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l título de este texto está basado en una bre-

ve nota que escribí sobre Mario en la re-

vista 

Pensar

, luego de organizar una mara-

tón de preguntas y respuestas con el físico 

devenido en filósofo «

amateur

» (según su 

propia definición).

Mi primer encuentro con Mario fue en 1989. Le hice 

una entrevista donde participaron otras personas. Bun-

ge era muy directo e irónico con sus respuestas. Habla-

mos sobre psicología, física cuántica y otros temas. Yo 

había leído 

La ciencia, su método y su filosofía

, libro 

de texto que tuvo mucha repercusión. Para mí era una 

suerte de ídolo del pensamiento crítico. No tuve opor-

tunidad de leer toda su obra. Eso me hubiera llevado 

décadas.

Recuerdo que me elogió cuando en la revista 

El Ojo 

Escéptico

 hicimos un contrapunto entre él y Gregorio 

Klimovsky sobre el psicoanálisis. «Se nota que usted 

estaba muy afilado», me escribió, refiriéndose a mi en

-

trevista a ambos. Nunca me tuteó, a pesar de nuestra 

diferencia de edad.

Pero entablamos una buena relación. Aceptó ser 

miembro honorario del Centro Argentino para la Inves-

tigación y Refutación de la Pseudociencia (

C

airp

), allá 

por 1991. Leía con pasión y curiosidad los libros de 

Mario. Me los devoraba. 

Seudociencia e ideología

 fue 

el que más me gustó. Siguieron luego más entrevistas y 

diálogos, en jornadas y conferencias que compartimos. 

Perdí la cuenta de cuántas entrevistas le hice. Cada vez 

que venía a Buenos Aires, Mario estaba dispuesto a dar 

alguna conferencia para el 

C

airp

, y luego para lo que 

fue el 

Center for Inquiry/Argentina.

Recuerdo algunas anécdotas:

─Mario, ¿cuál fue su error más importante?

─Pasar tres años leyendo a Hegel ─dijo.

─¿Y no le aportó nada?

─Sí, odio a Hegel ─dijo, causando una carcajada ge

-

neral en el público.

Así era Mario. Recuerdo que su esposa, Marta, me 

había dicho: «A Mario lo tomás o lo dejás». Palabras 

muy significativas.

Más allá de la admiración que tenía por Mario, las 

cosas comenzaron a complicarse con el tiempo. Escribí 

un libro llamado

 ¿Te atreves a ser libre?

, donde men-

Mario Bunge: 

su (falta de) tacto

y su filosofía

Alejandro Borgo

Periodista. CFI-Argentina

Debemos crecer por nosotros mismos y no 

hacer de los seres humanos -ocupen el puesto 

que ocupen y tengan los títulos que tengan- 

ídolos inmaculados

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cionaba a Ayn Rand y a Murray Rothbard, aparte de 

otros autores, como Bertrand Russell, Erich Fromm, 

Ronald Lindsey y otros.

Recibí una muy dura respuesta de Mario: «¿Cómo va 

a comparar al gran Bertrand Russell con Ayn Rand?». 

Le respondí que yo no estaba comparando a nadie. Solo 

exponía distintos puntos de vista, de diferentes autores, 

sobre un tema bastante complejo: la libertad.

Es casi una ley que los ídolos se caigan, tarde o tem-

prano. Pero lo que más me molestó fue que ni siquie-

ra se tomara el trabajo de leer mi libro, que no era un 

tratado de mil páginas. Por lo tanto, estaba criticando 

algo que no había leído. Y la última vez que lo vi, en un 

congreso de filosofía científica que se realizó en Bue

-

nos Aires para honrarlo, me insultó, frente a la mirada 

atónita de algunos asistentes.

─Usted también escribió sobre Ayn Rand ─le dije.

Y me respondió:

─Sí, para boludos como usted.

Y se fue. Ni quiso escuchar mi conferencia.

Lo mismo ocurrió con el 

rock

 y los 

Beatles

. Puede 

parecer algo insignificante, pero no es así. Bunge re

-

conoció en la maratón de preguntas y respuestas que 

organizamos que, por consejo de su hijo, no debería 

haberse «peleado» conmigo respecto de los 

Beatles

Evidentemente no conocía mucho sobre su música y 

me dijo por correo electrónico que le parecían «cursis».

Le recordé que los 

Beatles

 conocían la música clá-

sica y que George Martin, su productor, había hecho 

arreglos para 

Eleanor Rigby

 y para 

Yesterday

. No eran 

unos improvisados.

Así y todo, seguí teniendo un intercambio de 

e-mails

 

con Mario.

Fue un pensador importante para mí. Estuve con él 

en varios encuentros. Charlamos sobre infinidad de te

-

mas. Me causó decepción el hecho de que en ciertos 

tópicos hablaba de oídas.

Pero lo sigo considerando un gran pensador, mucho 

más ilustrado que yo. En síntesis, reconozco que nues-

tros intercambios fueron ricos. Pero no puedo dejar de 

sentir ese sabor amargo que me dejó su implacable con-

dición de testarudo en ciertos aspectos. Criticar un libro 

sin haberlo leído no me pareció la actitud de un libre-

pensador. Creo que a Mario lo traicionó su ideología. A 

mí me puede haber pasado lo mismo. Por lo tanto, creo 

que estamos a mano.

Ahora, con la noticia de su fallecimiento, aprove-

cho para decir dos cosas: una, la evidente, que lamento 

su muerte. La segunda es que conocer a Bunge me ha 

dejado una enseñanza y es que, más allá del respeto 

que le hayamos tenido a un maestro, debemos crecer 

por nosotros mismos y no hacer de los seres humanos 

─ocupen el puesto que ocupen y tengan los títulos que 

tengan─ ídolos inmaculados. Creo que el propio Bunge 

diría lo mismo.