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e igual manera que el genoma determina la arqui-
tectura específica de un organismo ¿no existiría
algo equivalente para las entidades culturales, es
decir, las sociedades? Y así, sirviéndonos de la noción de
meme acuñada por Richard Dawkins, ¿no podría ser útil a
efectos teóricos reconocer el papel del memoma como fac-
tor decisivo en la definición de la identidad de las comuni-
dades humanas? Porque, si es así, nuestra sociedad, la que
ampara políticamente el Estado conocido como Reino de
España, tiene entre los memes que integran su memoma
el del desprecio por el conocimiento objetivo y el pensa-
miento racional, al tiempo que profesa un amor ciego por
las creencias -cuanto más irracionales, mejor- y por quienes
las sostienen con tozuda convicción, amparándose -como
observaba con fina ironía Fernando Savater ya hace años-
“en su básico derecho humano a sostener con pasión lo in-
verificable”
1
.
No nos parece la recién expuesta una hipótesis desca-
bellada si atendemos a hechos ciertamente contundentes,
más allá de las impresiones que cualquiera puede obtener
de la mera observación sociológica a la pata la llana. El
primero de los hechos que mencionaremos toma cuerpo en
este contexto tan sobado de la crisis económica, en el que
los achaques crónicos de nuestro país presentan aguda evi-
dencia. Porque mira que se puede detraer recursos públicos
de tanta carga onerosa para la hacienda del Estado, como,
pongamos por caso, ese ejército de capellanes ya sean cas-
trenses, ya sean de hospitales, que responden a necesidades
de colectivos las cuales no está obligado a sufragar el erario
público. Pero no: el patrio prócer prefiere -cargado como
está de razones… ideológicas- hacer menguar el ya exiguo
monto financiero dedicado a eso que llaman los modernos
I+D+i. Pues, claro, ¿para qué financiar observatorios astro-
nómicos que nos aproximen al conocimiento de las alturas
celestiales si eso ya nos lo garantiza nuestra privilegiada
relación con la Iglesia Católica, a la que sostenemos todos
los contribuyentes -creyentes o no creyentes- mediante una
cantidad fija que -ésta no- nunca mengua, sino que, muy al
contrario, no para de crecer con y sin crisis? Lo que cierta-
mente es congruente con la reforma educativa que inspira
la LOMCE, que responde a las siglas de ley orgánica para
la mejora de la calidad educativa; ya saben, la ley Wert. En
su diseño curricular esa asignatura común para todos los
alumnos de primero de bachillerato, fuesen de la modalidad
científica o de la de humanidades o ciencias sociales, que
llevaba por nombre “ciencias del mundo contemporáneo”,
que tenía la virtud de ofrecer a todos los estudiantes una
-aunque fuese somera- pátina de cultura científica (sí, la
ciencia también es cultura, no solo la literatura o la historia
o el arte), esa asignatura sin más desaparece. En un mundo
como el nuestro, en el que cada novedad científico-tecnoló-
gica exige del ciudadano que vive en un país democrático
un mínimo conocimiento que le capacite para juzgar acerca
de las decisiones que han de tomarse respecto de las posibi-
Piiisa
sembrando ciencia con escepticismo
José María Agüera Lorente
Licenciado en filosofía y en comunicación audiovisual
Catedrático de filosofía de enseñanza secundaria
Querría ver un mundo en el que la educación tendiese a la libertad mental en lugar de
encerrar la mente de la juventud en la rígida armadura del dogma, calculado para protegerla
durante toda su vida contra los dardos de la prueba imparcial. El mundo necesita mentes
y corazones abiertos y éstos no pueden derivarse de rígidos sistemas, ya sean viejos o
nuevos.
Bertrand Russell
*
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lidades que nos otorgan los logros en la investigación, que,
en muchos casos, plantea complejos problemas de orden
ético, social, económico; en un mundo así que es el actual,
nuestros gobernantes entienden que una asignatura como la
susodicha, dotada de tan solo tres horas semanales duran-
te un solo curso académico, es perfectamente prescindible.
Y en la misma línea, tampoco nuestros estudiantes de se-
gundo curso de bachillerato tienen por qué tener referencia
de la historia de ese pensamiento racional que ha parido
la ciencia, que ha conformado ideas sobre las que se han
fundamentado teorías políticas, éticas y económicas; así
que la historia de la filosofía se entiende así mismo que es
sacrificable. Ahora bien, lo que nadie parece cuestionar, al
menos en las esferas en las que hoy por hoy las leyes son
concebidas, es que la asignatura de religión (católica) debe
no solo permanecer intacta, sino que, además, ha de ser po-
tenciada con el reconocimiento que se merece a efectos de
su peso en las calificaciones académicas. El buen adoctri-
namiento vale tanto como el pensamiento racional; la fe
tanto como el conocimiento científico. De nuevo, ya lo vio
proféticamente claro Fernando Savater en un artículo pu-
blicado hace la friolera de diecinueve años (los memomas
no cambian de una década para otra), y en el que concluía:
“¿Le queda alguna esperanza de supervivencia a la filoso-
fía? Solo se me ocurre una. Como sabes, la religión sigue
en el plan de estudios, inamovible gracias al concordato
con la Santa Sede que la respalda. Habría pues que intentar
establecer un nuevo concordato, pero esta vez con Grecia,
a fin de conseguir la misma protección para la filosofía. Lo
malo es que, según parece, el ministro de Exteriores griego
se lleva fatal con Javier Solana -entonces ministro de exte-
riores español-. Nada, chico, que no hay solución”
2
.
No obstante, como en las historietas de Astérix –ya sa-
ben: el irreductible galo-, hay unos pocos que resisten en la
aldea (global y universal, eso sí) de la inteligencia, donde
Nuestra sociedad tiene entre
los memes que integran su
memoma el del desprecio por
el conocimiento objetivo y el
pensamiento racional, al tiem-
po que profesa un amor ciego
por las creencias.
Congreso Piiisa 2013 (foto: www.piiisa.es/)
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se trata de cultivar el conocimiento científico y el pensa-
miento racional a través del ejercicio del sano escepticis-
mo. Porque –como ya denunció muy certeramente la pe-
riodista Soledad Gallego-Díaz años ha- “es la razón la que
está contra las cuerdas”
3
.
Pues bien, en esa resistencia cabe encuadrar el proyecto
PIIISA en el que quien escribe estas líneas ha participado
modestamente como coordinador de uno de sus propues-
tas de investigación. PIIISA es la sigla compuesta por las
iniciales correspondientes a las palabras “Proyecto de Ini-
ciación a la Investigación e Innovación en Secundaria de
Andalucía”. Su congreso de clausura tuvo lugar el pasado
día 22 de mayo en el Aula Magna de la Facultad de Cien-
cias de la Universidad de Granada. Ha sido el segundo año
en el que se ha intentado atraer a los alumnos de tercero y
cuarto de ESO y primero de bachillerato de centros públi-
cos dependientes de la Consejería de Educación de la Junta
de Andalucía al fascinante mundo de la investigación cien-
tífica. De nuevo se les ha ofrecido la oportunidad de partici-
par en una variedad de proyectos de investigación dirigidos
por científicos de la Universidad de Granada, del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas y de profesores de
educación secundaria de toda la provincia de Granada. Este
año, además, se ha reconocido la importancia de PIIISA
como elemento potenciador del desarrollo científico y de
fomento de las vocaciones científicas por parte de entida-
des como la Fundación Española de la Ciencia y la Tecno-
logía (FECYT) o la Obra Social de la Caixa, las cuales han
contribuido a la financiación de esta última convocatoria, a
la que se dio inicio el pasado 22 de noviembre con la pre-
sentación de un total de cincuenta y ocho proyectos dirigi-
dos por ciento veinte científicos en los que han participado
560 estudiantes de 23 institutos de educación secundaria de
la provincia de Granada. A través de su trabajo a lo largo de
sucesivas sesiones, los jóvenes, dirigidos por sus investiga-
dores -en palabras del coordinador principal del proyecto,
el astrofísico Javier Cáceres- “no solo se han iniciado en
el mundo de la investigación científica, sino que también
han conocido de primera mano las instalaciones y equipa-
mientos con los que los científicos desarrollan su labor y
han comprendido la importancia de la ciencia como motor
del progreso de nuestra sociedad”. Se quiere demostrar de
este modo –y son palabras del doctor Cáceres de nuevo-
“que es posible introducir el concepto de la investigación
científica como un elemento clave del currículum de la en-
señanza secundaria desde edades tempranas, propuesta que
defienden nuevas tendencias como la denominada Natura-
leza de la Ciencia (Nature of Science) que conjuga aspectos
como la epistemología y la dimensión social de la ciencia
con la educación”. Son objetivos que coinciden con los
propósitos educativos apuntados por la Confederación de
Sociedades Científicas de España (COSCE) orientados a
renovar las enseñanzas de las ciencias, cambiando el cómo
y el qué se enseña, así como la forma de evaluarse
4
. Según
un reciente informe de la Academia de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales “el conocimiento científico no se puede
articular en forma de leyes o ecuaciones que se memorizan
en lugar de comprenderlas. Se debe conjugar la adquisi-
ción de saberes con las actividades propias de la actividad
científica (observación, pregunta, investigación, respuesta,
debate) desde edad temprana”
5
. Por esta razón, entre otras,
no es una realidad que vivamos en una sociedad en la que
predomine la mentalidad científica; más bien todo lo con-
trario
6
. Existe una escisión perniciosa entre el universo del
saber humanístico y los dominios del conocimiento cientí-
fico, uno de cuyos síntomas es esa artificial dicotomía aca-
démica entre letras y ciencias. Nada más intelectualmente
reaccionario si atendemos a las aportaciones más recientes
e inspiradoras provenientes de ambos ámbitos; y que res-
ponden a una demanda de un público culto al que apasio-
nan las preguntas clásicas de la filosofía a las que ahora
podemos enfrentarnos con mejor pertrecho gracias a las
preciosas aportaciones de las ciencias. Hay quien habla
de “un nuevo humanismo”, como Salvador Pániker: “un
nuevo humanismo debe poder enfrentarse con todos estos
temas desde un cierto conocimiento de causa. Un nuevo
humanismo debe recoger el arsenal de metáforas suminis-
trado por las ciencias duras. Un nuevo humanismo ya no
ha de ser tanto un humanismo clásico cuanto una nueva hi-
bridación entre ciencias y letras. En el bien entendido que,
desde siempre, la gravitación de la ciencia sobre la filosofía
ha sido crucial”
7
. Es una necesidad, como sostiene el filó-
sofo Jesús Mosterín: “necesitamos un nuevo humanismo a
la altura de nuestro tiempo, que haga uso de los tesoros de
la información que la ciencia nos proporciona y encare sin
prejuicios los problemas y retos actuales”
8
. Claro está: los
desafíos a los que se enfrenta la humanidad del siglo XXI
son grandiosos, exigiendo la máxima integración de nues-
tras capacidades intelectuales.
Pues bien, PIIISA es un conmovedor esfuerzo por sem-
brar la semilla del conocimiento científico, por contagiar a
las jóvenes generaciones con la lucidez que otorga el pen-
samiento racional. Y seguramente la semilla es vigorosa.
Eso me pareció cuando el pasado 22 de mayo veía en el
aula magna de la Facultad de Ciencias a aquellos adoles-
centes exponiendo sus trabajos, algunos de ellos expresán-
dose fluidamente en inglés; hablando sobre cuestiones de
antropología física, biogenética, botánica, astronomía, y
también derecho y economía; argumentando con exquisitez
lógica, apoyándose en evidencias empíricas cuidadosamen-
te recopiladas y rigurosamente pensadas. En ese momento,
Existe una escisión perniciosa
entre el universo del saber hu-
manístico y los dominios del
conocimiento científico, uno
de cuyos síntomas es esa arti-
ficial dicotomía académica en-
tre letras y ciencias
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por ese momento, sentí la tenue calidez de la felicidad de
quien comparte conocimiento con sus semejantes, en pie de
igualdad todos reunidos en la plaza común de la aldea (glo-
bal y universal, sí) de la inteligencia por obra y gracia de la
racionalidad humana. Tenue porque –ay, el escepticimo- no
podía dejar de preguntarme si esas semillas germinarían en
suelo fértil o, por el contrario, se agostarían enterradas en el
polvo estéril del dogmatismo ideológico, del oscurantismo
esclerotizante que cubre extensas áreas de este nuestro sue-
lo patrio, donde es más fácil fundar una cofradía de semana
santa o encontrar apoyos para salvar un equipo de fútbol,
que poner en marcha un proyecto de investigación o que
encontrar la solidaridad necesaria para conservar a nuestros
científicos y darles lo que necesitan para florecer.
Nuestros políticos lo saben, quienes deciden sobre el
presupuesto, ese dinero que es de todos, lo saben muy
bien. Y en esto la debilidad estructural de las democracias
se vuelve en nuestra contra; como están ciertos de que en
nuestra sociedad quienes nos preocupamos por el saber, por
la investigación científica, por dotarla de recursos dignos,
somos una imperceptible minoría, es en ese ámbito donde
están seguros de que emplearse a fondo con las tijeras no
les supondrá un coste electoral significativo.
¿Se puede cambiar el memoma? Se pregunta este escépti-
co que os habla. Y aquí quizá tuviéramos que ser paradóji-
camente irracionales para mantener la voluntad de resisten-
cia aún a pesar de tanta evidencia en contra. Que esa misma
resistencia se torne evidencia favorable, como el proyec-
to PIIISA, que lo es. De este modo no solo se benefician
quienes experimentan la dicha de descubrir su vocación
científica y realizarla, sino también toda la sociedad y la
civilización entera, porque –como escribió el gran Bertrand
Russell-: “los maestros, más que ninguna otra clase, son los
guardianes de la civilización”
9
.
(*) Russell, Bertrand: Por qué no soy cristiano y otros ensayos.
Edhasa, Barcelona, 2001, p. 16.
1- Savater, Fernando: Opiniones respetables, en “El País”. Pub-
licado el 2-7-1994.
2- Savater, Fernando: El otro concordato, publicado en el diario
El País el 26 de marzo de 1994
3- Gallego-Díaz, Soledad: Es la razón la que está contra las cu-
erdas. Publicado en el diario El País el 17 de junio de 2005.
4- Véase “Sembrar la curiosidad científica”, noticia del diario El
País publicada el 10 de junio de 2013.
5- Citado en el mismo artículo.
6- Véase Eco, Umberto: “El mago y el científico” publicado en El
País el 15 de diciembre de 2002.
7- Dennett, D. Y Otros: El nuevo humanismo y las fronteras de la
ciencia. Kairós. Barcelona, 2007, p. 9-10
8- Mosterín, Jesús: Ciencia viva. Reflexiones sobre la aventura
intelectual del nuestro tiempo. Editorial Espasa-Calpe SA. Madrid,
2006, p. 45.
9- Russell, Bertrand: “Las funciones de un maestro”, en Ensayos
impopulares. Edhasa. Barcelona, 2003, p. 214.
Congreso Piiisa 2013 (foto: www.piiisa.es/)