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a complejidad de la sociedad actual, que 

con acierto se ha denominado 

sociedad 

del riesgo 

(Beck, 1992), es mucho mayor 

que en aquellos tiempos en que la famosa 

xilografía de Durero que representaba un 

exótico rinoceronte blanco, que nunca vio y solo di-

bujó a partir de algunas notas escritas y bocetos que 

le hicieron llegar, se acabó por convertir en un icono 

popular de un espécimen que, aunque inexistente, se 

instaló en el imaginario colectivo. Como resultado 

de la extraordinaria proliferación en la sociedad-red 

actual de bulos (

hoax

) y noticias falsas (

fake news

), 

se están poniendo en marcha multitud de estudios e 

iniciativas, utilizando las herramientas tecnológicas 

disponibles en la actualidad, para estudiar y limitar 

el impacto social de un fenómeno que está poniendo 

en cuestión los fundamentos de nuestras actuales so-

ciedades (vid. Balmas, 2014; Lazer et al., 2018), para 

algunos ya en tránsito hacia una nueva era denomi-

nada de la 

posverdad

 (Keyes, 2004; Sismondo, 2017; 

D’Ancona, 2017) . 

En el ámbito científico, el fraude y la falsificación 

más o menos intencionada no es un fenómeno nove-

doso, pero las preocupaciones cada vez son mayores 

ante el crecimiento que está experimentando, tal como 

recientemente se expresa en los editoriales de presti-

giosas publicaciones como 

Nature

 o 

The Lancet

 (Hi-

ggins, 2016; Marmot, 2017). En algunos casos esta 

conducta es cuando menos reprobable, ya que puede 

ser resultado del desconocimiento o la imprudencia, 

pero las más de las veces es una actitud intencional

1

 

y, por lo tanto, punible, y cuya prevalencia entre la 

comunidad científica está siendo objeto prioritario de 

estudio y movilizando ingentes recursos para detectar 

el fraude (Kroll, 2011).

Entre las conductas inapropiadas en la práctica in-

vestigadora, según la 

National Science Foundation

 

(NSF, 2006), se pueden distinguir diversos grados 

de manipulación para obtener resultados que respon-

dan a intereses particulares. Los datos sobre los que 

se elaboran los resultados se pueden 

fabricar

 antes o 

durante su registro, bien manipulando los materiales, 

los procesos o los equipos de investigación o bien se-

leccionando, cambiando u omitiendo algunos datos 

una vez obtenidos. Por otro lado, los resultados de la 

investigación pueden utilizar distintas formas de pla-

gio en tanto apropiación de las ideas, procesos o resul-

tados de otras personas sin indicación de sus autores. 

Hay quien remonta los casos de fraude científico 

a las investigaciones astronómicas de Ptolomeo o 

el propio Galileo (Broad & Wade, 1982), quizá con 

cierto extremismo. Pero en todo caso, aunque tradi-

cionalmente se ha considerado la actividad científica 

como genuina y honesta, el descubrimiento de frau-

des notorios muestra la fragilidad del conocimiento 

científico y la facilidad para el fraude. Casos como el 

del supuesto descubrimiento del 

cr

á

neo del hombre 

de Piltdown

 a principio del siglo XX o los estudios 

inventados sobre la inteligencia heredada en gemelos 

del psicólogo Cyril Burt fueron declarados falsos, en 

1954 y 1974 respectivamente, tras décadas en que 

su validez fue considerada incuestionable; como es 

igualmente conocido el caso del brillante cardiólogo 

de Harvard que publicaba alrededor de 100 artículos 

por año con datos inventados o manipulados (Goods-

tein, 1991).  Otros casos clásicos de fraude científico 

han pasado a la posteridad, algunos de ellos irrisorios, 

como el de inmunólogo americano William Summer-

lin, que intentó hacer pasar un parche pintado con ro-

tulador negro por un exitoso injerto de pieles entre 

dos especies de ratones blancos y negros.

En un metaanálisis reciente, elaborado a partir de 

los resultados de diferentes estudios en que los pro-

pios  científicos  responden  si  cometen  algún  tipo  de 

fraude en sus investigaciones, se concluye que alrede-

dor del 2 % de los científicos han cometido algún tipo 

de fraude de manera consciente a lo largo de su carrera 

profesional (Fanelli, 2009). Sin embargo, y de acuer-

do con los datos elaborados por RetractionWatch.

com, en 2015 solo fueron retirados 684 artículos que 

El

 

fraude

 

científico

Francisco José López Cantos

Universitat Jaume I

Consecuencias de las malas prácticas científicas

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se consideraron fraudulentos de un total de 800 000 

artículos publicados, un escaso 0,01 %. El análisis au-

tomatizado utilizando un ingenioso 

software

, recien-

temente desarrollado por el joven científico holandés 

Chris Hartgerink para detectar errores estadísticos, y 

llamado 

Stat-check

, es concluyente: de 16 000 artícu-

los que usaban estadísticas, sobre un total de 30 000 

artículos analizados en el área de psicología, al menos 

la mitad contenía errores estadísticos graves (Nuitjen 

et al

., 2016). A partir de otra investigación realizada 

con el análisis textual automatizado de un total de 253 

artículos del área de biomedicina, que en el período 

entre 1973 y 2013 habían tenido que retirarse una vez 

publicados por haber sido detectados como falsos, se 

ha creado lo que sus autores han denominado «obfus-

cation index» (‘índice de confusión’), para evaluar la 

aparición de «causal terms, abstract language, jargon, 

positive emotion terms and a standardized ease of 

reading score»

2

, y se ha encontrado que existen sig-

nificativas analogías en la forma de mentir entre los 

científicos cuando incurren en este tipo de conductas 

fraudulentas (Markowitz & Hancock, 2016). 

Algunos de los últimos casos desvelados sobre el 

trabajo fraudulento de científicos con multitud de ar

-

tículos publicados han acabado de forma dramática, 

como el de los japoneses Sato y Sasai. Después de 

una ardua investigación, se descubrió que los resulta-

dos obtenidos por Sato en sus estudios clínicos, y que 

fueron publicados en más de 200 artículos, muchos de 

ellos sobre cómo reducir los riesgos de fractura ósea, 

pero también sobre el alzhéimer o el párkinson en-

tre otros, eran totalmente inventados. Yoshiki Sasai, 

eminente científico experto en células madre, al ser 

descubierto el fraude que cometía en la fabricación 

de datos, acabó por suicidarse, probablemente como 

hiciera Sato, quizá como consecuencia del gran des-

honor que supone para una cultura como la japonesa 

el haber sido descubierto, una cultura en la que sus 

científicos  paradójicamente  ocupan  los  primeros  lu

-

gares en número de artículos retirados de las revistas 

(Kupferschmidt, 2018).

El  fraude  en  las  imágenes científicas con  las  que 

se muestran los resultados de la investigación puede 

ser mucho más difícil de detectar, aunque en algunos 

casos es muy notorio, como se desprende del análisis 

realizado por el laboratorio Shigeaki Kato de la Uni-

versidad de Tokio, a partir de las imágenes conteni-

das en un artículo que había sido publicado en 2009 

en 

Nature

, y considerado válido durante varios años 

por la comunidad investigadora. En él se encontraron 

Imágen de Cyril Burt de su 

archivo en la Universidad 

de Liverpool (Wikimedia)

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nada menos que 20 fraudes en las imágenes. Otras 

investigaciones sobre el uso de imágenes en las pu-

blicaciones en el área de biomedicina sobre la base de 

datos 

PubMed

 han encontrado que en algunas áreas 

específicas de investigación, como la oncología, del 

total de artículos publicados resultantes de la expe-

rimentación con geles, el 25 % contenía imágenes 

falsas (Oksvold, 2015); y que, de todos los artículos 

analizados sobre una muestra de 1364 seleccionados 

aleatoriamente de 451 revistas de 

PubMed

, alrededor 

del 6 % contenía imágenes claramente fraudulentas 

(Bucci, 2018), y eso solo analizando una limitada 

gama de manipulaciones posibles en la imagen. 

El número de casos de conductas fraudulentas en 

los  que  la  validez  de  las  imágenes  científicas  son 

cuestionadas se ha venido incrementando a lo largo 

de las dos últimas décadas, y ha pasado de suponer 

solo el 2,5 % en un estudio realizado para los años 

1989-1999, hasta un preocupante 68 % del total de los 

casos de fraude en uno posterior para los años 2007-

2008 (Krueger, 2009; Parrish and Noonan, 2009; 

Pearson, 2005). Consecuencia de ello, de una década 

a esta parte, y siguiendo la tradición que ya era prác-

tica habitual en la 

Royal Society 

desde sus inicios de 

consensuar la validez de las imágenes (López-Cantos, 

2017),  algunas  de  las  publicaciones  científicas  más 

prestigiosas, como 

Nature 

(Nature, 2006), han venido 

elaborando guías para los autores y protocolos éticos 

para evitar la alteración de las imágenes que se publi-

can. Cada vez son más los trabajos que se ocupan de 

determinar las buenas prácticas en la producción de 

imágenes científicas, por ejemplo en Cromey (2013). 

El  incremento  de  las  falsificaciones,  recogiendo  las 

conclusiones del análisis realizado por Emma Frow 

sobre las políticas editoriales de las mayores revistas 

científicas, va más allá de la mera detección del fraude 

y la intención normativa de las revistas científicas: está 

poniendo en cuestión la integridad de la labor cientí-

fica: «the current concerns of journal editors revolve 

less around determining the so-called truth or falsity 

of digital images and are more about setting norms 

for image production as a means of safeguarding trust 

in the published image» (‘Las preocupaciones actua-

les de los editores de revistas giran menos en torno a 

la determinación de la llamada verdad o falsedad de 

las imágenes digitales, y se centran más en establecer 

normas para la producción de imágenes como un me-

dio de salvaguardar la confianza en la imagen publica

-

da’) (Frow, 2012: 29). Y, conscientes de la potencia e 

impacto de la tecnología digital para el tratamiento de 

imágenes en la elaboración de imágenes científicas, y 

dada la complejidad actual y lo que está en juego, al-

gunas de ellas ya recurren con regularidad a la contra-

tación de expertos en imagen forense para la revisión 

de su validez antes de su publicación (Pearson, 2005; 

Couzin, 2006).

En cualquier caso, más allá de las consecuencias 

legales que el fraude científico pueda tener para sus 

autores y la retirada de la publicación, las consecuen-

cias para la comunidad científica y para la sociedad 

son de gran alcance. Según los cálculos de 2012 de 

la empresa 

Ithenticate

, que desarrolla herramientas de 

autenticación y verificación para multitud de agencias 

gubernamentales de Estados Unidos, entre ellas la 

NSF, el fraude abarca desde el plagio en todas sus for-

mas hasta la falsificación de datos en las solicitudes 

de proyectos, o de resultados en los informes financie

-

ros de los grupos de investigación. El coste de las ma-

las prácticas científicas rondaría como poco los 100 

mil millones de dólares anuales (Ithenticate, 2012). 

Todavía no hay metaanálisis que incluyan el impacto 

global en la investigación pero, sin duda, la magnitud 

del fraude científico provoca pérdidas a gran escala 

a los presupuestos gubernamentales y a la economía 

de los sistemas públicos y privados y, en definitiva, a 

toda la sociedad, en tanto responsables y beneficiarios 

de la financiación de los proyectos de investigación.

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manipulación para obtener resultados que 

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Notas:

1

 

El plagio es muy común y puede ser el resultado de la 

mera negligencia bibliográfica  o de una m

ás intencionada 

«citation amnesia» (‘amnesia de citas’) o «disregard syn-

drome» (‘síndrome de la indiferencia’)

, tanto como del uso 

de datos de otras investigaciones que se presentan como 

novedosos, así como de la atribución de la investigación 

a personas que no han participado en ella, o lo que se 

denomina autoplagio: publicar la misma investigación con 

mínimos cambios en diversas revistas o lenguas. La con-

secuencia a medio plazo de este tipo de conducta deriva, 

de un lado, en el empobrecimiento del conocimiento; y de 

otro, en lo que Merton (1968) denominó Efecto Matthew, 

según el cual el efecto de la acumulación en algunas 

personas de gran cantidad de publicaciones permite que 

e

stas obtengan significativas ventajas en su ámbito de 

actividad, es decir, el investigador citado es cada vez más 

citado, o quien aparece como autor en trabajos en los que 

no ha participado pero que son propios de sus colaborado-

res acaba por ser considerado un investigador prestigioso 

y de excelencia por la mera acumulación derivada de este 

efecto. 

2 Términos informales, lenguaje abstracto, jerga, térmi

-

nos de «emociones positivas» y una puntuación estandari-

zada de facilidad de lectura.

El incremento de las falsificaciones va más allá 

de la mera detección del fraude: está poniendo 

en cuestión la integridad de la labor científica