Zótico,  Don  Zótico,  Don  Zótico…,  entonces  se  asomaba 

al balcón y nos echaba una estampita, que luchábamos por 

coger. Ahora he sabido que estaba concentrado escribiendo 

múltiples artículos y libros, al haber encontrado referencias 

de al menos 5 libros publicados entre 1951 y 1968. Sus es-

critos  defienden  apologéticamente  los  libros  plúmbeos,  la 

vida de Pedro de Castro, de San Cecilio y de los abades del 

Sacromonte. Los canónigos y abades recientes, en especial 

José Martín Palma y Juan Sánchez Ocaña, han insistido en 

lo que llaman el bucle metahistórico, artificio consistente en 

aceptar el engaño de los libros plúmbeos como un mito po-

sitivo, tratando de defender así la “dignidad y los valores 

sacromontanos”. El colegio se cerró en 1976 y en septiembre 

de 2000 un incendio destruyó parte del colegio nuevo.  La 

abadía continúa abierta y en la actualidad hay siete canóni-

gos eméritos y seis nuevos.

Finalmente, durante una reorganización del archivo secre-

to del Vaticano aparecieron los libros plúmbeos y el entonces 

cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, decidió devol-

verlos  al  arzobispado  de  Granada  en  el  año  2000,  cuando 

era arzobispo el actual cardenal Cañizares. En el año 2010 

se inauguró el renovado museo de la abadía del Sacromonte 

y desde entonces se exponían cuatro ejemplares junto con la 

documentación de su traslado al Vaticano. La restauración ha 

sido pagada por la Junta de Andalucía y por el Ayuntamiento 

Este fraude es uno más de las mu-

chas falsificaciones de reliquias, de 

la invención de milagros y de la exa-

geración o invención de biografías de 

los santos de la Iglesia Católica.

Izquierda: Falsas reliquias ofrecidas por el arzobispo para ser besadas por el alcalde de Granada en 2011 (fotografía: http://accionliturgica.blogspot.com.es).

Derecha: Edificios que constituyen la abadía del Sacromonte, en el borde derecho se observa parte de las catacumbas (fotografía: http://ca.wikipedia.org).

background image

el esc

é

ptico

73

otoño-invierno 2012

de Granada, es decir con parte de los impuestos de los anda-

luces y de los granadinos, la mayoría de los cuales ignoran o 

no creen en estas falsificaciones. 

El museo y la iglesia de la abadía del Sacromonte se 

puede visitar pagando, la guía explica que los libros son un 

engaño que inventaron un grupo de moriscos para evitar su 

expulsión. Sin embargo, en las vitrinas se exponen unas co-

pias de solo algunos libros y aparecen calificados como “la 

polémica de los libros plúmbeos”. La guía se excusa de que 

lo que se expone sean solo algunas copias, afirmando que 

el lugar es muy húmedo y se estaban estropeando. La guía 

explica que no se ha hecho datación arqueológica alguna so-

bre las reliquias, pero que son las verdaderas de los santos 

mártires. Estas falsas reliquias del patrón San Cecilio y otros 

supuestos mártires, todavía se veneran en el retablo sobre 

el altar de la iglesia de la abadía del Sacromonte. Los días 

próximos a la festividad de San Cecilio, como hemos podido 

comprobar este año 2012, se enseñan al público abriendo las 

puertas de los relicarios e incluso exponiendo uno de ellos 

para ser besado. 

CONCLUSIONES

 

Desde  que  los  libros  plúmbeos  fueron  devueltos  por  el 

Vaticano, se han intensificado las investigaciones y los datos 

son muy concluyentes: tanto los libros plúmbeos como las 

reliquias descritas en ellos son un gran fraude. Según lo ante-

riormente expuesto y en palabras de Barrios Aguilera (2011), 

que sintetiza muy bien las conclusiones de estos imparciales 

investigadores, las reliquias también son falsas, ya que los 

libros “fueron escritos en función de las reliquias y las reli-

quias fueron puestas en función de los libros”.

Este fraude es uno más de las muchas falsificaciones de 

reliquias, de la invención de milagros y de la exageración 

o invención de biografías de los santos de la Iglesia Católi-

ca.  Todo esto se enmarca dentro del concepto teológico del 

“dolo pío”, en palabras menos crípticas se asemeja a lo que 

popularmente se llama “mentira piadosa”, lo cual ha sido 

utilizado estratégicamente por la jerarquía eclesiástica para 

mantener su poder e influencia en la sociedad.

En el caso de los libros y reliquias del Sacromonte, los 

últimos canónigos y abades han utilizado otro concepto aún 

más críptico, denominado el “bucle metahistórico”, consis-

tente en aceptar por primera vez que existió el fraude, que 

se ha convertido en un mito, pero que este mito es positivo. 

Con esta estrategia se pretende minimizar el fraude, conside-

rándolo “un mito revelador de una verdad más profunda que 

la misma verdad histórica”. Así tratan de justificar la fe y el 

espíritu sacromontano, intentando mantener una impostura 

que ya dura más de cuatro siglos.

En consecuencia, las autoridades de Granada no deberían 

seguir subvencionando la abadía y deberían cerrarla definiti-

vamente. El actual arzobispo de Granada, el polémico Fran-

cisco Javier Martínez (véanse sus sensacionales declaracio-

nes en Internet), debería pedir perdón al pueblo de Granada 

por el engaño a que todavía está sometido, informando a sus 

fieles de que las reliquias del patrón de Granada San Cecilio 

son tan falsas como los libros plúmbeos.

AGRADECIMIENTOS

Se agradece a los profesores Jorge J. Frías y a Juan Antonio 

Aguilera por las informaciones sobre el estado actual, por las fotos 

de la iglesia y por sus interesantes sugerencias. Además, se agra-

dece a la historiadora Antonia de Oñate, al doctor Luis Góngora y al 

periodista Miguel Bayón por las revisiones que han permitido mejo-

rar el artículo.