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avier Armentia y Serafín Senosiáin han concebido la
colección ¡Vaya timo! como un intento por refutar al-
gunas de las creencias irracionales más comunes. En
general, estas creencias son aceptadas por personas que no
han tenido un alto nivel de educación. Algunas creen, por
ejemplo, que la posición de los astros en el momento de
nacer determina los acontecimientos del resto de sus vi-
das. Otras creen que la aplicación en cantidades diluidas de
sustancias que generan males sirve para combatirlos. Otras
creen que Dios creó el universo hace apenas 6.000 años,
que la posición de los muebles en el hogar afecta a la buena
fortuna, etc.
Por regla general, quien haya terminado alguna carrera
universitaria y tenga un mínimo de sentido común sabe que
todas esas creencias son timos. También, por regla general,
quienes difunden timos como la astrología, el feng shui o el
creacionismo son personas ajenas al mundo universitario.
Es muy triste observar que en las librerías hay más libros
de astrología que de astronomía, pero al menos tenemos el
consuelo de que en otras hay muchos libros sobre ciencia y
filosofía y pocos sobre creencias irracionales.
No obstante, el posmodernismo es una excepción, y por
ello un caso sui generis entre los temas de la colección
¡Vaya timo! Los defensores del posmodernismo tienen tí-
tulos universitarios. La mayoría de ellos son profesores en
las mejores universidades del mundo (debe reconocerse
que, por fortuna, dos de las mejores, Oxford y Cambrid-
ge, en Inglaterra, son muy reacias a aceptar a defensores
del posmodernismo entre su profesorado). Escriben en los
diarios de mayor circulación mundial, son entrevistados
por las personalidades más famosas de la televisión, y los
gobiernos les piden a menudo opiniones y consejos sobre
asuntos militares, económicos, políticos y culturales. Natu-
ralmente, aunque en las librerías universitarias no hay casi,
afortunadamente, libros que promuevan el creacionismo o
la homeopatía, en esas mismas librerías hay multitud de
libros que promueven el posmodernismo, e incluso ocupan
los estantes privilegiados.
El posmodernismo goza de prestigio dentro y fuera de
la universidad. Los defensores del posmodernismo tienen
algo que atrae, y no es precisamente la claridad y profun-
didad de sus ideas. Se trata más bien de una especie de
sex appeal que genera seguidores de todo tipo. Son, por así
decirlo, estrellas de rock en el mundo académico. Los jó-
venes estudiantes desearían ser como ellos. Muchos llevan
el pelo largo, fuman en pipa, utilizan trajes exóticos; en fin,
parecen preocuparse por su imagen. En esto se asemejan
mucho más a los artistas que a los profesores universitarios
convencionales.
Es sabido que muchas estrellas de rock prosperan no pro-
piamente por su música sino por el aparato publicitario que
acompaña a sus presentaciones. La vestimenta, el juego de
luces en el escenario, las hermosas mujeres que los acom-
pañan, etc., todo forma parte de las estrategias de las que se
valen para conseguir público, aunque muchos canten desa-
finados. Pues bien, algo similar ocurre con los defensores
del posmodernismo. Muchos de ellos prosperan no propia-
mente por el contenido de sus ideas sino por el barniz de
imagen que los acompaña.
Aulo Gelio, un escritor romano del siglo II, dijo al con-
Introducción a El posmodernismo ¡vaya timo!
¿Qué diablos es el
posmodernismo
?
Gabriel Andrade
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templar a un charlatán que se hacía pasar por filósofo: “Veo
la barba y el manto, pero no veo al filósofo”. Haríamos bien
en recordar esta frase cuando estemos en presencia de per-
sonas que defienden el posmodernismo. Estas vacas sagra-
das llevan todo el ropaje de la actividad filosófica, e incluso
hablan de forma parecida a los personajes que han dicho
cosas importantes en la historia. Pero no pasan de ser meros
charlatanes. Su gran preocupación consiste en decir cosas
que generen una moda intelectual, independientemente de
si son verdaderas o siquiera coherentes. Lamentablemente,
han logrado su cometido. Por ello, habría que ubicarlos jun-
to a Christian Dior o Gianni Versace, no junto a Aristóteles
o Einstein.
Pero, ¿qué defienden esas personas? ¿Qué diablos es el
posmodernismo? Como es sabido, el prefijo post (o pos)
significa después. De esa manera, posguerra es el período
que sigue a una guerra, postoperatorio es el período que
sigue a una operación, y así sucesivamente. Pues bien,
posmodernismo o postmodernismo vendría a ser el movi-
miento surgido después del modernismo. Pero en cuestio-
nes filosóficas se suele postular que, cuando un movimiento
sigue a otro, también suprime al anterior. Así, el posmoder-
nismo no es solo el movimiento que sigue al modernismo
sino también el que lo suprime.
MODERNISMO Y MODERNIDAD
El modernismo es, a grandes rasgos, la mentalidad colec-
tiva que vino a imperar en la civilización occidental a partir
de, más o menos, el siglo XVII. Esta mentalidad estuvo
caracterizada por una creciente valoración y predominio de
la racionalidad en todas las facetas de la vida. Cada vez
más, la gente empezó a emplear la racionalidad y a intere-
sarse por conocer la naturaleza y su funcionamiento. Así
fue como surgió el método científico. La ciencia empezó a
ofrecer resultados significativos, y, a partir de los conoci-
mientos cultivados por la ciencia, la civilización occidental
incrementó sus invenciones y el uso de la tecnología.
Igualmente, gracias a la ciencia y la tecnología, el hombre
pudo ejercer cada vez más un control mayor sobre la natu-
raleza, y las condiciones sanitarias mejoraron, aumentando
significativamente el nivel de vida. Esto vino acompaña-
do por otras transformaciones. Las ciudades empezaron a
crecer y los Estados se volvieron mucho más complejos.
Nació así la burocracia como medio para optimizar la or-
ganización y toma de decisiones. Las redes comerciales se
expandieron significativamente. La producción económica
se volvió mucho más eficiente, y esto trajo consigo el naci-
miento del capitalismo. Asimismo, las labores empezaron a
tecnificarse y especializarse para ser más eficientes y pro-
ductivas, y la sociedad comenzó a segmentarse en gremios.
Los historiadores suelen llamar a este período moderni-
dad. Aunque podemos estimar que sus inicios en Europa
se situaron en el siglo XVII, ha tardado algo más en llegar
a otras regiones del mundo. Habitualmente se denominan
tradicionales aquellas sociedades a las que aún no han lle-
gado las grandes transformaciones de la modernidad.
El modernismo suele entenderse como la doctrina o el
movimiento que defiende estas transformaciones. Por
ejemplo, un habitante del Londres actual es a todas luces un
moderno, pero no necesariamente un “modernista”. Quizás
ese londinense añora vivir en las condiciones de la Inglate-
rra feudal, a pesar de que trabaja en una fábrica, se benefi-
cia de la ciencia y emplea mucha tecnología avanzada.
De la misma manera, un campesino de Bangladesh está
lejos de ser propiamente un moderno. Pero quizá ese cam-
pesino defiende la necesidad de asumir el método científico,
la industrialización, la división del trabajo, etc. En ese caso,
sería un “modernista”. Así pues, modernidad es el momen-
El posmodernismo goza de
prestigio dentro y fuera de la
universidad. Sus defensores
tienen algo que atrae, y no
es precisamente la claridad y
profundidad de sus ideas. Se
trata más bien de una especie
de sex appeal que genera se-
guidores de todo tipo.
Busto atribuido a Aulo Gelio (foto: archivo)
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to histórico en que surgieron todas estas transformaciones
sociales; y modernismo es la defensa y valoración de esas
transformaciones.
Estos cambios sociales de la modernidad trajeron consi-
go grandes transformaciones en las artes. Los historiadores
del arte suelen afirmar que el arte moderno empezó con el
Renacimiento tardío, más o menos hacia el siglo XVI. Los
mismos criterios de racionalidad que se emplearon en la
ciencia, la política y la economía, se extendieron al arte.
Los pintores empezaron a dominar la técnica y lograron
desarrollar la perspectiva. Sus representaciones pictóricas
eran mucho más realistas y su concentración en el cuerpo
humano fue un corolario del interés científico por la ana-
tomía. La armonía, el equilibrio, la proporción y la textura
eran ahora criterios a seguir para generar emociones esté-
ticas.
Los arquitectos empezaron a edificar construcciones que
aprovechaban racionalmente los espacios. Cada espacio te-
nía una función que cumplir, y la distribución estaba regida
también por la proporción, el equilibrio y el orden. Los mú-
sicos buscaban acercarse a una perfección matemática en la
conjunción de armonía, melodía y ritmo.
La literatura tampoco escapó a esta tendencia. En las
sociedades tradicionales imperaban los cuentos sobre de-
monios, elfos, gigantes y hechizos. A partir de la moder-
nidad, la literatura está más concernida con asuntos reales
y, cuando hace referencia a gigantes y hechizos, lo hace
generalmente en son de burla, como en Don Quijote. Por
regla general, la literatura tradicional era pobre en técnica y
estilo: no se cultivaba el retrato profundo de los personajes,
la trama no estaba bien estructurada, etc. En la era moder-
na, la literatura se impregna de la técnica y la racionalidad
e incorpora tramas complejas, personajes con psicología
profunda, minuciosos detalles narrativos...
ARTES POSMODERNAS
En las artes vino también a imperar un modernismo, a
saber: la defensa de la aplicación de criterios de raciona-
lidad y técnica en la producción artística. En cierto sen-
tido, aunque el artista y el científico operaban en planos
distintos, ambos compartían una adhesión a la racionalidad
y un conjunto de reglas bien estructuradas que codifican el
desarrollo de la técnica.
Más adelante, en el seno de las artes hubo una reacción
contra este modernismo y se empezaron a desarrollar ten-
dencias que rechazaban el predominio de la racionalidad y
las reglas en la producción artística. Su justificación era que
el arte es, ante todo, expresión. Y en cuanto tal, la actividad
artística es libre. En consecuencia, no cabe aplicarle ningu-
na camisa de fuerza que imponga criterios. Los exponentes
de estas tendencias abrazaron, por así decirlo, una rebeldía
estética.
Allí donde la pintura moderna exigía perspectiva, pro-
porción y equilibrio, estos nuevos pintores buscaban de-
liberadamente violar estos esquemas. Así, por ejemplo, la
obra maestra de Picasso, Guernica, no es comprensible se-
gún los criterios técnicos del modernismo y puede parecer
más bien una pintura hecha por niños. Algunos pintores se
propusieron rechazar los criterios modernos, tratando in-
cluso de imitar el arte de las sociedades tradicionales ajenas
Detalle de “El Guernica”, de Pablo Picasso (foto: archivo)
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al mundo moderno. Gauguin, por ejemplo, se hizo célebre
por pintar a la manera de los polinesios, y Picasso, de nue-
vo, trató de pintar en su época en un estilo que recuerda a
las esculturas tradicionales africanas.
En la arquitectura hubo también una reacción. Ahora los
edificios podían incorporar espacios desperdiciados, e in-
cluso administrar elementos que podían parecer sin equi-
librio ni proporción. Los músicos empezaron a explorar la
posibilidad de incorporar elementos populares que carecían
de la técnica de los compositores clásicos, e incluso mu-
chos se atrevieron a prescindir de la armonía y el ritmo para
incorporar sonidos que eran prácticamente ruido.
La literatura empezó a interesarse por las situaciones ab-
surdas y sin sentido. Allí donde un novelista típicamente
moderno, como Dostoyevski, retrataba situaciones creíbles
con gran rigor analítico, y empleaba una trama compleja
pero ordenada, muchos nuevos novelistas y dramaturgos
buscaron confundir al lector deliberadamente para así ge-
nerar nuevos efectos estéticos.
Todas estas tendencias artísticas, aunque heterogéneas
entre sí, fueron aglutinadas bajo el concepto de posmoder-
nismo. Estos artistas y críticos de arte se planteaban inau-
gurar una era en la que se dejara atrás la modernidad y el
modernismo, y éste fuera suplantado por un movimiento
que rechazara los criterios (a su juicio, demasiado rígidos)
de racionalidad y técnica en las artes.
Aunque algunos críticos estimaban que la buena obra de
arte es aquella que se halla inscrita en la racionalidad y la
técnica, podemos aceptar por ahora que el posmodernismo
en las artes ha resultado valioso. La reacción contra el cri-
terio estético modernista ha potenciado la creatividad de la
generación de artistas influidos por el posmodernismo. Las
grandes obras de Picasso no tienen un buen cultivo de la
perspectiva, y las novelas de Joyce rayan en lo desordena-
do y absurdo, pero podemos admitir que forman parte del
patrimonio artístico de la humanidad.
Por ello, es prudente aceptar que la reacción contra la
camisa de fuerza del modernismo en las artes ha resulta-
do positiva. Hasta ahí, todo bien. El problema surge, no
obstante, cuando se pretende llevar el posmodernismo más
allá de las fronteras del arte. La reacción contra las reglas y
los criterios establecidos nos ha ofrecido grandes obras de
arte en el siglo XX. Pero cuando este espíritu de rebeldía
posmoderna se extiende a otras esferas de la vida, sus con-
secuencias pueden ser graves.
Consideremos, por ejemplo, al gran pintor catalán Salva-
dor Dalí. Su obra pictórica merece todo tipo de elogios, y
con maestría técnica logró rebelarse contra las convencio-
nes artísticas de su época. La excentricidad artística de Dalí
lo acredita como uno de los grandes maestros de la pintura
del siglo XX. Pero cuando la excentricidad va más allá de
lo artístico, al punto de desafiar no solo las reglas estable-
cidas en el arte sino las más elementales normas para llevar
adelante una conversación fluida, empezamos a dudar de si
la excentricidad es loable en esferas no artísticas.
En una famosa entrevista con el periodista norteameri-
cano Mike Wallace, Dalí respondió con todo tipo de dis-
parates ininteligibles a las preguntas bien formuladas por
Wallace. Veamos una breve muestra:
“Wallace: Dígame, ¿qué cree que le ocurrirá a usted
La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí (foto: archivo)
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cuando muera?
Dalí: Yo no creo en mi muerte.
Wallace: ¿Usted no morirá?
Dalí: No, yo creo en la muerte general. Pero no en la
muerte de Dalí. Creo que mi muerte se ha vuelto imposible.
Wallace: ¿Teme usted a la muerte?
Dalí: Sí.
Wallace: ¿La muerte es bella pero, con todo, usted la
teme?
Dalí: Exactamente, porque Dalí es un hombre paradójico
y contradictorio.”
Una obra como La persistencia de la memoria merece
nuestro elogio, pero una entrevista en la que se responden
disparates e incoherencias es un bodrio. Esto es indicativo
de que quizá resulta loable rebelarse contra las reglas artís-
ticas, pero no contra las reglas de la racionalidad en esferas
que van más allá de lo artístico.
El hecho de que Dalí arremeta con disparates y sinsenti-
dos en una entrevista quizá no es tan grave si tenemos en
cuenta que se trata precisamente de un artista. Los proble-
mas empiezan a aparecer cuando los filósofos y científicos
pretenden emular a los artistas en su rebelión frente a la
racionalidad. No objetamos que alguien como Franz Kafka
apele al absurdo para lograr su objetivo. Pero tenemos ple-
na justificación para protestar de que un médico apele a un
procedimiento absurdo (como, por ejemplo, la homeopatía)
para intentar curar una enfermedad, o que un matemático
sostenga que la raíz cuadrada de -2 es igual al infinito.
MODERNISMO Y POSMODERNISMO
Así pues, en un inicio el posmodernismo empezó como
un movimiento en el seno de las artes, pero hoy es más bien
un movimiento vinculado a la filosofía y las ciencias. Aun-
que el término posmodernismo tiene un significado muy di-
fuso, podemos definirlo a grandes rasgos como la tendencia
a rechazar aquellos valores defendidos por el modernismo,
en especial el predominio de la racionalidad en todas las
esferas de nuestra vida. Como corolario, la posmodernidad
sería la étapa histórica en la cual el posmodernismo cobra
cada vez más prominencia.
El modernismo trató de ordenar el mundo en categorías
de pensamiento. Una de las grandes labores de la ciencia
moderna ha sido la taxonomía, a saber, el modo en que ha
clasificado todos los elementos del universo. El posmoder-
nismo rechaza el intento de ordenar el mundo y defiende
más bien la persistencia de lo caótico a la hora de exami-
narlo.
El modernismo defendió la primacía de la racionalidad.
El posmodernismo enaltece más bien la intuición, la emo-
ción e incluso la valoración de lo absurdo e irracional. En
el modernismo no hay cabida para chamanes y astrólogos
sino para médicos y astrónomos. En el posmodernismo se
intenta reivindicar el espíritu libre de chamanes y astrólo-
gos frente a un supuesto totalitarismo científico.
El modernismo deposita su confianza en la capacidad del
lenguaje para representar el mundo, e incluso recomienda
acercarse lo más posible a un lenguaje lógico-matemático
que se exprese claramente y no permita ambigüedades. El
posmodernismo estima que el lenguaje nunca podrá re-
presentar la realidad (solo intentar construirla); de hecho,
muchos posmodernos recomiendan el uso de un lenguaje
deliberadamente oscuro y confuso (no muy distinto de dis-
parates como los de Dalí).
El modernismo trata de descubrir el funcionamiento del
universo para así postular leyes científicas de alcance uni-
versal que nos permitan hacer predicciones y ejercer cierto
control sobre la naturaleza. El posmoderno rechaza rotun-
damente la categoría de lo universal e insiste en que ningu-
Franz Kafka (foto: Wikimedia Commons)
El modernismo es la men-
talidad colectiva que vino a
imperar en la civilización occi-
dental a partir del siglo XVII.
Esta mentalidad estuvo ca-
racterizada por una creciente
valoración y predominio de la
racionalidad en todas las fa-
cetas de la vida.
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na explicación puede tener pretensiones universales.
De hecho, según los mismos gurús del posmodernismo,
ése es el rasgo definitorio de este movimiento. Si bien las
palabras posmodernismo y posmodernidad fueron some-
ramente empleadas por diversos autores desde mediados
del siglo XX, fue el francés Jean François Lyotard quien
las puso de moda (desde entonces, casi todo en el posmo-
dernismo ha sido cuestión de moda). A juicio de Lyotard,
la modernidad se caracterizó por el predominio de los me-
tarrelatos (un término muy confuso, pero, como veremos,
los posmodernos no tienen el menor interés en evitar ser
confusos).
Estos metarrelatos son “discursos totalizantes” que pre-
tenden aplicarse universalmente. Lyotard pensaba que esos
metarrelatos se encuentran ahora en crisis y se ha plantea-
do la necesidad de optar por lo que él llama microrrelatos.
En otras palabras, en vez de ofrecer una explicación ge-
neral de, por ejemplo, la naturaleza de las hambrunas, es
más conveniente explicar cada hambruna por separado y
no asumir que podemos aglutinar bajo un mismo concepto
la hambruna de Etiopía en los años ochenta del siglo XX
con la hambruna de Irlanda a mediados del siglo XIX. Más
aún, los posmodernos han defendido con ahínco que nin-
gún discurso puede pretender un alcance universal, pues
todo discurso es producto de unas condiciones específicas
(en las cuales interactúan todo tipo de intereses y sesgos:
clase social, nacionalidad, etnicidad, etc.) que no pueden
extrapolarse a otros contextos.
Por tanto, es inútil y perjudicial buscar explicaciones uni-
versales de los fenómenos, pues la noción de universalidad
es afín a un gran sistema totalitario que pretende abarcarlo
todo. Conviene mucho más, según los posmodernos, con-
centrarse en la relevancia de lo local. Si Lyotard tiene ra-
zón, entonces la ley de la gravedad no es universal sino más
bien un invento totalizante de la ciencia. Quizá los posmo-
denos deberían lanzarse de un puente para corroborar si la
ley de la gravedad no es más que un metarrelato que no
puede pretender validez universal.
Desde entonces este discurso ha ganado cada vez más ad-
herentes en el mundo universitario y resuena en un amplio
sector de la izquierda en el plano político. Los posmoder-
nos resultan atractivos a los excluidos de siempre: negros,
inmigrantes, homosexuales, mujeres, obreros, discapaci-
tados, etc. Los posmodernos han hecho creer a estos ex-
cluidos que la racionalidad y la modernidad en general son
los responsables de haber creado la exclusión y coartado
la libertad con sus “discursos totalizantes” y rígidas reglas
de pensamiento. Los posmodernos son emblemáticamente
antisistema y ha resultado inevitable que los excluidos vean
en ellos unos aliados, sin detenerse realmente a considerar
si oponerse al predominio de la racionalidad y a cualquier
forma de sistema constituirá una mejora en sus condiciones
de vida.
EL POSMODERNISMO ES UN TIMO
Cada vez se suman más voces al posmodernismo. En este
libro argumentaré que estamos en la necesidad de rechazar
los cantos de sirena del posmodernismo, en buena medida
porque la abrumadora mayoría de las ideas que defienden
los posmodernistas son fraudulentas; en otras palabras,
el posmodernismo es un timo. Podemos criticar muchas
cosas a la modernidad pero nunca debemos abandonarla.
Podemos criticar los sistemas totalitarios pero no podemos
pretender escapar a toda forma de sistema. En el momento
en que dejamos de aplicar criterios de racionalidad y siste-
matización al mundo, nuestra felicidad se verá amenazada.
En el primer capítulo haré una breve reseña histórica
sobre el surgimiento de la izquierda, desde los socialistas
Es prudente aceptar que la
reacción contra la camisa de
fuerza del modernismo en las
artes ha resultado positiva.
Hasta ahí, todo bien. El pro-
blema surge cuando se pre-
tende llevar el posmodernis-
mo más allá de las fronteras
del arte.
Jean François Lyotard (foto: Bracha L. Ettinger, www.flickr.com/photos/)
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utópicos en el siglo XIX (Fourier, Saint-Simon, Proudhon,
etc.) hasta la izquierda contemporánea posmoderna (Fou-
cault, Derrida, etc.). Trataré de demostrar que la izquierda
clásica (incluido el propio Marx) se inscribió en la moder-
nidad pero que, debido a la era de descolonización posterior
a la Segunda Guerra Mundial y al mayo francés de 1968, un
sector de la izquierda empezó a asumir posturas contrarias
a la modernidad. Haré hincapié en que, afortunadamente,
queda aún un sector de la izquierda que rechaza el posmo-
dernismo y valora la modernidad, y que no es necesario ser
posmoderno para ser de izquierdas. De hecho, muchos iz-
quierdistas defienden que el socialismo exige una renuncia
a los disparates posmodernos.
En el capítulo 2 examinaré las reacciones en contra del
movimiento filosófico de la Ilustración a partir del siglo
XIX. Intentaré demostrar que, contrariamente a las apa-
riencias, los posmodernos tienen mucho en común con los
reaccionarios ultraconservadores de inicios del siglo XIX.
Defenderé el triunfo de la Ilustración y la obligación que
tenemos de no abandonar ese proyecto.
En el capítulo 3 someteré a escarnio el lenguaje tan os-
curo y disparatado que emplean los filósofos posmodernos,
así como su intención deliberada de no escribir con claridad
a fin de impresionar a gente que cree que los buenos filóso-
fos son aquellos a quien nadie entiende. También reseñaré
algunos sucesos bochornosos del mundo académico que
han surgido como consecuencia de estos disparates posmo-
dernos.
En el capítulo 4 atacaré la doctrina del relativismo, la
cual es ampliamente defendida por el posmodernismo.
Según ella, no existe algo que podamos llamar universal-
mente verdad sino que la distinción entre lo verdadero y lo
falso es solo relativa al contexto. Trataré de demostrar que
se trata de una doctrina contradictoria que atenta contra el
más elemental criterio de racionalidad.
En el capítulo 5 defenderé la ciencia de los ataques de los
posmodernos que pretenden equipararla en validez a disci-
plinas no científicas o que pretenden negar la validez de un
criterio de demarcación entre ciencia y pseudociencia. Tra-
taré de esbozar un criterio elemental para definir la ciencia.
Atacaré especialmente a Paul Feyerabend y su anarquismo
epistemológico (la idea de que no debe haber reglas en el
método científico y que, por tanto, todo vale) y reseñaré la
manera en que los posmodernos abren la puerta a sandeces
como el creacionismo, la homeopatía, el feng shui, etc.
En el capítulo 6 defenderé la universalidad de la moral y
los derechos humanos y atacaré el relativismo moral nor-
mativo (la doctrina según la cual cada cultura está en su
derecho de seguir su propio criterio moral), defendido por
muchos posmodernos. Señalaré casos como la ablación del
clítoris en África Oriental, el sistema de castas en la India,
el auge de regímenes y partidos teocráticos en el Islam, etc.,
como muestra de la necesidad de asumir una moral univer-
sal que no tenga contemplaciones por las particularidades
culturales que van en detrimento de la universalidad de la
idea del bien.
En el capítulo 7 defenderé la idea de que, aunque el co-
lonialismo occidental ha tenido consecuencias muy graves,
tuvo también sus méritos, pues fue el colonialismo (y la
llamada misión civilizatoria europea) el encargado de di-
fundir la racionalidad y la Ilustración en sociedades tribales
con costumbres premodernas similares a las de la Edad Me-
dia europea. Atacaré especialmente al posmoderno Edward
Said, quien consideraba que el conocimiento arqueológico,
histórico, lingüístico y geográfico sobre América, África y
Asia estuvo desvirtuado y obedeció a meros intereses de
explotación colonial.
En el capítulo 8 atacaré a los posmodernos que creen que
el hombre primitivo es más feliz que el civilizado y que
los avances de la ciencia y la tecnología son perjudiciales
para la humanidad. Reseñaré que muchas de las sociedades
supuestamente idílicas (como las de los aztecas, algunas
Quizá los posmodernos de-
berían lanzarse de un puente
para corroborar si la ley de la
gravedad no es más que un
metarrelato que no puede
pretender validez universal.
Paul Feyerabend
(foto: pkfeyerabend.org)
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tribus africanas o polinesias) tenían en realidad condiciones
de vida deplorables, y que la introducción de la ciencia y la
tecnología han constituido una gran mejora en las condicio-
nes de vida de la humanidad.
En el capítulo 9 señalaré que los posmodernos están ob-
sesionados con la idea de que ninguna teoría es fiable por-
que tras ella hay intereses de poder. Defenderé la postura de
que, si bien el poder es capaz de influir en la búsqueda de
la verdad objetiva, al final tenemos necesidad de confiar en
que es posible alcanzar la objetividad.
En el capítulo 10 trataré de la obsesión de muchos pos-
modernos con la preservación originaria de las culturas y el
combate a la transculturación. Denunciaré que esta manera
de razonar está en realidad muy cercana al esencialismo,
que fue en su época el principal inspirador del racismo
pseudocientífico. Apuntaré la ironía de que, en su combate
contra el racismo, los posmodernos terminan defendiendo
posiciones muy cercanas a las doctrinas racistas del siglo
XIX. También señalaré la manera en que el rechazo al uni-
versalismo de la Ilustración ha conducido a muchos posmo-
dernos a abrazar nacionalismos que tienen vinculación con
el pensamiento racial.
En el capítulo 11 denunciaré muchos de los disparates
defendidos por el feminismo de corte posmoderno. Empe-
zaré por admitir que, aunque muchas formas de feminismo
son loables y es legítimo plantear mayores niveles de igual-
dad entre hombres y mujeres, muchas feministas defienden
lamentablemente posturas irracionales como consecuencia
de la influencia posmoderna como, por ejemplo, que hubo
una época dorada de las amazonas y que la ciencia ha sido
un invento del macho para dominar a la hembra.
Quizá este libro sea un poco más difícil de leer que la
mayoría de los títulos de la colección ¡Vaya timo! Eso pro-
bablemente se deba al hecho de que los posmodernos se
han esforzado en hacer las cosas más complejas de lo que
realmente son. Pero, puesto que me he propuesto atacar el
oscurantismo de los posmodernos, me he sentido precisa-
mente en la obligación de intentar ofrecer los argumentos
de la forma más clara y sencilla posible.
El posmodernismo se ha convertido en una de las doctri-
nas filosóficas utilizadas como punta de lanza por quienes
defienden las pseudociencias y las creencias irracionales
ridiculizadas en otros títulos de esta colección. Es frecuente
que los defensores de la astrología, el psicoanálisis o la ho-
meopatía invoquen los nombres de gurús posmodernistas
como Feyerabend o Foucault para protestar contra la hege-
monía científica y proclamar así la legitimidad de las disci-
plinas y creencias irracionales. Por ello, no basta con atacar
las especificidades de cada timo. Es necesario atacar tam-
bién el bagaje pseudofilosófico en el cual se amparan estas
disciplinas y creencias absurdas. De eso trata este libro.