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el esc

é

ptico

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Anuario 2017

Un hombre de un minúsculo tamaño estaba encima de 

su mesa, vestido con una toga y observando el libro 

que había caído al suelo con severidad. «Jovencita, 

los libros no deben ser dañados ya que son una gran 

fuente de conocimiento, así pues, si no le importara 

recogerlo».

Confundida por la presencia del hombrecillo, se 

agachó torpemente para obtener el libro y volver a 

mirar fijamente los ojos de dicho hombrecillo, el cual 

una vez comprobó que el libro estaba en perfectas 

condiciones se presentó. «Permítame presentarme, 

soy Monseñor Georges Lemaître, sacerdote. Y he ve-

nido para ayudarle a estudiar la teoría del big bang». 

Conmocionada, le miró y comprendió que a eso se de-

bía que fuera vestido como un cura; sin embargo, de 

dónde había salido, por qué era diminuto y lo que era 

más importante: cómo un sacerdote le iba a enseñar 

a comprender esa teoría. Decidió que su objetivo esa 

tarde era estudiar, por lo que realmente no le importa-

ba quién le explicara la lección, siempre y cuando lo 

entendiera para mañana, por lo que se sentó mirando 

fijamente al diminuto sacerdote y le pidió que se lo 

aclarara, a pesar de estar muy nerviosa. Asombrada 

por la facilidad del sacerdote al hablar de ciencia y ex-

plicarle la teoría del big bang, comenzó a tomar notas 

y a levantar la mano como si de una clase se tratara y, 

con el mayor respeto posible, a preguntar sus dudas. 

Tras la explicación, la muchacha había comprendido 

perfectamente la teoría, por lo que el sacerdote decidió 

marcharse tras haberle preguntado la teoría para com-

probar que se la sabía. Lo más asombroso de todo fue 

cuando justo antes de desaparecer, enigmáticamente, 

le dijo: «Debes crear tus propias opiniones, no te con-

formes con creer en lo que los demás creen, ya que 

pueden estar equivocados; y escucha siempre las opi-

niones o teorías de los demás, ya que puede que sean 

erróneas, pero siempre podrás aprender algo de ellas. 

No pienses sandeces como que la ciencia no puede 

ser compatible con tus propias creencias; al fin y al 

cabo, yo soy sacerdote y fui el primero en formular 

la teoría del big bang. No te conformes, infórmate». 

Y desapareció de su escritorio como si nunca hubiera 

estado allí. Como si de un sueño se hubiera tratado. 

Pensó en las últimas palabras que le había dicho: «No 

te conformes, infórmate». Quizás las ideas sobre la 

creación del mundo que ella creía desde pequeña fue-

ran compatibles con el big bang, o quizás no, pero eso 

a ella ya no era lo único que le importaba. El sacerdote 

tenía razón, no debía conformarse con las ideas de los 

demás. 

 Desde ese día se cuestionó todas y cada una de las 

cosas que pasaban por su mente, haciéndose sus pro-

pias ideas e informándose sobre la materia, sin dejar 

de escuchar y respetar por ello las opiniones ajenas.