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El término escéptico y sus problemas

«El científico», leemos muchas veces, «debe ser escépti-

co». O también: «el escepticismo es la marca distintiva de 

la mente educada» (Dewey, 1930, p. 182), «la ciencia hace 

del escepticismo una virtud» (Merton, 1962, p. 547), etc. 

Y  científicos,  pensadores  y  educadores  alertan  de  que  es 

más que conveniente que todos, científicos y personas de 

la calle en general, adoptemos una actitud escéptica ante el 

conocimiento y la realidad.

Científicos, pensadores y educadores entienden perfec-

tamente  qué  se  quiere  decir  con  esa  clase  de  afirmacio-

nes. Básicamente, que debemos dudar antes de aceptar 

cualquier  afirmación  teórica  o  práctica  (el  combate  entre 

ciencia y pseudociencia se libra a cada momento y en todo 

lugar). Que debemos investigar antes de someternos a un 

tratamiento médico invasivo. Que también debemos pre-

guntar  antes de comprar un electrodoméstico o hacer un 

viaje: «los humanos tenemos talento para engañarnos a no-

sotros mismos»; «el escepticismo debe ser un componente 

de la caja de herramientas del explorador; en otro caso, nos 

perderemos en el camino», decía Carl Sagan (2000, p. 67). 

Y, en general, que debemos sospechar y cuestionar en todas 

las áreas —ni que hablar en política—. Sin embargo, no 

es infrecuente que profesores de diferentes áreas descubran 

que, inclusive en la universidad, los alumnos leen esas afir-

maciones con un sentido levemente diferente al menciona-

do —sentido que, en la práctica, resulta ser radicalmente 

diferente.

Para la gran mayoría de los alumnos —y, admitámoslo, 

para todos, casi siempre— la inmediata e inevitable imagen 

que evoca la palabra escéptico es la de ‘aquel que no cree 

en nada’, imagen que induce a asociar una actitud escéptica 

con una actitud fría, displicente, negativa; hasta nihilista 

y destructiva. Y allí está el Diccionario de la Real Aca-

demia Española para dar legitimación a aquella primera e 

intuitiva falsa imagen: «

Escéptico, ca: 1. Que profesa el 

escepticismo; 2. Que no cree o afecta no creer». La enorme 

cantidad de foros en la red, cuestionando con sorpresa si se 

puede conciliar escepticismo y ciencia, es una clara conse-

cuencia directa de esa asociación.

¿Un sinónimo al rescate? El término crítico

Una solución simple puede ser recurrir a otros términos. 

Uno usualmente utilizado como sinónimo de escéptico es 

crítico (Miguel de Unamuno, por ejemplo y como veremos, 

habla de «posición crítica o escéptica»).

Escepticismo, crítica, pensamiento crítico; todos son nom-

bres igualmente apropiados.

Ciencia y escepticismo

Sergio H. Menna

UFS, CNPq, CAPES. Investigador FAPITEC/SE.

Dudar de todo o creer en todo: dos soluciones igualmente 

cómodas que nos dispensan de pensar y reflexionar.

Henri Poincaré (1952, p. xxii)

Cuestiones terminológicas

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Lamentablemente, la palabra crítico tiene problemas 

similares a la palabra escéptico. Aquí, la primera represen-

tación que se impone a nuestra mente es la de la ‘perso-

na que descalifica todo’ —lo que al fin y al cabo es una 

variante peculiar del escéptico ‘que no cree en nada’—. Y 

nuevamente, el Diccionario de la Real Academia Española 

certifica esa línea interpretativa: «Crítico, ca: 5.

 Inclinado 

a enjuiciar hechos y conductas generalmente de forma des-

favorable». 

Existe otra acepción de la palabra crítico, más cercana 

a la que nos interesa: la que mantienen expresiones como 

crítico de espectáculos o crítico de arte. Cuando consulta-

mos la sección «Críticas de cine» de un diario, lo hacemos 

para ver si hay alguna película recomendada, si al crítico 

al que frecuentemente leemos y que más o menos coinci-

de con nuestras propias apreciaciones cinematográficas le 

pareció de calidad alguno de los estrenos de la semana. Es 

decir: consideramos la posibilidad de que un crítico elogie 

una película si le parece buena, o la cuestione si eventual-

mente le parece mala; no tenemos la expectativa de que 

necesariamente la descalificará —o la criticará, en la otra 

acepción de ese término—, porque esa es la única conse-

cuencia posible de su actitud crítica. El Diccionario de la 

Real Academia Española, por supuesto, también registra 

esta acepción: «Crítico, ca:

 9. Juicio expresado, general-

mente de manera pública, sobre un espectáculo, una obra 

artística, etc.».

En síntesis: el término crítico no evita las ambigüedades 

semánticas del término escéptico. Curiosamente —es váli-

do observar—, la expresión pensamiento crítico consigue 

mantener mejor el sentido que intentamos captar. Del mis-

mo modo, sustituir un término por cualquier otro no funcio-

na como solución definitiva, ya que el problema resurgirá 

tarde o temprano —las palabras, como bien sabemos, tie-

nen vida propia.

Escepticismo, crítica, pensamiento crítico; todos son 

nombres igualmente apropiados. Cuando queremos hablar 

de  actitudes  o  procedimientos  específicos,  lo  mejor  que 

podemos hacer —y es suficiente con eso— es esforzarnos 

siempre en aclarar el significado que pretendemos dar al 

término que utilicemos. Mencionar sinónimos, alertar so-

bre los problemas de definición (cuando los hay), hacer co-

mentarios sobre la etimología (cuando son pertinentes) o 

enfatizar el contexto de significación en el que un término 

es utilizado, son las principales variantes de esa tarea.

Una distinción indispensable: escepticismo radical/ 

escepticismo moderado

Un pasaje de un texto de Miguel de Unamuno, gran filó-

sofo español, es esclarecedor para el tema que nos ocupa:

“La pereza espiritual huye de la posición crítica o es-

céptica. Escéptica digo, pero tomando la voz escepticismo 

en su sentido etimológico y filosófico, porque escéptico no 

quiere decir el que duda, sino el que investiga o rebusca, 

El Pensador, de Rodin. (foto: Gabri Solera, www.flickr.com/photos/besosyflores/14031490171/)

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por oposición al que afirma y cree haber hallado” (1967, p. 

259; las cursivas son mías)

1

.

Tiene razón Unamuno cuando alude al sentido filosófi-

co del término escéptico: los grandes escépticos griegos no 

dudaban acrítica e infinitamente de todo, sino solo de aque-

llo que era necesario dudar. Y también tiene razón Una-

muno cuando hace referencia al sentido etimológico de esa 

voz. Ferrater Mora, en su Diccionario de filosofía, indica 

que «el verbo griego σκέπτομαι significa ‘mirar cuidadosa-

mente’ (una cosa, o en torno), ‘vigilar’, ‘examinar atenta-

mente’» (1964, p. 544). Y allí está nuevamente el Diccio-

nario de la Real Academia Española para recordarnos que 

las palabras tienen vida y que sus significados cambian, se 

solapan con otros, se desplazan, extienden o retraen: «Es-

céptico, ca: del latín medieval scepticus, y este del griego 

σκεπτικόςskeptikós; propiamente ‘pensativo, reflexivo’».

El vocablo escéptico significó, significa, o debería sig-

nificar, ‘pensativo, reflexivo, atento, vigilante, indagador’. 

Con este marco semántico podemos emprender un camino 

expositivo más preciso: escéptico es aquel que piensa o re-

flexiona, no aquel que descree indiscriminadamente, frente 

a una propuesta cognitiva. El objetivo de Unamuno, en la 

frase citada, es distinguir entre lo que se ha denominado 

escepticismo moderado de lo que se ha denominado es-

cepticismo radical

2

. Esta distición es fundamental cuando 

queremos aclarar qué quieren decir frases como «la ciencia 

es escéptica», «el científico debe ser educado en el escep-

ticismo», etc.

Sí: el escepticismo (moderado) es indispensable en 

ciencia

Cuando se afirma que el científico debe ser escéptico (o 

crítico), se destaca que su actitud ha de ser la de aquel que 

investiga,  que  piensa  y  reflexiona;  que  busca,  que  nunca 

entiende que ya encontró. El filósofo pragmatista C.S. Peir-

ce, en la misma línea interpretativa de Unamuno, decía que 

la máxima de la investigación científica debería ser: «¡No 

bloquear el camino de la indagación! (Do not block the way 

of inquiry!)» (1931-58, p. 58). Peirce oponía esa máxima 

al dogmatismo y al escepticismo (radical). Para él, el dog-

matismo detiene el camino de la investigación, al afirmar 

la infalibilidad de sus procedimientos y la verdad absoluta 

de sus aseveraciones. Paralelamente, el escepticismo radi-

cal bloquea el camino de la indagación, en la medida que 

impide la formación del investigador y el descubrimiento y 

la crítica racional de ideas e hipótesis, al afirmar que no es 

posible alcanzar la verdad (cf. 1931-58, pp. 58-59).

Con más precisión, podríamos decir que el escepticismo 

moderado incluye la duda, pero 

solo como un primer paso 

del proceso de investigación; proceso que culmina con la 

eliminación, siempre provisional, de la duda. La investiga-

ción comienza con la tentativa de articular una pregunta, y 

continúa con la tentativa de alcanzar una solución provisio-

nal. Encontrada una solución, la duda finaliza; por lo me-

nos, hasta que existan nuevas razones para volver a dudar

3

El escepticismo moderado se caracteriza por la búsqueda, 

no por la posesión de la verdad. Escéptico es quien re-bus-

ca, decía Unamuno, enfatizando cuál debe ser su actividad 

principal.

El escepticismo radical, que «duda de todo», se diferen-

cia del escepticismo moderado por una característica dis-

tintiva: en él, la duda 

se constituye como el único acto 

cognitivo. El escéptico radical no pondera la evidencia dis-

ponible, ni considera la plausibilidad de la hipótesis pro-

puesta. El escéptico radical no investiga, no busca, y me-

nos aún rebusca: duda irreflexiva y sistemáticamente, con 

independencia de las explicaciones que le sean ofrecidas en 

respuesta a sus dudas. Como afirma Poincaré en el epígrafe 

inicial, dudar de todo (escepticismo radical) o creer en todo 

(dogmatismo o credulidad absoluta) se igualan en su recha-

zo a pensar y reflexionar.

La ciencia, decía Carl Sagan, precisa de la combinación 

de asombro y escepticismo —«La base del método científi-

co» (Sagan 2000, p. 9)—. Asombro para descubrir nuevas 

teorías, escepticismo para evaluarlas.

Para  finalizar,  una  nota  etimológica  interesante.  La 

palabra  crítica —como vimos, sinónimo adecuado de 

escepticismo—  significaba  originalmente  ‘arte  o  facultad 

de juzgar’. El término crítico (del latín criticus, y este 

del griego κριτικόςkritikós) proviene del griego κρίνειν

krínein,  que  significa  ‘elegir,  decidir,  juzgar’.  Su  raíz 

indoeuropea,  krei-, está en la base de los verbos cribar

discriminar o distinguir, emparentados con los verbos 

separar  y  seleccionar (observemos que crítica tiene la 

misma raíz que criterio, ‘principio de discernimiento’).

Esa concepción original de un crítico como aquel que 

sabe discernir y, por lo tanto, juzgar, es relevante: la ciencia 

debe ser crítica (o escéptica) para saber separar las buenas 

de las malas hipótesis, un resultado experimental válido de 

uno erróneo, etc. Y esto se extiende a todas las áreas: si un 

agricultor no sabe seleccionar sus semillas, corre el riesgo 

de perder su cosecha; si un orfebre no sabe distinguir el 

oro verdadero del oro falso, su negocio difícilmente será 

lucrativo; si un estudiante no sabe separar por sí mismo la 

Escéptico es aquel que piensa o reflexiona, no aquel que 

descree indiscriminadamente.

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información fundamentada de la que no lo es, ¿cómo podrá 

construir conocimiento?

La crítica —el escepticismo— es indispensable para 

el proceso educativo.

Observamos antes que la palabra crítica tiene la misma 

raíz que criterio. Criterio, según el diccionario, es «aque-

llo que sirve de norma para hacer un juicio». Lo que nos 

permite ser críticos o escépticos (moderados) es el hecho 

de disponer de criterios, de haber incorporado criterios 

(un científico hablará de «método científico»; un educador, 

de «pensamiento crítico», pero estarán hablando de princi-

pios orientadores de la misma naturaleza). Solo podemos 

ser realmente críticos o legítimamente escépticos si dis-

ponemos de criterios, reglas, valores, principios, métodos 

o como queramos llamarlos. Es sencillo ser un escéptico 

radical que duda alegremente de todo, así como es con-

fortable ser un dogmático que se aferra acríticamente a las 

creencias que le resultan convenientes; el arte y el desafío 

es saber cómo dudar y de qué dudar, y tener medios a partir 

de los cuales buscar y rebuscar soluciones. Y ese arte de-

pende de disponer de los criterios adecuados

4

.

Bibliografía

Dewey, John, 1930, «What I Believe», The Forum, March 1930, 

176-82.

Ferrater Mora, José, 1964, Diccionario de Filosofía, Vol. I, Sud-

americana, Buenos Aires.

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Musgrave, Alan, 1993, Common Sense, Science and Scepti-

cism: A Historical Introduction to the Theory of Knowledge, Cam-

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Peirce, Charles, 1931-58, Collected Papers, in Hartshorne, C.; 

Weiss, P. (eds.), 1931-35, vols. I-VI; Burks, A. (ed.), 1958, vols. VII-

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Poincaré, Henri, 1952, Science and Hypothesis, Dover, N.Y.

Sagan, Carl, 2000, El mundo y sus demonios: la ciencia como 

una vela en la oscuridad, Planeta, Barcelona.

Unamuno, Miguel de, 1967, Obras completas, Vol. III, Escelicer, 

Madrid. 

Notas:

1

 En sentido estricto, Unamuno hablaba de indagaciones teoló-

gicas; pero si sustituimos la expresión pereza espiritual por pereza 

intelectual, la frase puede aplicarse a nuestro tema con igual efi-

ciencia y exactitud.

2

 Importa la distinción; los nombres son de carácter secundario. 

Hablamos de escepticismo moderado o mitigado porque es una 

de las expresiones más utilizadas en el área de la epistemología 

(cf., por ejemplo, Musgrave 1993). Podríamos igualmente haber 

utilizado las fórmulas técnicas escepticismo racionalescepticismo 

científicoracionalismo crítico o falibilismo, las expresiones escep-

ticismo responsable (Carl Sagan), escepticismo organizado (Ro-

bert Merton), escepticismo sabio (James R. Lowell), etc., o haber 

hablado de una «dosis saludable de escepticismo» (Robert Arp).

3

 Para Peirce en particular, y para la tradición pragmatista en 

general, la duda escéptica (moderada) es la fuente dinámica del 

conocimiento. Un sistema de creencias supone un estado cognitivo 

en frágil equilibrio; las anomalías, así como los hechos sorprenden-

tes, hacen surgir dudas, es decir, un desequilibrio en el sistema, 

y esto da inicio a una «lucha» —o «indagación»— para obtener 

un estado renovado de creencias estables (cf. 1931-58, p. 1816). 

Ese proceso de indagación es continuo (p. 376), autocorrectivo (p. 

1918) y cooperativo (p. 334).

4

 Y esto no se restringe a nuestra vida argumentativa. Lo que 

nos hace adultos racionales es el hecho de haber aprendido a in-

corporar criterios —o sea, principios de discernimiento— en todas 

las áreas: normas éticas, criterios estéticos, reglas valorativas en 

general, etc.