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teve Shaw (el nombre real tras su conocido apodo) 

nació en 1960 en Reino Unido, pero se crió entre 

Sudáfrica y Australia. Tuvo una infancia muy com-

plicada, y nos habló sobre ello en la entrevista, que le acabó 

llevando a los Estados Unidos a mediados de los 70. Desde 

que llegó allí empezó a apasionarse por la magia y su salto 

a la fama llegó unos pocos años más tarde colaborando con 

James Randi para el Proyecto Alfa.

Dicho Proyecto Alfa fue un montaje. Comenzó en 1979 

orquestado por el mago James Randi, con la colaboración 

de Steve Shaw y Michael Edwards, para desmontar una in-

vestigación muy poco rigurosa sobre parapsicología que se 

llevó a cabo en la Universidad de Washington con un im-

portante apoyo financiero de la compañía aérea McDonnell 

Douglas. Tanto Steve Shaw como Edwards lograron duran-

te años convencer a los investigadores de que sus poderes 

eran reales. Usando únicamente la mente (supuestamente, 

claro) doblaban todo tipo de utensilios, movían a distan-

cia objetos en cámaras cerradas, trucaban fotografías... En 

1981  los  laboratorios  McDonnell  anunciaron  que  tenían 

listas las conclusiones de su investigación, pero Randi se 

adelantó haciendo publico cómo habían engañado a los in-

vestigadores en decenas de experimentos. También pudi-

mos hablar sobre ello a fondo en la entrevista.

En la actualidad, Banachek es uno de los mentalistas 

más prestigiosos y galardonados del mundo. Aparte de ac-

tuar por todo el mundo y escribir libros sobre magia, es o ha 

sido asesor en asuntos de magia para clientes de la talla de 

James Randi, Penn & Teller, David Blaine, Lance Burton 

o Criss Angel. Ha sido además durante años el responsable 

del Reto del Millón de Dólares de la JREF (Fundación Edu-

cativa James Randi).

EL ESCÉPTICO:  Hola,  Sr.  Banachek.  Gracias  por 

atendernos durante su gira por España. Comencemos por 

su situación actual. ¿Qué tal está yendo la gira? Usted ya 

estuvo en España anteriormente, ¿ha descubierto algo nue-

vo que no conociera?

BANACHEK:  En  esta  gira  hacemos  27  actuaciones 

aquí en España, a veces dos el mismo día: por ejemplo, un 

espectáculo de magia y luego en otro punto de la misma 

ciudad una conferencia.

Es interesante ir de ciudad en ciudad, he visto buena 

parte  de  España,  lugares  muy  bonitos,  edificios  antiguos 

preciosos. Se me ocurre que hace muchísimos años tenía 

que ser espectacular ir de una ciudad a otra por aquí, con 

esos castillos enormes, ¡y esas catedrales! Hay que verlas 

aunque seas ateo.

Nací en Inglaterra, me fui de allí con nueve años, estuve 

siete en Sudáfrica, luego en Australia. Llevo en los Estados 

Unidos desde los 16. Ahora tengo 54. En EE. UU. tenemos 

edificios altos, pero no tan extensos como los de aquí.

El contacto con el público español es muy interesante. 

He tenido traductores no muy buenos que, en cuanto em-

pezaba la actuación, se daban cuenta de que yo uso mucho 

la psicología y veían que era más difícil de lo que habían 

esperado. Pero en Barcelona tuve un traductor simultáneo 

Entrevista a Banachek

,

 

el mentalista que engañó 

a la (mala) ciencia

Luis García, Inma León y Andrés Carmona

ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico

En el otoño de 2014 pasó por nuestro país el aclamado mentalista Banachek. 

Tuvo actuaciones en varias ciudades españolas, algunas abiertas al público en 

general y buena parte de ellas en eventos exclusivamente dirigidos a magos. 

A pesar de su apretada agenda, con espectáculos casi a diario durante más de 

un mes, tuvo la gentileza de atendernos antes de su actuación en Madrid para 

hablarnos de magia, mentalismo y pensamiento crítico.

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fantástico, buenísimo. Cuando lo hacen bien, esa es la me-

jor forma, el público se divierte y yo disfruto. Hay gente 

que me ha dicho que era la primera vez que veía la actua-

ción de un mentalista y quería repetir. Otros sí habían visto 

algún espectáculo de mentalismo pero me decían que nada 

parecido. Y no lo digo porque esté hablando con vosotros, 

lo diría delante de cualquiera: he estado en otros países y no 

es igual; todas las personas que he conocido aquí en España 

se han volcado con nosotros, nos han ayudado en todo lo 

posible: los organizadores de las conferencias, los de los 

espectáculos, todos. Ha sido fantástico.

En Bilbao y en Madrid ya había estado pero no conocía 

ninguna de las otras ciudades. Todo ha sido nuevo para mí. 

A veces soy como un niño. Tengo una hora o dos antes del 

espectáculo, dejo a mi mujer en el hotel y me voy a dar 

una vuelta por la ciudad; veo todo lo que puedo, vuelvo 

y le digo: “tienes que ver esto”. Aunque esté cansada, me 

la llevo a verlo porque seguramente no vuelva más allí. Y 

eso lo hago en casi todos los países a los que voy. Europa 

tiene mucha historia, una historia muy rica. A mí la histo-

ria me fascina. En Sudamérica me fascinan los mayas. Y 

en Europa, los romanos. Porque te fijas en lo que hicieron, 

los acueductos que atraviesan el paisaje, los edificios que 

construyeron y ¡caramba! No tenían las herramientas que 

tenemos ahora y aun así construyeron tantas cosas que si-

guen en pie. Me resulta increíble.

Este edificio [el del teatro] no va a durar tanto como las 

catedrales románicas ni nada de eso. Pero probablemente 

no lo pretendían. Lo derribarán dentro de un par de años 

y harán otro. Así son las cosas hoy en día. Ya no se hacen 

las cosas para que duren; se hacen para que estén, digamos, 

cincuenta años y luego se cambian.

EE: Sobre su carrera en el mundo escéptico, sabemos 

que colaboró con Randi desmontando a Popoff, sabemos 

que es usted el director del Desafío del Millón de Dólares 

de la JREF, pero en España no se conoce tanto el Proyecto 

Alfa, ¿podría describirlo en sus propias palabras?

BA: En los años 70 y 80 Uri Geller era muy famoso. Se 

dio a conocer sobre todo por algo nuevo: doblar y mover 

cosas con el poder de la mente. Lo de mover cosas no era 

tan nuevo, ya se había hecho antes, pero doblar metales sí 

que era algo muy novedoso, vanguardista, y tuvo mucho 

éxito en todo el mundo.

 Resulta que a mí me abandonaron en Sudáfrica de niño, 

cuando tenía nueve años, con mis dos hermanos, uno de 

un año y el otro de tres. Yo los crié hasta que cumplí los 

quince. Estando aún en Sudáfrica, Uri Geller vino por allí 

y le oí por la radio, todavía no teníamos televisión. Dijo: 

“coged cucharas o algo de metal y yo las doblaré a través 

de la radio“. Mi madre había dejado un costurero cuando se 

marchó, así que cogí una aguja, me concentré y pensé que 

se doblaría. Y creí que se había doblado, una pizquita, algo 

microscópico, pero que se había doblado. Todos los adultos 

que yo conocía creían en Uri Geller y, si ellos decían que 

eso era verdad, tenía que serlo.

 Me marché de allí para buscar a mi padre biológico, 

(foto: www.banachek.com)

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que se había ido de casa cuando yo tenía un año. Supe que 

estaba en Australia y me fui allí. Luego nos mudamos a 

Estados Unidos. Y allí leí el libro de Randi La verdad sobre 

Uri Geller. Randi decía que Geller era un mago, que lo que 

hacía eran trucos de magia. Me molestó que eso no me lo 

hubiera contado nunca nadie.

 Leyendo el libro descubrí formas de doblar clavos y 

empecé a hacer mis pinitos, pero fui más allá: empecé a 

doblar llaves, inventé mi propia técnica para doblar cla-

vos… Había oído —no lo había visto, pero lo había oído 

decir— que cuando Geller doblaba algo, lo veías doblarse. 

Pues bien, todo lo que yo doblaba, todo, se veía cómo se 

doblaba. Hasta muchos años después no vi a Geller; pero 

en aquel momento lo que hacía era ponerle a alguien una 

cuchara en la mano y cuando la persona abría la mano, la 

cuchara estaba doblada. Así que mis doblamientos, y lo 

digo humildemente, eran mejores que los de Geller. Llegué 

a ser muy bueno en eso.

Ten en cuenta que, al haber sido un niño abandonado, 

tenía problemas de adaptación. No era muy sociable. Cuan-

do iba al instituto tenía tres trabajos porque mi familia era 

muy disfuncional y yo me había ido a vivir de alquiler por 

mi cuenta. Era el raro. Así que empecé a doblar y a mover 

cosas, y todos los chicos robaban cubiertos de la cafetería 

y me los traían para que los doblara. Me expulsaron unos 

días por lo de los cubiertos, ¡no los robaba pero fui yo quien 

tuvo problemas! Incluso ideé una forma de hacer que sona-

ra antes la campaña del colegio y también me metí en líos 

por eso.

En fin, llegué a ser tan bueno en esas cosas que le escribí 

una carta a Randi. Le decía: “si alguna vez necesitas un 

chaval para engañar a los científicos, creo que yo serviría”. 

No esperaba respuesta pero recibí una carta de Randi en la 

que me decía que, si alguna vez iba a New Jersey, fuera a 

visitarle. Surgió la oportunidad y fui a verle. No me pidió 

que le hiciera ninguna demostración, lo cual me decepcio-

nó. Semanas después supe que el motivo fue que no quería 

un aprendiz; quería conocerme, pero no enseñarme nada. 

Prefería que yo me inventara mis propios trucos. Así, llega-

do el caso, podría decirles a los científicos: “yo a este chico 

no le he enseñado nada, lo ha aprendido todo por su cuenta, 

¿se imaginan lo que podría haber hecho si le hubiera ense-

ñado yo? “

La oportunidad llegó en 1978 o 79, no recuerdo ahora 

exactamente. McDonnell Douglas, la empresa aeronáutica, 

le dio medio millón de dólares a la Universidad de Wash-

ington para estudiar lo que llamaban PKMB, [las siglas en 

inglés  de]  Doblamiento  Psico-Kinético  de  Metal.  Busca-

ban chicos que doblaran metales. Yo tenía 18 años, pero era 

bastante crío. Les escribí y me pidieron que fuera para ver 

qué sabía hacer. Randi me llamó un par de días después. 

Me dijo: “hay un tipo en San Luis que da medio millón de 

dólares para estudiar la psicokinesis“. Le dije que ya me 

habían aceptado. Él me habló de otro chico al que habían 

aceptado, que ya estaba allí y que les había dejado impre-

sionados doblando una llave. Se llamaba Mike Edwards. 

Mike había llamado a Randi para preguntarle qué tenía que 

hacer. Randi le dijo: “tú sigue, nosotros iremos documen-

tando todo el Proyecto Alfa“. Le pregunté a Randi si podía 

confiar en Mike y me dijo: “no sé, no le conozco mucho; tú 

ve e improvisa“.

Me fui a San Luis. Mike y yo llegamos en avión el mis-

mo día, coincidimos en su terminal y salimos juntos. Sabía-

mos que nos íbamos a divertir. Fue entonces cuando conocí 

a Peter Phillips. Peter Phillips llevaba un anillo que, según 

me dijo, le había dado un médico en África y lo llevaba 

como protección. Empecé a pensar que la cosa sería fácil… 

o quizá no, alguien puede simplemente tener interés en la 

parapsicología y llevar un amuleto sin creer en él.

Yo aún no tenía carnet de conducir. Mike sí, pero era 

demasiado joven para alquilar un coche. Así que Peter Phi-

llips alquiló uno y nos dejó a nosotros el suyo, y le segui-

mos hacia su casa. Mike conducía y yo iba en el asiento 

de al lado. Se me ocurrió mirar al asiento de atrás y vi un 

maletín, qué interesante. Lo cogí y, con cuidado de que Pe-

ter no pudiera verme por el retrovisor, abrí las cerraduras. 

Dentro había cubiertos: cucharas, tenedores, cuchillos. Me 

puse a doblarlos con las manos. Luego lo cerré y lo dejé de 

nuevo en el asiento de atrás. Al cabo de un rato abrí la guan-

tera. Allí había llaves. Las doblé y las dejé donde estaban. 

Mike me miraba con una cara… Fui a coger las llaves del 

contacto y entonces me pegó en la mano y me dijo: “oye, 

tío, ya está bien”.

Todas esas cosas las descubriría Peter más adelante, y si 

no conseguíamos doblar nada en el laboratorio, por lo me-

nos aquello le mantendría el interés, le dejaría la esperanza 

de poder grabarlo algún día. Nuestros primeros doblamien-

tos en el laboratorio fueron microscópicos, porque no sa-

bíamos si tenían falsos espejos para mirarnos, no sabíamos 

qué veían, qué sabían. Luego, a medida que pasaba el tiem-

po, empezamos a doblar cosas más grandes, de forma más 

visible.

Cuando surgió aquello, había dos teorías. La primera 

era que si no había pruebas de percepción extrasensorial 

en experimentos hechos con los controles adecuados era 

porque  no  había  dinero  para  financiarlos,  algo  de  lo  que 

esos científicos llevaban años lamentándose. Bueno, no hay 

duda  de  que  el  problema  no  era  el  dinero  sino  el  sesgo: 

Randi decía que Geller era un mago, que lo que hacía 

eran trucos de magia. Me molestó que eso no me lo 

hubiera contado nunca nadie.

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ellos seguirían creyendo y seguirían tratando de probar su 

sistema de creencias en lugar de investigar científicamente 

si aquello era cierto. La segunda era que, como todos tenían 

doctorados, se creían muy inteligentes y no veían necesario 

recurrir a personas que, sin tener un título, fueran expertas 

en ese campo. Y así fue.

 Nosotros teníamos nuestras normas. Si alguna vez nos 

hubiesen preguntado si éramos magos, teníamos que haber 

dicho que sí y que estábamos trabajando con Randi. Cada 

vez que hacíamos un experimento, se lo contábamos a Ran-

di por carta o por teléfono y le explicábamos qué habíamos 

hecho y cómo. Entonces Randi les escribía: “si están us-

tedes haciendo experimentos, ¿han comprobado tal cosa?, 

quizá les interese hacer tal otra”. Pero nunca le contestaron 

ni le preguntaron cómo sabía lo que estaban haciendo, eso 

no se lo plantearon ni una sola vez. Nosotros nunca tuvimos 

que descubrirnos y confesar que era un engaño. En todo 

ese tiempo nadie nos preguntó si éramos magos, jamás. Un 

portavoz de la McDonnell Douglas llegó a decir que sí nos 

lo habían preguntado, pero no era cierto.

Poco antes de que todo aquello terminara, cuando ya 

sabíamos que íbamos a hacer un programa de televisión, 

hubo un congreso en el que estaban aquellos parapsicólo-

gos y también estaba Randi, quien hizo correr dos rumo-

res. Uno era la verdad: que Mike Edwards y yo estábamos 

trabajando  con  él  para  engañar  a  aquellos  científicos.  El 

otro era que nosotros tres y algunos científicos estábamos 

trabajando para engañar a todos los demás parapsicólo-

gos. Cuando volvimos, nos contaron que habían oído esos 

dos chismes y les parecían ridículos, se rieron. Hablaban 

de ello como rumores, no como hechos. No nos pregun-

taron si eran ciertos, si trabajábamos con Randi, si éramos 

magos.  No  nos  investigaron. Si  me  hubieran  investigado 

a mí, habrían averiguado que en su día afirmé tener pode-

res paranormales; cuando visité a Randi, me aconsejó que 

siguiera fingiendo que los tenía. En cuanto a Mike, había 

salido varias veces en el periódico de su ciudad. Si hubieran 

indagado, habrían descubierto que era un mago y que había 

hecho actuaciones de escapismo con una camisa de fuerza. 

Pero no lo hicieron.

 Cuando lo hicimos público y explicamos el engaño, no 

quisieron hacer declaraciones a ningún medio hasta hablar 

con nosotros. Uno de los del Mac Lab me llamó, o le llamé 

yo a él. Me dijo: “he oído rumores de esto y lo otro…” Le 

pregunté que qué opinaba de ellos. Me respondió: “no pue-

den ser ciertos, vosotros sois auténticos, chicos”. “Por des-

gracia, es verdad”, le dije. Empezó a preguntarme: “pero 

¿y esto? ¿y esto otro?”, intentando encontrar algo que hu-

biéramos hecho y que no tuviera más explicación que la 

paranormal, intentando aferrarse a algo.

EE: Lo cuenta como algo divertido, pero era una cues-

tión muy seria.

BA: Sí, era algo muy serio. Por ponerlo en su contexto, 

eran los años de la Guerra Fría, Rusia tenía mucha propa-

ganda sobre gente con poderes paranormales y se estaba 

invirtiendo mucho dinero en esas cosas. El gobierno de Es-

tados Unidos se gastaba dinero en Stargate y en otras inves-

tigaciones de ese tipo. Se estaba malgastando un montón de 

dinero, y la aparición de Uri Geller hizo que se gastara aún 

más. Eso es lo que más le critico a Geller: que por su culpa 

se tirara el dinero en esas cosas en vez de emplearlo para 

investigaciones realmente científicas. Hay quien dirá que lo 

que hicimos nosotros, engañar a científicos en nombre de la 

ciencia, tampoco es ciencia y no está bien, que hicimos mal 

en gastar dinero en eso. Pero es que, si ellos hubieran actua-

do como científicos, nos habrían descubierto y no hubiéra-

mos seguido adelante. Nosotros no hicimos nada malo. Hi-

cimos algo necesario. Había más gente metiéndose en esas 

historias, validándolas con otros grupos. Además de Geller 

estaba Hasted en Inglaterra, Gerardo en Francia… Había 

varios convenciendo a la gente de que tenían auténticos po-

deres. Si no hubiéramos llegado nosotros a formar parte de 

aquello para desenmascararlos, habrían llegado otros que 

no hubieran denunciado que aquello era un fraude.

EE: Algunos de esos experimentos parece imposible 

creérselos; son fáciles de ejecutar por un profesional.

BA: Es gracioso, porque yo lo hacía todo; te sorprende-

rías. Los mejores trucos son los más sencillos. Por ejemplo, 

tenían una campana de cristal con un pivote. Puse un rotor 

en el pivote y lo tapé con un cristal antiestático. Me pregun-

taron si podía moverlo. Yo siempre decía que sí, fuera lo 

que fuese. A los pocos segundos estaba girando a la izquier-

da. Para asegurarse de que no era una corriente de aire, me 

pidieron que lo hiciera girar hacia la derecha, y así lo hice.

Mike y yo teníamos una clave. Si necesitábamos hablar, 

uno decía: “oye, tengo sed, ¿vamos a por algo de beber?” 

En aquel momento Mike me lo dijo. Salimos y, claro, me 

preguntó “¿cómo lo haces?, es increíble”. Y le respondí: 

“no te lo vas a creer pero después de tantos años de hacer 

esto, he descubierto que sí tengo poderes”. “Venga, hom-

(foto: www.banachek.com)

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bre, cuéntamelo”, insistió él. Se lo conté, volvimos a entrar 

y él también lo hizo. Eso lo repetimos muchas veces en 

muchos experimentos distintos.

En uno te dejaban solo en una habitación, te daban un 

sobre cerrado con grapas y con un dibujo dentro. Luego te 

enseñaban veinte diapositivas. Entonces tenías que salir y 

decir: la trece, o el número que pensaras que era. Abrían 

el sobre, sacaban el dibujo y habíamos acertado. Bueno, 

fallábamos a veces a propósito, solo queríamos acertar más 

que lo que correspondería por azar pero no queríamos que 

sospecharan. Mike me preguntó cómo lo hacía y le expli-

qué que, cuando me dejaban solo, quitaba las grapas con 

cuidado, sacaba el dibujo, lo miraba, lo volvía a meter y 

volvía a poner todas las grapas. Así sabía qué dibujo era y 

podía decírselo. “¡Ah, genial!”, y entonces Mike ya estaba 

en el ajo. Pero se me olvidó decirle que yo dejaba las grapas 

en el cenicero. Él las puso en la silla y sin querer le dio un 

golpe y se cayó. Como no las encontró todas, lo que hizo 

fue poner las que pudo y –ahí estuvo rápido– volvió, dijo: 

“la número siete”, y empezó a abrir el sobre. Le gritaron: 

“¡no, tú no puedes abrirlo!” Así que les dio a ellos el so-

bre medio abierto. Desde luego, dijo el número mal porque 

iban a sospechar de que hubiera empezado a abrir el sobre.

Otra vez dejé abierta la ventana. Por las noches cerra-

ban la puerta con llave. Salimos a las tres de la mañana y 

volvimos a eso de las cuatro. Yo trepé, entré por la ventana 

—entonces estaba muy delgado— le abrí a Mike y volví. 

Vi que había una pisada en la mesa. Tardamos una hora en 

encontrar algo para limpiarla.

El caso es que doblamos todo lo que allí había. ¡Todo! 

Había incluso algunas cosas de Tom Richards, entre ellas 

una maleta a cuyo interior le pude echar un vistazo. Él de-

cía que había espíritus que daban toques en la mesa, y yo 

siempre me fijaba en que su pie derecho se movía también 

de modo que tenía que tener allí algún tipo de dispositivo, 

cuando todos creían que realmente un espíritu daba golpes. 

Quería hacer muchas cosas conmigo, pero traté de evitarlo. 

Incluso les dije a los científicos: “mirad la imagen, puede 

verse cómo mueve los dedos”. También hacía fotografías 

en stop-motion, y tenía acuarios con un candado y posos de 

café dentro. Los objetos de dentro se movían pero la graba-

ción era siempre en stop-motion... El día que nos colamos 

tenía allí uno de sus acuarios. Abrimos la cerradura, apa-

gamos la cámara, escribimos cosas en los posos de café, lo 

doblamos todo y cerramos de nuevo el candado. Cerramos 

la ventana y volvimos al sitio donde estábamos alojados. 

Un rato más tarde, sobre las 8 de la mañana, me llamó 

Peter Phillips y me dijo: “¿Qué tal has dormido?”, le dije: 

“No  demasiado  bien”,  claro  que  no,  porque  estuvimos 

hasta tarde en el laboratorio pero añadí: “Anoche tuve un 

sueño rarísimo. Soñé que llegaba al laboratorio y estaba 

todo doblado”. Él dijo: “Vale, ya hablamos después, intenta 

descansar un rato”. Me llama media hora más tarde y me 

dice  “¡Steve!  ¡Ha  sucedido!  ¡Ha  sucedido!”,  y  continuó: 

“¡Tu sueño se hizo realidad! ¡Todo en el laboratorio estaba 

doblado!”.

Hicimos bastantes locuras, como esa otra vez en la 

que participó un psicólogo freudiano llamado Berthold 

Schwarz, que no formaba parte en realidad del Laboratorio 

McDonnell pero se lo creía todo. Me dejó una cámara y me 

dijo: “Hay una dama que afirma poder tomar fotos con su 

cámara y hacer que luego aparezcan ovnis en el cielo, ¿pue-

des tú hacer eso?”. Yo siempre decía que sí, así que tomé 

la cámara, hice varias fotos... al revelar el carrete se vieron 

imágenes del torso de una mujer, un pezón y un muslo, un 

bebé naciendo, un retrato de Jesucristo... todo tipo de cosas 

raras. Ten en cuenta que el tipo era un psicólogo freudiano. 

Lo que hice fue escupir en el objetivo de la cámara y a 

medida que iba tomando fotos se iba secando la saliva, de 

manera que cada foto tenía formas diferentes, como cuando 

miras a las nubes en el cielo y ves todo tipo de cosas. Lo cu-

rioso es que al ver luego las fotos con él, realmente parecía 

lo que él imaginaba, no era solo su imaginación.

EE: En el Proyecto Alfa, después de haber contado la 

verdad sobre el experimento hubo ciertas discusiones éticas 

acerca de la metodología empleada.

BA: Es lo que decíamos antes. Algunas personas no con-

sideraban ético engañar a los científicos en nombre de la 

ciencia. Lo curioso es que un parapsicólogo llamado Trevor 

Finch dijo incluso: “Si creen que pueden engañar a los pa-

rapsicólogos, intenten colar a un mago en el experimento. 

No se saldrán con la suya”. De forma que nosotros cumpli-

mos lo que él dijo, y en cualquier caso, si por su parte ellos 

hubieran aplicado correctamente el método científico, nos 

habrían pillado enseguida. No lo hicieron y no fuimos una 

excusa para que ellos hicieran mala ciencia y dijeran: “Oh, 

esos magos, ¡nos engañaron!”.

EE: El Proyecto Alfa también demostró que no importa 

la cantidad de dinero invertida en estudiar algo.

BA:  No,  no  importa.  Si  comienzas  una  investigación 

con un sesgo claro desde el principio, lo único que quieres 

es documentar lo que ya crees de antemano. No importa la 

cantidad de dinero cuando tiene relación con este tipo de 

fenómenos. Que hubieran llevado a Randi o a casi cual-

quier otro mago. Randi se ofreció en todo momento para 

que hubiera alguien que supiera cómo analizar estos ex-

perimentos, porque los ilusionistas nos especializamos en 

distintos tipos de magia, de modo que necesitas a alguien 

Eran los años de la Guerra Fría, Rusia tenía mucha 

propaganda sobre gente con poderes paranormales y 

se estaba invirtiendo mucho dinero en esas cosas.

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que pueda interpretar cierto tipo de magia. Claro, en aquel 

momento había magos que también creían en Uri Geller, 

pero porque no tenían la misma especialidad.

EE: Es curioso su interés en desmontar todo tipo de 

fraudes. ¿Qué le motiva a implicarse de esta manera?

BA: Creo que el origen fue el darme cuenta, tras leer un 

libro de Randi, que las cosas no siempre son lo que parecen, 

y esto me intrigaba. Como mentalista, uso mis cinco senti-

dos y creo la ilusión de un sexto. No es que tenga un sexto 

sentido, pero creo esa ilusión. Hay algunos mentalistas que 

pretenden que creas que son psíquicos y se llaman a sí mis-

mos psíquicos. No les gusta el término mentalista porque 

implica estar usando trucos. Cuando empecé en esto, no 

sabía que había un área especializada de la magia dedicada 

a este tipo de trucos llamada mentalismo.

EE: Mucha gente no cree que lo que hace un mago sea 

realmente magia, saben que hay trucos, pero sigue habien-

do mucha gente que sí cree que los mentalistas tienen habi-

lidades especiales.

BA: Por eso yo hago una advertencia al principio de 

cada espectáculo. Siempre le digo a la gente que yo uso mis 

cinco sentidos para crear la ilusión de un sexto, les digo que 

no tengo poderes psíquicos. Hay algunos magos que dicen: 

“No deberías hacer la advertencia, es como si estuvieras 

representando Macbeth y pararas en mitad de la obra para 

avisar: de acuerdo, no soy Macbeth y quiero que lo sepan 

antes de seguir la función”. Claro que no, y el ejemplo es 

estúpido por el contexto, la gente ha ido a ver una obra. 

Pero si yo estoy en ese mismo escenario, el que esté hacien-

do algo no lo hace menos real. Es como si un neurocientí-

fico se sube al escenario y habla sobre el cerebro humano 

de cosas veraces y tras un rato la gente dice: “Oh, este tipo 

verdaderamente sabe lo que dice”. Si un cirujano empieza 

a hablar del corazón y todo el mundo entiende lo que dice, 

entonces no es una obra de ficción. Cuando yo subo al esce-

nario sé que hay gente que no va a creerlo pase lo que pase 

y diga lo que diga. Pero hay una porción de gente que nun-

ca ha visto este tipo de espectáculos, no saben qué creer. Si 

yo subo al escenario y digo que todo es real, lo hago desde 

una posición de autoridad. Lo que diga será verdad para esa 

gente. Por eso considero importante hacer esa advertencia 

al principio, y no todos los mentalistas lo hacen.

EE: Entonces considera poco ético dejar que la gente 

crea que tiene poderes. ¿Cree que debería ser obligatorio?

BA: Yo no soy quién para decirle a la gente lo que debe 

decir o hacer. Solo puedo decirte lo que yo hago y digo. 

Que  personalmente  lo  considere  más  ético  no  significa 

que deba ser obligatorio, porque se convertiría en algo así 

como una dictadura. Creo que debemos responsabilizarnos 

de nuestras acciones, y si subes a un escenario y tratas de 

convencer a la gente de que tienes poderes reales, adquieres 

esa responsabilidad, y si un periodista escribe un reportaje 

y revela tus trucos, lo tienes merecido. Si al subir al escena-

rio hubieras dicho: “Miren, esto no es real, es una ilusión”, 

entonces nadie tendría motivos para desmontar tus trucos 

porque todos sabrían que se trata de puro entretenimiento, 

(foto: www.banachek.com)

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igual que con otro tipo de magos.

Igual que si proclamas: “puedo curar a la gente, o hago 

esto, o lo otro”. Además, si haces eso y revelan tus trucos, 

puede que estén revelando también alguno de los míos, por 

lo que me estarías perjudicando como artista y dejaría de 

asombrar a la gente. Pongo otro ejemplo: en los Estados 

Unidos tienes el derecho de quemar la bandera, tienes ese 

derecho pero la responsabilidad de no hacerlo. Mucha gen-

te ha muerto por esa bandera, muchos han hecho cosas ge-

niales por ella, deberías sentirte orgulloso de ese símbolo y 

por ello no deberías quemarlo. Puedes hacerlo, pero tienes 

la responsabilidad de no hacerlo porque enfadarías a mucha 

gente. Esto es igual, tienes que asumir que aparezca un re-

portaje que desmonte tus mentiras, y en realidad tú mismo 

te habías expuesto a ello desde el principio haciendo ese 

tipo de afirmaciones.

EE: En estos últimos años hemos visto bastantes inves-

tigaciones con colaboraciones entre magos y neurocientífi-

cos. Por ejemplo, las investigaciones de Susana Martínez-

Conde con magos como Apollo Robbins o el propio James 

Randi. ¿Qué opina de este tipo de colaboración?

BA: Pienso que es genial, pero hay que andar con mu-

cho cuidado. Hay una línea que no debe cruzarse, siempre 

hay cosas que los magos hacen y no son reales, son solo 

trucos. El efecto de un movimiento de mano implica esto, 

lo otro, cómo provocar una distracción... hay cosas muy 

interesantes y eso es bueno.

EE: Ustedes los magos son expertos en percepción y en 

desviar la atención.

BA: Sí, pero puede darse el caso de que algún mago, 

para que suene mejor, pueda mentir en algo al neurocien-

tífico, y que luego este lo ponga en su estudio. He visto 

algunos ejemplos y he pensado: “Esto no es del todo cier-

to”. Quizá alguno lo haga por conseguir algo de publici-

dad, vete a saber. Hay que tener mucho cuidado con estas 

cosas y no cruzar esa línea; siempre tienes que trabajar con 

hechos contrastados. No porque un mago te diga algo tie-

nes que pensar que es verdad. La mayoría serán honestos, 

pero muy de vez en cuando alguien se tomará una peque-

ña licencia poética. Cuando hablamos de ciencia no puede 

haber licencias poéticas, deben ser hechos. Es distinto a si 

estamos  hablando  con  un  reportero,  como  hizo  Houdini: 

“Eh, mira, salté del puente, atravesé el hielo, y tuve que 

ir bajo la capa respirando en pequeños espacios con aire 

hasta encontrar la siguiente abertura”. Nunca pasó esto; en 

realidad, cuando Houdini saltó no había hielo alguno en el 

río, pero en aquella época no había internet y no se podían 

comprobar las cosas como haríamos hoy en día. Los cien-

tíficos deberían ser muy cuidadosos sobre lo que obtienen 

de los magos y hacer correctamente sus investigaciones. Si 

un mago te dice algo, lo miras con detalle, te aseguras de 

que es verídico y solo después lo pones en tu publicación.

EE: Si un mago accede a participar en un experimento 

científico, será honesto...

BA: ¿Será honesto, o debería serlo? Son cosas diferentes.

EE: Debería, por supuesto.

BA: Desearía que lo fuera, pero no significa que vaya a 

ser así. No todo el mundo es honesto, y algunos dicen y ha-

cen cosas solo porque queda bien. Su trabajo es hacer que 

las cosas parezcan más grandes y mejores de lo que son. 

Es lo que hacemos los magos, es nuestro trabajo, y a veces 

podemos olvidarnos cuando hablamos con otra gente de lo 

que es verdad y lo que no.

EE: Si se aplica el método científico correctamente, se 

entiende que siempre habrá una doble validación, un rigor.

BA: Ayudará, sí. Cuando doy alguna charla, todo el con-

tenido suele girar en torno a esos pequeños detalles y suti-

lezas que hacen que la gente piense que algo está pasando 

cuando realmente no es así. Del mismo modo, cada palabra 

que yo use puede tener un significado para una persona y 

otro muy distinto para otra. Se trata siempre de desviar la 

atención, y es lo que busco todo el tiempo en cada cosa que 

hago.

EE: ¿Está ahora mismo involucrado en alguna investi-

gación de este tipo? ¿Estaría interesado en ello?

BA: No, ahora mismo no. Podría quizá interesarme. Me 

encanta la neurociencia, me encanta la ciencia en general, 

me encanta la psicología... Leo más libros de psicología 

que de cualquier otra cosa. Leo de todo, soy muy ecléctico. 

Leo desde novelas de misterio a ciencia ficción, lo que sea. 

Pero la mayoría de lo que leo son libros y revistas que tie-

nen algo que ver con la psicología.

EE: ¿Qué beneficios cree que podría aportar esa colabo-

ración para usted o sus espectáculos?

BA: Siempre que te involucras en cosas así recibes algo 

a cambio, porque aprendes. Me encanta aprender, y el co-

nocimiento es poder. Creo firmemente en eso. Me irrita mu-

cho cuando voy a algún lugar, ya sea un restaurante o una 

cafetería y haces alguna pregunta sencilla sobre su trabajo, 

algo que quieras saber por curiosidad, el tipo de café que 

sirven... y no saben responderte. Si yo trabajase allí me gus-

taría ser el mejor en eso, conocerlo todo. Cuando actúo en 

un hotel me preocupo por las puertas traseras y ese tipo de 

cosas. ¿Cómo puedes trabajar en un sitio y no tener interés 

Cuando doy alguna charla, todo el contenido suele 

girar en torno a esos pequeños detalles y sutilezas 

que hacen que la gente piense que algo está pasando 

cuando realmente no es así.

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ni en lo que tienes detrás del mostrador? No entiendo esa 

forma de ser, yo siempre trato de sacar algún beneficio de 

esas situaciones.

EE: Quizá como mago, su conocimiento sobre algunas 

cosas no sea tan sistemático como lo sería si colaborase con 

algún experimento.

BA: Es interesante lo que planteas, considerando por 

ejemplo que yo enseño a otros magos cómo doblar metal. 

Buena parte de eso es instintivo para mí, pero cuando tengo 

que incluir esas técnicas en un DVD para la gente, siempre 

tengo que plantearme por qué lo hago como lo hago, por 

qué  lo  sujeto  de  esta  manera  o  de  la  otra,  qué  beneficio 

obtengo de cada cosa. Casi todas las cosas tienen un sentido 

que nunca pensé, porque lo hice por instinto. Incluso me 

pregunto: ¿Puede que esté justificando la forma en la que lo 

hago? ¿O realmente es la idónea? Con algunos detalles me 

he dado cuenta de que realmente no los necesito, pero ya se 

han convertido en hábitos.

Os voy a poner un ejemplo. Hago duplicación de 

imágenes, en ocasiones con un gato. Yo sé de antemano 

que la persona ha elegido un gato (no voy a decirles cómo 

lo sé, pero lo sé), aunque nadie sabe que yo tengo esa 

información. Me coloco espalda contra espalda y le digo: 

“Adelante, comience a dibujar”. Solo esa persona sabe que 

va  a  dibujar  un  gato. Al  poco  tiempo  le  digo:  “¡Quieto! 

¿Ha dibujado un círculo o parte de un círculo?” El público 

entonces  piensa:  “Podría  haber  elegido  cualquier  cosa,  y 

haberlo dibujado de cualquier manera, pero él sabe que 

empezaría con un círculo”. Le pido que continúe, y mi 

siguiente pregunta no es si ha dibujado dos triángulos, sino: 

“¿Dos triángulos significan algo para usted?”. Enseguida 

la persona piensa en las orejas y responde que sí, aunque 

quizá no lo haya dibujado todavía, pero la percepción para 

el público es que ha dibujado un círculo y después dos 

orejas. Entonces digo: “De acuerdo, siga dibujando y avise 

cuando haya terminado”. Esto mete cierta prisa a la persona 

que está dibujando, que corre para terminar rápido. Antes 

de terminar le digo: “¿Olvidaste ponerle una boca?” Y casi 

siempre lo han olvidado, porque siempre suelen empezar 

por la cabeza, cuento hasta cinco para confirmarlo diciendo 

“círculo”, continúan, cuento hasta cinco de nuevo y digo 

“dos triángulos significan...” y con eso les llevo del interior 

al exterior de la cabeza y normalmente continúan con el 

cuerpo e incluso la cola, pero olvidan completar la boca. 

Al reírse con mi recordatorio final, el público se asombra 

de  nuevo  y  piensa:  “Supo  que  había  una  boca  y  supo 

que se había olvidado”. Es el tipo de psicología que uso 

constantemente en mis espectáculos. Desviar la atención de 

la gente a otros lugares u otras cosas.

EE: Muchas gracias por todo, ha sido muy amable.

BA: ¡Gracias a vosotros!

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