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assimo Pigliucci tiene una muy interesante sec-

ción en la revista Skeptical Inquirer titulada Pen-

samientos sobre la ciencia. En ella, y en apenas 

un par de páginas, va desgranando revista a revista diferen-

tes  conceptos  relacionados  con  el  método  científico  y  su 

aplicación

1

.

Pero, ¿qué es el método científico según Pigliucci?

El método científico tan solo es un sistema (un método, 

como su nombre indica) de adquirir conocimiento. Consis-

te en la investigación del entorno mediante la formulación 

de hipótesis previas, y la confirmación o refutación de di-

chas hipótesis mediante la experimentación y la medición 

de los resultados obtenidos. 

Para que un conocimiento pueda denominarse científico 

debe estar sustentado en dos pilares: la reproducibilidad 

la falsabilidad; es decir, la hipótesis formulada debe poder 

ser repetida por cualquier otra persona (reproducibilidad) o 

grupo y además debe permitir diseñar experimentos cuyo 

resultado adverso niegue dicha hipótesis (falsabilidad).  

Así, cualquiera que curse una carrera científica debería 

estar obligado a utilizar este método. No debería bastar con 

aprenderse fórmulas, datos y trabajar con ellos, aunque los 

resultados nos sean útiles. El método científico, en realidad, 

no tiene nada que ver con los sabios ni con los científicos. 

No se desprende de la ciencia. No depende de ella. Más 

bien al revés, si algo quiere ser ciencia DEBE utilizar el 

método científico. 

Este método, que es conocido por muchísima gente y de-

berían dominar todos los científicos, puede ser aplicado a 

muchas disciplinas, pero no a todas. Pero no vamos a seguir 

por ahí, ya que probablemente este será el motivo de otro 

escrito.

De lo que vamos a hablar es de otra cosa: de los sesgos, 

los “errores” del método científico (en realidad, de la erró-

nea aplicación del método científico) Pero antes, conozca-

mos también otro concepto importante:.

El problema de la demarcación

Este problema consiste en definir qué es lo que es ciencia 

de lo que no lo es (como el arte o la metafísica) y especial-

mente de separar  la ciencia genuina de la pseudociencia 

o de la “mala ciencia”.. Es una vieja cuestión que, como 

señala Pigliucci, suele ser de gran interés para los filósofos 

o para los lectores del Skeptical Inquirer (y también, por 

supuesto, para los de “El Escéptico”). En cambio, es muy 

difícil involucrar en él al público en general a pesar de que 

disponer de una correcta definición y distinguir adecuada-

mente la falsa ciencia de la buena, ayuda a prevenir disgus-

tos relacionados en general con la salud y con la economía 

doméstica. Por ello, su discusión está limitada a revistas 

bastante especializadas y de escaso “tirón” popular. 

Dado este contexto, Pigliucci se sorprendió muy favora-

blemente cuando el prestigioso periódico New York Times 

incluía hace unos meses un artículo de un filósofo sobre 

este tema. Sin embargo, el subtítulo del artículo, “El enig-

ma de la medicina china”, le suscitó una sospecha que se 

confirmó al poco de comenzar la lectura. 

El filósofo, que está casado con una china, se encuentra 

en un restaurante en Pekín y se queja de su horrible resfria-

do.  Rápidamente, el propietario del restaurante trae una 

tortuga viva a la mesa, le secciona la garganta y le ofrece 

la sangre fresca, que él bebe con ciertos reparos. Al cabo 

de unos días, empieza a mejorar. Obviemos lo éticamen-

te brutal que supone el sacrificio con dolor de un ser vivo 

para aliviar un resfriado. El autor, señala Pigliucci, no es 

tan ingenuo como para inferir su mejoría directamente de 

la ingesta de sangre, e incluso hace un comentario sobre el 

efecto placebo, pero pierde toda credibilidad cuando elucu-

bra “Quién sabe, quizá algún día la ciencia descubra alguna 

substancia en la sangre de tortuga que afecte a los virus del 

resfriado.”

Quizá. Quién sabe. Pero esa incertidumbre no puede es-

grimirse para poner en un hipotético cajón de “lo posible” 

cualquier remedio por estúpido que parezca. Incluso si lle-

Epistemología

Sergio López Borgoñoz

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gara a suceder, no validaría la “medicina china” como un 

bloque coherente de conocimiento sobre la salud humana; 

tan solo sería otro ejemplo de remedio tradicional que por 

casualidad funciona (y porque ha sido testado específica-

mente para ello, recordemos aquí que no cualquier afirma-

ción viene a ser comprobada científicamente).

Tal como lo describe el cómico cantante Tim Minchin, 

a la medicina alternativa que funciona se le llama simple-

mente medicina.

Pero lo peor aún estaba por llegar; el autor llegaba a com-

parar la energía qi y los meridianos del cuerpo con la se-

lección natural, los genes e incluso con el bosón de Higgs.

 El artículo de Pigliucci continúa desgranando el ensayo 

original y sus desvaríos, pero vamos a dejarlo aquí por falta 

de espacio, no sin resaltar algo que debería resultar obvio: 

no podemos otorgar validez a cualquier concepto que des-

conozcamos, ni a cualquier afirmación sobre un tema que 

no dominemos. 

La “apariencia de verosimilitud” o las “conexiones” con 

lo que sí conocemos nos deberían situar cada concepto des-

conocido en su lugar a lo largo de un hipotético eje lineal: 

desde “lo espléndida o racionalmente absurdo” hasta “sue-

na bien, y merece ser investigado” 

La lógica, el pensamiento crítico, el método científico y 

el conocimiento científico están relacionados, pero no son 

idénticos. Son como las muñecas chinas, pero todo parte 

de la lógica.

1.-“Lo que sigue es un resumen de lo que escribe Pigliuc-

ci, fuertemente influenciado por el pensamiento de Popper, 

pero no en todo, su principio de demarcación es de él, pero 

no es el de Popper ni otros epistemólogos (ver es.wikipedia.

org/wiki/Karl_Popper)”

Massimo Pigliucci (foto: Tim Deschaumes, CC)