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el esc

é

ptico

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invierno 2016/17

N

o, queridos lectores, este no va a ser un número 

para dar rienda suelta a la melancolía. Para eso 

ya están las coplas de Jorge Manrique, porque 

este especial dedicado a Carl Sagan –en el vigé-

simo aniversario de su muerte– no va a insistir en lo feli-

ces que éramos cuando se juntaba toda la familia frente al 

televisor a disfrutar de la serie Cosmos, como nos contará 

Manuel Toharia en su entrevista.

Y no es que no fuéramos felices con la serie, al contra-

rio. Lo que ocurre es que, con esta vista atrás, descubrire-

mos una serie de cuestiones de lo más constructivo, que 

se resumen en que demasiadas veces, tras mucho tiempo y 

esfuerzo, creemos que hemos inventado lo que alguien dijo 

antes y mejor que nosotros. Y si no, que se lo pregunten 

a Félix Ares, quien en su sección «De oca a oca» contará 

cómo Carl Sagan le había chafado muchas ideas que él con-

sideraba originales y que se disponía a publicar. Una vez 

más, tenemos que volver a aquello de que avanzamos «a 

hombros de gigantes».

¿Era Sagan uno de esos gigantes? Quizá, si nos atene-

mos a sus aportaciones a la ciencia, sin más, sería exage-

rado, pues no sugirió ninguna teoría realmente revolucio-

naria, aunque sí realizó aportaciones notables en el campo 

de la planetología. Pero habría que decir, por contra, que 

fue el hombre de las mil caras. No se presentaba con la 

vitola de pensador, ni de filósofo, ni siquiera como inte-

lectual. Era simplemente astrofísico y divulgador; es decir, 

un científico que intentaba que todo el mundo conociera y 

comprendiera su trabajo.

Sin duda lo consiguió, al menos con bastantes de noso-

tros: gracias a él y a otros divulgadores de su tiempo –reco-

nozcamos aquí a nuestro Félix Rodríguez de la Fuente– se 

despertaron miles de vocaciones entre los jóvenes de en-

tonces, científicos de ahora.

Pero no solo eso: también nos mostró que la ciencia 

implica muchas más cosas, sobre todo cuando se vive no 

como mera actividad profesional, sino como un modo de 

pensar el mundo. En lo político, esto se tradujo en su paci-

fismo: escribió acerca de los peligros de la guerra nuclear, 

de las iniciativas del gobierno Reagan sobre defensa estra-

tégica, e incluso fue detenido en un par de ocasiones en ac-

ciones contra el Emplazamiento de Pruebas de Nevada, al 

escalar la valla de seguridad en protesta contra los ensayos 

nucleares que allí se realizaban. Y en lo social, por todo lo 

anterior, y por su amor al buen trabajo en ciencia, fue tam-

bién una pieza clave en la construcción del escepticismo 

moderno, como socio fundador del CSICOP en EE.UU. y 

con su manía de exigir pruebas para cualquier afirmación, 

aspecto del que nos hablará Alfonso López Borgoñoz en su 

trabajo acerca del «equipo de detección de camelos».

Esa actividad escéptica la mantuvo incluso ante una de 

las grandes modas de su época: la posibilidad de vida ex-

traterrestre, vista como un moderno folclorismo por buena 

parte de la comunidad científica en plena fiebre ovni. Sagan 

se lo tomó con interés científico y fue uno de los iniciadores 

de la actual astrobiología, aunque su entusiasmo quizá se 

desbordó con su iniciativa de los inciertos proyectos SETI, 

con los que se pretende detectar vida inteligente fuera de 

nuestro planeta. De estos proyectos derivó, no obstante, 

un planteamiento de interés: la 

actividad colaborativa 

de millones de usuarios de todo el mundo, que ponen sus 

ordenadores al servicio de la causa para el procesado de 

la información capturada por el observatorio de Arecibo. 

Emilio J. Molina nos hablará de otra de las «ideas locas» de 

Sagan que se está intentando hacer realidad a base de mi-

cromecenazgo, ahora que la exploración espacial no recibe 

la atención presupuestaria de antaño.

Por supuesto, un personaje de tal carisma genera una 

iconografía, como nos presenta Luis R. González en su 

nueva sección filatélica «Un escéptico en mi buzón», que 

alternará con la habitual de temática ovni. La otra sección 

de Luis también cambia de nombre: ahora será «Hace 25 

años», y no 20, pues el tiempo pasa. En ella se volverá a 

mencionar, como hicimos en el último editorial, el proble-

ma de la escasa presencia femenina en el escepticismo es-

pañol.

En el resto del número, y ya fuera también del dossier 

sobre Sagan, echaremos un vistazo a un asunto de actua-

lidad: el de la burundanga como droga de anulación de la 

voluntad, que parece estar cumpliendo el papel que antaño 

cumplieran los filtros de amor, el hombre de los caramelos 

o las abducciones alienígenas.

Del otro lado del charco nos llegan tres trabajos: dos 

desde la Argentina; Alejandro Borgo nos contará la his-

toria del escepticismo en aquel país, y Fernando J. Soto 

nos hablará de unos museos dedicados a la ufología o la 

criptozoología desde un punto de vista crédulo. De manera 

más académica, desde Brasil, Sergio Menna nos ofrece un 

ensayo sobre cuestiones terminológicas acerca del escepti-

cismo, el pensamiento crítico y sus implicaciones.

Y como siempre, la actualidad escéptica en notas breves 

del «Primer contacto», las recomendaciones de lectura del 

«Sillón escéptico» y las caricaturas de nuestros colabora-

dores habituales, que esta vez han sucumbido también al 

encanto de Carl Sagan. La sección «Mundo escéptico», que 

llevaba nuestro querido Sergio López Borgoñoz, va a des-

cansar esta vez, aunque es muy posible que vuelva pronto y 

en las mejores manos. Permanezcan atentos.

E

ditorial