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a  pandemia  de  COVID-19  es  un  fenómeno 

complejo que requiere de la complementarie-

dad de puntos de vista muy distintos: médico, 

económico, político, etc., y también antropológico. 

Vamos a intentar aproximarnos aquí desde esta pers

-

pectiva.

A estas alturas, y aunque todavía (y siempre) nos 

faltará mucho por conocer

1

, ya sabemos bastantes 

aspectos importantes sobre el coronavirus y los fac-

tores de riesgo en su contagio. Se transmite por las 

gotículas que expulsamos al aire al respirar, hablar o 

toser, y nos infectamos por contacto directo con ellas 

al respirarlas o a través de las manos si nos tocamos 

los ojos, nariz o boca.

El contagiarse depende de muchos factores que 

pueden elevar o disminuir su probabilidad. Es me-

nor en espacios abiertos que cerrados, porque el aire 

dispersa las gotículas, y por la misma razón, en es-

pacios cerrados bien ventilados que mal ventilados. 

También es menor por contacto con superficies por la 

carga viral: que una superficie tenga coronavirus no 

implica que tenga 

suficiente

 virus como para provocar 

la enfermedad. Otros factores son la distancia (de ahí 

los 1,5 m de seguridad), el tiempo de exposición o la 

densidad de gente en un espacio. Lo anterior hace que 

la probabilidad de contagiarse en la calle o hablando 

un rato con alguien sea bastante pequeña. Si añadimos 

el uso de mascarillas y el lavado de manos, la probabi-

lidad se reduce mucho más (y más todavía si tenemos 

en cuenta la población inmune y la inmunizada).

Sin embargo, sigue habiendo rebrotes. Estos se dan 

principalmente en espacios cerrados, con alta den-

sidad, mucho tiempo de exposición y en donde no 

se guardan medidas de seguridad como la distancia 

social, las mascarillas o el lavado de manos. Uno de 

estos focos de alto riesgo son los espacios hacinados 

donde mal conviven trabajadores explotados como 

los temporeros. Ha sido el caso de Huesca

2

. En parte 

pasa también en las residencias de mayores, repletas 

de población de riesgo por la edad y la comorbilidad 

con otras enfermedades.

Pero otro de estos focos son las reuniones con fa-

miliares y amigos alrededor de la comida y la bebida: 

bodas, comuniones, bautizos, cumpleaños o meras vi-

sitas. Juntarse con familiares y amigos a comer o be-

ber es una actividad de alto riesgo de contagio y pro-

pagación del coronavirus (o de otros virus, como el de 

la gripe común). Lo es porque, por su propia esencia 

y dinámica, estas reuniones son incompatibles con las 

medidas de seguridad: distancia de 1,5 m, mascarilla, 

etc. Y más si se hacen en espacios cerrados y peque

-

ños (alta densidad). Imagine ir a comer con sus padres 

o hermanos sin besos, abrazos, sin tocarse, bajando la 

mascarilla solo para ingerir el bocado o sorbo y po-

nérsela justo después, a 1,5 m unos de otros, lavándo-

se las manos cada dos por tres, etc. Es algo antinatural 

(además de incomodísimo). Como antinatural es no 

hacer este tipo de reuniones sociales. 

Y aquí es donde está el elemento antropológico de 

la cuestión. Las reuniones familiares y con amigos, 

pese a ser de altísimo riesgo, no son percibidas así ni 

se toman las medidas de seguridad proporcionales a 

su riesgo. Lo que contrasta con la desproporción en 

las medidas de seguridad que tomamos en otras situa-

Coronavirus,

 

cuando el enemigo

está en casa

 Andrés Carmona Campo

@acarmonacampo Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Máster 

en Filosofía Práctica. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria. 

Coautor del libro 

Profesor de Secundaria

, y colaborador en la obra colectiva 

Elogio del 

Cientificismo

 junto a Mario Bunge et al.

Artículo publicado originalmente el 18/07/2020 en el blog Filosofía en la Red: 

https://blogfilosofiaenlared.blogspot.com/2020/07/coronavirus-cuando-el-enemigo-esta-en.html

   

Una aproximación antropológica al fenómeno de la pandemia

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Nuestra mente coloca el peligro en el exterior, en 

los de fuera, los otros, mientras que se tranquiliza 

cuando estamos con los «nuestros». Es lo mismo 

que le sucede a la mente del racista o el xenófobo

ciones de riesgo mucho menor. Por ejemplo, somos 

capaces de estar mucho tiempo hablando y comiendo 

sin mascarilla y cerca de unos parientes en un espacio 

cerrado (altísimo riesgo de contagio), pero ponernos 

inmediatamente la mascarilla y guardar la distancia 

social con un extraño que se nos acerque por la calle y 

con el que intercambiemos unas pocas palabras (muy 

bajo riesgo). Es algo así como ponerme el cinturón de 

seguridad para aparcar el coche y quitármelo cuando 

voy a 200 km/h por una carretera secundaria de do

-

ble sentido y adelantando en las curvas por el carril 

izquierdo. 

Esa paradoja tiene que ver con lo que en Antropo-

logía se conoce como «Nosotros y Ellos» (mejor: no

-

sotros 

versus

 ellos). Es la conciencia, que se remonta 

a nuestro pasado paleolítico cazador-recolector, por la 

que nuestro grupo de referencia es bueno y seguro, 

mientras que los demás, los extraños, los de fuera, son 

malos y peligrosos. Esta conciencia explica nuestra 

tendencia (o prejuicio) al racismo o la xenofobia, o 

simplemente a desconfiar de los desconocidos, pero 

también nos sirve para entender cómo resuelve nues-

tra mente la disonancia cognitiva en la que consiste la 

paradoja anterior. 

Sabemos que las reuniones con familiares o amigos 

son muy peligrosas porque en ellas se juntan todos 

los factores objetivos de riesgo. Pero nuestra mente, 

simplemente, ignora o minusvalora ese riesgo a la 

vez que sobrevalora el riesgo (objetivamente mucho 

menor) de contagio con extraños. Se produce así una 

(falsa) sensación de seguridad al estar con los «nues-

tros» que se compensa con otra (falsa) sensación de 

inseguridad al estar con los «otros». Esto se acrecien-

ta con el sobresfuerzo que hacemos para protegernos 

de un posible (y más improbable) contagio exterior 

(mascarilla, guantes, limpiar las suelas de los zapa-

tos…), lo que nos tranquiliza pensando que ya hemos 

hecho bastante y que con los «nuestros» podemos re-

lajarnos (pese a que el riesgo de contagio es mayor). 

También contribuye la presión social: intente man-

tener medidas de seguridad en una comida con ami-

gos y cuente cuántos minutos pasan hasta que uno de 

ellos le diga: «¿Es que no te vas a quitar la mascari-

lla?» Tiene su lógica (antropológica): nuestra mente 

ve normal protegerse de los «otros» pero no de los 

«nuestros». Es más, es insultante: una muestra de des-

confianza o una forma de tratarlos como sospechosos 

o sucios: ¡como si fueran extraños! Haga este expe

-

rimento: invite a familiares a su casa y establezca y 

haga cumplir las medidas de seguridad. Su casa será 

un lugar muy seguro… pero recibirá pocas visitas, 

¡qué ironía!

Nuestra  mente  coloca  el  peligro  en  el  exterior, 

en los de fuera, los otros, mientras que se tranquili-

za cuando estamos con los «nuestros». Es lo mismo 

que le sucede a la mente del racista o el xenófobo: 

su mente solo registra (y se escandaliza) ante delitos 

cometidos por extranjeros y desatiende los cometidos 

por compatriotas (incluso aunque se le muestren los 

datos objetivos sobre número de delitos, proporcio-

nes y otros datos contextuales y estadísticos sobre la 

cuestión). 

Compare usted mismo lo que hace al ir a trabajar 

y cuando se junta a comer con familiares o amigos. 

Medido objetivamente, los factores de riesgo son ma-

yores en esa comida que en el trabajo, pero seguro que 

usted toma más precauciones en el trabajo que en esa 

comida. Si le pasa algo similar cuando tiene que tratar 

con un compatriota que con un extranjero, hágaselo 

mirar. 

Sucede algo parecido con las violaciones y abusos 

sexuales. Objetivamente, según los datos, la gran ma

-

yoría se producen en entornos cercanos y por perso-

nas conocidas (parientes o amigos). La típica escena 

del extraño que viola a alguien por la calle es mucho 

menos probable que la de un amigo o pariente. Pero 

las medidas de seguridad se hacen pensando más en el 

violador extraño que en alguien cercano. Los padres 

educan a sus hijas diciéndoles que no vayan solas por 

calles desiertas ni oscuras, pero no les advierten de 

que tengan cuidado con sus tíos, por ejemplo. Para-

dójicamente, decirle a la hija que no venga sola por 

la calle y que procure que la acompañe un amigo, la 

puede estar lanzando dentro de la boca del lobo. Es 

curioso, por ejemplo, que entre católicos haya tan 

poco miedo a que curas o catequistas violen a sus hi-

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jos (pese a los datos disponibles

3

) en contraste con el 

miedo a que los viole un extraño o una «manada» de 

menas

4

 inmigrantes y musulmanes (más improbable 

comparado con la probabilidad de que lo haga un sa-

cerdote si atendemos al número de abusos cometidos 

por unos y otros). 

Si seguimos a este ritmo de rebrotes, dentro de 

poco se descontrolarán los contagios de nuevo. Otro 

confinamiento  masivo  sería  una  medida 

eficaz

 (tal 

como lo demostró el confinamiento pasado). Pero tal 

vez sería más 

eficiente

 (igual de eficaz pero a menor 

coste) prohibir las comidas sociales: cumpleaños, bo-

das y celebraciones así, incluidas las comidas familia-

res (especialmente con abuelos). Pero ¿qué gobierno 

se atrevería a hacer algo así? Nuestra mente moldeada 

durante  miles  de  años  en  el  esquema  «Nosotros 

vs.

 

ellos» no lo admitiría. ¿Cómo voy a pensar que mi 

familia es más peligrosa que los extraños? ¿Cómo va 

a ser más peligroso comer en una habitación cerrada 

con mis padres durante dos horas que hablar con un 

desconocido en la calle durante unos minutos? Al fi

-

nal no quedará otra que el confinamiento masivo, que 

no es sino una forma encubierta de matar moscas a 

cañonazos: prohibir los focos de más riesgo (como las 

comidas familiares) prohibiendo todo tipo de contac-

to independientemente de su riesgo (y de las conse-

cuencias económicas). Otra paradoja: nos es más fácil 

no hacer esas reuniones familiares de alto riesgo si 

nos confinan a cada uno en nuestra casa que si sim

-

plemente nos prohibieran hacerlas permitiéndonos lo 

demás.

¡Ojo!, no estoy pidiendo la prohibición de comidas 

familiares o entre amigos. Aunque solo sea porque no 

se cumpliría. Pero es que somos humanos y nuestra 

mente funciona así. Si fuésemos robots, seguramente 

haríamos las cosas de otra manera. ¿Acaso cree que 

los sanitarios que han sufrido en primera línea no ha-

cen lo mismo que usted cuando visitan a sus padres, 

hermanos o amigos? También son humanos. 

Por otra parte, acabar con el coronavirus es urgente, 

pero la vida social y familiar también es importante, 

y ambos objetivos debemos ponderarlos y asumir los 

riesgos de tal ponderación. Sin comidas familiares tal 

vez estuviéramos más seguros, pero, ¿queremos vivir 

así (aunque solo sea hasta que haya vacuna)? 

No obstante, tampoco estaría de más pensar que, 

cuando se nos pide responsabilidad individual, no 

solo se refiere a medidas ante extraños sino también 

(y sobre todo) hacia conocidos y familiares, por con-

traintuitivo que nos parezca. 

Mientras tanto, siempre podemos consolarnos co-

miendo y bebiendo sin mascarilla ni distancia de se-

guridad en una habitación cerrada, mientras despotri-

camos de los chavales que hacen botellón al aire libre 

y que, por supuesto, son los «verdaderos» culpables 

de los rebrotes. Especialmente los hijos de los demás, 

por supuesto. Ah, y los inmigrantes, claro.

1.  https://blogfilosofiaenlared.blogspot.com/2020/05/y-si-

fernando-simon-santi-g-cremades-y.html

2.  https://elpais.com/sociedad/2020-06-23/el-brote-entre-tem-

poreros-de-aragon-deja-una-cuarta-comarca-en-la-fase-2.html

3.  https://elpais.com/sociedad/2019/02/18/actuali-

dad/1550503933_869630.html

4.  https://www.europapress.es/epsocial/migracion/noticia-

incorrecto-decir-70-violadores-manada-son-extranjeros-autora-

estudio-usado-vox-20191106170532.html

Siempre podemos consolarnos comiendo 

y bebiendo sin mascarilla ni distancia de 

seguridad en una habitación cerrada, mientras 

despotricamos de los chavales que hacen botellón 

al aire libre

Imagen de  Gerd Altmann en Pixabay