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estas alturas del siglo XXI hay pocas dudas de 

que la mejor vacuna contra la pseudociencia es la 

ciencia, y en ese sentido Carl Sagan ha sido una 

de las personas que más ha contribuido a luchar contra las 

primeras, sencillamente porque su programa de televisión 

de divulgación científica, Cosmos: un viaje personal, puso 

la ciencia al alcance de millones de personas. En aquella 

serie se habló sin tapujos, por ejemplo, de la evolución. 

Si tenemos en cuenta que todavía hoy en Estados Unidos 

hablar de evolución es un tema tabú, no nos queda más 

remedio que quitarnos el sombrero ante quien tuvo el valor 

de hablar de este tema sin importarle los enemigos pode-

rosos que se iba a crear. Pero hay varios problemas que 

acechan a la divulgación científica. El primero es quedarse 

en las anécdotas, como por ejemplo mencionar los nuevos 

premios Nobel, o que no-sé-quién ha hecho una nueva va-

cuna contra el ébola, y no profundizar en que la ciencia 

es un método con sus imperfecciones pero el mejor para 

acercarnos a conocer el mundo. El segundo problema es 

confundir ciencia con pseudociencia. La ciencia necesita 

de la curiosidad y de la rebeldía, pero eso también lo tie-

nen algunas pseudociencias. Muchas personas que creen en 

temas pseudocientíficos lo hacen por rebeldía y por curio-

sidad. ¿Dónde está la frontera? Los dos son rebeldes, los 

dos son curiosos. Distinguir ciencia de pseudociencia no es 

fácil. En un reciente viaje con personas mayores, hice un 

pequeño sondeo y la mayoría pensaban que Cuarto Milenio 

era un programa de divulgación científica. Para diferenciar 

ciencia y pseudociencia se necesitan herramientas. Enseñar 

el «kit del escéptico» o el «equipo de detección de came-

los» en los institutos puede ser una de las principales herra-

mientas para luchar contra la credulidad. Lógicamente, eso 

debería enseñarlo la filosofía y ya sabemos lo que quieren 

hacer con esa asignatura nuestros líderes políticos. No sé 

si inocentemente o porque saben que si enseñan el pensa-

miento crítico los jóvenes no se van a limitar a cuestionar 

las pseudociencias, sino que también cuestionarán las insti-

tuciones, los partidos políticos, los sobornos a políticos, los 

rescates bancarios, etc. ¿Es pura ignorancia o es el miedo al 

pensamiento crítico?

Existe el llamado «backfire effect», el efecto del tiro por 

la culata que, brevemente, consiste en que cuando uno tiene 

una cosmovisión muy clara, escuchar cualquier cosa que la 

ataque no debilita dicha cosmovisión, sino que contribuye 

a solidificarla. Creo que todos los que llevamos en la lucha 

escéptica unos pocos años lo hemos sufrido. Cuando ante 

algunas creencias mostramos las pruebas contundentes de 

su error, el resultado es que los creyentes se reafirman en 

sus creencias y todavía creen más. En su obra El mundo y 

sus demonios

1

, Sagan nos da pistas para solventar el pro-

blema:

Y,  sin  embargo,  la  principal  deficiencia  que  veo  en  el 

movimiento escéptico está en su polarización. Nosotros 

contra Ellos, la idea de que nosotros tenemos un monopo-

lio sobre la verdad; que esos otros que creen en todas esas 

doctrinas estúpidas son imbéciles; que si eres sensato, nos 

escucharás; y si no, ya no hay quien te redima. Eso es poco 

constructivo. No comunica ningún mensaje. Condena a los 

escépticos a una condición permanente de minoría; mien-

D

e oca a oca

                                     

Félix Ares

Sobre ovnis,Sagan

y otras yerbas

Detalle de Declaration of Independence, de John Trumbull (Wikimedia Commons).

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tras que una aproximación compasiva que reconozca des-

de el principio las raíces humanas de la pseudociencia y la 

superstición podría ser aceptada mucho más ampliamente.

Tras muchos años de tratar con las pseudociencias, ese 

había sido mi diagnóstico. Leerlo allí, tan bien escrito por 

uno de los mejores divulgadores de ciencia que han exis-

tido, me dio una sensación ambivalente. Por un lado, un 

gran pensador confirmaba mis ideas; por otro, hacía que 

mis ideas ya no me parecieran tan originales. Algunos otros 

antes que yo habían pensado lo mismo y lo habían escrito. 

El problema es que yo no lo había leído. Una cura de hu-

mildad.

Algo muy similar me ha ocurrido con un libro que es-

cribí en 1977: Ovnis: nuevas caras para los viejos dioses

2

Tras más de una década estudiando los ovnis, llegué a la 

conclusión de que el fenómeno ovni era un movimiento re-

ligioso, muy similar al de los antiguos dioses, y establecía 

paralelismos entre las apariciones medievales de la Virgen 

y la de los alienígenas de hoy en día. Mi sorpresa fue gran-

de cuando leí en el mismo libro de Sagan las mismas ideas, 

pero muy bien desarrolladas y añadiendo algunos datos bi-

bliográficos que yo desconocía y que hacían mucho más 

sólidos los argumentos. 

Las sorpresas de leer ese libro de Sagan no se queda-

ron en los ovnis o en la parapsicología, iban mucho más 

lejos. Cada capítulo era un descubrimiento y un jarro de 

agua fría a mi creencia de que había pensado algo origi-

nal. Casi todas las ideas que yo había escrito estaban en él. 

Por ejemplo, escribí un artículo que titulé: «La divulgación 

científica clave para la democracia del siglo XXI». Estaba 

muy contento de aquel trabajo hasta que vi que Sagan no 

solo se me había adelantado sino que lo había hecho mucho 

mejor que yo y encima me decía que esa idea ya estaba en 

la mente de Thomas Jefferson y otros padres de la Consti-

tución estadounidense.

En el tema de la divulgación científica, que ha sido mi 

profesión durante unos cuantos años, hice junto con mi 

equipo cosas que nos parecieron muy originales; pero re-

sulta que ya las había escrito Sagan. Uno de los párrafos de 

Sagan nos dice:

Yo sostengo que la divulgación de la ciencia tiene éxi-

to si, de entrada, no hace más que encender la chispa del 

asombro. Para ello basta con ofrecer una mirada a los des-

cubrimientos de la ciencia sin explicar del todo cómo se 

lograron. Es más fácil reflejar el destino que el viaje. Pero, 

si es posible, los divulgadores deberían intentar hacer una 

crónica de los errores, falsos principios, puntos muertos y 

confusiones aparentemente sin remedio que aparecieron en 

el camino. Al menos de vez en cuando, deberíamos propor-

cionar la prueba y dejar que el lector extraiga su propia 

conclusión.

Casi, casi son las mismas palabras que yo dirigí a los 

propietarios del museo de la ciencia en el que trabajaba, 

primero para eliminar ciertos errores que tenían sobre la 

misión  de  aquel  centro  y  segundo  para  justificar  ciertas 

conferencias. Yo no lo había leído, pero Sagan ya lo había 

escrito.

La lectura de este libro me ha hecho ir mucho más allá; 

me ha mostrado que los padres de la Constitución de Es-

tados Unidos, hijos de la ilustración europea, pusieron los 

cimientos para una auténtica democracia y que en ellos la 

libertad de pensamiento y el pensamiento crítico eran fun-

damentales. Si no he entendido mal, Sagan dice que sin 

pensamiento crítico no hay democracia. 

Y si no logramos que el espíritu crítico cale en nuestros 

estudiantes, perderemos muchas posibilidades de mejorar 

nuestra calidad y cantidad de vida:

También me gustaría que dejásemos de producir es-

tudiantes de instituto poco curiosos, carentes de espíritu 

crítico y de imaginación. Nuestra especie necesita, y mere-

ce, una ciudadanía con la mente despierta y abierta y una 

comprensión básica de cómo funciona el mundo. Sostengo 

que la ciencia es una herramienta absolutamente esencial 

para toda sociedad que tenga la esperanza de sobrevivir 

hasta el próximo siglo con sus valores fundamentales in-

tactos... no solo la ciencia abordada por sus practicantes, 

sino la ciencia entendida y abrazada por toda la comu-

nidad  humana.  Y,  si  eso  no  lo  consiguen  los  científicos, 

¿quién lo hará?.

Cuando estudiaba el fenómeno de los ovnis, una de las 

primeras cosas que me llamó la atención de los ufólogos 

serios era su tendencia a separar los ovnis auténticos de 

los  falsos y luego hacer estadísticas sobre los primeros. 

Recuerdo que algunos autores decían sobre los ovnis au-

ténticos con aterrizaje cosas como que eran circulares, de 

unos seis metros de diámetro, con ventanas y tres patas. 

Las estadísticas eran impecables. El problema que yo veía 

era el del etiquetado. ¿Quién decidía que un ovni era autén-

tico? El que hacía la estadística. Yo denuncié aquel modo 

de funcionar haciendo un poco de caricatura: el investiga-

dor que cree que los ovnis son circulares y de seis metros 

de diámetro va a considerar más frecuentemente verdade-

ros los ovnis circulares de seis metros de diámetro y falsos 

los demás; por lo tanto, a la hora de hacer estadísticas, la 

mayoría de sus ovnis son circulares y de seis metros de 

diámetro. Una vez más, Sagan también lo tiene en cuenta:

Si pudiera prestar atención a algunos resultados e ig-

norar otros, siempre sería capaz de «demostrar» que hay 

algo excepcional en mi racha. Esta es una de las falacias 

de nuestro equipo de detección de camelos; la enumera-

ción de circunstancias favorables. Recordamos los aciertos 

y olvidamos los errores.

Voy a terminar con otro párrafo de este libro que me ha 

recordado la importancia del escepticismo:

El escepticismo tiene por función ser peligroso. Es un 

desafío a las instituciones establecidas. Si enseñamos a 

todo el mundo, incluyendo por ejemplo a los estudiantes 

de educación secundaria, unos hábitos de pensamiento es-

céptico, probablemente no limitarán su escepticismo a los 

ovnis, los anuncios de aspirinas y los profetas canalizados 

de 35 000 años. Quizá empezarán a hacer preguntas im-

portantes sobre las instituciones.

Tal vez, como colofón al título de bachillerato, los alum-

nos deberían prometer lo que Thomas Jefferson: «Prometo 

utilizar mis facultades críticas. Prometo desarrollar mi in-

dependencia de pensamiento. Prometo educarme para po-

der hacer mi propia valoración».

1

 Editorial Planeta. Barcelona 2000.

2

 No publicado.