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arece mentira, pero ya han transcurrido quince años
desde que salió el primer número de la revista El Es-
céptico. Nos ha costado un esfuerzo tremendo, pero
aquí seguimos.
Estoy convencido de que los que no están implicados en
su elaboración no se hacen una idea del enorme trabajo que
representa sacar cada tres o cuatro meses una revista como
la que tienes en tus manos.
Antes de El Escéptico hubo otros boletines y revistillas,
pero tanto su formato, como su impresión y su contenido
eran muy diferentes. Digamos que empezamos con fotoco-
pias grapadas manualmente, que después fueron fotocopias
grapadas a máquina y posteriormente se hizo un boletín a
imprenta...
Hace quince años, Luis Alfonso Gámez, hizo la propuesta
de hacer una revista diferente. Diferente en su impresión y
diferente en su contenido. La mayor diferencia sería esto
último. En los anteriores boletines, las noticias que se daban
eran para iniciados y nos mirábamos mucho el ombligo. La
nueva revista pretendía ser más divulgativa, mirarse menos
el ombligo y que pudiera servir para gentes ajenas a nues-
tra comunidad. Debería ser nuestra carta de presentación:
«Mira, esto es lo que hacemos».
En honor a la verdad, a mí no me gustó mucho la idea;
incluso presenté una cierta oposición. La razón de mi reti-
cencia era el enorme trabajo que iba a suponer. Muchos de
nuestros socios se habían quemado con los sencillos bole-
tines que precedieron a El Escéptico, pues el trabajo que
da es enorme y poco agradecido. El responsable del boletín
siempre recibía críticas. Críticas por la elección de noticias,
por el tratamiento de las mismas, por el lenguaje utilizado
y críticas por el «maquetado». Estas últimas críticas a mí
me sacaban un poco de quicio. Me daba la impresión de
que muchos socios pensaban que lo importante no eran los
contenidos sino la forma de maquetar, lo que para mí era
absolutamente secundario. En una reunión puse el ejemplo
de Science. Maqueta más sobria me parece imposible y eso
no quita que sea una de las revistas científicas más impor-
tantes del mundo.
Poco a poco, y con el esfuerzo de muchas personas que no
me atrevo a nombrar por miedo a olvidarme de alguno, la
revista se fue consolidando. Y aquel proyecto en el que yo
no creía inicialmente fue constituyéndose en nuestra carta
de presentación. De hecho, cada vez que iba a hablar con
el rector de una universidad o el decano de una facultad le
dejaba unos cuantos ejemplares de El Escéptico, pues me
sentía orgulloso de ellos. Habré visitado aproximadamente
unas sesenta universidades en España y unas veinte en el
extranjero. Entregué ejemplares de El Escéptico en la Fa-
cultad de Físicas de Montevideo, en la Universidad Nacio-
nal de México, en la Universidad de Río Piedras en Puerto
Rico, en el Observatorio de Arecibo, en la Universidad de
Medellín,... y en todas partes me sentí orgulloso de nuestro
trabajo.
Quince Años de El Escéptico
Félix Ares
La revista que tienes en tu mano acaba de cumplir quince años
D
e oca a oca
Portada del nº 1 de El Escéptico, de1998
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No en todas partes fue bien recibida. Por ejemplo, un fa-
moso Premio Príncipe de Asturias se negó a ser socio tras
leer varios ejemplares, por la razón de que defendíamos de-
masiado la evolución, que se nos veía un «plumero ateo».
En fin, yo creía que no era así, pero cada cual tiene su per-
cepción.
En estos quince años he notado un cambio tremendamen-
te positivo. Hace quince años, ir a un rector y decirle que
defendíamos el espíritu crítico y que por eso no tragábamos
con ciertas ruedas de molino paranormales, hacía que nos
mirasen como a unos bichos raros. Hoy en muchas univer-
sidades hay cursos de escepticismo y el discurso anti-para-
normal es bastante común en todos los ámbitos académicos.
Eso no significa que haya desaparecido «el lado oscuro».
También hay universidades que dan cursos de homeopatia,
de acupuntura o de astrología... y hay cursos de verano so-
bre los males de las antenas de los móviles; pero ahora el
discurso anti-paranormal no es extraño. Ahora está en el
pensamiento normal de las universidades. Nos hemos con-
vertido en «normalitos». Y esa era nuestra meta.
Algo parecido podemos decir de los medios de comunica-
ción. Hace años, cuando íbamos defendiendo la racionalidad
nos ponían entre los chiflados. Ahora nuestra opinión es una
más. Ahora no somos exóticos. Y hay medios de comunica-
ción que piden nuestra opinión sobre muchos temas, desde
el bosón de Higgs hasta qué opinamos del Premio Prńcipe
de Asturias a los laboratorios Max Planck. Ahora somos una
corriente de pensamiento, quizá minoritaria pero bastante
estándar y normalita. E insisto en que ¡esa era nuestra meta!
Los temas en los que nos interesamos han cambiado para
bien. En los primeros números hablábamos de ovnis y de
parapsicología y éramos los raros. Hoy podemos constatar
que los que creen en abducciones y cosas similares son los
raros. Hoy, no creer en marcianitos verdes que nos abducen
es lo normal. Creer es lo raro. Lo contrario que hace quince
años. Pero hay nuevos temas de lucha: homeopatía –cuyo
crecimiento no entiendo–, acupuntura, pulseritas equilibra-
doras mágicas, o la manía por usar mal los términos «natu-
ral» y «químico». Seguimos teniendo un campo inmenso,
pero los temas son otros.
A lo largo de estos quince años, la revista ha quemado a
muchas personas. Es un trabajo duro e ingrato. Este hecho
es el que más me duele. Me duele que las personas que se
comprometen con la revista terminen hartos y quemados y,
lamentablemente, muchas veces, alejados de nosotros. In-
cluso he perdido muy buenos amigos. Eso duele inmensa-
mente. De verdad que es un trabajo muy duro. Os pido com-
prensión para ellos y vuestra colaboración. Todos tenemos
algo que decir. Si os asusta la redacción, no os preocupéis
de ello. Nuestro equipo de redacción es capaz de reescribir
magníficamente bien cualquier cosa.
Mirando hacia atrás, no me queda más remedio que ale-
grarme de que no me hicieran caso. De que mi visión pesi-
mista de la revista no ganase y que este proyecto magnífico
haya salido adelante. Hace tiempo que he dejado de visitar
universidades –la última fue en julio en la Universidad Mi-
guel Hernández en el campus de Orihuela– pero no os quepa
la menor duda de que la próxima visita será con un puñado
de ejemplares de El Escéptico, del que me sentiré muy or-
gulloso.
Gracias a todos –que son muchos– los que lo han hecho
posible.