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anuario 2020
P
ublicado en abril de 2019, dos años después de
la llegada de Donald Trump al poder, Russell
Muirhead y Nancy L. Rosenblum defendían en
su libro
A lot of people are saying. The new conspira
-
cism and the assault on Democracy
(Princeton Univ.
Press) una teoría que ha cobrado actualidad con la
pandemia: ¿está mutando el fenómeno
conspiranoico
de manera tan radical que ha adquirido características
estructurales nuevas? Profesores respectivamente del
Darmouth College y la Universidad de Harvard, estos
expertos en Ciencias Políticas defienden que sí, que
en los últimos años el fenómeno ha ido sufriendo una
profunda transformación que ha dado lugar a un nuevo
conspiracionismo con características diferenciadas,
como la aparición de «conspiraciones sin teoría» fren-
te a las clásicas teorías de la conspiración: una suerte
de nuevo relato que solo busca confundir y entorpecer
el debate, sin que exista un enemigo claro que lo pro-
voque. La llegada al poder de Donald Trump primero
—en un contexto de aumento del populismo a nivel
mundial— y la pandemia de la COVID-19 favorecen
un escenario, tan propicio como poco habitual, para
analizar esta hipótesis.
El debate sobre la evolución de la conspiración no
es nuevo. Autores que en los últimos años se han en-
frentado al fenómeno, como Jesse Walker, Michael
Barkun, Thomas Milan Konda
1
o Lance deHaven-
Smith, coinciden en señalar que ni siquiera la irrup-
ción de internet modificó sustancialmente el fenóme
-
no. Los australianos Emma A. Jane y Chris Fleming
2
añadían que el incremento de mensajes
conspiranoi-
cos
con la aparición de la red ha sido paralelo a la pro-
liferación de las webs que se encargan de combatirlas,
así que no hay nada nuevo bajo el sol. En definitiva,
siguen totalmente vigentes las conclusiones del estu-
dio de Josep E. Uscinski y Jospeh M. Parent
3
sobre
¿Hacia un nuevo
conspiracionismo
?
Javier Cavanilles
Periodista
Con la llegada de Trump a la Casa Blanca y su particular manera
de gobernar, algunos autores apostaron por hablar de un «nuevo
conspiracionismo», mucho más radical que el anterior y con elementos tan
novedosos que permite distinguirlo de lo que había hasta la fecha. Esto
y la llegada del coronavirus son un momento de tensión y de auge de las
conspiraciones que permiten poner a prueba esa teoría
Según algunos, hay un nuevo conspiracionismo,
con «conspiraciones sin teoría» frente a las
clásicas teorías de la conspiración
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la evolución de los mensajes
conspiranoicos
que des-
de 1890 hasta 2012 parecen confirmar la tesis de que
el fenómeno se ha mantenido inmutable a través del
tiempo.
Frente a este consenso, Murihead y Rosemblum
plantean que sí hay un «nuevo conspiracionismo»
y que su principal característica no es su capacidad
de deslegitimar —ese rasgo inherente a la conspira-
ción— sino que la deslegitimación se ha convertido
en su verdadero objetivo
4
y no es, como antes, una
consecuencia:
«El nuevo conspiracionismo asegu-
ra haber descubierto odiosos planes contra el orden
constitucional, la base de la sociedad, los valores na-
cionales y la identidad nacional —pero no con el fin
de respaldar algún precepto constitucional o cuestión
social—. Las acusaciones
conspiranoicas
aseguran
que las instituciones, prácticas, políticas y cargos
electos son malignos, pero qué habría que poner en
su lugar no lo dicen. A lo mejor absolutamente nada.
El nuevo conspiracionismo es el rostro de la negativi-
dad. La deslegitimación es su producto».
Entre los elementos que los autores consideran que
caracterizan el nuevo conspiracionismo figuran ele
-
mentos tradicionales (negativa a aceptar los hechos,
rechazo a la opinión de los expertos y de los medios
tradicionales), junto a otros más novedosos como la
proliferación de las
fake news
. Ninguno de estos ele
-
mentos es en sí nuevo, aunque es cierto que nunca
habían tenido tanta importancia como en los últimos
años. Es la combinación de todos los elementos lo que
crea una nueva situación que tiene tres característi-
cas
5
:
«Primero, en ausencia de una base común [para
el debate], sin la posibilidad de contar con un conjun-
to de hechos compartidos, estándares de verificación
y modos de argumentar, [de manera que] los motivos
que sustentan una decisión se hacen ininteligibles
(…). La segunda consecuencia del asalto del cons-
piracionismo al conocimiento es preparar el terreno
para la aceptación popular de acciones extremas por
los conspiracionistas en el poder (…) El conspiracio-
nismo incluye un tercer asalto: la desorientación de
los resultados por el bombardeo de sus fabulaciones».
No podemos perder de vista que Muirhead y Ro
-
senblum publicaron su libro en 2019 y que su análisis
no incluye ninguna de las conspiraciones nacidas a
partir de coronavirus, de ahí que la situación creada
por la pandemia pueda ser utilizada para poner a prue-
ba su análisis.
COVID-19, la fiebre
conspiranoica
La posibilidad de una pandemia provocada por
un virus de origen animal pilló al mundo por sorpre-
sa, aunque era de todo menos remota. De hecho, la
única duda que existía era el cuándo. La gripe A o
H1N1 (2009) o la crisis del ébola (2014) fueron los
primeros avisos serios de una eventualidad que ya fue
anticipada, por ejemplo, por la administración Bush
cuando en 2005 publicó el documento
Estrategia de
seguridad nacional para una pandemia de gripe
, o
por el Foro Económico Mundial en 2007 en un in-
forme similar. En 2015, un informe del Consejo de
Seguridad Británico situaba una «gripe pandémica»
entre las principales amenazas para el país, lo que dio
lugar tres años más tarde a un plan específico titulado
Estrategia de seguridad biológica del Reino Unido
.
En España, un documento similar fue aprobado en
2017. Hasta el propio Bill Gates lo anunció en una
Foto de Ralf en Pixabay
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charla TED en 2015, lo que muchos
conspiranoicos
han aprovechado para acusarle de ser él uno de los
instigadores. En los últimos años, distintos libros de
divulgación científica ya habían apuntado en esa di
-
rección.
Un planeta de virus
(Capitán Swing, 2020),
de Carl Zimmer, fue editado originalmente en 2011,
antes incluso de que se produjeran las crisis del ébola
y el MERS.
Pese a que la posibilidad de una pandemia era mu-
cho más que una mera hipótesis, la inmensa mayoría
de la humanidad (preocupada por cuestiones más pe-
rentorias) no lo tenía entre sus principales preocupa-
ciones. De ahí que, cuando se produjera, tampoco es
de extrañar la aparición de todo tipo de teorías sobre
las causas reales y consecuencias ocultas de la pan-
demia. Una conspiración mundial, si existía, bastante
mal planeada ya que sus autores se olvidaron de in-
cluir unas simples líneas de código en Google, Face-
book, Twitter… que habrían impedido a los «despier-
tos» alertar al resto de la humanidad.
En España, el día grande de los
conspiranoicos
llegó el pasado 15 de agosto, cuando celebraron una
manifestación multitudinaria en Madrid a la que acu-
dieron cerca de 3000 personas
6
. Como suele ocurrir,
los convocantes tenían en común su rechazo a la ver-
sión oficial, pero diferían en el motivo de su queja.
Para algunos, la
plandemia
(en honor al documental
del productor Mikki Willis, que convirtió a la docto
-
ra negacionista Judy Mikovits en reina por un día de
la conspiración) consistía en que el virus no existía y
era una maniobra de poderes ocultos para imponer un
Reseteo
o un Nuevo Orden Mundial. También estaban
divididos entre que si la COVID-19 era una farsa o
que existía pero se estaba exagerando su efecto real.
Había dudas sobre si su origen era un laboratorio chi-
no desde el que se había escapado el patógeno o lo ha-
bían dejado escapar, lo que no impedía a otros apoyar
la tesis de que se creó artificialmente en laboratorios
occidentales y enviado a China. Y, de telón de fondo,
el papel que había jugado la red 5G en su difusión,
y si todo no era más que un camelo para iniciar una
campaña de vacunación obligatoria y ponernos a to-
dos «chips satánicos» para doblegarnos, como apun-
tó el fundador de la Universidad Católica de Murcia,
José Luis Mendoza
7
. Finalmente, una lista de posibles
candidatos a estar detrás de la conspiración: desde el
financiero George Soros, a Bill
Vil
Gates, pasando
por los Rothschild o, quién sabe, alguno de los trece
linajes reptilianos. En definitiva, un único punto en
común (existe una conspiración) y una amplia gama
de teorías (o mezcla de ellas) para que cada asistente
pudiera escoger la que más se adecuara a sus ideas
preconcebidas.
La proliferación de teorías por parte de personajes
de todo pelaje
8
era tal que incluso el presentador Iker
Jiménez fue objeto de la furia de parte de su parroquia
por considerar real la amenaza del virus, aunque se
mostrara partidario de que se trata de una patógeno
cultivado en un laboratorio chino del que, probable-
mente, se escapó por error
9
. El presentador vitoriano
tuvo incluso que aclarar que no era ni masón ni ju-
dío para evitar más críticas. Menos relevancia tuvo el
editorial de Lorenzo Fernández, director de la revista
Enigmas / Más Allá
, del pasado octubre sumándose a
la tesis de que el virus es auténtico y sus efectos, rea-
les. Por su parte, el escritor Daniel Estulin —conven
-
cido de que ha sido candidato al nobel de la paz y de
que estuvo a punto de conseguir un premio Pulitzer—
considera que el virus es una excusa que utilizan los
financistas
(que es como llama él a los financieros) in
-
ternacionales para acabar con Trump, por su empeño
por enfrentarse al Nuevo Orden Mundial. César Vidal
(y, suponemos, el que le escribe los libros) habla en su
programa de «el gran
reseteo
», ese plan que están lle-
vando a cabo los enemigos de Trump utilizando a Joe
Biden como marioneta para imponer en Estados Uni-
dos un régimen comunista. Por suerte, el investigador
David Parcerisa
10
intentó aportar un poco de sentido
común al debate y planteó la posibilidad de que detrás
de todo esté una raza alienígena que se encuentra in-
cluso por encima de los
dracos
, lo más malos entre los
ya de por sí chungos reptilianos.
Coherencia incoherente
En contra de lo que pueda parecer, la unidad de ac-
ción de los grupos negacionistas de tan distinto pela-
El investigador David Parcerisa intentó aportar un
poco de sentido común al debate y planteó la
posibilidad de que detrás de todo esté una raza
alienígena
el esc
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anuario 2020
je—con sus expertos
ad hoc
como los «médicos por
la verdad»
11
o los firmantes de la Gran Declaración
de Barrington
12
— tampoco constituye un fenómeno
novedoso. El primero en advertir de la capacidad de
atracción de las teorías
conspiranoicas
fue el sociólo-
go canadiense Ted Goertzel
a principios de los años
ochenta. Según él, una persona que asume una teoría
de la conspiración es proclive a aceptar otras, aunque
sean contradictorias. En 2012, los profesores Michal
J. Wood, Karen M. Douglas y Robbie M. Sutton
pu-
blicaron un famoso
paper
13
en el que analizaban este
«sistema monológico de creencia» y llegaban a la
conclusión de que:
«Cuando se presenta una nueva
teoría
conspiranoica
, inmediatamente parece mucho
más creíble porque encaja con este punto de vista fé-
rreamente sostenido y está en desacuerdo con la na-
rrativa que cuenta con respaldo oficial. Estas creen
-
cias de orden superior pueden ser mantenidas con tal
fuerza que cualquier narrativa que se oponga a la
versión oficial tendrá cierto grado o apoyo o respaldo
por alguien que mantenga un punto de vista
conspi-
ranoico
incluso en el caso de que contradiga otras
conspiraciones que considere creíbles».
Aunque hay puntos de estudio bastante cuestiona-
bles, y que quedan fuera de este artículo, lo importante
es cómo destaca la existencia de ese «orden superior»
en la creencia
conspiranoica
: no creen ni que el virus
sea un producto chino para empobrecer al mundo ni
que se escapó de un laboratorio, tampoco que detrás
esté Soros o los reptilianos; en lo que creen realmente
es en la conspiración, y adoptan cualquier argumento
(por contradictorio que sea) que apoye una creencia,
la suya, que tiene mucho de religiosa. Así como hacen
los seguidores de cualquier credo, cada quien cons-
truye un dios a su medida. El dios de los creyentes
del Opus Dei solo se parece al de los partidarios de la
Teología de la Liberación en su condición de ser su-
premo; el resto es accesorio, de ahí que cada uno está
plenamente convencido de que su interpretación es la
correcta. Si hablan entre ellos de la existencia de su
amigo invisible, no hay problema; si analizan lo que
se espera de él, la discusión está asegurada.
Aunque la teoría de Goertzel ha sido respaldada por
distintos estudios además del citado y sus seguidores,
es un error fiar toda la explicación del fenómeno a las
causas sicológicas. Cómo se ha construido el relato
conspiranoico
a través del tiempo también es impor-
tante para entender el fenómeno y, de paso, analizar la
tesis propuesta por Murihead y Rosemblum.
El relato
conspiranoico
La estructura del relato
conspiranoico
actual tiene
una importante deuda con el movimiento contracultu-
ral norteamericano de finales de los sesenta y explica
cómo pueden coexistir narrativas tan dispares sobre
un mismo fenómeno pero, sobre todo, explica la capa-
cidad de mutación y el funcionamiento oportunista (es
decir, de tomar elementos de cualquier narrativa) que
tienen las nuevas teorías
conspiranoicas
. A partir, de
los años sesenta, con el telón de fondo de los asesina-
tos de JFK, su hermano Robert y Martin Luther King,
operaciones encubiertas de distinto origen y alcance
(Operación Caos, Cointelpro, Mockingbird, Minarte,
MKUltra…), una reacción que cuestionara el modelo
oficial de «democracia perfecta» cultural era cuestión
de tiempo. Si hay que destacar a alguien, todos los
dedos señalan al periodista Paul Krassner y su revista
The Realist
14
como uno de los grandes pioneros del
género y el primero en borrar la línea entre ficción y
realidad en lo que a conspiraciones se refiere.
The Realist
fue una revista de periodicidad discon-
tinua, de claro contenido político y un marcado men-
saje antisistema que gozó de mucho reconocimiento
en ambientes liberales
underground
gracias a las apor-
taciones de colaboradores como Henry Miller, Wally
Wood, Ken Kesley o Timothy Leary. En en el número
74 (mayo, 1967) publicó «Las partes que quedaron
fuera del libro de Kennedy». El artículo, firmado por
Krassner y con llamada en primera página, se hacía
eco de la polémica entre el periodista William Man
-
chester y Jacqueline Kennedy con motivo del libro
La
muerte del presidente
(Harper & Row, 1967). Poco
antes de publicarse, la ex primera dama se desdijo de
su promesa inicial y obligó al autor a retirar algunos
pasajes antes de autorizar su publicación. Manchester
accedió, lo que provocó un debate en los medios de la
época. Aprovechando el tirón del caso, Krassner in-
ventó literalmente algunos de los trozos eliminados.
El más famoso era el que decía que Lyndon B. Jo-
hnson
penetró la herida de la garganta de JFK para
hacer pasar la herida de salida de una bala por otra de
entrada. Krassner en ningún momento pretendió que
la anécdota fuera cierta, pero tampoco dijo nada que
indujera a pensar lo contrario. Así, fue dada por cierta
durante años incluso por otros investigadores. Según
explica el periodista Jesse Walker
15
, esa mezcla de
verdad y mentira, no como engaño sino como juego,
fue una práctica que pronto se extendió entre las pu-
blicaciones más
underground
y que dejó joyas como
Cover-Up Lowdown
(Ripp Off Press, 1975), de Paul
Mavrides (dibujante de los
Freak Brothers
y fundador
de la Iglesia de los subgenios) y Jay Kinney (un apa
-
sionado del esoterismo occidental). Con el tiempo, su
herencia se pudo ver en revistas como
Weekly World
News
o
The Sun
(no confundir con su homónimo bri-
tánico), cuyo efecto en el discurso
conspiranoico
no
se debería desdeñar.
El mismo año que nace
The Realist
(1957), Greg
Hill (Malaclypse el Joven) y Kerry Wendell Thornley
(Omar Khayyam Ravenhurst) fundan una religión sa
-
tírica, el
discordianismo
, cuya máxima deidad es Eris,
la reina grecorromana de la discordia y el caos. Un
dato curioso es que las primeras copias de su texto
fundacional,
Principia Discordia
, fueron fotocopia-
das en secreto en el despacho de Jim Garrison, fiscal
del caso JFK, por uno de sus colaboradores. Antes
de convertirse en la semilla de la que nacieron movi-
mientos como la Iglesia de los Subgenios o la Magia
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del Caos, el discordianismo dio lugar a la
Operación
Mindfuck
. Se trata de una guerrilla cultural sin la cual
es imposible entender el funcionamiento por acumu-
lación del pensamiento
conspiranoico
actual.
Operación Mindfuck
consiste única y exclusiva-
mente en crear confusión
per se
y forzar una realidad
donde los conceptos de verdad o mentira no existen,
son solo puntos de vista. La estrategia incluye desde
enviar cientos de cartas a una cadena de televisión para
quejarse de un programa sin explicar el motivo de su
malestar, a aprovechar las secciones de correo con los
lectores de algunos medios para difundir teorías de lo
más disparatado. Entre sus miembros destacó el escri-
tor Robert Anton Wilson quien, como responsable de
las misivas que recibía la revista
Playboy
, aprovechó
para colar algunas de estas bromas. Otras de las mar
-
cas de la casa era enviar anónimos acusando a todo el
mundo (del presidente para abajo) de ser miembro de
los
Illuminati
. Anton Wilson, junto a Robert Shea, fue
el encargado de escribir la gran contribución del dis-
cordianismo a la historia de la conspiración: la trilogía
Illuminatus!
(1975, Dell Publishing), que se publicitó
como «un cuento de hadas para paranoicos».
Así, la herencia (totalmente vigente) de la
conspi-
ranoia
actual es doble: como relato y como estrategia
para difundirse. Los ejemplos están a la vista, sobre
todo por cómo ha ido actuando la ultraderecha en los
últimos meses para crear el máximo de confusión y
tensión para presionar al gobierno. En la manifesta-
ción
conspiranoica
del 15 de agosto en Madrid, se hi-
cieron virales varios vídeos de Miguel Bosé animando
a participar y a sumarse a la resistencia contra el régi-
men «semidictatorial» de Pedro Sánchez (mientras él
descansaba en su casa de México a salvo de posibles
multas). Un hecho que pasó prácticamente desaper-
cibido es la instrumentalización que hizo la ultrade-
recha de los mismos. Como explicó en un genial hilo
de Twitter el activista contra la desinformación digital
Julián Macías Tovar
16
, fueron cuentas automatizadas
de extrema derecha las responsables, en gran parte, de
la difusión de sus mensajes.
La estrategia de utilizar cualquier arma contra el
grupo contra el que se quiere actuar —y que puso de
moda Steve Bannon, exasesor de Trump— puede te-
ner el efecto corrosivo en una democracia que des-
criben Muirhead y Rosenblum en su libro, pero no
tiene nada de novedoso. Otro ejemplo tuvo lugar con
la campaña, también auspiciada por la ultraderecha,
con motivo del acto del 16 de junio para recordar a
las víctimas. La red se vio inundada de mensajes que
calificaban de ritual masónico o satanista la ceremo
-
nia de estado, la primera totalmente laica desde la ins-
tauración de la democracia. Como en la
Operación
Mindfuck
, el único objetivo fue crear un marco de
confusión en el que la verdad de los hechos ni estaba
ni se la esperaba.
La conspiración benevolente, o
pronoia
La llegada de Trump a la Casa Blanca supuso, sin
duda, un hito en la historia de la conspiración casi
como lo fue en su día el 11-S. Aunque probablemente
las primeras acusaciones cruzadas de juego sucio en-
tre aspirantes al gobierno de EE. UU. para hacerse con
el poder daten de finales del siglo xviii
, ningún presi-
dente había optado al título de Conspirador en Jefe al
llegar al poder. Un cargo al que, por cierto, sacó todo
el jugo que pudo con la llegada de la COVID-19, a la
que bautizó como «peste china» y acusó de ser parte
de la estrategia de Pekín para socavar la economía del
país. Esto, lógicamente, ha influido en el relato
cons-
piranoico
, pero, ¿tanto como para considerarlo una
característica del «nuevo conspiracionismo»?
El discurso
conspiranoico
de Trump tiene una lar-
ga tradición en la política norteamericana. Tras la II
Guerra Mundial, el anticomunismo propio de la Gue-
rra Fría (que no era
per se
irracional) se plasmó en un
discurso que sí lo era, como en el caso del maccarthis-
mo (que denunciaba la existencia de una infiltración
masiva de «rojos» en el Departamento de Estado).
Pero el tristemente célebre senador Joseph McCar
-
thy fue un modesto aficionado comparado con Robert
Welch Jr. y su John Birch Society (fundada en 1958),
que defendía (y defiende) que todos los gobiernos
posteriores a la II Guerra Mundial estaban dominados
por agentes a sueldo de Moscú siendo el comunismo,
según aseguraba, el último escalón de los
Illuminati
Ahora los enemigos son los liberales, los
antifascistas, las feministas, los Black Lives
Matter… En definitiva, los vecinos de la puerta de al
lado que no piensan como ellos
el esc
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para conquistar el mundo
17
.
A la lista se irán añadiendo pronto el grupo Bil-
derberg, la Trilateral o el Council on Foreign Policy
(CFR). De las filas de la sociedad John Birch saldrá el
gran enemigo de la extrema derecha americana de las
últimas décadas: el
shadow government
(gobierno en
la sombra), del que pocos hicieron tanto por difundir
como Gary Allen y Larry Abraham en su clásico
None
Dare Call It Conspiracy
(Concord Press, 1972). La
idea de que el verdadero poder no estaba en la Casa
Blanca no era patrimonio de la extrema derecha, pero
la diferencia es que otros libros que cuestionaban des-
de la izquierda el modelo democrático imperante en
EEUU —
The Power Elite
18
,
The Invisible Govern
-
ment
19
o
Who Rules America
20
— se basaban en he-
chos reales.
La llegada de Trump marca una diferencia con am-
bos discursos (gobierno en la sombra vs. plutocracia)
con la aparición del
deep state
(‘estado profundo’), un
concepto también antiguo pero que ha cobrado nue-
vo significado y que marca una profunda diferencia
con teorías anteriores. El «gobierno en la sombra»
está por encima del poder del presidente y lo controla
desde fuera, pero el «estado profundo» —estableci-
do presuntamente por Obama y con apoyo de
Killary
Clinton—parasita las estructuras del estado. El
deep
state
, es innegable, tenía elementos de verdad como
demostró el libro
A Warning
(Twelve, 2019), escrito
por un funcionario anónimo próximo a la Casa Blan
-
ca, que aseguraba —y celebraba— que algunos altos
cargos se habían confabulado para frenar las acciones
políticas del presidente
21
. Pero lo importante es que
en el
deep state
el relato cambia, y ya no se habla
de una lucha de los ciudadanos (víctimas) contra el
poder (verdugo) para salvar la democracia, sino que
esta lucha la capitanea el poder ejecutivo (el verdugo
se convierte en salvador). Los ciudadanos han dejado
de ser el motor de la batalla, aunque están llamados
a tomar parte de ella para no perder el protagonismo.
Estamos ante un raro caso de
pronoia
, o conspira-
ción benevolente, en la que el poder no es el origen de
la conspiración sino el remedio. Es difícil no pensar
en las palabras de Karl Popper
22
, cuando destacaba
la «tendencia, en general, de toda tiranía a justificar
su existencia presentándose como salvadora del Es-
tado (o del pueblo) frente a sus enemigos, tendencia
que debe conducir, forzosamente, a crear o inventar
nuevos enemigos cuando los viejos han sido some-
tidos».
Hitler y los judíos, Franco y los masones,
Stalin
y los burgueses o Pol Pot y los intelectuales.
Encontrar ejemplos de enemigos imaginarios en los
regímenes autoritarios es tarea sencilla, pero no tanto
en las democracias. Esto, sin duda constituye una di-
ferencia con otros movimientos
conspiranoicos
(por
ejemplo, los
truthers
o buscadores de la verdad que
se enfrentaron a Bush tras el 11-S) y que puede servir
de argumento en favor de la tesis del «nuevo conspi-
racionismo». Este nuevo relato ha propiciado la apa-
rición un movimiento, conocido como
QAnon
, que se
nutre de otros ya existentes (como las milicias, el
Tea
Party
, los
Sovereign Citizens
, los
Oath Keepers
…)
pero que han asumido una importancia antes no vista
en el
milieu
conspiranoico. El objetivo ya no es volar
otro edificio Murrah, como hizo Timothy McVeigh en
1995; ahora los enemigos son los liberales, los anti-
fascistas, las feministas, los
Black Lives Matter
… En
Foto de Paul Becker en Flickr: https://www.flickr.com/photos/becker271/
el esc
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definitiva, los vecinos de la puerta de al lado que no
piensan como ellos.
QAnon
, los «camisas pardas» de Trump
La tendencia hacia el autoritarismo de Trump se
ha visto reflejada en el movimiento conocido como
QAnon
, y cuyos símbolos se han visto en protestas
fuera de EE. UU. como Alemania (en el asalto al Par-
lamento por parte de neonazis)
23
, Francia, Inglaterra
o España. La
Q
se refiere a una acreditación del De
-
partamento de Energía que permite tener acceso a in-
formación confidencial, y
anon
es como se conoce a
sus seguidores. Técnicamente, el movimiento
QAnon
tiene fecha de nacimiento. El primer
drop
o
bread-
crumb
(así se conocen sus mensajes) apareció en la
red 4Chan en octubre de 2017.
El movimiento QAnon —que el FBI considera una
amenaza terrorista
24
y goza del apoyo del presidente
Trump— es interesante por varios motivos, pero nin-
guno de ellos es por constituir una novedad. La figura
del
insider
que decide hablar de manera anónima es
un clásico del
milieu
conspiranoico, y la ausencia de
pruebas (no solo de lo que dice, sino de su mera exis-
tencia) no es obstáculo para ir acumulando seguido-
res. En noviembre de 2000, en una web que todavía
estaba en pañales, empezaron a aparecer en aquellos
viejos tablones de anuncios conocidos como BBS,
que ya empezaban a caer en desuso, mensajes de John
Titor, quien se presentaba como un militar que había
viajado al pasado desde 2036 y, gracias a unas pre-
dicciones suficientemente vagas como para encajar en
casi cualquier cosa, gozó de cierto predicamento du-
rante varios años. Más recientemente, y sin ánimo de
ser exhaustivos, se puede señalar que en el ámbito de
la exopolítica han ido apareciendo personajes como el
Comandante X, el Capitán Kaye (miembro de la Fuer
-
za de Defensa de la Tierra)
25
, o el Comandante Adama
(representante de la Tierra de la Federación Galáctica
de Luz)
26
, y cuyo nombre coincidía casualmente con
el de uno de los protagonistas de la serie
Galáctica
.
Pero
Q
tampoco es exactamente una novedad
27
.
En 2006 se dio a conocer el primero de los presun-
tos agentes de inteligencia: FBIanon. Según explicó,
este «analista de alto nivel y estratega» poseía infor-
mación muy interesante sobre la Fundación Clinton
(información que aún está por publicarse, si es que
existió). El siguiente en aparecer fue HLIanon (siglas
de
High Level Insider
) —quien difundió la teoría de
que mataron a Lady Di porque tenía información sen
-
sible sobre el 11-S y trató de impedirlo—, y más tar-
de CIA Anon, CIA Intern y WH Insider. Si
Q
triunfó
donde otros habían fallado fue por varios motivos. El
primero, por la intervención de dos moderadores del
foro empezaron a atraer a más usuarios al hilo, y se
pusieron en contacto con Tracy Diaz, una joven ul
-
traderechista con un blog y un canal de YouTube, que
había demostrado cierta actividad siguiendo el caso
del
Pizzagate
28
. Su vídeo
Who Is QAnon?,
del 2 de
agosto de 2018, supuso el despegue oficial del movi
-
miento. En España, el más conocido apóstol de este
movimiento racista y ultaderechista es Iker Jiménez
29
,
aunque cuenta con apoyo de prácticamente toda la pa-
rroquia
conspiranoica
.
El segundo motivo del éxito de
Q
es que llovía so-
bre mojado. El éxito de Trump para llegar a la Casa
Blanca tras imponerse a
Hitlary
Clinton es haber
derrotado al Partido Republicano, en el que era un
auténtico
outsider
. En el mundo de la
conspiranoia
extrema, al presidente de EE. UU. se le considera un
«sombrero blanco», una especie de profeta de la Her-
mandad de los Dragones Blancos (de origen chino)
30
,
la sociedad secreta más activa en la lucha contra los
Illuminati
(a la sazón, pedófilos y satánicos). A este
telón de fondo se añade el relato de la lucha a muer-
te contra el llamado
deep state
. La suma de ambas
teorías explica en parte la capacidad que ha tenido el
movimiento
QAnon
de penetrar en distintas narrativas
conspiranoicas
, desde los movimientos de suprema-
cistas blancos hasta los supervivientes de la Nueva
Era, pasando por el loco mundo de los evangelistas
cristianos.
Precisamente, a estos les debe mucho el movimien-
to
QAnon
. Sus seguidores creen en
The Storm
(‘la tor-
menta’), el momento en el que
Killary
Clinton y los
rostros más visibles del
deep state
sean detenidos y,
tras unos enfrentamientos de duración incierta, llegará
Internet convirtió a muchos adictos a las
conspiraciones en «investigadores», eufemismo
con el que se describe al que dedica horas y
horas a ver vídeos de YouTube
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The Great Awakening
(‘el gran despertar’), una espe-
cie de renacimiento de EE. UU. liderado por Trump.
Por supuesto, es fácil ver la deuda con el imaginario
evangélico popularizado en el siglo
xix
por el pastor
angloirlandés John Nelson Darby (1800-1882)
31
. Se
trata de una cosmología —en la que ni los propios
evangelistas se ponen de acuerdo—, cuya versión más
extendida incluye el
Rapto
o
Arrebatamiento
(los ver-
daderos creyentes ascenderán al cielo como en una
abducción extraterrestre o asunción mariana), y será
seguido de una gran lucha (
Tribulación
) entre los cris-
tianos que se quedan en la Tierra (
left-behinds
) y las
fuerzas demoníacas. Una confrontación que acabará
con la Segunda Venida de Cristo y un reinado de mil
años.
Un dato interesante es que, primero con el
Pizzaga-
te
y luego
QAnon
, la
conspiranoia
ha introducido un
elemento que sin duda ha llegado para quedarse y que
es lo que el historiador y periodista valenciano Carlos
Xavier Senso ha calificado como «
ludificación
de la
violencia»
32
. Internet convirtió a muchos adictos a las
conspiraciones en «investigadores», eufemismo con
el que se describe al que dedica horas y horas a ver
vídeos de YouTube que dicen lo mismo (o algo peor)
que otros sobre los mismos temas. El
Pizzagate
nace
con el robo de miles de correos del Partido Demó
-
crata por parte de
hackers
rusos, que los «investiga-
dores» pudieron analizar con tiempo hasta encontrar
lo que querían: una red de pederastas que utilizaba la
palabra
pizza
y sus derivados como claves.
QAnon
va
más allá ya que sus mensajes, siempre crípticos y,
à
la
Nostradamus, son analizados por miles de personas
con el fin de descifrarlos, como ocurre con los tuits
de Trump (hasta las erratas o faltas de ortografía dan
lugar a interpretaciones que pueden ser la clave que
anuncie la tormenta). A esto se suman los crímenes
«en busca de
likes
» (Senso
dixit
), que consisten en
grabar y subir a las redes vídeos no solo de las inten-
ciones de cometer un crimen, sino del propio crimen
(como ocurrió, por ejemplo, con el asesinato de Wal
-
ter Lübcke en Alemania).
Satán te ama
Uno de los elementos fundamentales de la conspi-
ración de
QAnon
es la existencia de una red global
de satanistas pederastas que, además de abusar de
menores, se beben su sangre para mejorar su estado
físico con el adrenocromo
33
, sin que a día de hoy esté
claro si este derivado de la adrenalina que metaboliza
el cuerpo en situaciones de miedo o gran estrés sea
una nueva fuente de la eterna juventud o una simple
droga con efectos lisérgicos. No hace falta estar muy
versado en la historia de la conspiración para ver ecos
de teorías antisemitas del famoso libelo de sangre
34
.
Pero sin necesidad de remontarse a la Biblia o a la
Edad Media, el mito tiene un origen más reciente y ha
ido moldeándose a través de los años hasta adaptarse
a la narrativa actual. Una prueba más a favor de los
que sostienen que el nuevo conspiracionismo tiene
más de lo segundo que de lo primero. La presencia
del satanismo en la ecuación
conspiranoica
no se en-
tiende sin la figura de John Todd, quien en 1968 co
-
menzó a labrarse un nombre en el circuito evangélico
al asegurar que había nacido en una familia de brujos.
Sacerdote experto en magia negra, aseguraba que in-
cluso había sido consejero de JFK. Sus teorías en las
Foto de Wikimedia Commons.
Mike Pence, con agentes del SWAT. El hombre a la izquierda de la imagen muestra un parche "Q" rojo y negro, símbolo de QAnon
el esc
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que vinculaba el satanismo con los
illuminati
siguen
vigentes hoy en día y, aunque su nombre ha caído en
el olvido, su mensaje ultraderechista llegó a millones
de personas a través de los cómics del dibujante Jack
Chick
35
(que aún hoy se siguen publicando).
Aficionado a dar misa con pistola, expulsado del
ejército por problemas mentales y abusar de las dro-
gas, y encarcelado por violar a una menor son solo
algunos de los hitos de una carrera, la de Todd, que in-
auguró un género fundamental: el
lore
conspiranoico,
testimonio personal basado en hechos que jamás ocu-
rrieron. La lista (ni mucho menos exhaustiva) incluye,
por ejemplo, a Michelle Smith, cuya falsa autobiogra-
fía
Michelle Remembers
(Pocket Books, 1980) fue la
chispa que inició el pánico satánico de los ochenta, o
a Laurel Rose Willson, que cuando se descubrió que
su libro
Satan’s Underground
(Pelican Pub Co, 1991)
era un cúmulo de mentiras, se cambió el nombre por
el de Laura Grabowski y pasó de víctima del Maligno
a hacer caja con su nueva personalidad de judía super-
viviente de Auschwitz-Birkenau.
Pero la relación no puede estar completa sin citar
la reformulación de Cathy O’Brien, autora de
Tran
-
ce Formation of America
(Reality Marketing, 1995),
quien introdujo el elemento político en la narrativa
satánica: según se inventó, había sido una víctima de
Proyecto Monarch (un
spin off
del proyecto MK Ul-
tra). Allí nació el mito de una elite satanista dentro
del gobierno, con gran presencia en Hollywood. Me-
nos conocida, pero en la misma línea, está su compa-
ñera Brice Taylor, que fue esclava sexual de Henry
Kissinger y del humorista Bob Hope, según narra en
su delirante
Thanks For The Memories
(Brice Taylor
Trust, 1999). Se podría hacer un ejercicio similar de
investigación histórica sobre la mayoría de elementos
que componen el actual paradigma
conspiranoico
, y
en prácticamente todos los casos veríamos que hay
más de
aggiornamento
de viejas narrativas que apa-
rición de nuevas.
¿Un nuevo conspiracionismo, o más de lo mismo?
Aunque
A lot of people are saying
es un excelente
diagnóstico de la situación política de Estados Unidos
tras la llegada de Trump a la Casa Blanca, y de cómo
ese virus oportunista que es la conspiración ha sabido
adaptarse a esa nueva realidad, Muirhead y Rosen-
blum fracasan en su intento de demostrar la existen-
cia de un «nuevo conspiracionismo». No hay una sola
narrativa, característica o estrategia que no se pueda
remontar durante décadas en el tiempo. Lo que sí hay
es el fenómeno propio que corresponde a cada mo-
mento, y más en un contexto de máxima polarización
de la sociedad norteamericana.
Si «las emociones negativas explican por qué la
conspiración florece a raíz de situaciones de crisis
sociales», por citar al psicólogo holandés Jan-Willem
van Prooijen
36
, podemos utilizar como referencia la
COVID-19 para ver si existen diferencias sustanciales
entre la llegada de Trump al poder y la pandemia, y
cómo ha afectado en EE. UU. y en España. La conclu-
sión es que lo ha hecho siguiendo patrones ya conoci-
dos. Y como uno de esos patrones es, precisamente, su
capacidad de adaptarse a una realidad cambiante, se
puede hablar de una nueva manifestación del «viejo
conspiracionismo», que se ha hecho visible con mo-
dos distintos a los de crisis anteriores, pero explica-
bles por la nueva realidad.
En definitiva, las adaptaciones de la conspiración
son consecuencia pero no causa de un momento de
máxima polarización en EE. UU., con un presidente
con índices de popularidad tan altos como los de re-
chazo, y que llegó al cargo con tres millones de votos
menos que su oponente. El papel que juega la ultra-
derecha en el fenómeno tampoco constituye una no-
vedad, aunque sí sea una tendencia cada vez más acu-
sada; pero una vez más, el recurso a la conspiración
como arma de desestabilización está provocado, y no
al revés, por el incremento de la extrema derecha a
nivel global
37
y la tibia respuesta por parte de las auto-
ridades. La COVID-19 ha añadido más leña al fuego,
pero tampoco ha supuesto ningún cambio.
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2019.
2. Modern conspiracy. The importance of being paranoid.
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3. American conspiracy theories. Oxford University Press,
2014. Cap. 3 (p. 54) Where our facts come from
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Una vez más, el recurso a la conspiración como
arma de desestabilización está provocado por el
incremento de la extrema derecha a nivel global
el esc
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anuario 2020
5. A lot of people are saying. Pág. 120 - 121
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pandemia-protestan-madrid-sin-respetar-distancia-ni-uso-masca-
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cia/1592307045_620018.html
8. https://www.lavanguardia.com/vivo/lifes-
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9. https://www.youtube.com/watch?v=TmQShhz03Zw&t=160s
10. https://www.youtube.com/
watch?v=BaubnRqNRcc&t=923s
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12. https://www.eldiario.es/sociedad/profesor-bacterio-rio-
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