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esde hace muchos años, astrólogos, parapsicólo-
gos, quirománticos y otros partidarios de las pseu-
dociencias vienen desarrollando una ofensiva en
los medios de comunicación de todo el mundo
1
sin que,
en general, se haya dado el saludable contrapeso crítico.
Una notable excepción la constituyó un manifiesto contra
la astrología que se publicó en la revista The Humanist en
septiembre de 1975 y que firmaron 186 científicos, 19 pre-
mios Nobel entre ellos. En España, 258 científicos firmaron
en 1990 un documento semejante. Sin embargo, no cabe es-
perar que estas iniciativas, por estar su efecto limitado a un
corto intervalo de tiempo, vayan a cambiar el panorama de
una forma sustancial. En efecto, el debate entre astrónomos
y astrólogos (y otros partidarios de pseudociencias) es, en
realidad, una repetición de la vieja polémica entre ciencia
y religión, aunque la ciencia goce ahora del poder político
y económico y, en esa polémica, la religión esté reempla-
zada por el credo astrológico. Pues el rasgo definidor de
muchos partidarios de la astrología y de las pseudociencias
en general es, precisamente, su deseo de creer; ello les hace
inmunes al fracaso experimental de sus predicciones y, por
tanto, a la esencia del método científico.
No obstante, la fe en las pseudociencias tiene unas im-
portantes repercusiones sociales, y quienes la fomentan
contraen una grave responsabilidad. Como dijo el novelista
H. G. Wells, la historia humana se parece cada vez más a
una carrera entre la educación y la catástrofe. Los medios
de comunicación tienen que animar a la educación en esa
carrera o, al menos, no deben ponerle obstáculos. Sin em-
bargo, aunque las pseudociencias son frecuentemente ob-
jeto de su atención, pues son noticia, muchos medios de
comunicación ignoran la ciencia ante la pasividad de la co-
munidad científica en general y pese a los esfuerzos de los
periodistas científicos. Nadie puede discutir hoy seriamente
que la ciencia es parte integrante de la cultura, como ya
argumentó rotundamente el físico y novelista C. P. Snow
en su célebre conferencia Rede
2
. Una ignorancia completa
de las leyes de Newton, del papel jugado por Darwin en
la biología o de las implicaciones del descubrimiento del
código genético por Crick y Watson debería ser tan grave
-culturalmente hablando- como desconocer la existencia
de Shakespeare, Cervantes, Rembrandt o Mozart. Por esa
razón la ciencia debería tener una mayor presencia en los
medios de comunicación, y por ello es también conveniente
que el análisis crítico de las pseudociencias siga en pie. Y
todo ello no con ánimo de privar a los partidarios de esas
pseudociencias de su legítimo derecho a airear sus convic-
ciones, sino con objeto de restablecer un mínimo equili-
brio, cuya pérdida deja hoy indefenso al ciudadano no in-
formado ante la conquista de los medios de comunicación
por horóscopos, anuncios de curas milagrosas o promesas
de fortuna, y la aparición de consultorios especializados de
magos y brujas, pese a que solo se dediquen -tranquiliza
saberlo- a atender buenas causas.
Algunas consideraciones sobre la astrología y la pa-
rapsicología
No es éste, ciertamente, el lugar para hacer una crítica
detallada de la astrología
3
, la pseudociencia hoy más exten-
dida
4
. Como es sabido, su origen se remonta a las antiguas
civilizaciones de Mesopotamia, aunque el primer astrólogo
moderno es Claudio Ptolomeo. A mediados del siglo II Pto-
lomeo escribió, además del famoso compendio astronómi-
co del Almagesto, el primer tratado astrológico, el Tetrabi-
blos
5
, que nos ha llegado a través de una transcripción del
siglo XIII. Conviene observar, sin embargo, que Ptolomeo
Los medios
de comunicación
frente a las pseudociencias
José Adolfo de Azcárraga
A Ana y a Carmen
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Una instantánea del programa Milenio 3 que Iker Jiménez hizo desde Vitoria.
(foto: Aitor López de Audikana, www.flickr.com/photos/_lope/, CC)
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ya distinguía entre las capacidades predictivas de la astro-
nomía y de la astrología; refiriéndose a la segunda describía
“su método, menos autosuficiente... de modo que aquellos
que buscaran la verdad no comparasen sus apreciaciones
con las certezas del primero [el método astronómico]”.
Pasajes semejantes pueden encontrarse, dicho sea de paso,
en Copérnico, Kepler, Brahe, Galileo y otros padres de la
ciencia moderna, pese a que con tanta frecuencia como dis-
cutible fundamento sean citados por los astrólogos como
adherentes a su causa.
La astrología fue, en su origen, algo natural e inevitable.
Tras comprobar que el Sol determina las estaciones y éstas
las cosechas, era natural inferir el influjo de los astros sobre
el hombre. Pero de reconocer algún efecto -nuestro ritmo
vital es consecuencia del período de rotación de la Tierra,
por ejemplo- a sostener que nuestro destino está influido
por los astros media un gigantesco salto en el vacío. Tales
generalizaciones son, hoy, insostenibles: hace siglos que la
astronomía se separó de la astrología, como la química lo
hizo de la alquimia
6
. ¿Cómo entender, entonces, el actual
reflorecimiento de la astrología, la creencia en fenómenos
supuestamente paranormales, la quiromancia, el Tarot, el I
Ching e incluso en la brujería? A mi juicio, la razón es sen-
cilla: como ya observó Tocqueville, la mayoría de las per-
sonas prefiere creer en una falsedad simple, que no obligue
a razonar, a estudiar una verdad complicada. La creencia en
la astrología, los fenómenos paranormales y otros semejan-
tes es, pura y sencillamente, un acto de fe cuyas raíces son
históricas, culturales y sociales, pero no científicas. Ello
explica, en primer lugar, la escasa evolución que a través
de la historia ha tenido la astrología (y, en general, todas
las pseudociencias), en marcado contraste con el gigantes-
co avance de la ciencia
7
. Un astrólogo actual, por ejemplo,
podría mantener perfectamente una conversación con Pto-
lomeo
8
, pero este sufriría un shock cultural de proporciones
siderales si se le explicaran las posibilidades del telescopio
espacial Hubble o los importantes descubrimientos del sa-
télite COBE y probablemente no sobreviviría al síndrome
de Stendhal (científico más que artístico en este caso), al
que se vería sometido. Y es que, como todas las creencias
dogmáticas, la astrología ha evolucionado poco; de hecho,
una parte de su evolución ha sido forzada por la necesidad
de incorporar los planetas que se hallan más allá de los siete
planetas de Ptolomeo. Ello ha dado pie a un buen núme-
ro de eruditas discusiones sobre la influencia de aquellos
e invalidado -cabe suponer- todas las cartas astrales reali-
zadas antes del descubrimiento de Urano (1781), Neptuno
(1846) y Plutón (1930). Es obvio, por lo demás, que un
mínimo espíritu crítico pone a la astrología en una situación
insostenible: en todos los casos en que los astrólogos se han
prestado a colaborar para realizar una comprobación expe-
rimental de sus predicciones el resultado ha sido negativo.
En una experiencia reciente (1985) realizada “con algunos
de los mejores astrólogos de Estados Unidos..., la astrolo-
gía no pudo mostrar su efectividad más allá de los aciertos
que estadísticamente habían de producirse... La experiencia
claramente refuta la hipótesis astrológica”
10
.
No puedo resistirme a transcribir aquí, para solaz del
lector, un horóscopo extraído de un libro de astrología que
presumo serio
11
. Como es sabido, no solo se hacen cartas
natales de personas, sino que se pueden hacer de objetos
inanimados. Ello plantea dificultades adicionales: ¿Cuál es
el momento natal de un automóvil?, ¿el momento en que
empieza a rodar?, ¿cuando lo adquiere su primer propieta-
rio? Pero estos problemas no parecen arredrar al astrólogo.
He aquí por qué el Titanic estaba condenado al naufragio:
“La historia astrológica del Titanic es una concatenación
de mala suerte. En el momento en el que fue botado, Marte
estaba en oposición con el ascendente (lo que indica “daño
corporal”), Mercurio en conjunción con Saturno y ambos
opuestos a Júpiter. Cuando comenzó el viaje el 10 de abril
de 1912 a mediodía, el ascendente (que representa el barco)
estaba opuesto a Urano (catástrofe) y a la Luna (los pasa-
jeros). Neptuno, el dios del mar, se situaba en la casa doce
(desgracias) formando cuadratura con el Sol (un aspecto de
peligro). En la carta astral del capitán Smith, Neptuno se si-
tuaba en la casa de la muerte y Urano (catástrofe) en la no-
vena casa (viajes largos). El día del naufragio, Urano estaba
en oposición exacta con la Luna radical del horóscopo del
capitán […]. Cualquier astrólogo consideraría esta combi-
nación como extremadamente peligrosa”. Resulta difícil
encontrar una serie semejante de disparates en tan poco
espacio. Me pregunto cómo serían las cartas natales de las
1.500 personas que perecieron en el hundimiento. ¿Serían
todas iguales a la del capitán Smith? De todos modos, la
del capitán sería la más importante: cuestión de jerarquía.
Lo sorprendente es que estas afirmaciones puedan hacerse
500 años después de que Leonardo afirmase refiriéndose a
la quiromancia, pero con igual validez para la astrología:
“No me ocuparé de la quiromancia, pues en ella no hay ver-
dad... Verás a un gran ejército exterminado en una hora por
la espada, y ninguno de los muertos tendrá en la mano las
Una ignorancia completa sobre Newton, Darwin en la biología o Crick
y Watson debería ser tan grave -culturalmente hablando- como desco-
nocer la existencia de Shakespeare, Cervantes, Rembrandt o Mozart.
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mismas líneas que el otro”. Como dice Julio Caro Baroja
12
:
“Un espectro milenario reaparece con nuevos ropajes... se
venden librillos de astrología que ya hacían sonreír a algu-
nos hombres reflexivos de hace 2.500 años... Cuando llega
el caso, hombres y mujeres se dejan dominar por un deseo
de saber el porvenir, de conocer su destino, y los argumen-
tos que han expuesto muchas veces cabezas fuertes... no
valen nada. No; Leonardo, Voltaire, Kant, no han existido...
la fe puede más que la demostración”.
Desearía hacer también un breve comentario sobre los
llamados fenómenos paranormales. Como etimológica-
mente indica su denominación, estos fenómenos, que se
hallan al margen de los normales, se colocan por su misma
naturaleza fuera del marco de la ciencia. Se puede decir
que, para que un suceso sea paranormal, todas las expli-
caciones normales deben fracasar; el carácter misterioso
es un ingrediente esencial del fenómeno. Como dijo Julian
Huxley al describir cómo la ciencia iba estudiando e in-
corporando distintos campos de la experiencia humana
13
,
“el único campo que permanece todavía fuera del sistema
científico es el de los llamados fenómenos paranormales,
como la telepatía o la percepción extrasensorial. Presumi-
blemente se requerirá una considerable modificación de su
estructura teórica para que puedan ser considerados desde
una perspectiva científica”. Los fenómenos paranorma-
les forman un conjunto muy dispar, cuyo único nexo de
unión es su carácter excepcional y misterioso; pertenecen,
pues, al mismo dominio cultural y sociológico en el que
se mueven las creencias astrológicas. Pero, al igual que la
astrología, no han sido ignorados por los científicos, que sí
que han tratado de averiguar lo que pudiera haber de cierto
en ectoplasmas, médiums, poltergeists (espíritus ruidosos),
cucharas dobladas y otros fenómenos parecidos. He aquí
lo que el biólogo Jean Rostand
14
afirmaba, hace ya medio
siglo, tras participar en más de 150 sesiones de todo tipo:
“Debo decir que no he encontrado en todo esto más que
impostura y puerilidad. Me ha sido imposible, a lo largo
de perseverantes ensayos, recoger el menor hecho, no diré
ya demostrativo, sino al menos sorprendente o singular,
que invitase a continuar la búsqueda”. Pero la búsqueda
ha continuado, aunque sin resultados
15
. En el resumen que
precede a un artículo aparecido hace seis años en la presti-
giosa revista Nature
16
(la revista en la que Crick y Watson
publicaron el artículo sobre el código genético que les va-
lió el Premio Nobel), dedicado al análisis científico de la
paraciencia, se dice: “La paraciencia ha fracasado, hasta
ahora, en presentar un solo hallazgo repetible. Hasta que lo
consiga continuará siendo considerada como una colección
incoherente de creencias basadas en la fantasía, la ilusión
y el error”
17
.
Para concluir esta sección, me gustaría resaltar que los
ejemplos anteriores muestran que la comunidad científica
no es contraria, a priori, a la consideración de otros cono-
cimientos o doctrinas, por muy esotéricas que puedan ser.
No hay, pues, especiales prejuicios contra la astrología, la
parapsicología u otras creencias semejantes. De hecho, de
ser ciertas sus pretensiones, se abriría un fascinante campo
de estudio y experimentación. Ni siquiera la ausencia tem-
poral de una teoría que describiese el fenómeno podría ser,
estrictamente hablando, una dificultad: el magnetismo de la
piedra-imán (aunque bien observable) fue pura magia du-
rante milenios, pero nadie pudo discutir su existencia. Los
prejuicios nacen cuando la verificación de las afirmaciones
de las pseudociencias permite comprobar su falta absoluta
de fundamento, y se observa que las repetidas refutaciones
no producen el menor efecto en sus seguidores, confirmán-
dose así el carácter dogmático de sus credos. Pues no basta
tener fe para que el fenómeno se presente o la predicción se
realice. Llegados a este punto, no queda más remedio que
invocar el viejo principio jurídico según el cual el peso de
la prueba corresponde a quien afirma. Por eso, y mientras
no se presente un hecho cierto, la astrología, lo paranormal
y las ciencias ocultas no merecen otro calificativo que el de
dogmas seudocientíficos basados en el error, la superstición
y, con demasiada frecuencia, en el fraude.
Aspectos comunes de las seudociencias
La discusión anterior puede servirnos para establecer
unos criterios generales cuya presencia sirve para distin-
guir las pseudociencias de las ciencias en general. Las ma-
temáticas, la física o la biología son las mismas en China
que en Europa. Sin embargo, el horóscopo chino es dife-
rente del occidental, aunque sus objetivos puedan ser los
mismos. Las pseudociencias dependen, pues, del medio
cultural en el que se han desarrollado, pero sus especiales
métodos de trabajo, los efectos que estudian y las causas
a los que son atribuidos les confieren algunas propiedades
comunes. He aquí las que a mí me parecen más sobresa-
lientes
18
.
1. El origen del efecto observado o predicho se atribu-
ye a uno o varios agentes, generalmente mal identificados,
cuya intensidad es difícil o imposible de valorar. Al mismo
La creencia en la astrología, los fenómenos paranormales y otros se-
mejantes es, pura y sencillamente, un acto de fe cuyas raíces son his-
tóricas, culturales y sociales, pero no científicas.
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tiempo, no existen razones que permitan asociar el efecto
a unas causas determinadas frente a otras igualmente po-
sibles.
(¿Por qué ha de ser Marte más importante en el naci-
miento de una persona que el ginecólogo que atiende a su
madre? Su influencia gravitatoria, por ejemplo, es bastante
mayor que la de Marte
19
,y no digamos la debida a su capa-
cidad profesional).
2. El propio efecto es difícil de medir o de cuantificar.
Su predicción se realiza en términos de tendencias o pro-
babilidades, en general imprecisas. Además, resulta difícil
justificar por qué las causas que dan lugar a estos efectos
no pueden manifestarse de forma más concluyente.
(Es un dictum de la astrología “que las estrellas inclinan,
pero no obligan”. Pero, si son capaces de inclinar, ¿qué es
lo que les impide obligar? Si un fallecido puede comuni-
carse de una forma críptica con un familiar en una sesión
de espiritismo, ¿qué es lo que le impide hacerlo de forma
clara?).
3. La presencia de los efectos se mide en estadísticas
de dudosa fiabilidad, mal confeccionadas o que omiten los
casos desfavorables. Cuando no es así, los efectos apare-
cen en experiencias irrepetibles, cuyo resultado no puede
verificarse ni someterse a control.
4. A pesar de ello, se afirma que existe una elevada pre-
cisión o un gran número de aciertos. Sin embargo, las
predicciones de los horóscopos merecen el calificativo de
délficas por su vaguedad o por su completa generalidad;
de hecho, su falta de especificidad las hace aplicables a
cualquier nativo (sujeto)
20
.
5. La justificación del efecto hace uso de hipótesis fan-
tásticas, frecuentemente arropadas en un léxico científico.
También es común el uso de instrumentos científicos (or-
denadores o cámaras fotográficas especiales, por ejemplo)
en la predicción o detección del efecto. Entre los nombres
científicos tomados hoy repetidamente en vano figura la
quinta (sexta...) dimensión -la obsesión por las dimensio-
nes viene de la ya antigua fascinación que la Teoría de la
Relatividad ejerce entre algunos cultivadores de las pseu-
dociencias- y, muy recientemente, la presunta quinta fuer-
za, i.e., la que es diferente de las cuatro habituales: gravi-
tatoria, débil, electromagnética y fuerte.
6. A pesar de su carácter disparatado, las hipótesis a las
que se refiere el anterior apartado no son en realidad lo
bastante fantásticas o revolucionarias, como frecuente-
mente sucede en las revoluciones científicas. La Natura-
leza tiene mucha más imaginación y es capaz de asom-
brarnos mucho más profundamente. ¿Quién hubiera pro-
nosticado que el tiempo no tenía carácter absoluto en siglo
XIX, antes de la aparición de la Teoría de la Relatividad, o
imaginado la estructura del ADN y su papel en la herencia
a principios de este siglo? ¿Se hubiera podido entonces
concebir el actual proyecto Genoma? Las doctrinas pseu-
docientíficas, incluso si se adornan de un argot científico,
tiene un marcado carácter antropomorfo
21
que traiciona el
sustrato social y cultural que las originó. Este sustrato las
hace prácticamente inmutables, pues las ambiciones y las
debilidades humanas cambian escasamente con el tiempo;
en contraposición, los conocimientos científicos actuales
son extraordinariamente más extensos que los de hace tan
solo 100 años. Más aún: la evolución científica ha seguido
frecuentemente, en cada generación, pautas completamen-
te imprevisibles para la anterior.
7. Los partidarios de las pseudociencias son reacios a so-
meterse al control científico. Con frecuencia sostienen que
sus estudios están más allá de la ciencia oficial, incapaz
-dicen- de incorporar sus conocimientos.
8. La justificación del fracaso de una predicción o expe-
riencia se basa en argumentos ad hoc que, en ocasiones, se
atribuyen al marcado escepticismo de alguno de los obser-
vadores (la llamada voluntad fuerte) que impide el éxito
de la misma.
9. Casi todos los partidarios de las pseudociencias se
encuentran fuera de la comunidad científica, aunque con
frecuencia se arropen con títulos inexistentes o expedidos
por universidades que, nunca mejor dicho, merecen la no-
minación de universidades fantasmas
22
. Ante las críticas
suelen responden afirmando que conviene distinguir entre
los practicantes serios y los charlatanes. Sin embargo, no
existen casos conocidos, al menos notorios, en los que los
serios denuncien públicamente a los impostores.
10. Finalmente, existe en torno a las pseudociencias una
actividad económica subterránea importante, poco conoci-
da y peor controlada, ante la que el sufrido consumidor se
encuentra completamente desamparado, incluso desde el
punto de vista legal
23
. Todas las pseudociencias presentan
un número elevado de estas características, que son el re-
sultado de una esencial:
Las pseudociencias renuncian, en la práctica, al método
científico
24
, es decir, a la comprobación de sus prediccio-
nes por medio de experiencias controladas e independien-
tes. Por otra parte, al no requerir necesariamente que igua-
Como ya observó Tocqueville, la mayoría de las personas prefiere
creer en una falsedad simple, que no obligue a razonar, a estudiar una
verdad complicada.
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les circunstancias produzcan iguales efectos, su proceder
también pone en cuestión el principio de causalidad, base
toda ciencia.
Como consecuencia, las pseudociencias no poseen -no
pueden tener, cabría decir- un cuerpo de doctrina lógica-
mente estructurado; por el contrario, sus credos tienen
raíces históricas y sociológicas, y escaso o ningún funda-
mento empírico. Por ello, el mismo hecho de que las pseu-
dociencias se hayan mantenido hasta hoy es también una
indicación de que no desaparecerán en el futuro; es más,
cabe pensar que su auge actual está relacionado con la
disminución de las creencias religiosas tradicionales, que
estaría facilitando el avance del ocultismo y de los credos
pseudocientíficos en general.
Algunos aspectos sociales de las pseudociencias y el
papel de los medios de comunicación
Las predicciones astrológicas, si se presentan como entre-
tenimiento o incluso como simple creencia, no pueden cau-
sar gran daño, aunque, como dice el viejo aforismo, solo la
verdad libera al hombre. Sin embargo, si la astrología (o la
parapsicología, por ejemplo) se presenta como algo cierto
que constituye, además, un instrumento válido de consulta,
y los futurólogos se anuncian en los periódicos y mantienen
programas fijos de radio y televisión, la cuestión cobra un
aspecto completamente diferente. Aunque un sano espíritu
de duda puede estar presente en algunas de estas consultas,
y por tanto hacerlas inofensivas, otras muchas –máxime si
la consulta implica el pago de unos honorarios- se hacen
con la mayor seriedad y convicción. El renacer de los con-
sultores astrológicos y mágicos de todo tipo no es, pues, un
fenómeno intrascendente o inocuo. Que circunstancias tan
triviales como unas cartas o la fecha y hora de nacimiento,
solo modificadas, quizá, por las posibles dotes psicológi-
cas del futurólogo consultado, sirvan para aconsejar sobre
cuestiones de empleo, salud o familiares es asunto muy se-
rio. Por ello, hay que afirmar con claridad que los medios de
comunicación que fomentan este tipo de creencias en sus
ediciones o programas, sin que nunca se mencione en ellos
algo que permita dudar de su efectividad (y me refiero aquí
al propio sistema de predicción, no al hecho de que la ten-
dencia anunciada pueda o no manifestarse) están actuando
de forma irresponsable.
Hay también, qué duda cabe, una cierta falta de control
en el desarrollo de este tipo de actividades, resultado del
vacío legal
25
existente, que es difícil de llenar (aunque
quizá convenga no hacerlo), y que contrasta con la prolija
reglamentación que regula la actividad de muchas profe-
siones o industrias. Es sorprendente que la sociedad exi-
ja un título universitario a un arquitecto o a un cirujano
y que al mismo tiempo permita a un futurólogo mantener
su consultorio sin garantía alguna. Sin embargo, bastaría
que un cliente perjudicado por seguir los consejos recibi-
dos pudiera entablar una demanda legal (algo muy difícil
puesto que los futurólogos solo dan consejos de acuerdo
con las tendencias observadas) para que el número de con-
sultorios disminuyera sensiblemente (cuando menos, por el
peso económico de los seguros de negligencia profesional
que se harían necesarios). Resulta paradójico que se pueda
demandar a un médico, por ejemplo, por una intervención
quirúrgica desafortunada y que no se pueda llevar ante los
tribunales a quien, previo cobro de unos honorarios, haya
aconsejado equivocadamente sobre cuestiones familiares o
de negocios o vendido brebajes cuya eficacia se reduce, en
el mejor de los casos, al efecto placebo.
Frecuentemente se leen en la prensa declaraciones de
futurólogos según las cuales importantes personajes polí-
ticos les consultan periódicamente, y que incluso algunas
empresas les pasan los datos de nacimiento de quienes soli-
citan empleo para que les asesoren en su contratación. Son
declaraciones de intención publicitaria que se realizan, por
supuesto, impunemente, pues al no dar nunca nombres –in-
vocando el secreto profesional- son imposibles de desmen-
tir o verificar. Pero es obvio que si una empresa, por ejem-
plo, utilizara la fecha y hora de nacimiento de un solicitante
entre los datos que deciden la contratación, estaría violando
el principio constitucional de igualdad y, por tanto, come-
tiendo un delito. Por lo que se refiere a los consejos que
los futurólogos supuestamente dan a los políticos, no pue-
do menos de coincidir con Caro Baroja
26
cuando dice, no
sin ironía, que “no se deben tomar medidas contra magos,
adivinos, hechiceros y ‘caldeos’, como las tomaron hace
2.000 años algunos emperadores romanos. Pero sí se de-
bería excluir de cargos de responsabilidad a los que creen
en ellos”
27
. Mas, ¿qué se puede hacer si los electores son
también creyentes?
¿Qué conducta pueden seguir los medios de comuni-
cación frente al avance de las pseudociencias? En primer
lugar, pueden establecer un contrapeso crítico a estas
creencias. Sin querer entrar en el terreno de la deontología
periodística, que no me corresponde, creo que los medios
de comunicación deberían ser más prudentes a la hora de
No hay, pues, especiales prejuicios contra la astrología, la parapsi-
cología u otras creencias semejantes. De hecho, de ser ciertas sus
pretensiones, se abriría un fascinante campo de estudio y experimen-
tación..
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reproducir, sin que vayan acompañadas del debido con-
traste, determinado tipo de noticias. En particular, todas
aquellas en las que concurrieran algunos de los aspectos a
los que aludía en la sección anterior deberían ser tratadas,
al menos, como sospechosas. Si se presentara una perso-
na diciendo que la Tierra es plana, ¿publicarían los medios
de comunicación esa noticia como una posibilidad verosí-
mil? Entonces, ¿por qué, por ejemplo, se dedicaron muchas
páginas y horas a los aún recientes fenómenos del palacio
madrileño de Linares reproduciendo, sin cuestionarlas, las
disparatadas interpretaciones que recibieron? No desearía
entrar, entre otras cosas por falta de competencia, en las tur-
bulentas aguas en las que se entremezclan el periodismo de
información y el de opinión. Pero, en cualquier caso, creo
que los medios de información podían haber dado una vi-
sión algo más equilibrada de los hechos recogiendo, al me-
nos, otras opiniones. En estos asuntos la actitud puramente
notarial del periodista, limitándose a reproducir lo que otro
afirma, no hace más que servir de caja de resonancia a la
superchería, máxime cuando, una vez descubierta esta, los
desmentidos ocupan una fracción de espacio o tiempo des-
preciable frente al dedicado a la noticia original.
No se trata, como ya dije en la introducción, de impedir
la creencia en la astrología, la parapsicología o la magia
en general, ni de poner cortapisas a la libertad de expre-
sión. Se trata, simplemente, de restablecer el equilibrio en
los medios de comunicación entre los espacios favorables
a esas creencias y los críticos o los dedicados a las cuestio-
nes científicas. Pues los medios de comunicación, además
de defender sus legítimos intereses económicos (y no cabe
duda de que el ocultismo vende), deben considerarse tam-
bién –aunque sean privados- como un servicio público. Y
no pueden ignorar que el negocio de las ciencias ocultas
está basado, desgraciadamente, en la infelicidad y credu-
lidad humanas y que, salvo excepciones, no son las clases
privilegiadas las consumidoras del producto, sino las que
se encuentran material y culturalmente menos favorecidas.
Creo que aquí –además de su misión principal como infor-
madores sobre cuestiones científicas- los periodistas cien-
tíficos pueden desarrollar (y me consta que algunos ya lo
hacen) una gran labor poniendo un freno al oscurantismo
y la ignorancia.
Se podría pensar que la publicación de noticias como la
que mencioné arriba solo provoca sonrisas en la audiencia
y que por tanto es inocua. Pero quien eso crea está sub-
estimando la enorme fascinación y prestigio que posee la
letra impresa (y, también, la radio y la televisión), y super-
valorando la formación y el espíritu crítico del ciudadano
medio. ¿Qué mensaje subliminal se le está ofreciendo a
este, por ejemplo, cuando la televisión pasa sin solución
de continuidad (como llegó a hacer TVE los sábados) de
las predicciones del horóscopo a las noticias del telediario
principal del día? La respuesta es obvia: que ambas tienen
el mismo grado de credibilidad. Y aunque, dado el carácter
de algunos telediarios, ello no sea del todo imposible, ¿qué
debe concluir nuestro ciudadano ante los muchos artículos
de prensa y programas radiotelevisivos dedicados al ocul-
tismo, en los que se propagan necedades y supersticiones
no siempre inocentes? ¿Qué debe pensar ante su abundan-
cia y la escasez de los espacios científicos, cuando le consta
que se mide al minuto el tiempo que se dedica a las distintas
opciones políticas y que, cuando no se mantiene el adecua-
do equilibrio, el medio es tachado de partidista?
Los medios de comunicación no son, naturalmente, res-
ponsables de este renacer de las ciencias ocultas, pero sí
han contribuido a su rápida expansión actual. Aunque siem-
pre hay unas pocas excepciones que confirman la regla, la
actitud de los medios de comunicación frente a las para-
ciencias se caracteriza por su falta de sentido crítico. Quizá
contribuya a ello la falta de una formación científica ele-
mental en algunos de los periodistas que tratan estos temas,
algo que las facultades de periodismo podrían ponderar en
esta época de reformas de planes de estudios universita-
rios. Pero también los científicos tenemos una buena parte
de la responsabilidad, por encerrarnos en la comodidad de
nuestros laboratorios o despachos universitarios y rehuir,
por inútil, toda discusión que no concierna directamente a
nuestro trabajo
28
. La sociedad tiene derecho a recibir una
mayor información de aquellos cuyas investigaciones está
financiando de una manera más o menos directa, y los cien-
tíficos la obligación de proporcionarla si desean continuar
recibiendo su apoyo.
¿Qué hacer? Yo me atrevería a pedir a los medios de co-
municación que dedicaran a los temas científicos un mayor
espacio. Hay que reivindicar la ciencia como parte inte-
grante e inseparable de la cultura. Una mínima base cien-
tífica es, además, imprescindible para que el ciudadano ac-
tual pueda tomar decisiones informadas ante los problemas
Existe en torno a las pseudociencias una actividad económica subte-
rránea importante, poco conocida y peor controlada, ante la que el su-
frido consumidor se encuentra completamente desamparado, incluso
desde el punto de vista legal.
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cada vez más complejos del mundo de hoy de los que la
contaminación, el decrecimiento de los recursos naturales y
la superpoblación (al margen de la desigual distribución de
la riqueza) son solo un ejemplo. Para bien o para mal –en
conjunto, pienso que para bien- la ciencia y la tecnología
ocupan un espacio en nuestras vidas cada vez mayor, y no
pueden ser ignoradas. No debemos –no podemos- fomentar
ideas y puntos de vista que tuvieron su época dorada en
la Edad Oscura, como si el tiempo hubiera transcurrido en
vano. Creo que todos los profesionales de los medios de
comunicación estarán de acuerdo conmigo en este punto.
Pero quizá no se pueda incrementar inmediatamente la
presencia de los temas científicos en los medios de comuni-
cación, o puede que su aumento encuentre inicialmente di-
ficultades económicas; como ya les dije, las ciencias ocul-
tas son un buen negocio. En este caso, cabría conformarse
con que, al igual que los paquetes de cigarrillos llevan una
recomendación sobre el peligro que representan para la sa-
lud, los periódicos que publican horóscopos (es decir, casi
todos) los precedieran de esta advertencia:
Seguir las indicaciones del horóscopo puede resultar
perjudicial para su futuro.
No sería, para empezar, mucho pedir.
Apéndice: ocho preguntas a las que, antes de afirmar
su validez, la astrología debe responder
Si usted, amable lector, ha llegado hasta aquí es que no
es favorable a las creencias esotéricas. En ese caso, quizá
le interese el cuestionario
29
que sigue, que pone de mani-
fiesto la falacia de la reina de las pseudociencias, la astro-
logía. Pero no espere que nadie que haya abrazado la fe
astrológica la abandone tras ser sometido a las preguntas
que siguen. Su respuesta será, en el mejor de los casos, una
pobre parodia de Hamlet: hay más cosas en este mundo, le
responderán, que las que sueña tu racionalismo científico.
1. Los horóscopos que se publican en la prensa
30
indican
el porvenir de las personas según el signo del zodíaco al
que pertenecen. ¿Cómo es posible, en consecuencia, que
cada doceava parte de la población terrestre –unos 100 mi-
llones de seres comparten cada signo del zodíaco- tenga
un futuro común? Y si –como es obvio- eso no es posible,
¿cómo se puede mantener la validez del horóscopo?
2. El horóscopo chino (resultado de otro sustrato cultural)
es muy diferente del occidental
31
; se rige por ciclos de 12
años representados por animales, que afectan no solo a las
personas nacidas ese año, sino al año mismo. ¿Cómo pue-
den, entonces, ser compatibles las predicciones de ambos
horóscopos? Y si uno es falso (el occidental, es de suponer,
por razones puramente demográficas), ¿no serán entonces
falsos los dos?
3. Los planetas Urano, Neptuno y Plutón se descubrieron
en 1781, 1846 y 1930, respectivamente. ¿Son falsos todos
los horóscopos realizados antes de esas fechas? Y, si solo
eran ligeramente incorrectos, ¿por qué sus deficiencias no
permitieron a los astrólogos detectar esos planetas?
32
4. ¿Por qué, en el levantamiento de la carta astral de una
persona, lo importante es el momento del nacimiento (hora
Greenwich, por supuesto), y no el de la concepción? ¿Es
esta una regla práctica que evita formular preguntas literal-
mente embarazosas o es que las paredes abdominales de la
madre originan –a efectos astrológicos- un efecto pantalla
sobre el futuro del feto?
5. Si, como los astrólogos afirman, sus métodos se pue-
den aplicar a las finanzas y a la política, ¿por qué no hubo
miles de astrólogos que predijeran el lunes negro de Wall
Street de 1987, la caída del muro de Berlín o la crisis del
Golfo de la misma forma que todos los astrónomos del
mundo saben cuándo va a tener lugar un eclipse o ha de re-
aparecer un cometa? ¿Por qué siempre se señalan los signos
astrológicos que permitían anticipar esos y otros aconteci-
mientos después de que han sucedido?
6. Si la astrología es una ciencia, ¿por qué los conoci-
mientos astrológicos no han convergido en un cuerpo de
doctrina tras miles de años de recogida de datos, y se man-
tienen –más o menos- como en los tiempos de Ptolomeo?
33
7. Si la influencia astrológica es consecuencia de una
fuerza o campo aún desconocido, ¿por qué se limita al Sol,
la Luna y los planetas? ¿Por qué se ignoran las estrellas, las
galaxias y los quásares? ¿Por qué se supone implícitamente
que el efecto astrológico no depende de la distancia cuando
todas las fuerzas conocidas en la naturaleza sí dependen
de ella?
8. Finalmente, ¿por qué las predicciones astrológicas no
funcionan?
9. Pues, en última instancia, no es necesario saber cómo
funciona algo para saber que sí funciona (de otro modo,
la mayoría de los mortales no podría usar el teléfono o la
televisión).
No se trata de impedir la creencia en la astrología, la parapsicología o
la magia en general, ni de poner cortapisas a la libertad de expresión;
sino de restablecer el equilibrio en los medios de comunicación entre
los espacios favorables a esas creencias y los críticos o los dedicados
a las cuestiones científicas.
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Poco valor tendría la medicina, el arte o la ingeniería si
solo reconocieran su mérito médicos, artistas o ingenieros.
Sin embargo, solo los astrólogos parecen reconocer el valor
de la astrología. Y si nada puede ser más importante que
conocer las tendencias –al menos- que van a gobernar el fu-
turo de personas y países, ¿por qué los Gobiernos no invier-
ten ingentes sumas de dinero en investigación astrológica?
Nota editorial: este artículo se basa en Los medios de co-
municación frente a las pseudociencias (ponencia invitada
al V Congreso Iberoamericano de periodismo científico,
Valencia, 21-24 Nov. 1990), y fue publicado originalmente
en CLAVES de Razón Práctica nº 26, p. 65-71, Octubre
1992. Agradecemos a la revista CLAVES el permiso para
su reproducción en El Escéptico.
José A. de Azcárraga es catedrático de Física
Teórica de la Universidad de Valencia
Notas:
1- Existe, paralelamente, una extensa oferta bibliográfica. Por
ejemplo, y por citar solo libros en castellano, el catálogo de una
acreditada librería valenciana ofrecía en marzo de 1990 más de
220 títulos sobre “Creencias varias, esoterismo, magia, ciencias
ocultas y afines” con títulos tan sugestivos como Teoría y prácti-
ca de la reencarnación, del doctor Jiménez del Oso. (Debo con-
fesar que no he conseguido ese libro, a pesar de mi interés en la
práctica de la reencarnación).
2- C. P. Snow, The two cultures and a second look: an ex-
panded version of the two cultures and the Scientific Revolu-
tion, Cambridge Univ. Press (1963) [versión española: Las dos
culturas y un segundo enfoque, Alianza Ed. (1977)]. M. Green,
The two cultures gap revisited, American Journal of Physics, 47,
1.020 (1979); R.J. Bieniek, Evolution of the two cultures contro-
versy, ibid. 49, 417 (1981). No ha sido Snow el único en tratar
este problema; véase, por ejemplo, J. Bronowski, On being an
intellectual, Smith College, Northampton, Mass. (1968); Science
and human values, Harper and Row (1965).
3- R. B. Culver y P. A. Ianna, Astrology: true or false? A scientific
evaluation, Prometheus Books, Buffalo, N.Y. (1984).
4- Una encuesta Gallup de 1986 (mayo/junio) realizada entre
jóvenes de Estados Unidos mostró que el 52% cree en la as-
trología, un 46% en la percepción extrasensorial, un 19% en la
clarividencia, un 19% en la brujería, un 15% en fantasmas y un
13% en el monstruo del lago Ness. La situación en España no
debe de ser mejor
5- C. Ptolomeo, Tetrabiblos; texto griego, con traducción ingle-
sa (de F. E. Robbins, publicado por Loeb Classical Lib., Londres
(1940).
6- Por lo que se refiere (al menos) a la astronomía y la as-
trología, conviene resaltar que, en realidad, nunca formaron un
cuerpo de doctrina único. Pese a las pretensiones de los astrólo-
gos, sería más apropiado decir que la astronomía y la astrología
caminaron juntas durante mucho tiempo, pero sin mezclarse.
7- Con la palabra avance me estoy refiriendo, naturalmente, a
la acumulación de conocimientos que permiten una mejor des-
cripción de la Naturaleza. La finalidad de la ciencia -al menos de
la ciencia pura- es el descubrimiento de las leyes que rigen los
fenómenos naturales, no la felicidad humana. Es común repro-
char a la ciencia, y quizá no sin fundamento, que su avance no
conduce necesariamente a una mayor felicidad del hombre, pero
ese reproche no es un reproche científico. Pese a todo, la ciencia
ha contribuido globalmente al bienestar humano de forma nota-
ble, decisiva, como lo prueba el vertiginoso aumento de la po-
blación del planeta (un éxito que, por no ir asociado al grado de
instrucción necesario, constituye hoy paradójicamente la mayor
amenaza para la sociedad humana que podría morir de éxito).
8- Un buen número de las expresiones modernas de la astrolo-
gía, tales como “casa lunar o solar”, “era de Acuario”, etcétera, se
deben a Ptolomeo y tienen, por tanto, casi 2.000 años.
9- S. Carlson, A double-blind test of astrology, Nature, 318, 419
(1985).
10- En el experimento, los astrólogos participantes convinieron
en definir la Tesis fundamental de la astrología como que “las po-
siciones de los planetas (todos los planetas, el Sol y la Luna, más
otros objetos definidos por los astrólogos) en el momento del na-
cimiento pueden usarse para determinar los rasgos generales de
la personalidad del sujeto, sus tendencias temperamentales y de
comportamiento, y para indicar los acontecimientos más impor-
tantes con los que el sujeto probablemente se encontrará.
11- D. y J. Parker, The new complete astrologer, M. Beazley
Pub, Ltd. (1984). Edición española bajo el título Nuevo gran libro
de la astrología, Editorial Debate, Madrid (1988).
12- J.C. Baroja, La cara, espejo del alma: Historia de la Fisiog-
nómica, Círculo de Lectores (1987); “La fe astrológica y otras
calamidades”, artículo en el periódico ABC, 21-5-1988, pág. 3.
13- J. Huxley, Essays of a humanist, Pelican Books (1966).
14-J. Rostand, L’Homme, Gallimard (1941). Edición española:
El hombre, Alianza Ed.
15- Los libros de M. Gardner, Fads and fallacies in Science,
Dover, N.Y. (1957), y Science: good, bad and bogus, Prometheus
Los científicos tenemos una buena parte de la responsabilidad, por
encerrarnos en la comodidad de nuestros laboratorios o despachos
universitarios y rehuir, por inútil, toda discusión que no concierna di-
rectamente a nuestro trabajo.
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Books, Buffalo, N.Y. (1981) [versión española: La ciencia: lo bue-
no, lo malo y lo falso, Alianza Ed. (1988)], contienen una variada
información y referencias al respecto.
16- D.F. Marks, Investigating the paranormal, Nature, 320, 199
(1986).
17- S. Blackmore, The elusive open mind: ten years of negati-
ve research in parapsychology, The Skeptical Enquirer, XI, 244
(1987). A. Franknoi, Scientific responses to Pseudoscience re-
lated to Astronomy, Mercury, septiembre-octubre, 144 (1990).
Agradezco a J.C. Cornell Jr. este artículo, que contiene una co-
lección actualizada de referencias sobre el análisis crítico de las
pseudociencias.
18- Algunas de estas características sirven también para detec-
tar experiencias científicas mal planeadas, como señaló el Nobel
de química Irving Langmuir en un renombrado coloquio de 1953.
[La conferencia ha sido reproducida recientemente en Physics
Today, 42, fasc. 10, pág. 36 (1989)].
19- He aquí los efectos gravitatorios sobre un recién nacido. Si
se supone que el bebé tiene una masa de 3 kilos, la madre de
50, el médico de 75, el hospital de 2,1 x 10
6
, que entre madre e
hijo hay una distancia de 15 centímetros, de 30 entre el doctor y
el bebé, y que la distancia entre el centro de masa del hospital
y el niño es de unos 6 metros, las influencias gravitatorias sobre
el bebé de la madre, del doctor, del hospital y del Sol serían,
respectivamente, 20, 6, 500 y 850.000 veces mayores que las de
Marte. (R.B. Culver y P.A. Ianna, op. cit.).
20- He aquí algunas partes del horóscopo de la Biblioteca bri-
tánica [T.S. Pattie, Astrology, The British Library Board (1980)],
tomando como referencia el 1 de julio de 1973 a medianoche:
“La concentración del Sol, la Luna, Venus y Mercurio en Cáncer
muestra que la Biblioteca será una fuerza importante en la vida
de la nación... Es una suerte que Saturno no se haya unido a
los otros cuerpos celestiales en Cáncer. Esto hubiera sido desas-
troso, e implicado la pérdida de un rico patrimonio. El nativo (la
Biblioteca) hubiera sido estúpido, malicioso y sacrílego...”. Verda-
deramente, la Biblioteca británica ha sido afortunada. (Ignoro por
qué criterio se ha seleccionado la fecha; quizá es la de la última
reforma importante. Sería interesante conocer lo que dirá el ho-
róscopo cuando concluya la controvertida ampliación que actual-
mente se lleva a cabo. En cualquier caso, lo transcrito también
podría aplicarse a cualquier Biblioteca Nacional).
21- El fenómeno de los ovnis, aunque fuera de las pseudo-
ciencias, presenta con ellas muchos aspectos comunes y, en
particular, esa falta de imaginación. Los presuntos visitantes
(foto: Eddie Codell, www.flickr.com/photos/ekai/, CC)
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(foto: Juan Diego Blanco, www.imaginaras.com)
son casi siempre descritos de forma extravagante, pero an-
tropomorfa; la imaginación de los testigos no da para más. El
lector interesado en un análisis científico de estos fenómenos
puede consultar C. Sagan y T. Page (eds.), UFOs, A scientific
debate, W.W. Norton, 1974.
22- En la mente de todos hay ejemplos de doctores dedicados
a propagar los credos pseudocientíficos desde la prensa, radio
y televisión.
23- Según datos que tomo de la prensa [M. Crespo, “El negocio
de la magia”, Hoja del Lunes, Valencia, 15-10-1990, pág. 22], se
estima que el negocio de la magia mueve en España más de
20.000 millones de pesetas anuales, correspondiendo más de la
mitad de esa cifra a la compra de amuletos mágicos en tiendas
especializadas cuyo número aumenta sin cesar. Unos dos millo-
nes y medio de personas visitan los consultorios, que atienden a
unas 8 o 9 personas por día; el gasto medio anual por consultan-
te “es” de 8.000 pesetas. A la cifra anterior -que hay que tomar
con las debidas reservas- hay que sumar la de la publicidad de
los programas de radio y televisión dedicados a la predicción del
futuro, hoy desgraciadamente tan extendidos.
24- Toda teoría científica debe superar ciertas condiciones: a)
La teoría debe describir adecuadamente los datos experimen-
tales existentes (la precisión con la que esos datos se hayan
obtenido, y la exactitud de la descripción alcanzada, determinará
el grado de confianza que merece la teoría y cuáles son sus li-
mitaciones); b) La teoría debe ser capaz de predecir fenómenos
nuevos, más allá de los que sirvieron para formularla, y que pue-
dan ser observados empíricamente. Si las predicciones se verifi-
can, las nuevas experiencias reafirman la teoría. Si no es así, c)
debe buscarse una nueva teoría que, en los límites de aplicación
de la anterior, concuerde con ella y, cuando no sea así, permita
describir también las experiencias en las que aquella fracasó
25- En Estados Unidos ha habido recientemente dos sentencias
judiciales importantes sobre la astrología. [Véase G. Dean, Does
astrology need to be true? The answer is no. The Skeptical Enqui-
rer XI, 257 (1987)]. En ellas, el Tribunal Supremo de California y
un tribunal federal dictaminaron en 1984 y 1985 que la astrología
y la adivinación están permitidas bajo la Primera Enmienda, que
prohíbe toda restricción a la libertad de expresión: “Una creencia
no necesita tener una base científica para que uno pueda expre-
sar públicamente esa creencia”. Aunque estas sentencias parecen
dar una base legal a la práctica de la astrología, conviene recordar
que una disposición legal no es necesariamente una validación
científica: en 1894, el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley
Fernándo Jiménez del Oso, pionero magufo en TV con los programas Más Allá y La Puerta del Mistero (foto: archivo)
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que equivalía ¡a declarar falsa la ley de Ohm! (la responsabilidad,
todo hay que decirlo, fue del comité técnico que realizó el informe
para el Congreso). Véase R.D. Jackson, Classical Electrodyna-
mics, John Wiley (1962), pág. 813.
26- La fe astrológica y otras calamidades, op. cit.
27- Cuando Dante visitó el infierno guiado por Virgilio, se en-
contró con que los adivinos sufrían tormento eterno caminando
continuamente en círculo: “Vi con asombro que cada uno estaba
como del revés, de modo que mostraban el rostro vuelto hacia la
espalda y tenían que andar hacia atrás, pues les era imposible
ver hacia delante” (La Divina Comedia, el Infierno, Canto 20).
No obstante, la actitud de Dante respecto de la astrología refleja
las ambigüedades propias de la Edad Media (compárese la cita
anterior con El Convite, Tratado II).
28- Sirva esta contribución al debate entre ciencias y pseudo-
ciencias como eximente de la parte de culpa que me pudiera tocar.
29- Véase también A. Franknoi, Your Astrology defense kit, Sky
and Telescope, agosto de 1989, pág. 146. Agradezco a J. Navarro
Faus el que me haya hecho llegar este artículo.
30- Y alguno habrá que los propios astrólogos consideren bueno;
si no, deberían desacreditar todos esos horóscopos públicamente.
31- Esto se refleja en el valor que se les da a los distintos ani-
males del zodíaco. Por ejemplo, la serpiente es venerada en
Oriente por su sabiduría, sagacidad y seriedad. La serpiente
hombre es romántica y con sentido del humor; la mujer serpien-
te, bella y dichosa por ello. ¡Quién lo hubiera supuesto aquí, en
Occidente, donde la tradición cristiana asocia la serpiente al es-
píritu maligno!
32 Si la astrología siguiera el método científico (véase la nota
24), su modo de proceder hubiera sido como sigue: En primer
lugar, los astrólogos hubieran contrastado sus predicciones teó-
ricas, calculadas a partir de los planetas conocidos, con la expe-
riencia. En ese caso, hubieran encontrado solo aciertos puramen-
te estadísticos y abandonado la astrología como instrumento útil
para la predicción del futuro. Pero supongamos que no hubiera
sido así y que hubieran encontrado una verificación parcial de sus
predicciones. Su confianza en la teoría (en el levantamiento de la
carta astral o natal) les hubiera hecho entonces sospechar que
el fallo parcial se debía a que no se estaban considerando todas
las posibles influencias y, consecuentemente, hubieran predicho
que había uno o varios planetas cuyos efectos estaban siendo
ignorados en el levantamiento de la carta natal. Así, los nuevos
planetas hubieran sido descubiertos por los astrólogos. He aquí,
sin embargo, cómo se descubrió Neptuno: la órbita de Urano pre-
sentaba irregularidades que no podían ser descritas adecuada-
mente por la aplicación de las leyes de la mecánica de Newton
a los planetas conocidos. Esto llevó a los científicos Urbain J.J.
Leverrier en Francia, y John C. Adams en Cambridge, a predecir
la existencia y la posición de un nuevo planeta, responsable de
las irregularidades observadas. Neptuno fue entonces encontra-
do por el astrónomo alemán Galle el 23 de septiembre de 1846.
33- Hablo de un cuerpo de doctrina estructurado, no de una
colección de reglas misteriosas. Las contribuciones que la astro-
logía ha ido recibiendo a lo largo de los años (como la reciente
teoría de los “armónicos de los ciclos cósmicos”, de J. Addey)
no invalidan la afirmación anterior, pues no han contribuido ni a
estructurar el credo astrológico ni a mejorar su inexistente capa-
cidad de predicción.