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Introducción

Desde hace algunos años he dedicado mi tiempo libre a 

recorrer algunas de las principales mecas del misterio de Ar-

gentina, guiado por el ambicioso (tal vez demasiado) obje-

tivo de comprender las causas, métodos y consecuencias de 

la difusión del irracionalismo, así como su venta, forma de 

propagación y protagonistas que intervienen en el proceso. 

Ha sido esta una tarea por demás interesante y entretenida, 

en especial para un «creyente arrepentido» como yo. Volver 

a los temas de mi adolescencia después de tanto tiempo, con 

más de dos décadas de historia de las mentalidades sobre las 

espaldas, resultó por demás edificante, ya que me permitió 

releer viejos problemas con nuevos ojos y reencontrar al jo-

ven que alguna vez fui en las opiniones crédulas de muchas 

personas con las que trabé relación. Por otro lado, recorrer 

el mundo de la ufología, tan repleto de extra e intraterres-

tres, así como el controversial universo de los monstruos y 

la criptozoología, me permitieron encontrar cambios y con-

tinuidades a lo largo del tiempo, lo que me ha llevado, en 

más de una oportunidad, a decir que estamos insertos en una 

renovada y romántica Edad Media Contemporánea en la 

que, para muchos, muchísimos, los límites entre lo real y lo 

ficticio se borran volviéndose poco claros y controvertidos. 

La incertidumbre ha resucitado antiguos fantasmas que, en 

realidad, nunca se habían ido; seguían entre nosotros sola-

pados bajo el manto de un racionalismo que terminó siendo 

mucho más delgado de lo que suponíamos. Del mismo modo 

que la Iglesia Católica del siglo XVII tuvo que reconocer que 

el proceso de evangelización no había resultado tan efectivo 

como hubieran deseado sus líderes (sobreviviendo prácticas 

y creencias paganas, especialmente en las zonas rurales), 

hoy la alicaída Modernidad debe reconocer que su pretendi-

da tarea pedagógica y enciclopedista no resultó tampoco lo 

bastante fuerte como para erradicar el pensamiento mágico, 

instalado en todos los estratos de la sociedad, aunque aco-

modado a los tiempos que corren, tanto en lenguaje como 

en temáticas.

En principio, parecería que vivimos en una encrucijada. 

En un cambio de paradigmas. Es lo que sostienen muchos 

de los iluminados escuderos de la New Age, argumentando 

que una época de «apertura mental», contraria y enemiga de 

la oscurantista «ciencia oficial», se está asomando entre los 

espíritus más preclaros. Y ahí los tenemos: legiones de ca-

zadores de monstruos, fantasmas y alienígenas; ejércitos de 

buscadores de misteriosas «energías telúricas» y mensajes de 

otros mundos; seres elegidos para ser contactados por Her-

manos Superiores del Cosmos. Y no podían faltar, junto a los 

sinceros creyentes, los hipócritas que solo pretenden lucrarse 

con la cándida credulidad y falta de información de colecti-

vos inmensos, acostumbrados a formarse mirando solo His-

tory Channel o revistas que popularizan leyendas y mentiras 

como si estas fueran verdades irrefutables.

MUSEOS BIZARROS

Las vitrinas del morbo, la ironía y el misterio

Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades 

de la Universidad Nacional de Mar de la Plata (Argentina)

¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?

Cuando la mentira es la verdad.

Letra de la canción Qué VesGrupo Divididos 

Quien decida pagar la entrada correspondiente debe estar, 

desde el principio, abierto al mulderista deseo de creer.

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En este camino en pos de historias descabelladas, me topé 

con ciertos lugares que al principio obvié, pero que hoy en-

foco con especial interés. Me refiero a lo que desde ahora 

llamaremos Museos Bizarros

1

.

¿Qué se exhibe en ellos? ¿Qué pretenden sus coleccio-

nes? ¿Quiénes las organizan y regentean? ¿Qué funciones 

cumplen en la sociedad actual? ¿Hasta qué punto deberían 

llamarse museos? ¿Qué opinan los especialistas al respecto? 

Estas y otras cuestiones son las que trataré de responder en 

este breve trabajo.

¿Nos vamos de museos?

Extravagantes muestrarios de la mitología contemporá-

nea, los aquí llamados museos bizarros han germinado en 

distintas latitudes sin que las instituciones museológicas más 

prestigiosas, regentadas por curadores profesionales, les re-

conozcan el estatus de seriedad que reclaman. Y no es esta 

una postura injustificada o caprichosa, que parta de una ac-

titud elitista y discriminadora. Por el contrario, creemos ver 

en ella cierta postura reivindicativa frente al embate de un 

exhibicionismo irracional y obtuso, apoyado en la supues-

ta existencia de extraterrestres que visitan nuestro planeta o 

monstruos salidos de los exóticos catálogos de la criptozoo-

logía.

Es que solo basta con recorrer brevemente esos autode-

nominados museos para advertir que estamos en presencia 

de meros gabinetes de curiosidades, desordenados y hete-

rogéneos. Depósitos privados de souvenirs kitsch que, en un 

pretendido intento por volver concreto lo evanescente, con-

vocan a creyentes y escépticos en igual medida, caratulando 

supersticiones, errores y mentiras, dentro de prolijas vitrinas.

¿Qué identidad, qué conquistas son las se pretenden exhi-

bir? ¿Qué rol social cumplen las colecciones de muñecos que 

representan estereotipados alienígenas y crípticos, como Pie 

Grande o el Hombre Polilla (Mothman)? ¿A qué se debe la 

convocatoria y asistencia del gran público a estos espacios? 

¿Qué buscan en ellos? ¿Solo entretenimiento?

Como señalan los especialistas, la conducta de la gente 

dentro de los museos ha cambiado.

2

 Según parece, cada vez 

pasamos más tiempo en ellos. El atractivo turístico (que los 

museos aún más renombrados siempre tuvieron, incluso du-

rante el Grand Tour del siglo XVIII) cobró fuerza inusitada 

en los últimos años y, si a ello le agregamos lugares de espar-

cimiento, tales como bares y restaurantes dentro de las insta-

laciones, tenemos los componentes necesarios para explicar 

el cambio de conducta aludido. El museo entretiene, divierte 

y educa dentro una temática determinada. Esos son sus legí-

timos objetivos; pero en el caso de los museos bizarros exis-

te, además, la pretensión de materializar seres y situaciones 

imaginarias, en un claro intento por lograr una aproximación 

positiva (concreta) a las fantasías.

Los museos de criptozoología y ovnis, dirigidos por cu-

radores amateurs, en su mayoría militantes de creencias 

populares y supersticiones solo apoyadas en carátulas bien 

escritas, terminan convirtiéndose en verdaderos espacios de 

resistencia al escepticismo, muros de contención al avance 

del pensamiento crítico y refugio de excentricidades. Tal vez 

por eso sean las sonrisas cargadas de ironía las únicas armas 

que el impío puede desplegar dentro de sus instalaciones. A 

no ser, claro, que se sea un ferviente creyente. En ese caso, 

sustentando las herramientas de una etnología fantástica y 

mucha imaginación, las bizarrías expuestas se transforman 

en los cañones con los que se pretende defender esos exage-

rados bastiones del pensamiento mágico.

Un somero recorrido al inventario de objetos que acumu-

lan estos museos tan sui géneris permitirá poner en duda el 

título que se arrogan; a menos que por museo entendamos 

el desordenado almacenamiento y exhibición de nimiedades 

como las que consignamos a continuación.

Empezamos la visita.

Por ejemplo, en el Museo de Point Pleasant (Virginia Oc-

cidental, EE.UU.) dedicado al Hombre Polilla, un simple 

conjunto de mesas cubiertas con manteles negros, cartelería 

y vitrinas, se limitan a presentar dibujos y cartulinas muy 

efectistas con el monstruo en cuestión, muñecos de peluche, 

Big Foot Cryptozoology Museum, Portland (foto: www.flickr.com/photos/rain0975/19739375309/)

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figuras plásticas del Mothman, recortes de diarios en los que 

se hacen públicas las denuncias de los supuestos testigos, co-

llages de imágenes uniendo sucesos que nunca estuvieron 

unidos, pins con el logo del lugar, calcomanías, alguna que 

otra piedra «extraña» en frascos de vidrio y, para sorpresa de 

todos, uniformes de los Hombres de Negro, dedicados, se-

gún la leyenda, a amedrentar a los testigos de avistamientos 

de ovnis.

Por su parte, el Museo Internacional de Criptozoología 

de Portland (Maine, EE.UU.), dirigido por el conocido caza-

dor de monstruos Loren Coleman, tampoco se queda atrás a 

la hora de mezclar la Biblia con el calefón. Observando sus 

salas de exhibición detectamos (¡en un museo que se supone 

dedicado a monstruos!) toda una colección de animales rea-

les embalsamados, que van desde mapaches, lobos y zorros 

hasta castores, ciervos y aves domésticas. Solo una enorme 

estatua (tamaño «natural») de Pie Grande sobresale en la 

sala principal, convocando a todos los curiosos a sacarse las 

consabidas fotografías de rigor. Asimismo, la escultura plás-

tica de un celacanto colgada sobre una pared, repite (sin pa-

labras) el mismo argumento con que los libros de criptozoo-

logía inician sus fantásticas exposiciones. Claro que, como 

el pez prehistórico no basta y no hay demasiados bichos de 

los que agarrarse, Coleman no dudó en acudir a Hollywood, 

exhibiendo máscaras y figuras de yeso del Monstruo de la 

Laguna Negra, King Konglos gremlins y dinosaurios pro-

pios de la película Parque Jurásico.

Todo es un cambalache de dibujos vistosos, peluches (es 

extraordinario un enorme Kraken de gomaespuma color 

rojo), un pequeño zoológico de juguete compuesto por ani-

malitos supuestamente misteriosos y a la venta (osos panda, 

leopardos, gorilas y okapis), discos compactos, libros, reme-

ras y hasta réplicas plásticas de las famosas huellas plantares 

de Pie Grande.

Más que un museo, lo que Coleman organizó es una tien-

da de souvenirs. Una exhibición desvergonzada de bizarrías

Y lo mismo ocurre en el Museo Ovni de Roswell en Nuevo 

México, cuna emblemática de la mitología ovni.

Pero América del Sur no se queda atrás. También nosotros 

tenemos nuestras guaridas de extraterrestres en exposición.

Tres son los más conocidos. El decano de todos ellos es 

el que se levanta a la vera de la ruta que comunica la ciudad 

de Santa Rosa de Calamuchita con Villa General Belgrano, 

provincia de Córdoba (Argentina). Se mantiene en pie desde 

1973 y su curadora, una alemana entrada en años, es la que 

hace de guía, conferencista, experta y divulgadora de la pre-

sencia alienígena en la Tierra desde tiempos prehistóricos. 

Tal vez la mezcla de artefactos arqueológicos con fotos y 

dibujos estilo New Age de aparentes naves de otros plane-

tas pretenda conectar el pasado humano con los hermanos 

cósmicos venidos de las estrellas, que han bajado para en-

señarnos el poder los diferentes chakras que tiene el cuerpo 

humano.

Pero si de museos ovni hablamos, el de la ciudad de Vic-

toria (Entre Ríos, Argentina) se lleva todos los premios. Allí, 

en un predio amplio, que ha recibido sorprendemente el apo-

yo institucional del senado de la provincia, la propietaria y 

guía del lugar no escatimó esfuerzos al mixturar figuras del 

maestro Yoda con el ET de Steven Spielberg o soldados im-

periales de Star Wars con duendes, y ofrecer gorras, remeras 

y llaveros con el logo estampado de la institución y una re-

presentación a escala humana de la autopsia supuestamente 

realizada a un extraterrestre en Roswell, en 1947. Pero si 

todo eso fuera poco, el museo tiene el privilegio de contar 

entre su colección el único resto capturado de un ovni: un 

pedazo de chapa que, según dicen, es traslúcida y extrema-

damente resistente a la presión.

3

 

Finalmente, para no aburrir con repeticiones, habría que 

considerar aquellos museos que, sin exponer objetos tan rim-

bombantes, se constituyen en repositorios de artículos pe-

riodísticos y fotos en más del 90% borrosas y susceptibles 

de diversas interrelaciones, cuando no lisos y llanos fraudes. 

Sitios atiborrados de recortes de diarios, fotocopias de libros 

relacionados con la temática y dudosos informes oficiales

a través de los cuales se pretende demostrar la existencia 

objetiva de los fenómenos aludidos. El poder de la palabra 

escrita y el hipnótico efecto de las letras de molde en recortes 

antiguos se apoyan y complementan mutuamente, reeditan-

do así la acrítica y vieja afirmación de que «todo lo que sale 

en los diarios es cierto». Este culto a las noticias dudosas (o 

Roswell Museum (foto: www.flickr.com/photos/timmenzies/2721346672/)

Mothman Museum (foto: www.flickr.com/photos/puroticorico/5070039880/)

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falsas) se inscribe dentro de una corriente sensacionalista, a 

la que todos los propietarios de museos bizarros se adscri-

ben. El CIO (Centro de Investigación Ovni) de Capilla del 

Monte (Córdoba, Argentina) y el Bigfoot Discovery Museum 

(Felton, California)

4

 serían dos buenos ejemplo de lo que ha-

blamos.

5

Por todo lo reseñado, es imposible no acercarse a estos 

lugares sin desplegar argumentos críticos; y es lo que efec-

tivamente ocurre tanto con escépticos como con creyentes. 

Los primeros, indignándose por la exhibición y culto a lo 

que consideran falsedades. Los segundos, por considerar 

que  las  colecciones  bizarras  de  muñequitos  y  figuras  que 

adornan los museos no hacen otra cosa que tomar en broma 

lo que suponen cierto y serio. Son estos voluntariosos cre-

yentes los que han difundido una interpretación por demás 

conspirativa: los museos son financiados secretamente por 

los gobiernos y milicias más poderosas del mundo a fin de 

desacreditar, a través del ridículo, «el mayor secreto de la 

historia humana».

6

Pero detrás de cada uno de estos museos existe una inten-

ción no dicha en voz alta. Un propósito narcisista que con-

vierte a su propietario/curador en la estrella principal de la 

exhibición. Al ser privados (creo que ningún Estado podría 

justificar ante sus contribuyentes gastos en instituciones de 

este tipo), el fundador se arroga el rol de pionero incompren-

dido. Una especie de Quijote que, en solitario, combate a 

las olas escépticas que lo acosan, sin importarle caer en el 

descrédito y aspirando a ser recordado en el futuro por sus 

excéntricas colecciones y teorías.

Fin del recorrido

Cual pretenciosos altares al misterio, los museos bizarros 

nombrados enarbolan los mitos contemporáneos de ovnis y 

monstruos en el alto mástil del espectáculo y el entreteni-

miento, guiando a los visitantes por el sendero que lleva al 

sagrado espacio de los prejuicios. Una vez allí, el curioso es 

expuesto a aseveraciones improbadas en las que las pregun-

tas incisivas son cortadas de raíz y la duda se transforma en 

la peor de las herejías.

Quien decida pagar la entrada correspondiente debe es-

tar, desde el principio, abierto al mulderista deseo de creer; 

aceptando, como si de un catecismo se tratara, el barroco 

mensaje visual etiquetado al pie de cada objeto exhibido. Un 

vía crucis de figuras e historias exóticas en el que no hay 

espacio para la reflexión, a menos que uno quiera pasar por 

un aguafiestas ignorante.

Más allá de cualquier denominación que quiera dárseles, 

estos museos no son más que un «tren fantasma» de leyendas 

instaladas en el que las formas se imponen sobre el conteni-

do, forzadas por la imposición de un horror vacui alimenta-

do de chucherías.

Claro que siempre está la posibilidad de salir, la de volver 

a la aburrida y desangelada realidad cotidiana. Solo recién 

afuera, la irónica sonrisa de la razón podrá explayarse sin 

condicionamientos ni la influencia cósmica de los marcianos 

y sus socios terrestres, desplegando libremente la honestidad 

intelectual que nace de las pruebas concretas.

Notas:

1

 Aunque en el español estándar, y en especial en España, biza-

rro significa únicamente ‘valiente’, aparece también desde hace más 

de medio siglo en diversos diccionarios, como americanismo, con el 

sentido de ‘extravagante’ (N. del E.).

2

 Véase: Pérez Bergliaffla, Mercedes, “¿En qué se han conver-

tido los museos?”. www.revistaenie.clarin.com/arte/convertido-mu-

seos_0_808119190.html

3

 Véase: Agostinelli, Alejandro, “Cielo picado en Victoria” en In-

vasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina, Editorial 

Sudamericana, Buenos Aires, 2009, pp. 299-322. Asimismo, léase 

en la página del CEA (Círculo escéptico Argentino) Visita al Museo 

Ovni. Disponible en Web: http://circuloesceptico.com.ar/2012/01/

museo-ovni-1

4

 Véase: Bigfoot Discovery Project: http://bigfootdiscoveryproject.

com/museum-archives/

5

  Una nota aparte se merece un museo francés dedicado a la 

Bestia de Gevaudan (Musée de la Bête de Gevaudan) fundado en 

1999 en Saugues (Auvernia, Francia) y enfocado al estudio histó-

rico de unos crímenes ocurridos en el siglo XVII y atribuidos a un 

hombre lobo. Véase: www.betedugevaudan.com/es/musee_fantas-

tisque_es.html

6

 Véase: Roswell Museo de Ovnis. Disponible en Web: www.you-

tube.com/watch?v=P1Vhb2clOBw 

Museo Ovni, Entre Ríos (foto: Círculo Escéptico Argentino

www.flickr.com/photos/circuloescepticoarg/6725947441/)

Bigfoot Discovery Museum, California 

(foto:https://www.flickr.com/photos/pleia2/27292772073/)